Filosofía en español 
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Nuestro Tiempo

Política Cultural
Ante la reunión de la Unesco

Por Luis Santullano

Hay una riqueza espiritual en los pueblos, como hay una riqueza material. Y las gentes hállanse más unidas por aquella riqueza que por esta otra, que sólo alcanza a las menos. La generalidad de los humanos ignora tal hecho, no sabe esta cosa sencilla que Tawney apunta en su libro La Igualdad con palabras muy claras: “Lo que necesita una comunidad según la misma palabra sugiere, es una cultura común, porque sin ella no será una comunidad en manera alguna”. No se trata de un planteamiento previo, sino de un proceso en marcha desde la formación del primer núcleo social, que hoy, en nuestros tiempos de una semicivilización alimentada de progreso deslumbrador, cabe ya dirigir de algún modo, a fin de llevar ese proceso a una superación de la actual realidad insatisfactoria.

El idioma, la religión, el arte, el estilo de vida, las tradiciones populares, con las expresiones del Folklore en la música y en la danza, en las bellas labores de cerámica, el tejido y bordado, etcétera, constituyen otros tantos valores espirituales, al lado de las altas creaciones de la inteligencia o de la inspiración. Son manifestaciones de la riqueza a que aludimos y, por encima de los bienes materiales, otorgan la personalidad y la categoría a una comunidad social determinada.

Otra riqueza hay, que ahora nos interesa particularmente, y es la educación pública, modernamente valorada de modo tan notable que se ha visto en ella la posibilidad de hacer de los pueblos lo que sus gobernantes quieran. El nacionalismo cultural –observa Znaniecki– es uno de los factores más influyentes de la Europa del siglo XX. No sólo de Europa, hemos de añadir, sino del mundo entero, escindido hoy en dos grandes y agresivos sectores de ideas y aspiraciones opuestas, dentro de la crisis de los imperialismos y los monopolios insaciables, de la búsqueda de nuevas formas de organización social que aseguren la posesión efectiva, demasiado prometida de la justicia y la solidaridad entre los hombres. Pero han de comenzar éstos por establecer una conformidad acerca de la cuestión previa de si la educación es asunto personal del individuo, según quería Locke, o es derecho y deber que corresponden al Estado, como órgano de la Nación, según pedía Rousseau. En todo caso, el buen liberalismo del siglo XIX nos dejó advertido que todo poder que aherroje la sana libertad humana es reprobable, pues no solamente hiere los profundos sentimientos y movimientos del individuo, sino que a la larga es dañoso para la comunidad, al limitar la capacidad creadora del hombre, como elemento impulsador del avance social. Todavía serán pertinentes durante mucho tiempo estas preguntas que Meiklejohn hace, planteándolas como fundamental cuestión en todo sistema de educación pública: qué grupo social la administra; cuáles son los propósitos de ese grupo y sus finalidades educativas.

El siglo XX ha visto acentuarse los afanes políticos, ahora en clara y fuerte lucha por el dominio de la organización cultural en todos los países que pretenden ser civilizados; pero ya hay hombres que, avizorando el futuro, aspiran a encontrar formas de coincidencia que unan espiritualmente a los pueblos, por encima de las fronteras nacionales. Así la segunda Guerra Mundial, tan destructora, ha suscitado el noble propósito de crear una “Organización Educativa, Científica y Cultural de las Naciones Unidas”, cuya Comisión Preparatoria se viene ocupando de convenir las bases para el desarrollo de intrincadas actividades científicas, literarias, culturales en general, con inclusión de las referentes a las ciencias sociales y al arte. Si dicho organismo llega a ser algo más que una aspiración laudable podrán conseguirse facilidades para las relaciones internacionales del espíritu y fomentarse el intercambio intelectual y artístico, esencial para destruir barreras mentales, ignorancias mutuas, prejuicios nacionales y raciales, y llegar al conocimiento entre los pueblos, a la mutua estimación y comprensión leales.

