Filosofía en español 
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Francisco Canals Vidal

Dostoyevski y los nacionalismos hispánicos

Quisiera reflexionar sobre los nacionalismos vasco y catalán; no sobre sus problemas urgentes, sino sobre su misterio profundo. Por qué les llamo nacionalismos hispánicos se verá a lo largo de estas líneas.

Mi reflexión parte de la manifiesta singularidad. extrañamente silenciada, de la historia de estos pueblos: secularmente aferrados a sus “leyes viejas” y a sus tradiciones y que vivieron más alejados que otros pueblos hispánicos de las corrientes culturales que han caracterizado a la Europa moderna: el Renacimiento, el racionalismo, la ilustración, el liberalismo de la Revolución francesa.

En Vasconia y en Cataluña tuvieron máxima fuerza y arraigo social los sentimientos tradicionales que impulsaron los alzamientos carlistas contra el liberalismo instaurado por la monarquía española. En Cataluña y en Vasconia, y muy especialmente en Guipúzcoa, tuvieron vigencia y amplia difusión las actitudes religioso-políticas del tradicionalismo integrista, que compartía con entusiasmo, con muchos núcleos seglares, una parte importante de su clero. Recordemos que fue un hombre de Iglesia catalán, Sardá y Salvany, el autor de El Liberalismo es pecado.

El historiador Rovira y Virgili describía la génesis del nacionalismo vasco diciendo que Sabino de Arana “lo llenó de un espíritu religioso reaccionario e intolerante. Reunidos en las alturas del Aralar proclamaron caudillo al Arcángel San Miguel”. Para documentar su juicio, cita afirmaciones expresadas en el diario Euzkadi en septiembre de 1913: “el nacionalismo no lucha por un derecho terreno y humano, sino porque aquella libertad serviría a la patria para tender hacia Dios y facilitaría la salvación eterna de los vascos. Nuestra campaña por el idioma los usos y costumbres nacionales, y nuestra oposición al modo extranjero de ser, que aquí se presenta en rabiosa oposición al Evangelio, arrancan del carácter religioso de la Cruzada nacionalista”.

Aunque todavía hoy la geografía electoral muestra continuidades sociológicas entre estos nacionalismos y la herencia carlista, es claro que, tanto el nacionalismo vasco desde sus orígenes, cuanto el catalanismo político en diversas etapas y direcciones, se han opuesto y enfrentado al patriotismo español que vivía en la tradición carlista. Prat de la Riba afirmaba que los catalanes no tenemos otra patria que Cataluña, mientras que “España es un Estado”.

Las corrientes nacionalistas han propugnado además ideales políticos diversos y aun contrarios a los que caracterizaron el tradicionalismo carlista. En la democracia española actual tienen actitudes muy definidas. El PNV, que pertenece a la Internacional Democrático-Cristiana, tiene una actitud de reivindicación de las finalidades nacionalistas de autogobierno en las reglas de juego del marco constitucional. Pocas veces mantiene una posición significativa en la defensa de valores tradicionales. Más allá de este nacionalismo democrático tenemos en Vasconia dos líneas de abertzalismo marxista: eurocomunista una y leninista otra. En Cataluña, el nacionalismo de arraigo sociológico tradicional ha propugnado soluciones de centro-izquierda, la socialdemocracia de “modelo sueco”, y representantes suyos han votado la despenalización del aborto.

En la cuestión de la unidad política de España este nacionalismo no es ciertamente secesionista, aunque sí que tiene la aspiración, que remonta al propio Prat de la Riba, de que una Cataluña “reconstruida nacionalmente” pueda ejercer en España una influencia predominante, de signo europeizador y modernizante.

Si desde esta situación política meditamos sobre la historia real de Cataluña y de Vasconia, nos sentiremos inclinados a pensar que el dramatismo y la tensión del actual problema político planteado por estos nacionalismos responde a un carácter de afectación e inautenticidad. Fue Maragall quien dijo, de la Barcelona en que se generó el catalanismo político, y que a través de él ha tendido a absorber en sí a Cataluña: ets una menestrala pervinguda, que tot ho fas per punt. Tales nacionalismos responderían tal vez a un trauma psíquico colectivo, subsiguiente a la derrota de la Cataluña y de la Vasconia tradicional frente al Estado creado por el liberalismo. Como un complejo masoquista contra su propia tradición, vencida y reprimida, y a la vez un resentimiento hostil a la unidad centralizada y uniforme del Estado forjado por ideales ilustrados y jacobinos.

Comentaba Dostoyevski en su Diario de un escritor, en 1876, que las nueve décimas partes de los rusos europeístas se adherían a las corrientes más radicalmente hostiles a la civilización europea. Formula, sobre esto, la que llama su paradoja. El pensador ruso, sobre el presupuesto de la profunda oposición entre la Europa ilustrada y la tradicional Rusia ortodoxa, afirma que algunos rusos se europeizan auténticamente, pero dejan con ello de ser auténticamente rusos, y se convierten en conservadores europeos. Pero, en muchos otros, su radicalismo político de sedicentes europeístas de izquierda es impulsado por una subconsciente hostilidad, que brota de su misma autenticidad rusa. “¿No prueba este hecho, es decir, la adhesión de nuestros más fervorosos occidentalistas a los negadores de Europa, el espíritu de protesta de Rusia, y su rebeldía contra esa cultura que resulta extraña al alma rusa?”

Dostoyevski sabe que ninguno de estos europeístas radicalmente enemigos de Europa admitirán este sentimiento suyo. “Esa protesta ha sido siempre inconsciente; el alma rusa protesta inconscientemente en nombre de su cultura auténtica, original, propia y reprimida.” El genial pensador ruso reconocía lo extraño y desconcertante de su reflexión; pero pretendía que se reconociese que había en ella “algo de verdad”. Desde nuestra perspectiva histórica su paradoja tuvo de verdadero nada menos que el resultado trágico de la tarea secular de la europeización de Rusia, que condujo a la Revolución de octubre de 1917.

Me pregunto si no habría que reflexionar sobre nuestros nacionalismos hispánicos desde la audacia de la paradoja de Dostoyevski. Para los herederos de los atavismos tradicionales de Vasconia y Cataluña, el asumir los ideales de los actuales nacionalismos significa la entrega al servicio de aquello que sus antepasados combatieron con tenacidad durante muchas generaciones. Afirman conscientemente el liberalismo, la democracia, o el marxismo; pero hay tal vez, en el resentimiento contra un Estado, cuya unidad política uniforme y centralizada se formó al servicio de ideales ilustrados y liberales, asumidos por la monarquía borbónica, un impulso subconscientemente tradicional, de vinculación de la antigua España, en la que vivieron tan íntimamente integrados los pueblos catalán y vasco.

Muchas veces he leído, u oído en comentarios radiofónicos, la afirmación de que el terrorismo vasco actúa como si desease en el fondo combatir la democracia en España. Tengo por cierto que aquel terrorismo, antes y después de la transición política; sirve coherentemente a la revolución marxista, que propugnaban muchos como consumación de la ruptura.

Pero no puedo dejar de pensar que la misteriosa fuerza que el terror tiene allí, como entre los armenios –cristianos que fueron martirizados por el fanatismo islámico turco– o entre los irlandeses –católicos tiranizados durante siglos por el protestantismo británico– motivaciones históricas de arraigo secular. Motivaciones que la revolución marxista es capaz de deformar y de utilizar, pero que el liberalismo democrático es incapaz de comprender.

Francisco Canals Vidal
Catedrático de Metafísica.