Manuel Cerezales
Un libro de Zubiri
Hace unos días, en el salón del Instituto Nacional de Previsión, de Madrid, el doctor Severo Ochoa, presentado por el filósofo Xavier Zubiri, pronunciaba una conferencia sobre sus descubrimientos científicos. No es nada frecuente ver lado a lado a dos eminencias de esta categoría. Yo tuve conocimiento del acto por las referencias de los periódicos y por el testimonio de gentes que recordarán su presencia allí como uno de los momentos culminantes de sus vidas.
Don Xavier Zubiri (Foto Balmes.)
¿Qué ocurrió de extraordinario en aquel acto? ¡Todo fue tan sencillo! Este es el comentario puede decirse que unánime. Sin embargo, una buena parte de los asistentes captaron poca cosa de las explicaciones que en lenguaje coloquial les dio el doctor Ochoa. Les emocionaba oírle y saber que lo que aquel hombre estaba diciendo tocaba los misterios del origen de la vida. A mi me pasó lo mismo al escuchar, días más tarde, la conferencia en la cinta de un magnetófono. La presentación de Zubiri –lo recordaba en estas mismas páginas Rof Carballo– careció también de todo énfasis. Para mí, lo extraordinario hubiera sido ver juntos a estos dos españoles impares de nuestro siglo, a estos dos colosos en sus respectivos órdenes del saber. Y verlos como a dos hombres cualesquiera, que se reúnen ocasionalmente. Este tipo de escenas, tan sencillas, que rara vez se dan en la historia, puesto que rara vez coinciden en una generación dos figuras de primera magnitud, son difíciles de describir. La pluma de Ortega, que se reviste de toda su pompa imaginera, para pronunciar el encuentro de Polibio y Scipión, se detiene, pasmada, cuando llega el momento de describir el contacto entre los dos grandes hombres. Goethe, al recordar ante Eckermann la entrevista con Napoleón, se limitaba a decir con una simplicidad escalofriante: «Era él. Y se veía que era él.» Parca evocación, pero ¿qué otra cosa mejor podría habérsele ocurrido? Ochoa y Zubiri, juntos, simbolizaban dos acontecimientos cuya trascendencia irá agrandándose con el tiempo: dos acontecimientos que seguramente tienen entre sí conexiones profundas y que ambos, cada uno en su esfera, tratan de responder a las eternas preguntas sobre el origen y el destino de la existencia humana. En el plano intelectual de estas dos vidas cabe percibir el paralelismo de largos años de trabajo silencioso antes de dar a conocer la obra fundamental. La de Ochoa fue coronada hace pocos años por el Premio Nobel y prosigue su fulgurante desarrollo. La de Zubiri alcanza ahora su punto cenital con la aparición de su libro Sobre la esencia. No voy a hablar del contenido de este libro, que apenas he hojeado, si no del hecho de su publicación, es decir, del acontecimiento que representa dentro de nuestro panorama cultural. Hablar de un libro que no se ha leído parece un atrevimiento; pero en este caso, lo temerario sería hablar de él, sin preparación ni autoridad en la materia, después de haberlo leído. Los entendidos saben con sólo conocer el título: Sobre la esencia, cuánto promete y a cuánto compromete. El propio autor nos lo hace entrever en estas palabras de las páginas preliminares: «No se trata, en efecto, de tomar dos conceptos ya hechos, el de sustancia y el de esencia, y ver de acoplarlos en una u otra forma, sino de plantearse el problema que bajo esos dos vocablos late, el problema de la estructura radical de la realidad y de su momento esencial.»
Nos basta leer estas palabras cargadas de sentido para saber que el libro de Zubiri es la respuesta a la expectación impaciente que desde hace más de veinte años rodea el nombre del filósofo. Nadie dudaba de su genio; pero sí llegó a dudarse de que llegara a escribir la obra que cabía esperar de él. ¿Quizá se le exigía demasiado? ¿Acaso una desmesurada autoexigencia inhibía su potencia creadora? Nada de eso. Largos años de estudio y meditación rendían su fruto en silencio. Silencio que ahora se rompe con la salida a los escaparates de Sobre la esencia. A este libro seguirán otros en plazos breves, porque en estos años se ha ido fraguando una obra tan extensa como intensa y profunda.
Sale el libro de Zubiri precedido de una larga espera, a mi juicio beneficiosa. Mientras el escritor trabajaba apartado, se ha ido creando con su nombre una especie del mito. El «mito Zubiri» consistía en que todo el mundo hablaba con respeto y admiración de un filósofo cuyo pensamiento era conocido de pocas personas, y cuyo sistema filosófico completo seguramente de nadie más que él, hasta ahora, que se revela en el libro recién publicado. Era un valor entendido, que se aceptaba sin necesidad de contrastes. Algunos se levantaban contra el mito. Hubo hasta quien irritado, con una irritación en cuyo fondo palpitaba acaso un anhelo de conocimiento, lo denunció. El filósofo jamás intervino en la elaboración de este curioso fenómeno. Seguramente lo ignoraba. Su desdén por la publicidad y su indiferencia ante la leyenda que se tejía alrededor de su nombre, no obedecían a una actitud de soberbia, sino a la condición natural del sabio de estar en su sitio. La postura de Zubiri, su recato intelectual, le mantuvieron apartado de toda confusión, aunque no hayan podido impedir la formación de lo que yo llamo «mito Zubiri», el cual sirvió, a la postre, para crear este clima de atención apasionada con que ahora es recibido su libro Sobre la esencia. Gracias a este ambiente, un trabajo de filosofía no es solamente un suceso en el mundo de la especulación intelectual, sino que es una noticia de los periódicos. ¿No resulta alentador que haya despertado tanta curiosidad una obra que muy pocas personas están capacitadas para entender, que haya llegado a alcanzar notoriedad entre el común de las gentes el nombre de un filósofo de vida retraída, enemigo a ultranza de toda clase de exhibiciones? El que la salida a la calle de un libro de filosofía se instale por derecho propio entre las informaciones de actualidad, entre los sucesos efímeros que constituyen el pasto de la masa de lectores, es una buena señal.
Alguien comentó ingenuamente en privado la aparición de la obra de Zubiri observando que el título no interesaría al gran público. Claro que no. Pero lo importante es que el gran público intuya que en un mundo aparte se ha producido una conmoción cuya onda, de una u otra forma, habrá de llegarle andando el tiempo. Al gran público le basta saber que sin un Aristóteles, un Santo Tomás, un Descartes, un Kant..., un Euclides, un Galileo, un Newton, un Einstein..., por citar solamente algunos puntos de referencia, el mundo no sería como es, ni cada uno de nosotros seríamos como somos. El que se interese por el libro de Zubiri o por los descubrimientos de Ochoa, dedicado aquél al estudio de la estructura radical de la realidad y éste a la investigación de la «estructura radical de la materia», demuestra que tiene conciencia de la significación de los hechos culturales. En nuestra época, el puro conocimiento teórico se ha reflejado rápidamente, a través de obras de divulgación y de su transformación en materia literaria, en el espíritu de amplios sectores de la sociedad, con la consiguiente desorientación que caracteriza al mundo de las ideas. El pensamiento sistemático de Zubiri, expuesto con todo rigor en Sobre la esencia, ha de contribuir, con toda seguridad, a superar dificultades de la filosofía actual que parecían insuperables y a restablecer el orden de valores en el ámbito del conocimiento. Pero esto tienen que decírnoslo los espíritus críticos especialmente formados para darnos la medida exacta de una obra que, por el momento, sólo es comentada aquí, con júbilo, como una gran noticia.
Manuel Cerezales