Filosofía en español 
Filosofía en español


Aventura del Pensamiento

Caracterización formal y material del pensamiento hispanoamericano
(notas para una interpretación histórico-filosófica){1}

Por José Gaos

Se trata de indicar una primera característica del pensamiento hispano-americano contemporáneo. Los más ¿no se decidirán por una característica estética? Es la más patente, sin duda. Por su superficialidad –en su sentido propio, sin el figurado peyorativo– y por su extensión. Es indisputable. Lo corriente es fijarse, por una parte, exclusivamente en las filosofías metafísicas por el fondo, sistemáticas y “científicas” por la forma, y, por otra parte, principalmente en la porción más original y valiosa del pensamiento hispano-americano contemporáneo. La conclusión es que este pensamiento “no es filosofía, no es más que (!) literatura”. Esta conclusión es fundada. El fijarse principalmente en la porción más original y valiosa del pensamiento es fundado también. Pero el fijarse exclusivamente en las filosofías aludidas es infundado. De la historia de la filosofía forman parte, de hecho, y de derecho, las filosofías ametafísicas, asistemáticas, “literarias”. Hay que fijarse también en éstas. En la historia de la filosofía en su integridad no mutilada. Y la conclusión no podrá negar al pensamiento hispano-americano contemporáneo el nombre de filosofía. Sin que por ello deje de merecer el de literatura en la misma acepción anterior. Pero no se tome su porción más original y valiosa solamente. Tómese además la mayor parte del resto, si no la totalidad. Seguirá mereciendo el nombre de literatura en la misma acepción. Según los términos de comparación, el pensamiento hispano-americano contemporáneo resultará filosofía o no. En todos los casos, es bella literatura –de la más subida calidad. Sus “nombres centrales”, Sarmiento, Montalvo, Martí, Rodó, Unamuno, Ortega, son los de los más grandes prosistas de la lengua española desde los siglos de oro. Pero cuántos nombres circundantes y periféricos que añadir. Nombres de pensadores escritores. No en la acepción en que todo pensador que pone su pensamiento por escrito, resulta escritor. En la acepción más específica, de escritores de casta, de nervio. Descendamos por un lado hasta la parte más humilde del pensamiento, el pensamiento meramente didáctico; por otro lado, hasta la más humilde exigencia literaria, la mera corrección: a todos los niveles intermedios entre aquellos sumos y estos ínfimos ¿no se encuentra como una frecuente excelencia del contemporáneo pensar hispano-americano el bien escribir?

El pensamiento hispano-americano contemporáneo es un pensamiento característicamente estético, en una primera acepción muy propia del término, ante todo por aquello en que se dan la calidad y excelencia aludidas: sus formas de expresión y comunicación; sus formas verbales, literarias, escritas y orales; sus formas en la acepción de los géneros literarios y de expresión y comunicación, en general, que usa, que prefiere, y en la acepción del estilo. Formas unidas a ciertas formas mentales, también preferidas, peculiares, más propias, hasta como órgano creador de estas formas, en la dirección de la intimidad del pensamiento mismo. Formas que resultan sociales, o unidas a formas sociales, en una dirección que puede considerarse como opuesta a la anterior.

Muchos de los que son profesores de filosofía dan cursos de forma sistemática, “científica”, didáctica, redactados y publicados más o menos directa y fielmente, y ellos y alguno que no es profesor de filosofía componen y publican monografías y tratados filosóficos, magistrales o elementales, de la misma forma: algunos de los jesuitas españoles y mexicanos desterrados en Italia, Martí y Lloréns, Lafinur y Agüero, Varela y Luz, Sanz y Giner, Varona, Hostos, Korn, Vasconcelos… Pero… Esta literatura no es la más original ni valiosa del pensamiento hispano-americano contemporáneo, salvo algunas excepciones. Tampoco es la cultivada precisamente por los “nombres centrales”. A alguno de éstos se le viene reprochando –cuando no en lo público de la palabra impresa en periódico o libro o dicha en voz alta en algún foro, en lo privado de la escrita en carta o dicha a media voz en los mentideros, o en lo íntimo de lo pensado en el fuero interno– no haber publicado obra de este género: a Ortega. Nota posterior habrá de ocuparse con los fundamentos del reproche. Aquí me contento con insinuar que con los mismos fundamentos pudiera extenderse a algún otro. En fin, aun aquellos circundantes y periféricos que cuentan con publicaciones del género, no se han reducido a él.