El programa de la proyectada Organización supra-nacional, de no mantenerse en un terreno de ambigüedad gris y estéril, ha de encontrar en su desarrollo las posiciones contrarias mantenidas por diferentes grupos sociales, en cada país, que no se plegarán fácilmente a la unificación de principios fundamentales, reservada a un futuro todavía remoto. De ahí que, sin abandonar el propósito, antes bien insistiendo en la ya iniciada labor, interesa desde luego influir en los pueblos para que vayan encaminando sus sistemas educativos y docentes en un sentido respetuoso para los imperativos esenciales de la libertad humana, la justicia, la solidaridad social y el respeto a las ideas y creencias elevadas y sinceramente mantenidas. Sin esta disposición particular no es fácil que se logre un entendimiento general, por lo apegados que están los pueblos a sus intereses y concepciones. En la idea y el sentimiento de Patria se parte, como observa Ortega y Gasset, de que es la tierra de los padres, de las generaciones que ejercen el dominio, siendo así que ha de ser “la tierra de los hijos, esto es, algo que no existe, algo que está por hacer, una tarea a cumplir, un problema a resolver, un deber…” Esta nueva posición nos ayudaría a desprendernos del egocentrismo colectivo, de la superestima de lo heredado y logrado, de una realidad actual que dista de la perfección todo cuanto declaran los insaciables apetitos y las violencias manifestadas de la fiera humana individual y colectiva. Bernard Shaw habla en La cosa sucede del “odio feroz con que los animales humanos, como todos los demás animales, se vuelven contra el desgraciado individuo que no se parece a ellos en todos los conceptos”. Ese apego ciego a lo que se tiene dificulta de modo grave la comprensión de lo ajeno, la inteligencia con los demás. Toda política cultural ha de partir de aquí, si ha de irse a otros tiempos, en los que los hombres lo sean plenamente y no salvajes pretenciosos con automóvil, radio y avión.

La aspiración no es tan fácil de realizar cuando vemos en el calendario de la ciencia antropológica que nos hallamos aún muy cerca, en el tiempo, de la caverna troglodita, desde la que nuestros antepasados salían a disputar las presas, hacha de pedernal en la garra, que no mano; cuando de otra parte advertimos el fracaso de aquel intento genial de constituir una civilización noble, que la Historia registra, eso sí, con letras de oro. Al reflejar en sus escritos la alta aspiración del tiempo, Platón señala en Las Leyes como educación esencial la que comunica al hombre el deseo de convertirse en un ciudadano perfecto, que le enseña a mandar y obedecer, ateniéndose fundamentalmente a los dictados de la justicia. Platón sabía ya de la otra formación, profesional, de los oficios, que lleva a la especialización en las varias y necesarias actividades. Con este segundo tipo de educación nos hemos quedado en las Escuelas y en la sociedad, estúpidamente satisfechos, descuidando la que hubiera podido estimular una cultura digna del siglo XX y del progreso técnico y arrollador. El afán de goces, servidos por la riqueza, ha favorecido esta actividad y los avances materiales prodigiosos, porque se ha ignorado que era posible una realización feliz en una vida sencilla de los individuos y los pueblos, indiferentes a las ambiciones desenfrenadas. Herodoto nos dice que Grecia aparece en todos los tiempos como un país de escasos recursos, pero en ello funda su areté, a la que llega mediante el ingenio y la sumisión a una ley severa, que defiende a Hélade de la miseria y de la servidumbre. Esa “arete' o perfección ideal, reservada a los mejores por razón de estirpe, suponía una educación aristocrática en la bondad y la belleza, que no fue negada a todos cuando la masa llamó con cierta impaciencia a las puertas del Estado, que había de abrírselas de par en par. El Gimnasio, con su atención al cuerpo, dió el paso y la entrada para llegar a la plena educación de la mente y del espíritu. “Así el Estado griego del siglo V –escribe W. Jaeger en su admirable Paideia– es el punto de partida histórico necesario del gran movimiento educador que da el sello a este siglo y al siguiente, y en el cual tiene su origen la idea occidental de la cultura. Como lo vieron los griegos, era íntegramente política pedagógica. La idea de la educación nació de las necesidades más profundas de la vida del Estado y consistía en la conveniencia de utilizar la fuerza formadora del saber, nuevo poder espiritual del tiempo, y ponerlo al servicio de aquella tarea”.

