Filosofía en español 
Filosofía en español


[ Carlos Murciano entrevista a Eduardo A. Tucci ]

Tras las huellas de los platillos volantes

“En el enigma de los platos voladores hay innumerables preguntas y muy pocas respuestas”

opina el teniente coronel argentino Eduardo A. Tucci, coautor del libro Los platos voladores y sus tripulantes.

(De nuestro corresponsal en el mundo de los “ovnis”.) El teniente coronel Eduardo A. Tucci dirige en la actualidad la Editorial Glem, sita en una calle de Buenos Aires que lleva el nombre de Santiago del Estero. Desde la plaza de San Martín nos decidimos a tomar el “subte” hasta Constitución, y, tras cruzar a pie varias “cuadras”, alcanzamos el número 1.269 de esa calle, en la que hay un hotel que lleva el nombre de nuestro periódico. El teniente coronel Tucci, sonriente, simpático, nos ofrece una bebida refrescante. Son las tres de la tarde, el sol cae a plomo, y una avería en las líneas eléctricas impide el funcionamiento de los acondicionadores de aire. Mas, ¿quién se arredra ante un hombre como éste, en cuyo historial militar figuran varias hazañas que por lo espectacular —valga la palabra— condicionaron, en 1962, su retiro?

Eduardo A. Tucci pertenece a una familia de editores. Uno de sus hermanos regenta una editorial en Río de Janeiro, y otro, Basilio, es editor-librero en la madrileña calle de Andrés Mellado. Tucci nos elogia una entrevista que su hermano le ha enviado desde Madrid, pero cuyo autor no recuerda. Toca un timbre, pide el recorte del periódico, y, de momento, no entiende por qué sonreímos. Pero pronto lo comprende. Se trata de la página de ABC donde aparece nuestra charla con Antonio Ribera, y que nos ha precedido. Valga como anécdota.

Una mentalidad que cambia

Con Alberto Giordano –periodista y técnico en radiotelevisión–, Tucci acaba de dar a la luz, en la colección Popular Glem Book, de su propia editorial, un libro titulado Los platos voladores y sus tripulantes. Ausente Giordano de Buenos Aires, nuestra entrevista debe ceñirse a uno solo de sus autores.

–Alberto Giordano –nos dice nuestro interlocutor– es un gran periodista, y su esfuerzo por sacar adelante este libro ha sido aún mayor que el mío. Por eso lamento que no pueda estar presente en nuestra charla. Nuestro propósito ha sido tratar a nivel científico el problema –con el que ningún militar se había decidido a enfrentarse hasta ahora–, por lo cual hemos procurado no sondear a aquellas personas que tuviesen ideas preconcebidas a favor o en contra. Hace quince años era tabú hablar aquí de esto. Ahora, la mentalidad oficial, al igual que la del hombre de la calle, está cambiando. Según puede advertirse, el asunto ha adquirido ya la suficiente “respetabilidad” para que se empiece a considerarlo, si no ortodoxo, al menos no tan heterodoxo como lo era hasta hace poco. En 1965 un ufólogo como Uriondo podía escribir con sobra de razón: “Recordemos que el tema de los platos voladores se considera poco serio y que la opinión general es indiferente o francamente escéptica con respecto al mismo”. Ahora, el viento parece haber cambiado. Sopla una brisa renovadora, se manifiesta un interés que –lo esperamos– puede conducirnos a armar de una vez por todas el rompecabezas.

Vuelve el fluido eléctrico y el aire comienza a hacerse más grato. Tucci continúa:

–En el enigma de los platos voladores hay innumerables preguntas y muy pocas respuestas, demasiadas incertidumbres y casi ninguna certeza. Pero, año tras año, va creciendo inexorablemente el cúmulo de testimonios positivos, por lo que se hace imposible ya seguir escondiendo la cabeza bajo la arena para no mirar lo que no se quiere ver.

Seres “programados”

–Como militar, usted ha reparado en su libro en algo verdaderamente curioso: la ausencia de deserciones entre los supuestos extraterrestres que nos visitan.