Hasta para la exposición de sus ideas y la publicación de sus enseñanzas más filosóficas, no hay que decir para la expresión y divulgación de las demás, ha preferido y sigue prefiriendo el pensamiento hispano-americano contemporáneo géneros más literarios: el ensayo y el artículo de revista general y de periódico; el libro de génesis, estructura y calidades, valores, reducibles a los del ensayo. Que no es el libro integrado con ensayos y artículos publicados o no anteriormente, como los Siete Tratados o El Espectador. Ni sólo el libro más o menos largo cuya naturaleza es, cualquiera que sea su largura, la de un ensayo, como El sentimiento trágico de la vida. Que es hasta un libro como los Motivos de Proteo, concebido como libro único y universal del autor, con unidad de inspiración originaria y de orgánico desarrollo, de dimensiones indefinidas … y con todo, radicalmente, espiritualmente, y formalmente incluso, “ensayístico”. Así, en España, desde Feijóo hasta la generación del 98 y la inmediata, Ortega, Ayala, pasando por los que la del 98 destacó como sus antecesores más o menos cercanos o lo son, Cadalso, Larra, Costa, Ganivet, Unamuno. Se debe agregar nombres procedentes de otras direcciones, esto es, de quienes lo principal de la obra gravita en éstas. Direcciones que pueden considerarse como opuestas. La dirección de la literatura de ficción: eminentemente, Valera. La dirección de la ciencia de la literatura: Pidal y su escuela, muy principalmente Castro. Muchos de los escritos publicados por los miembros de esta escuela son contribuciones de primer orden al pensamiento hispano-americano contemporáneo, aunque sólo lo fuesen por los puntos de vista actuales desde los que consideran, interpretan y valoran la cultura española del pasado. Igualmente, en América. Desde luego, con los “nombres centrales”, Sarmiento, Montalvo, Martí, Rodó. Pero, además, con la mayoría de los restantes. Entre ellos los procedentes, asimismo, de la literatura, como González Prada, y de la ciencia de ella, como Pedro Henríquez Ureña, o de ambas como Alfonso Reyes. Hasta un caso como el de Varona, que deja el género corpulento y riguroso de las Conferencias filosóficas total, definitivamente, por el más breve, libre, vario, del artículo. Hasta una obra como la de Francisco Romero, a la que hace sui generis el ser periodística como lo son las demás filosóficas y didácticas y el ser filosófica y didáctica como no lo son las demás periodísticas. El pensamiento hispano-americano contemporáneo tiene en estos géneros sus logros más plenos.

Los pensadores hispano-americanos contemporáneos han cultivado incluso la literatura de imaginación o ficción. Hasta en sus formas más puras, como la lírica, y aun la “poesía pura”. Por lo que se refiere a los procedentes de esta literatura, la afirmación resulta una tautología. En lo que se refiere a los demás, hay que empezar por repetir una vez aún los "nombres centrales”: Bello, Montalvo, Martí, Unamuno, Vasconcelos. Facundo se acerca a la novela histórica y hasta a géneros más poéticos. Algún ensayo o artículo de Ortega, muchas páginas suyas son literatura pura y hasta poesía en prosa. Hay, naturalmente, otros muchos nombres que agregar. Ahora bien, para la característica estética del pensamiento hispano-americano contemporáneo no significaría nada el hecho de que los pensadores correspondientes cultivasen con los géneros literarios ideológicos simultáneamente los géneros literarios puros, si la simultaneidad no radicase en relaciones entre unos y otros dentro de la obra de los autores. Mas esto es lo que ocurre: que radica en relaciones tales e incluso en una unidad fundamental. Algunos autores hispano-americanos contemporáneos están peculiar y sintomáticamente montados sobre los límites mismos de los campos de la literatura de ideas y la literatura de imaginación o ficción. Ya en forma de va y ven entre los dos, como el “Pensador Mexicano”. Ya con una fórmula personalísima de combinación de una y otra, como en un Macedonio Fernández. En algunos casos, el pensamiento adopta o busca, más o menos consciente y deliberadamente, la forma literaria de imaginación o ficción, o pura, como la de expresión más adecuada, la única capaz de ser adecuada: novelas de Ganivet, novelas y cuentos de Unamuno, cuentos de Vasconcelos, dramas del Libro de las pasiones, poemas y poesías de Unamuno y de Martí. En algún caso, se tiene una convicción tan segura de que la parte más literaria de la obra propia es una con la parte más ideológica, a pesar de la aparente oposición polar entre ambas, por servir a los mismos fines, que se traduce en declaraciones y afirmaciones entre autobiográficas o autocríticas y doctrinales o de principio: por ejemplo, Echeverría. Aun en casos en apariencia igualmente polares, créese advertir relaciones más intrínsecas a las partes mismas de la obra que la de una común finalidad: las ideas con halo de imágenes y veste de frase rítmica y vocablos exquisitos espontáneamente, sin rebuscamientos, que centellean por la prosa de Martí, parecen a menudo como gérmenes de “versos sencillos” a punto de desprenderse redondeándose en éstos. Y en el pensamiento hispano-americano escrutado en conjunto irán descubriendo entre lo más estético y lo menos estético una unidad fundamental la continuación de ésta y las notas siguientes.