Se trata, pues, de algo más que una cuestión de abecedario en ese propósito de elevar a un pueblo a un plano de vida digna y solidaria con otros pueblos, en la que lo económico tenga su parte esencial y discreta. Sin duda alguna cabe partir del moderno trivio del “leer, escribir y contar”, que, una vez superado, dejará de ser preocupación obligada y principal de los gobiernos. Esos instrumentos para el aprendizaje intelectual y profesional son necesarios; pero no bastan a estimular la debida formación del hombre, que supone la integración de otros elementos y factores. “Las primeras letras –dejó escrito don Francisco Giner– no deben ser nunca lo primero en la escuela, ni en la educación”. Esta posición hace recordar unas palabras de Rousseau, en el Emilio, llenas de profundo sentido: “¡Acuérdate en todo momento de que la ignorancia nunca hizo mal; que sólo el error es funesto y que no nos extraviamos por no saber, sino por imaginarnos que sabemos!” Por eso Emilio, que tiene pocos, pero sólidos conocimientos, sabe que le faltan otros y que hay muchas cosas que él, ni nadie, conocerán nunca. Cabe en una sana educación satisfacerse con un saber limitado; pero importa hoy como ayer tener presente la aspiración del viejo Fénix, el maestro de Aquiles, cuando pretendía educarlo elevadamente para hablar y para obrar.

En la buena política cultural, no se han de formular planes agotadores, que pretenden resolverlo todo, llegar a lo definitivo. Los proyectos de gobierno suelen resistir el peso de todas las promesas, esperanzas e imaginaciones; pero del dicho al hecho, si no hay más que un trecho, según la sabiduría popular, ese trecho puede ser más largo de lo que parece y hasta puede dar en un abismo. Hay que contar siempre con la realidad, con lo que sea hacedero ante ella y en ella. Sobre todo, ha de contarse con las personas, seriamente preparadas para lo que se necesite de ellas, sabedoras de que en materia de educación todo es importante, lo grande y lo pequeño, de que nunca se llega al final, por lo mismo que es un proceso inagotable en su perfeccionamiento. Veamos, sólo como un ejemplo, lo que el maestro Cossío reclamaba para la mejora de uno de los grados de organización docente, refiriéndose a España, bien que con aplicación a otros países de Europa y América: “para reformar nuestra segunda enseñanza, se necesitaría cambiar su actual régimen, meramente instructivo, por otro que abrace todas las esferas de la educación. Régimen que no se limite a la asistencia del alumno a las clases, sino que exige su permanencia en el local durante todo el día, haciendo vida escolar de trabajo, de juego, de excursión, de comida, si fuera preciso, con sus compañeros y profesores, y ofreciendo así ocasiones para que se produzca no la mera instrucción y enseñanza, sino la plena educación intelectual y, con ella, la del sentimiento y la del carácter; aquella que abraza desde el pensar y discurrir hasta la limpieza corporal y el refinamiento de las maneras; la armoniosa salud, en suma, del cuerpo y del espíritu…” (La segunda enseñanza y su reforma).

Labor análoga habría de exigirse a los otros grados docentes desde la Escuela primaria a la Universidad, sin olvidar los establecimientos especiales, para no satisfacerse con el limitado empeño de la sola instrucción y, sin descuidarlo, atender a la formación del hombre, dejada hoy a los azares de lo que salga, en el hogar, en la escuela, en la calle. Por fortuna, con la sociedad actual el ambiente general contribuye a nuestra formación mediante la que el mismo maestro Cossío llamó enseñanza y educación difusas: “Tal vez la menor cantidad de nuestro saber, y no hay que decir de nuestro mundo afectivo, con el que, al par de la ciencia, se enriquece el espíritu, nos viene a todos de las aulas; fuera de las cuales, en forma espontánea y difusa hemos ido atesorando en cada momento, día tras día, sin saberlo, de un modo libre y ocasional, en libros, periódicos, conversaciones, trato familiar y amistoso, en el comercio humano con espíritus superiores, en los espectáculos, en los viajes, en la calle, en el campo… el enorme caudal de cultura con que insensiblemente engalanamos la vida”.

Pero, desde arriba, desde los mandos del poder, bien manejados, cabe hacer mucho en todos los aspectos de la cultura y algo, muy esencial, en lo que se refiere a la mentalidad serena de la obra escolar elemental, superior y técnica, lo mismo en el orden político que en el religioso. En lo político, las escuelas deben ayudar a la formación de la conciencia ciudadana, consciente de sus deberes y derechos, libre en el ejercicio de éstos, mirando al bien de la colectividad. En lo religioso ha de apartarse del sistema docente toda coacción de tipo confesional, ya que las creencias y su práctica corresponden al fuero individual íntimo y profundo. Ello no significa desdén, ni siquiera indiferencia para el sentimiento religioso, para la auténtica religiosidad, que ha de ser favorecida como elemento esencial en la purificación de los espíritus. Esto supone en maestros y profesores una disposición de gran exigencia moral, de noble comprensión, de honda sensibilidad, de actitudes generosas, de reacción simpática ante lo universal, de amor a la Naturaleza, de gestos fraternos.

