Filosofía en español 
Filosofía en español


Gabriel Albiac

El almuédano y el filósofo

Cinco veces al día, conmina el grito del almuédano a alzar constancia de que hay un Dios que es el más grande, de que nadie más que Dios es Dios, de que Mahoma es su mensajero, de que ir a la oración e ir a la felicidad es lo mismo, de que orar es mejor que dormir, de que Dios –replay– es el más grande, de que no hay más Dios –replay– que Dios. Cinco veces al día, impone la verdad que el Dios dicta. Sin interrogaciones. Toda pregunta es blasfemia contra la palabra divina contenida en el Libro.

Hay religiones que funcionan de ese modo: repitiendo en voz alta lo que un texto dicta. Las hay que no. Son las primeras, necesariamente, religiones de la certidumbre, cuyo imperio simbólico no se comparte. Otras –pero no han sido tantas– dejan líneas de resquebrajadura a las dudas humanas. En torno al siglo V antes de nuestra era, una de ellas se abrió a un procedimiento sorprendente: primar la interrogación sobre cualquier discurso aseverativo, sospechar que todas las respuestas son máscaras que ocultan preguntas no formuladas. A ese proceder teórico, que no busca dar soluciones, sino mostrar hasta qué punto tras de las soluciones perviven preguntas que abren sólo a la laberíntica bifurcación de preguntas nuevas, llamó Platón filosofía –aunque ya Heráclito había usado primero el adjetivo filósofo–: asombro ante esas «maravillas acerca de lo uno y lo múltiple», que son inagotables porque están ínsitas en las estructura misma del lenguaje. Ninguna otra sociedad coetánea pudo siquiera imaginar algo que se pareciese a esa disciplina de la interrogación pura. Porque todas, en diversas medidas, poseían respuestas ya antes de abrir los labios. La religión de los griegos es única, porque no hay dios –ni siquiera Zeus– que pueda imponer sentido unívoco al lenguaje.

El link del New York Times{1} que me envía un amigo lleva una sola anotación: «¡asómbrate!». Pero, más que asombrar, enoja. Hace ocho años, la UNESCO decidió celebrar, cada tercer miércoles de noviembre, el «día de la filosofía». París fue la primera ciudad en abrigar los actos en 2002, luego iría desplazándose. Un festival más. Ni mejor ni peor que tantos. Así es la cosa mundana, de la cual viven los organismos internacionales. Hasta que llegó 2010. Y vaya usted a saber qué insensato decidió que el día de esos grandes incordiantes que son los filósofos fuera acogido por la ciudad en la cual son lapidadas las mujeres adúlteras, colgados de grúas los homosexuales, condenados a muerte ateos y blasfemos... En la ciudad en la cual Sócrates, Platón, Aristóteles, Maquiavelo o Spinoza hubieran sido primero descuartizados, quemados a la parrilla luego, a continuación aventados hasta no dejar ni resto de memoria. ¿Sus libros? ¿Quién hubiera podido publicar la Ética, o el Fedro, o el De generatione et corruptione, o los Discorsi en el Teherán de Ahmadineyad?

De algo servirá, si, al fin, ese encuentro se realiza. Bastará una contabilidad de los cómplices con la República Islámica para saber quiénes no son, quiénes no serán jamás, filósofos. Y, ya que no su conciencia, espero que la cantilena, al menos, del almuédano les arruine el sueño.

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{1} http://www.nytimes.com/2010/10/25/world/middleeast/25iht-educLede25.html