En fin, la correspondencia epistolar es un género literario cultivado también por buena parte de los pensadores hispano-americanos contemporáneos, que representa una transición, en algunos aspectos al menos, desde los géneros anotados hasta aquí hacia los que ahora paso a anotar. No hay que tener en cuenta las formas de la palabra escrita, sólo. Hay que tomar en consideración, y no menor, ciertamente, las de la oral: la oratoria política y académica y hasta la conversación. Porque el pensamiento hispanoamericano contemporáneo viene usándolas como formas dilectas, no simplemente de expresión y comunicación, sino de ideación, de invención. Por lo pronto, la oratoria. Toda oratoria pierde su piel y sangre y hasta su carne, para quedarse en carne exangüe o en verdaderos puros huesos, al pasar a mera letra. Ello no obstante, de los pensadores hispano-americanos contemporáneos que fueron o son grandes y originales o buenos oradores políticos, bastan a dar testimonio los discursos conservados. Por otro lado, puede que de los más de los profesores de filosofía cuyo nombre figura ya en la historia del pensamiento hispanoamericano contemporáneo, se dé testimonio de que fueron o son eminentes y personales o excelentes oradores académicos. Desde luego, hay relaciones muy directas entre estas formas de la palabra oral y determinadas de la escrita. Desde el primer momento encontramos una: la oratoria académica como origen de la literatura de aquellos primeros géneros “científicos”, didácticos. Hay que añadir que la misma oratoria acaba unida al ensayo por transiciones graduales –una conferencia no es frecuentemente sino un ensayo oral, cuando no leído–, que el ensayo más libre y la causerie se acercan a la conversación hasta identificarse con ella, y que la oratoria política es análogo objeto de redacción y origen de publicaciones que la académica. Es lo que confirma precisamente el pensamiento hispano-americano contemporáneo. La oratoria, política y académica, de los pensadores hispano-americanos contemporáneos parece haber rebasado en todo tiempo con mucho su relación con la palabra escrita. No se trata solamente del hecho de que no se redactasen previamente tantos discursos, entre ellos los muchos improvisados, ni se recogiesen en el acto por un oyente o más tarde por el orador. Se trata más bien de un hecho como el de que la mayor parte de los cursos de filosofía de los profesores hispano-americanos contemporáneos no hayan pasado y sigan no pasando a palabra escrita, por causa de la forma de darlos. Hay experiencias, noticias y fundadas inducciones para conjeturar que los profesores de filosofía hispano-americanos contemporáneos no han solido ni suelen leer, pura y simplemente, sus cursos, sino darlos con una espontaneidad verbal y una irregularidad metódica que los acerca, en muchos casos del todo, a la conversación. No precisamente a la conversación en su sentido más propio, de diálogo. A los monólogos en que consisten tan a menudo la conversación del “gran conversador”. No insinúo una falta de preparación de los cursos. Los grandes cursos que figuran en la historia, literaria o no, del pensamiento hispano-americano contemporáneo, fueron bien preparados. Los profesores de las últimas generaciones preparan los suyos, grandes o pequeños. Lo que pasa es que la mejor preparación no es precisamente una eliminación por anticipado de la palabra oral en la cátedra. Todo lo contrario. La preparación prepara al pensamiento para desbordar lo que ha preparado. Quien se había propuesto leer, solamente, rigurosamente, interrumpe la lectura con las sugerencias de ella. Por último, no sólo parece que la oratoria de los pensadores hispano-americanos contemporáneos haya rebasado en todo tiempo con mucho su relación con la palabra escrita, sino también que la palabra oral, en general, de los mismos haya rebasado igualmente su palabra escrita, con idéntica generalidad. ¿De cuántos de ellos, máximos y menores, no se da testimonio de que fueron o son grandes conversadores o, cuando menos, hombres de palabra aguda, de “buenos golpes”? De algunos se da testimonio de que preferían consciente, deliberada, consecuentemente la palabra oral en la intimidad de la enseñanza o de la amistad a la palabra escrita, impresa y publicada. O de que la acción ejercida por ellos, perceptible, notoria, por sus efectos, a distancia en el tiempo y en el espacio, tuvo por forma más impresionante y eficaz de ejercerse aquella palabra oral en la intimidad. En suma, de que eran socráticos. Por lo demás, la desproporción entre tal acción y sus publicaciones bastaría para sugerirlo o certificarlo. Y hasta para fundar la sospecha de que lo mejor de su pensamiento no haya pasado del aula o de la tertulia, o de la conversación íntima, no ya a la obra publicada, a palabra escrita, en general, ni por ellos mismos, ni por oyente o interlocutor. El pensador hispanoamericano contemporáneo se “produciría”, mediante la palabra oral, mejor, más fácilmente, y sobre todo, más a su satisfacción. El monólogo, el diálogo libres serían una fuente caudalosa y continua, un órgano heurístico, aun en casos de natos escritores, de escritores de espontaneidad absolutamente pareja de la espontaneidad oral más insólitamente perfecta. Yo he “vivido” un ejemplar máximo: Ortega. Congruentemente, el pensamiento hispano-americano contemporáneo preferiría a la palabra escrita la oral. Una manifestación suma del verbalismo hispánico. Sea éste caso particular de un más amplio verbalismo, latino, mediterráneo, meridional, o no lo sea –dentro del pensamiento hispano-americano contemporáneo, de su característica estética, un aspecto de importancia suma. Testimonio de que fueron grandes u originales oradores políticos, o eminentes o personales oradores académicos, o grandes conversadores u hombres de “buenas salidas”, más de una de estas cosas a la vez, y hasta todas juntas, o de su preferencia por la palabra oral y privada sobre la escrita y pública y de la influencia incomparablemente mayor de la primera que de la segunda, o de su socratismo, se da, y cooperan a darlo las piezas conservadas, de Bolívar, Sarmiento, Martí, Hostos, Korn, Barreda, Sierra, Pi, Salmerón, Costa, Giner…; de D. Manuel B. Cosío, Unamuno, Ortega y el Maestro Antonio Caso puedo darlo yo.