Nuestro interlocutor sonríe cuando responde:

–En efecto, solos o en equipo, parecen actuar en cada caso con un propósito perfectamente definido, como quien cumple una misión –recoger muestras, por ejemplo–, y, por lo visto, no ha habido entre ellos hasta ahora ningún desertor, ni uno solo que haya violado la rígida pauta a que parecerían hallarse sometidos. Ninguno de ellos “cruzó la cortina”, ninguno “se pasó a este lado” para venir a contarnos quiénes son, de dónde proceden, qué se proponen aquí, qué piensan de nosotros, y mil cosas más que tanto nos está urgiendo saber. Dan la impresión de haber sido programados –como una computadora electrónica– para lo que hacen, cada vez que ponen pie en nuestro mundo. Ahora bien, si ellos no son en su totalidad “robots” mecánicos, pero tampoco dan señales de obrar en virtud de un libre albedrío, sino que semejan obedecer a un plan prefijado sin apartarse un punto de él, actuando como si hubiesen sido “programados” para la labor que ejecutan, sin demostrar jamás cansancio en su tarea, ni disconformidad con la situación en que se encuentran, sin ser derribados definitivamente por una bala, sin morir aquí y quedar su cadáver como evidencia incontestable, ¿no es lícito preguntarse si se trata de una especie de “robots” biológicos o “cyborgs” {1}, creados ex profeso para la exploración espacial por grandes mentes desconocidas de localización extraterrena?

El “Proyecto Cyborg”

–Tenemos entendido que en el Congreso de Astronáutica que se celebró en Estocolmo, en 1960, dos científicos norteamericanos presentaron ya un llamado “Proyecto Cyborg”.

–Así es. Y para mí se trata de una iniciativa tan audaz como inhumana. En síntesis, consiste en modificar sustancialmente al hombre normal, a fin de hacerlo más apto para los viajes interplanetarios que se están proyectando para un futuro próximo. De esta manera se dispondría de cosmonautas altamente especializados, capaces de sobrevivir en los mundos del espacio. El procedimiento consistirá en suplir con dispositivos automáticos las funciones biológicas esenciales del ser humano. Por ejemplo, se cargarían las espaldas del astronauta prospectivo con un artefacto reemplazante de sus pulmones, que agregaría oxígeno a la sangre en las dosis requeridas, evitándole así la necesidad de respirar, lo cual le facultaría para desembarcar en cualquier cuerpo celeste desprovisto de atmósfera. Un segundo dispositivo leería el nivel de azúcar existente en la sangre y proporcionaría en forma automática al organismo las soluciones nutricias necesarias, evitando al sujeto la necesidad de comer (y llevar consigo qué comer, claro está). Del mismo modo se mantendría inalterable el equilibrio glandular mediante mecanismos que inyectarían, cuando fuera preciso, las hormonas requeridas. Así, pues; estos novísimos astronautas (y ex hombres) podrían prescindir del casco espacial cuando su cosmonave alunizara o amartizase. Naturalmente, dependerían de su complejo equipo para sobrevivir en cualquier medio que se les deparase. Habrían perdido su condición humana, serían hombres-máquinas o “robots biológicos”, como también se les ha denominado, pura y exclusivamente destinados a cumplir sus tareas, en el Cosmos.

Un ente estatal

–¿Cree usted que el enigma de los “ovnis” está a punto de esclarecerse?

–Para mí dista mucho de ser un caso concluido; por el contrario, yo diría que estamos en sus comienzos. Con frecuencia regular se originan novedades, pero, por lo general, suelen ser rutinarias, es decir, no aportan elementos inéditos y ello hace que no se registren progresos de importancia. Con todo, cabe presumir que en cualquier momento se produzca un acontecimiento fuera de serie, un suceso excepcional que obligue a profundizar las investigaciones para desvelar, de una vez por todas, la incógnita.

–¿Dónde cree usted que reside una de las claves del problema?

