Filosofía en español 
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Crónica de cine

La Escuela de Cinematografía

por Alfonso Sánchez

Cuando ya el cine se ha erigido en arte independiente, cuando va logrando desprenderse de su condición de mero entretenimiento para asumir una función superior, cuando constituye el medio de comunicación consustancial a nuestro tiempo, la escuela de cinematografía resulta indispensable. Por lo pronto, es el medio más rápido y seguro para reclutar y formar vocaciones. El cine se aprende en unas horas o en su vida. Seguramente el aprendizaje técnico para dirigir una película se puede adquirir con un mes de permanencia en el plató de un estudio, si es que el alumno lleva ya el cine dentro. El sistema tiene el peligro de degradar la creación cinematográfica en profesión. Son evidentes las dificultades que entre nosotros encontrarán los jóvenes con vocación para tener acceso al trabajo de un estudio. Ya es eficaz que la escuela supere esas dificultades. Pero no es esto lo más importante de su tarea. La escuela no debe limitarse a enseñar el “saber hacer”, lo que de oficio tiene todo arte, pues eso sería llevar el cinema a un artesanado. Sería incurrir en el mismo riesgo del aprendizaje en el plató de un estudio, donde sólo se adquieren las normas puramente profesionales definidas por la conjetura de la economía cinematográfica de ese momento.

El daño de este riesgo lo revela bien Hollywood, jóvenes llegados con talento, vocación y buena formación intelectual quedan pronto reducidos a meros profesionales. En este aspecto, Hollywood nos da una defraudación tras otra. La última quizá sea la de Sam Peckinpah. Le cito porque en nuestras pantallas está ahora su Mayor Dundee. A eso se ha reducido un hombre que comenzaba con vocación de novedad. Hollywood nos ha dado grandes películas, magníficas películas, pero ha estado ausente de la formación del cinema moderno, en lo que sólo podemos anotarle las aportaciones del independiente Orson Welles. Ahora los Estados Unidos también crean un instituto de la cinematografía. Lo anunciaba el Presidente Johnson al firmar el 29 de septiembre la ley sobre Fundación Nacional de las Artes y las Humanidades. Ese instituto reunirá a gentes prestigiosas, a jóvenes y mayores, que consagren su vida a la forma de expresión estética más característica del siglo XX.

El tema de las escuelas de cinematografía está en la actualidad. Estos días se anima en Francia el ataque al I. D. H. E. C. –Institut Des Hauts Etudes Cinematographiques–. Le acusan de haberse convertido en un centro de funcionarios que limitan todo el futuro del cinema francés. Y se pide una reforma a fondo. La escuela de Lodz ha contribuido poderosamente a vigorizar el cinema polaco, el mejor cinema entre los de “tras la cortina” y el fenómeno colectivo más interesante que nos revelaron los festivales internacionales inmediatos al fin de la segunda guerra mundial. El Centro Experimental de Roma ha dado esplendidos realizadores al cinema italiano.

La escuela de cinematografía debe ser el hogar del pensamiento cinematográfico, donde se atienda a las doctrinas estéticas y culturales y se considere al alumno por la eventualidad de su talento, sin condicionarle a normas puramente académicas. El acto de pensar, que debe estar presente en toda película, no puede ser destruido por el imperativo a unas reglas. Nada de crear reflejos condicionados que coarten los ideales artísticos de cada alumno. Las reglas pueden cambiar incluso en el curso de su aprendizaje por la inspiración de un artista. Su imperativo debe reducirse al mínimo, al simple aprendizaje de la mecánica del oficio. Porque no se trata, lo repetimos, de crear artesanos, sino artistas. A veces me asaltó el temor de que en la escuela de cinematografía no se preparará al alumno para hacer películas, sino que se le enseñará a hacer una película.

Me parece un éxito de nuestras escuelas de cinematografía no haber coartado los ideales artísticos de sus diplomados. A la hora de abordar su oportunismo, han elegido un variado camino. Si el éxito llegó a unos pero no a otros, es ya cosa distinta. En la mayor parte de los festivales internacionales, la representación de nuestro cine fue confiada a realizadores procedentes de la escuela. Han conquistado premios, han hecho en general buen papel y han afirmado la voluntad de crear un cinema español actual y vigoroso. La creación de ese cinema es una cuestión de método y de hombres. La escuela puede dar el método, con la posterior y consecuente política de calidad, y formar a los hombres. Se aducirá que algunos realizadores no tuvieron éxito con sus películas. Es cierto, pero otros consiguieron incluso el éxito popular. Estas cosas suceden con todos los realizadores. La escuela debe formar artistas. Ya otros se encargan de reducir el cine a una industria y un comercio, sin comprender que al obrar así lo envían al vacío. La escuela de cinematografía ha aumentado su eficacia al disponer de más medios. De sus cuatro últimos cursos han salido más de veinte realizadores y muchos más diplomados en las demás especialidades. Se les ha dado la oportunidad. Ahora la responsabilidad ya es suya.

El lunes se celebró la inauguración del curso 1965-66. En el mismo acto se repartían los títulos a los alumnos que han terminado sus estudios. En la especialidad de dirección, a Claudio Guerin Hill; en la de producción, a Luis Bermejo Carrión; en la de cámara, a Leopoldo Villaseñor, Miguel Ángel Martín y Rau Artigot: en la de decoración, a Justo Garrido, Vicente Criado, Antonio García Sanabria y Alfonso González Cocho, y en la de interpretación, a Fernando Santamaría, Ricardo J. López-Nuño, José Tomás Aznar, Jack Rojas, Ana María Morales y Manuel Galiana. Como es tradicional en este acto, se proyectaban las películas realizadas por los alumnos como prácticas del tercer curso.

Veíamos Luciano, la película realizada por Claudio Guerin Hill, el único diplomado de este año. El film se inspira en el caso del asesino francés Lucien Léger, que mató a un niño en un parque público. En el caso de estos films de prácticas, justamente por todo lo señalado anteriormente, no debemos fijarnos en si la historia está o no contada correctamente, sino en el significado de la historia y en las ideas personales que el realizador aporte. Bajo este ángulo, me pareció Luciano el magnífico exponente de un talento. Están bien expresadas las circunstancias del asesino y su evolución al compás de cómo la sociedad acoge su crimen. Guerin Hill utiliza la televisión para reflejar cómo el crimen y su autor se insertan en la sociedad y cómo reacciona ésta. Luego irá marcando las motivaciones que operan en el criminal. Guerin Hill es penetrante, alinea ideas, desarrolla un pensamiento y acierta a expresarlo todo en cine. Son buenas condiciones de un director.

Antonio Artero discurre sobre la obra de García Lorca Doña Rosita la soltera. Se apega más la anécdota, pendiente de un juego más fácil y seguro, pero retenemos sus dotes para la creación ambiental y en su pretendido estilo de “cine de barraca” logra aciertos al expresar el patetismo a través de unas estampas viradas hacia la caricatura. Un ejercicio válido.

Películas de realizadores formados en la escuela triunfan en las pantallas extranjeras. Las obras que ellos realizan serán mejores o peores, que sucede a todos, pero hemos de agradecerles su inteligente esfuerzo por crear un cine de nuestro tiempo.