El pensamiento hispano-americano contemporáneo tiene también en estas formas orales logros a los que lo fugaz de los más, en sí, no en sus efectos, no debe desemparejar de los logros en los géneros literarios ideológicos más libres y bellos. El pensamiento hispanoamericano contemporáneo se caracteriza por la preferencia por estos géneros literarios y por la palabra oral, géneros y palabra en que encuentra sus logros más plenos. Es que encuentra estos logros en formas mentales, preferidas asimismo, en correspondencia patente con las verbales acabadas de recoger. El pensamiento hispano-americano contemporáneo procede, más que por discurso lógico insistente metódicamente, por emotiva espontaneidad ideativo-imaginativa, inicial y reiteradamente inspirada y feliz. Que por conceptuación pura y rigurosa, definición de conceptos o términos, adopción de terminología técnica, congruente uso unívoco de ella, perseguida o consiguiente evitación de las contradicciones, por conceptuación y hasta discurso mediante imágenes, por términos del habla corriente o de un estilo literario tomados en acepciones “contextuales”, “ocasionales” o “circunstanciales” que los hinchen de una significación o intención ideológica más amplia o más densa, menos o más nueva o única en cada contexto, ocasión o circunstancia, entre las cuales encuentra, pues, contradicción la inteligencia que, procediendo tradicionalmente, las toma abstractas de estos contextos, ocasiones o circunstancias que las concretan. Estas formas mentales no son las más idóneas, precisamente, para generar, ya, exposiciones orales, menos, obras literarias, de las formas “científicas” y didácticas, sistemáticas –ni para ser, no ya favorecidas, promovidas, sino ni siquiera admisibles, asumibles por estas formas verbales. Semejantes formas mentales no pueden expansionarse sino en los géneros de la literatura de ideas, el libre ensayo, el ocasional o circunstancial artículo, y en la palabra oral desatada en el correr seguido o en el saltar sobre los obstáculos de la interlocución– y resultan singularmente estimuladas, fecundadas por estas formas literarias, verbales.

De estas formas es la más concreta el estilo, porque es la mas personal. El lugar común ya, de la identificación del estilo con la personalidad, encontrará en este caso uno más para ratificarse. En el conjunto significado por el término colectivo de pensamiento hispano-americano contemporáneo, es el estilo la forma verbal que más destaca los nombres propios, que más individualiza a personalidades tan en un primer término característicamente estéticas por las formas de expresión y comunicación. Cuanto más individualizadas, destacadas estilísticamente, llevan estas personalidades “nombres centrales” que lo son más. La media docena de estilos maestros del pensamiento hispanoamericano contemporáneo, los que son más estilo y los que son estilos de valores estéticos más altos, resultan ser los de los “nombres centrales”, los estilos de Sarmiento, Montalvo, Martí, Rodó, Unamuno, Ortega. Y, a pesar de las relaciones que pueden encontrarse entre algunos de ellos, son estilos sumamente diversos.

El pensamiento hispano-americano contemporáneo prefiere las formas mentales correspondientes a formas verbales preferidas asimismo: los géneros literarios ideológicos más libres y bellos, la palabra oral. Y aun a aquéllos ésta. Dentro del ámbito de la característica estética misma se encontraría la motivación de la preferencia por aquellas formas. Determinadas formas verbales habrían sido propias de la bella literatura en todo tiempo. Las mentales serían según su mayor o menor espontaneidad y libertad más o menos propicias y propincuas a las verbales propias de la bella literatura. Únicamente la espontaneidad y libertad de las mentales permitiría a las verbales producirse en un desorden bello, o por el contrario, revestir rigores asimismo de belleza. Las formas mentales espontáneas y libres serían las únicas capaces de efectos propiamente estéticos –y las preferidas por el pensamiento hispano-americano contemporáneo. Y resulta difícil resistirse a ver en una nativa, característica apetencia de tales efectos estéticos la motivación originaria de la preferencia: característica estética bien característica y bien estética, pues. Por ella el pensamiento hispano-americano contemporáneo sería en su porción más voluminosa, quizá, bella literatura –en su porción más valiosa, en todo caso. Una motivación a la vez más vasta y radical, inclusiva en particular de la del verbalismo, no se encontraría sino dentro del ámbito más amplio, de la totalidad y unidad de las características del pensamiento hispano-americano contemporáneo. Hay que esperar hasta nota ulterior.

