Filosofía en español 
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[ Gonzalo Torrente Ballester ]

Teatro. María Guerrero: Estreno de «Escuadra hacia la muerte»

«Escuadra hacia la muerte», drama en dos partes, de don Alfonso Sastre, interpretado por Agustín González, Félix Navarro, Fernando Guillén, Miguel Ángel, Adolfo Marsillach y Juan José Menéndez. Escenografía de Guerrero y Anchoriz. Velada de inauguración del ciclo 1953 del Teatro Popular Universitario, organizado por el Departamento Nacional de Actividades Culturales del S. E. U. Dirección de Gustavo Pérez Puig.


A mí no me duelen prendas. Con la mayor alegría pongo por delante que «Escuadra hacia la muerte» es la obra teatral más importante estrenada en lo que va de temporada, y con el mismo júbilo anuncio que un dramaturgo cabal ha tomado anoche la alternativa en el María Guerrero. Ítem más: pese a la gripe, la representación se desarrolló en medio del mayor silencio, de un silencio que por sí solo valía por un aplauso, y al final de las dos partes la obra y los intérpretes fueron ovacionados, sin la menor discrepancia. Y no creo que hubiera en la sala proporción mayor de amigos del autor que en cualquier otro estreno. Y si después de esto el señor Sastre no consigue para sus futuras obras representaciones normales habrá que pensar que algo se pudre en Dinamarca.

Conviene que todo lo anterior quede bien sentado. Conviene también, desde mi punto de vista, declarar que entre los aplausos se perdieron humildemente los míos. Si ahora me pregunto por qué aplaudí y qué aplaudí me creo obligado a una discriminación previa. En «Escuadra hacia la muerte» hay cosas que no me gustan y me parece leal exponerlas. Vayan por delante. No estoy conforme en absoluto con sus pretensiones ideológicas, y no creo que, caído el telón, ni los metafísicos ni los sociólogos tengan nada que decir. Tampoco me gusta la estructura «norteamericana» de la comedia. No sólo porque padezca la forma del drama, sino porque tantos cortes impiden la continuidad en la emoción. Creo, por último, que, en su conjunto, el tema es más apto para un desarrollo novelesco que dramático, y me permito aconsejar a su autor que escriba con él una novela. El haberle dado consistencia teatral es por sí solo un mérito. Pero bien entendido que el verdadero drama empieza en el último cuadro de la primera parte y que sólo a partir de ahí la pieza cobra verdadera altura, justamente cuando el autor se olvida de sus pretensiones ideológicas, de las posibles «metafísica de la cobardía» y «sociología del miedo» que pudieran derivarse de ella –o de las que proceden esos primeros cuadros–. Tampoco tiene la obra verdadero interés documental, entendido el «documento» a la manera tantas veces declarada por su autor, lo cual no quita que, como auténtico drama, tenga valor documental de otra índole.

Lo que importó al público, lo que me importa como crítico, lo que debe importar a su autor, es el drama humano que se desarrolla a partir de la muerte del Cabo Goban. Y cuando asistimos a su desarrollo aceptamos todo, incluyendo las caídas del telón, excesivas, y las conclusiones ideológicas que quieren desprenderse de las dos últimas escenas, pero deseando que el telón se vuelva a levantar y que el «Profesor de metafísica» deje de generalizar. Todo eso está escrito dentro de la más estricta legitimidad de medios, con la mayor sencillez, sin trucos, sin escapatorias, sin rellenos. Confieso que me agrada sobremanera este estilo de torear. Y que si al final de la primera parte salí al vestíbulo deprimido por el espíritu que en el drama se manifestaba, la muy humana y muy noble figura de Pedro, con su conducta en la segunda parte, me devolvió al mundo de los grandes valores. No sé si esto aconteció contra el propósito del señor Sastre, pero así fue.

Anoche se ha iniciado una carrera teatral a la que amenazan dos riesgos de naturaleza muy distinta. Por un lado, la incomprensión de quienes pueden hacer posible la representación de un drama. Por el otro, la afición del señor Sastre a subordinar su teatro a sus ideas y su admiración por ciertas formas que considero de escaso porvenir. Deseo con el mayor fervor que sortee con buena fortuna la Escila y Caribdis en que, desde anoche, está, de hecho, metido.

Todos los intérpretes –Marsillach, Navarro, González, Guillén, Miguel Ángel y Menéndez (los nombres enteros más arriba)– pusieron de su parte un entusiasmo y un esfuerzo que debe ser premiado con los mayores elogios. Los que ocupábamos butacas de las primeras filas hemos podido oír sus gritos de entusiasmo cuando el telón cayó, última vez, después de los aplausos y de las palabras que el autor dirigió al público. Entusiasmo por el triunfo y por la obra bien hecha.

También Pérez Puig salió a escena y también merece aplausos su irreprochable labor.

 
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