Al lado de esto, y aunque parezca discordante, cabe señalar un deber del Estado ante una necesidad del individuo y de la comunidad que no suele tomarse en cuenta todo lo que debiera: “No es suficiente –escribe Rousseau– que el pueblo tenga pan y vino en su condición; es necesario que viva agradablemente, con el fin de que cumpla mejor los deberes, que se atormente menos por salir de ellos y que el orden público esté mejor establecido…”. Y recogiendo esta doctrina rusoniana, Jovellanos en el siglo XVIII español decía: “No basta que los pueblos estén quietos; es preciso que estén contentos”. Porque ese contento, esa alegría sana es el tónico de la vida y, dentro de ella, del trabajo. El “pan y circo” de los romanos supone toda una filosofía política, que los gobernantes de hoy van aprendiendo, y de ahí los jardines públicos, los campos de deportes y los regocijos y fiestas en ciudades y aldeas para que el pueblo se expansione. Cuando el dosaje entre juego y trabajo es correcto –advierte Huxley en Beyond the Mexican Bay– una sociedad determinada puede disfrutar de sorprendente estabilidad durante siglos, según sucedió en Egipto, Babilonia, India y China. Claro es que el escritor inglés olvida, porque quiere, que esas sociedades estaban apoyadas en el esfuerzo disciplinado de masas esclavas, en una u otra forma. Era una estabilidad presionada por la autoridad y el poder, ejercidos de modo tiránico o absoluto. Y los de hoy son otros tiempos, y sin embargo, hay la misma necesidad de recreo de siempre, por ser algo esencial a la naturaleza humana.

Todavía pudieran hacerse otras consideraciones de tipo general; pero estimamos preferible concretar en una serie de aspiraciones realizables los términos de una política cultural que puede convenir hoy a muchos pueblos. Estas aspiraciones habrán de ser acogidas y encaminadas a su realización por la Universidad, dentro y fuera de ella, como organismo superior de la enseñanza y alta expresión que es, que debe ser, de la cultura en el país respectivo.

En este sentido a la Universidad corresponde:

a) Insistir en la política de abrir ampliamente sus puertas a todos los talentos, con independencia de la situación económica de los individuos.

b) Ofrecer generosas oportunidades a los escolares de otros países y fomentar la relación espiritual con todos los pueblos –los de lengua española pueden hallar en el propósito la facilidad del idioma común– mediante el intercambio de alumnos, profesores, técnicos, escritores y artistas.

c) Recabar la formación cultural y científica dentro de la Universidad para todas las profesiones, no solamente las llamadas liberales; de modo que el militar y el sacerdote, el arquitecto y el ingeniero frecuenten las aulas comunes de la enseñanza superior, cortando de este modo la actual inclinación dañosa a constituir castas recelosas, proclives a la desintegración social.

d) Asumir un interés elevado y constructivo en las cuestiones esenciales del país, que afecten a su economía, problemas sociales, necesidades de la educación popular, interferencias religiosas, políticas, &c.

e) Favorecer todo lo posible los viajes dentro del país y en el extranjero, de manera que la juventud estudiosa se ponga en contacto con los mejores estímulos nacionales y ajenos.

f) Fomentar las organizaciones cooperativas juveniles, cuyo interés en las varias manifestaciones alcance a los más, por encima de otras solicitaciones partidistas en lo político y en lo religioso.

g) Hacer llamamientos constantes, con el ejemplo y la palabra oportunos, a la tolerancia respetuosa para las ideas y creencias, sincera y noblemente sostenidas y practicadas.

h) Extender la acción universitaria en y fuera del recinto académico mediante cursos de cultura básica, bibliotecas circulantes, exposiciones, teatros y museos ambulantes, misiones a los pueblos y otros medios que favorezcan la elevación espiritual y un sentido mejor de la vida en los pueblos.

Estas orientaciones, al alcance de la mayoría de las gentes en su concepción, serán de realización tanto más acertada cuanto más se alejen de las fórmulas de receta milagrera los que hayan de tomar el cuidado de aplicarlas y acomodarlas a las varias circunstancias posibles en cada lugar y tiempo. Sobre todo, habrá de estimarse que no se trata de la obra de un día, por grande que sea el entusiasmo, y que será inútil todo propósito de acción si no se cuenta con los hombres preparados y convencidos que lo tomen en sus manos con la necesaria responsabilidad y los medios pertinentes.