El pensamiento hispano-americano contemporáneo es un pensamiento característicamente estético, en una segunda acepción muy propia del término, por sus temas estéticos: en primer lugar y mayor volumen, de crítica literaria y de arte, de estética concreta, o aplicada; pero también de ideas estéticas, de doctrina estética general, pura; incluso de visiones del mundo, de sistemas filosóficos de inspiración y culminación estética. Tantas páginas, y qué páginas, de Martí, de Rodó, de Ortega. Segundo de los Siete tratados, sobre La belleza en el género humano; tercera parte del discurso pronunciado junto a la estatua de Ariel; pensamiento de Deustua y Vasconcelos; Estética que éste no da por la mayor victoria de Bolívar.. . Pero cuántos otros nombres de obras y de personas que añadir. Desde el siglo XVIII, con sus español Arteaga y mexicano Márquez, pasando por las incursiones en crítica y estética o las frecuentaciones de estos campos que hicieron maestros tan graves como un Giner, un Sierra, un Hostos, un Varona, hasta las enseñanzas directas de un Cosío o las más inmediatas en el tiempo y espacio, de un Caso, de un Ramos y de esta etapa de la obra de Reyes. Para no contar, por obvias, las contribuciones inabarcables de los científicos de la literatura, los críticos y los literatos, ya en escuela o en promoción, colectiva, seria, renovadora, como la de Pidal y la del 98 y sus inmediatos antecesores y continuadores, ya aislada, arbitraria, burlesca – y no sin fruto, como la de Campoamor, que dio pretexto a la polémica con Valera, tan resonante y tan extinta. Notoriamente, el pensamiento hispano-americano contemporáneo tiene en esta porción crítica y estética una precio. de las más suyas y de más

Esta temática crítico-estética se me presenta con un movimiento doble, en direcciones contrarias. En la más aparente, la cosa o el caso estético, la obra de arte, el espectáculo de la natura o la cultura, se adueña del interés del “espectador” y excita irresistiblemente su siempre predispuesta comezón o prurito de comunicar sus impresiones a los demás. Así brota principalmente una crítica, pero también una estética de ocasión, de circunstancias –circunstancial– términos que despojo de toda significación valorativa para dársela exclusivamente descriptiva o definitoria. La crítica y estética versátil, voluble, varia, rica, del pensamiento hispano-americano contemporáneo. A que tantas obras y espectáculos dé belleza y de arte deben interpretaciones, tan nuevas y felices, que han elevado su sentido y valor a potencia suma. A pesar de su originaria incoherencia, esta dirección implica una general coincidencia susceptible de una unidad extrema. La crítica y estética casuística o circunstancial procede, por regla, de la cosa singular, individual, obra o espectáculo, a las ideas menos o más generales, que tienden a articularse y a organizarse en cuerpo de doctrina, y en término último a los principios, que no pueden darse sino articulados y organizados en cuerpo de filosofía.

La anterior dirección de la temática crítico-estética del pensamiento hispano-americano contemporáneo es la más aparente. Pero no la única. Ni la más importante, decisiva. Se presenta otra, y como la radical. La característica estética del pensamiento hispano-americano contemporáneo no se queda en las formas y en unos temas, repertorio más o menos rico y valioso. El pensamiento hispano-americano contemporáneo es un pensamiento característicamente estético, en una tercera acepción, la más plena y propia del término: porque en general le anima un peculiar espíritu estético que llega a ser consciente de sí en una doctrina estética que es justa expresión de él. Lo que primero hace husmear tal espíritu es advertir que el pensamiento hispano-americano contemporáneo no se limita a tratar temas estéticos, por ancho que sea el territorio de éstos o entre sus límites. Además, trata sus temas restantes todos, sus temas todo, pues, estéticamente, en cierto sentido. Desde luego los trata todos estéticamente en el sentido de que los trata en las formas verbales y mentales que prefiere para todos sus temas en general: sus formas estéticas no se contraen a sus temas estéticos –no serían sus formas. Pero no es éste el sentido aludido. Este es un sentido mucho más profundo. El pensamiento hispano-americano contemporáneo toma sus temas todos en una actitud, los trata con un proceder de una intención que no se puede menos de calificar de estética –aunque sea de una peculiaridad consistente en su unión, en su unidad con lo no-estético. La concepción de lo estético generalizada precisamente a lo largo de la edad contemporánea es la de lo estético como puro o autónomo: lo estético sólo es lo estético si es sólo lo estético. Pero lo estético no ha sido concebido siempre así. Edades clásicas lo concibieron en unión con lo no-estético. En estas concepciones se encuentra el antecedente de la concepción de lo estético propia del pensamiento hispano-americano contemporáneo. Y la razón de ser última de las formas verbales y mentales preferidas por él y de su predilección por los temas estéticos y de la primera dirección de esta temática, en esta su concepción de lo estético. Esta es el contenido de la doctrina aludida y la característica del pensamiento hispano-americano contemporáneo que las reúne todas y es más original y base de su valor más alto. Pero la unidad de lo estético con lo no estético, la reunión de todas las características que supone, requiere que se anoten antes las características no estéticas del pensamiento hispano-americano contemporáneo.

