[ Victoriano Fernández Asís ]
María Guerrero: “Escuadra hacia la muerte”, drama de Alfonso Sastre
Más de una vez he alabado en estas mismas columnas el esfuerzo de los varios teatros universitarios que desde hace algunos años se proponen la renovación de nuestra escena. Así en la exhumación de obras clásicas como en la presentación de otras modernas (casi todas ajenas a perspectivas taquilleras), el teatro universitario ha acreditado una preocupación estética de primer orden.
El ciclo 1953 del Teatro Popular Universitario, del S. E. U., bajo la dirección acertada de Gustavo Pérez Puig, nos ofreció anoche en el María Guerrero el drama de Alfonso Sastre “Escuadra hacia la muerte”. He aquí un drama y un autor. Nos complace sobremanera hacer esta afirmación, si bien no hemos de ocultar que ella lleva anejos ciertos reparos de orden técnico. “Escuadra hacia la muerte” no es un drama total; el drama se incorpora a la obra tardíamente; cuando sobreviene esta peripecia se ha perdido no poco tiempo en cometidos de naturaleza inferior. Luego hemos de señalar otro grave peligro vigente y patente en casi todo el teatro contemporáneo: el cine. Y también la novela.
Cuando Cervantes redujo a tres las cinco jornadas clásicas, señaló unas normas de cierta rigidez, y esto no obstante, el teatro se movió dentro de ellas con notoria soltura. Pero he aquí que en los últimos treinta años sobreviene la competencia cinematográfica. Por razones independientes de esta competencia –para mí, únicamente, porque el hecho de vivir en una sociedad con algo de “fin de raza”, refinada, decadente y por repugnancia de sí misma, o mero prurito de elegancia, temerosa de contemplarse en el espejo dramático–, el teatro europeo padece una tremenda crisis. Entonces, los autores tratan de renovar el teatro por el camino de las aventuras técnicas; y ya copian de la novela el conocidísimo recurso de la inversión del tiempo (Barrie, Priestley); ya del cine la vertiginosa sucesión de escenas, con múltiples trucos adyacentes; ya, finalmente, utilizan la escena como vehículo de expresión de sus ideas metafísicas, políticas o morales (Bernard Shaw, Sartre). En algo de todo ello cae Alfonso Sastre. Reduzca a sus justos límites la ebanistería teatral, inspírese menos en la más famosa que real “dinámica cinematográfica”, y modere el propósito de contarnos sus opiniones por persona interpuesta u hombre de paja escénico. En tal oportunidad acreditará con mayor vigor sus condiciones de dramaturgo, patentes, a pesar de esas desviaciones, en la obra estrenada ayer.
Se abre ante Alfonso Sastre un camino brillante. Que pueda desarrollarlo en una sociedad como la europea, acaso situada más allá de las zonas de la sensibilidad trágica, es cosa que el tiempo dirá. Entretanto, vaya para Alfonso Sastre una enhorabuena a la que no ponen restricciones los reparos antes apuntados.
Interpretación
Una sola palabra: excelente. Lo mismo debo decir de la dirección de escena.
Público
Aplaudió con gran entusiasmo y obligó al autor a pronunciar unas palabras de gratitud.