–En la actitud oficial. Sería preciso que existiese un ente estatal coordinador, que encausara y facilitara el esfuerzo de los particulares, carentes, en la mayoría de los casos, de los medios necesarios para la investigación responsable. Hay que llamar la atención de las autoridades a quienes compete en cada país el estudio oficial del problema, a fin de que lo encaren con la firmeza y decisión que éste requiere y proporcionen al público información autorizada responsable, ya que precisamente es la falla de esa clase de información la que posibilita que tomen estado público declaraciones antojadizas acerca de supuestas “invasiones” que podrían ocasionar en ciertos sectores de población, ignorantes de los hechos, un estado de psicosis colectiva. En los últimos tiempos han sido bastante los casos en que los testigos humanos de un “contacto” –incluso a veces de un simple avistamiento– exhibieron reacciones de pánico incontrolable al hallarse frente a hechos que desconocían por completo y se les ocurrían sobrenaturales. Pensamos, pues, que el problema debe ser estudiado a nivel científico por las autoridades pertinentes, las cuales disponen de los medios materiales necesarios, y que a ellas cumple la tarea de ilustrar al hombre de la calle, propenso casi siempre a dar crédito a fabulaciones fantasiosas y sensacionalistas.

Noticias de un mensaje

Supuesto mensaje extraterrestre

En uno de los capítulos de su libro, Tucci y Giordano recogen una serie de hechos ocurridos entre 1953 y 1968, los cuales describen brevemente en apoyo e ilustración de sus hipótesis y teorías. Uno de éstos atrajo especialmente nuestra atención. Durante tres días, de abril de 1959, L. H. da S. mantuvo “contactos con los ocupantes de un “ovni”; los cuáles, tras unas ingenuas –por no decir absurdas– peripecias, entregaron al testigo una hoja de papel escrita en caracteres extraños, diciéndole: “Un hombre de la Tierra deberá descifrarlo, y cuando esto se logre sabremos qué hacer.” El caso, investigado en Sao Paulo por el doctor Walter Buhler, arrojó como saldo esta muestra de escritura –que reproducimos– y dejó una vez más en él aire la interrogante de la veracidad del testimonio. Según nuestro interlocutor, cuya opinión al respecto solicitamos, se trata de un caso dudoso, al que difícilmente puede dársele crédito.

Unos consejos útiles

Pero hay una cosa en este libro de Tucci y Giordano que consideramos realmente original: un apéndice en el que se dan al lector “Consejos útiles para el caso de un avistamiento”, con o sin “aterrizaje” y “contacto”. “Proceda con tranquilidad –leemos en esos consejos–, sin alterarse... Habiendo otras personas cerca, llámeles la atención sobre el fenómeno, para comprobar si coinciden con lo que está usted viendo... Si hay animales próximos, observe con atención sus reacciones...”, &c. Nuestra última pregunta se refiere concretamente a las razones que movieron a los autores a insertar estos consejos:

–Resulta lamentable –nos explica nuestro interlocutor– que tan gran número de testimonios hayan perdido toda validez documental a causa de la actitud equivocada e incorrecta de los testigos humanos, los cuales unas veces quedaron inmovilizados por un miedo irracional, sin el menor fundamento lógico, y otras huyeron precipitadamente, o incluso (y éste es el caso más grave) atacaron a los ocupantes sin razón ni motivo, sólo impelidos por su propio nerviosismo y temor. Tal estado de cosas nos han llevado a la convicción de que sería práctico detallar sucintamente lo que consideramos ser el comportamiento humano más apropiado al caso, si éste se produce. Porque las reacciones inadecuadas de las personas y el alarmismo sin base racional han sido hasta hoy y siguen constituyendo una remora para el esclarecimiento total de la verdad.

El año 2020

“La verdad y otras dudas” tituló uno de nuestros poetas, Rafael Montesinos, su último libro de poemas. Lo recordamos mientras regresamos a nuestro hotel, como recordamos aquellos proféticos versos suyos, de los que ahora se cumple un cuarto de siglo:

Cuando los aviones estén en las cavernas,
pintados como aves prehistóricas e inútiles;
cuando la Luna sea tan sólo un merendero
con orquestas y “barmans” y parejas de novios;
cuando la gente lleve la radio en un anillo
y pueda ver el cine en tarjetas postales,
el año dos mil veinte de la Era de Cristo,
amigo mío, entonces será mi centenario.

El año dos mil veinte de la Era de Cristo, ¿la verdad será la verdad? ¿O seguirá siendo tan sólo una de esas “otras dudas” que dan título y razón al libró del poeta “sevillano”? Carlos Murciano.

——

{1} Cyborgs: contracción de cybernetic organism.