Además de las formas, temas y espíritu por los que es una división tan importante de la literatura correspondiente y tiene una primera característica estética, morfológico-ideológica, el pensamiento hispano-americano contemporáneo, tiene éste otros temas y otro espíritu que le dan una segunda y doble característica, ideológica.

Ante todo, temas políticos son lo que le da esta segunda característica, por lo pronto, pues, política pero en una acepción que hay que puntualizar. El término “política” tiene en la actualidad un valor semántico mucho más pobre que el que podía tener por su origen. Por “política” sólo se entiende hoy un sector muy reducido y superficial de la totalidad que podía entenderse. Mas a “política” puede dársele una acepción, la más genuina y generosa, que la refiera a la organización total de la total comunidad cultural en cuanto organización que se “produce” en formas políticas, esta vez en la acepción restringida, corriente del término. Pues, esta acepción le doy para calificar los temas que ante todo dan al pensamiento hispano-americano contemporáneo su segunda característica y para calificar este primer aspecto de esta segunda característica. Naturalmente, esta acepción no excluye la restringida y corriente, la incluye.

Este aspecto político, característico del pensamiento hispano-americano contemporáneo, queda comprobado con sólo advertir, como se hace al punto, el volumen y el valor que tiene en él lo político, ya en la acepción restringida y corriente, bien que dentro de ésta en todas las modalidades, pensamiento, literatura, oratoria, acción. Pero resulta corroborado ampliamente al descubrir hasta dónde se extiende lo político, en todas las acepciones y modalidades, por la literatura y el pensamiento hispano-americanos contemporáneos. Sarmiento, Montalvo, Martí: escritores, oradores, pensadores, políticos, hombres de Estado, principalmente o tanto como lo que más. Rodó, Unamuno, Ortega: en su obra, una parte política, nada adventicia, antes vinculada al cuerpo de la obra por la base, por la raíz misma, y no dispareja del resto de él por la altura; en su vida, la tentación de la política, en la acepción más restringida y corriente, y la caída en la tentación. Pero a estos “nombres centrales” habría que añadir muchos más, no todos simplemente circundantes ni periféricos en general, aunque no sean “nombres centrales” del pensamiento justamente, ni todos precisamente políticos con exclusividad o en lo principal, sino de literatos, hasta de los poetas más puros, y hasta los más estrictamente científicos y filosóficos. Meros ejemplos tomados al principio, medio y fin de la trayectoria del pensamiento hispano-americano contemporáneo: Del centro de la política en la acepción restringida y corriente y todas sus modalidades: una figura tan representativa de la compleja independencia de España, ideológica respecto del pasado y nacional respecto del extranjero, como la de Jovellanos, y la figura que encarna como ninguna otra la doble independencia, ideológica y nacional, también, de la América española, la de Bolívar; políticos y escritores y oradores políticos como un Pi, un Costa, un Castelar, de España, un Moreno, un Mora, un Saco, un Alberdi, un Haya de la Torre, de América. Del lado de la literatura: el pensamiento, palabra y obra políticos, en casos máximos, el ensayismo y periodismo políticos, la literatura de ficción con intención política en acepción más restringida o generosa, cuando menos, y la participación, más o menos tardía, directa y acertada, en la política en la acepción más restringida y corriente, no precisamente de periodistas o articulistas políticos, sino de ensayistas y articulistas no políticos, de novelista, de poetas: Cadalso, Fernández de Lizardi, Echeverría –Alfonso Reyes; Azorín, Baroja y Ayala; González Prada; Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez. Del lado del pensamiento científico y filosófico más estricto, hay que empezar por los jesuitas españoles y mexicanos desterrados en Italia. Unos y otros se aplican a estudiar y revalorar la historia y la cultura patria en sus más varias manifestaciones. La nostalgia del desterrado contribuyó, sin duda, a fomentar esta aplicación, pero no basta, no menos sin duda, para explicarla. La iniciación de la obra colectiva es anterior al destierro y buena parte de ella reacción a ideas y juicios del extranjero sobre la patria con los que se encuentran al trasmigrar de ésta a aquél. Es, sobre todo, que aquellos Padres eran hijos de su tiempo tanto como de la Iglesia católica. Lo prueban dos hechos. Primero: el hecho general de que el jesuitismo representa una enérgica modernización del catolicismo, que evoluciona, incluso, con la modernidad. En punto a la modernización del catolicismo, basta recordar la querella jansenista –jesuita. En punto a la evolución del jesuitismo, bastaría una comparación entre jesuitas hispano-americanos, precisamente. El triple movimiento del pensamiento español en los siglos de oro, místico, escolástico, renacentista, culmina y termina en sendos Padres jesuitas del siglo XVII: Suárez, Nieremberg, Gracián, Pues compárense con los temas y las ideas de éstos los de sus correligionarios españoles y mexicanos desterrados en Italia. Segundo hecho: el hecho concreto de que, si en Gracián puede haber influencias de la filosofía moderna, sus correligionarios hispano-americanos del XVIII reconocen y proclaman expresa y hasta entusiastamente el valor de la “filosofía moderna”. Es cierto que por ésta entienden algunos de ellos la del siglo xvii y que probablemente la ensalzan y recomiendan en una oposición tácita a la del XVIII. Pero ni esto es cierto de todos, sino que otros valoran justa y expresamente a maestros y representantes tan definidos de la Ilustración como Locke, Condillac, Voltaire y Rousseau, y hasta se dejan influir por ellos, ni la oposición es un signo precisamente de extrañeza al tiempo propio. En el espíritu de éste debe buscarse, pues, la explicación más decisiva de la aplicación de los desterrados en Italia a la historia y cultura patria. Por otra parte, entre esta aplicación y las relaciones con la filosofía de los siglos XVII y XVIII hay que afirmar un vínculo: esta filosofía, el pensamiento de la edad, es considerado como instrumento de renovación patria, de política en la acepción más genuina y generosa –y por ello se debe considerar a aquellos jesuitas rigurosamente auténticos iniciadores de la doble característica ideológica del pensamiento hispano-americano contemporáneo todo a que vengo refiriéndome. En efecto, habría que seguir –en una dirección por Bello… hasta una penetración de la filosofía en otros territorios como ésta de que acaban de dar ejemplo aquí, a nuestro lado mismo, las últimas publicaciones de un historiador y un crítico de arte de las últimas generaciones mexicanas: el sentido de esta penetración se encuentra en la elevación de la “circunstancia” americana a suma potencia de conciencia de sí, órgano de la evolución histórica de la realidad misma. Pero, sobre todo, habría que seguir en la dirección de los importadores de filosofías extranjeras y renovadores de la filosofía en sus patrias. A partir de aquel primer caso, de los jesuitas, estos importadores y renovadores no lo han sido simplemente por generales y abstractas razones filosóficas, sino por concretos y singulares motivos nacionales y personales, entrañables, y en cuanto tales no siempre plenamente conscientes, patentes ni expresos para los pensadores mismos ni para los demás. Estos motivos son reducibles al afán de dotar a la patria nacional, o hispánica en general, de filosofía, o de una filosofía más adecuada, más propia, nacional, concebida como aquel instrumento de renovación, de política. Entre los casos de importadores y renovadores de las primeras promociones –del tránsito del siglo XVIII al XIX y primera mitad de éste– hay uno que me parece singularmente ilustrativo y corroborativo de esta inspiración y preocupación entrañablemente patriótica, política, de las figuras y los movimientos representativos de la filosofía, en la acepción más estricta, dentro de la Hispanoamérica contemporánea. Es el de la polémica filosófica de la Habana en 1839. Aquella oposición de D. José de la Luz al eclecticismo de Cousin, que trataban de introducir los González de la Vega. Porque una filosofía semejante era, como su antecedente, la hegeliana, una filosofía optimista, tendiente a justificar como racional todo lo real –y establecido y a conservarlo: ahora bien, semejante filosofía le resultaría fatal a un país cuyo estado real era pésimo y debía ser alterado, si era menester por medio de la revolución o la guerra contra la metrópoli. ¿Ha reparado ya alguien en la identidad de estas razones con las críticas que iba a dirigir a Hegel, a lo largo del decenio 1838-48, el joven Marx en trance de forjar su concepción materialista de la historia? El espíritu revolucionario de la Ilustración, que sobrevivió a ésta– hasta nuestros días, anima al pensador afro-cubano, que opone Locke a Cousin y a Hegel, y al pensador judeo-alemán, que opone a Hegel un pensar que hizo posible injertar en él el del XVIII y sus prolongaciones en el XIX, o hace posible ingerirlo en estas prolongaciones y en las del XX, desde el materialismo de aquel primer siglo hasta el existencialismo del presente. Luego, habría que seguir por los dos movimientos de importación de filosofías extranjeros en Hispanoamérica de mayor volumen de efectos filosóficos y sobre todo más que filosóficos: el krausismo en España, el positivismo en América española. En España fue un deliberado propósito de renovadora importación filosófica lo que tuvo por consecuencia que Sanz del Río importase el krausismo. En México, un plan de alta política nacional, lo que hizo a Barreda importar el positivismo. En fin, habría que llegar a los últimos maestros, a los maestros actuales, y a las generaciones más recientes. La obra de un Korn no se redujo precisamente a la obra literaria del pensador puro, ni siquiera a ésta y la docente y educadora del maestro académico y privado: comprendió también una participación en la vida cultural-política del país, no por cultural y abnegada menos política ni activa. La ambición de dotar a Hispanoamérica de una filosofía original es expresa en Vasconcelos, cuya obra y vida no sólo abarcan una parte política, en las acepciones más generosa y restringida, sino que están íntegramente vinculadas a la política mexicana e hispano-americana, en ambas acepciones. Menos expresamente quizá, en modo alguno menos acendradamente, en Caso. Su obra toda, de cátedra, de periódico, de libro, su vida toda, ¿qué otra cosa es que un filosófico y ejemplar discurso único, de excepcional pureza y consecuencia, dirigido a la nación mexicana? ¿Qué su última obra, en dos sólo editorialmente distintas, El estado totalitario y la persona humana y El peligro del hombre, sino atención al mundo del día, solícita del mundo y del día patrios, americanos, mexicanos? Y cosas análogas habría que decir de la preocupación de Ramos por el perfil del hombre y la cultura en México y de su “nuevo humanismo”. Y de la obra toda de Romero. En general ¿a qué fueron, desde hace ya decenios, a estudiar filosofía, principalmente en Alemania, tantos jóvenes hispano-americanos, sino a formarse en la filosofía donde más y mejor la había, para dotar definitivamente a Hispanoamérica de una filosofía propia? Pero lo más significativo de todo son a buen seguro las modificaciones que experimentan y los desarrollos que provocan las filosofías importadas. Al movimiento metafísico-idealista pertenecía por su origen el krausismo y por su sistema doctrinal. El haberlo preferido a los otros sistemas idealistas, que han resultado decididamente más originales e importantes en la historia, puede haberse debido a carecer éstos de la afinidad que se ha creído encontrar, en cambio, entre él y el carácter ético español a que habría dado expresión ya el senequismo. Mas como quiera que sea de esto, en España no hizo brotar ningún florecimiento metafísico-idealista, ni siquiera filosófico-metafísico en general, pero resultó de una fecundidad en aplicaciones jurídico-políticas, ético y estético-pedagógicas, ni siquiera todas teóricas, quizá principalmente prácticas, inculcadas en el espíritu y la conducta de las personas, flotantes en el ambiente cultural de la nación, que se fueron difundiendo por la sociedad española y su vida privada y pública, hasta haber podido ser considerado el vástago español más conspicuo del krausismo, la “Institución”, como uno de los precedentes promotores del advenimiento de la Segunda República, quien vino a reconocerlo simbólicamente en el homenaje que rindió al último de los grandes maestros de la escuela, D. Manuel Cosío. Al positivismo comtiano le hizo sufrir Barreda peculiares modificaciones que impuso a éste, más o menos conscientemente para él o deliberadamente por parte suya, la adaptación de la doctrina a la realidad mexicana, necesaria para que pudiese entrar en el plan de alta política nacional que había motivado la importación. De esta originaria vinculación política no se deshizo precisamente la escuela en el curso ulterior de su historia en el país. Las filosofías que inspiran a las figuras más prominentes, o en que se forman éstas, experimentan en éstas vicisitudes que revelan en el fondo la misma dirección. Las filosofías arrastradas por la corriente idealista son objeto de interpretaciones, acomodaciones, infidelidades y rupturas que dan por resultado un pensamiento inmerso en la opuesta corriente, del pensar existencialmente uno con la realidad humana concreta en la comunidad cultural y política. Así, en Ortega el neokantismo y la filosofía de la razón vital. El neokantismo es operante y patente aún en los ensayos y artículos recogidos en Personas, obras, cosas. El tomo primero y único publicado de las Meditaciones de Quijote anunciaba en sus guardas unas “salvaciones” de las “circunstancias” españolas, programa que explicaba la introducción (Lector…) . “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”. Pero ¿quién es el yo que quiere salvarse y cuál la circunstancia con la que tiene que hacerlo? El yo de un hombre que siente la vocación, que oye la voz de la filosofía, en el aire de la “cultura”, y la circunstancia de él que es su pueblo, un pueblo cuya historia lo muestra singularmente refractario a la filosofía, porque también lo muestra resistiéndose deliberadamente a recibir la “cultura”. Ahora bien, “el individuo no puede orientarse en el universo sino al través de su raza, porque va sumido en ella como la gota en la nube viajera”: “raza” no tiene la sola acepción biológica, sino la acepción, cultural además, de “pueblo”. Este hombre comprende, pues, que necesita salvar a su pueblo para la cultura y la filosofía, como condición de salvarse él mismo para la última. Mas ¿cómo salvar a su pueblo para ambas? Toda cosa encubre un logos cuya alétheia o descubrimiento la salva. Este descubrimiento salvador es justamente la obra de la cultura, que lleva a su cabo la meditación filosófica. De cada cosa componente de la circunstancia española, de cada circunstancia española, Quijote o Escorial, Don Juan o Paquiro, Azorín o Baroja, y demás, monumentales y minúsculas, a descubrir, pues, el logos, y se la salvará, y se salvará la circunstancia española, para la cultura y la filosofía… El programa superaba decididamente el neokantismo. Enunciaba ya las ideas en que Ortega ha reconocido, y con él se debe reconocer, el originario núcleo de una definitiva filosofía propia, inmersa en la corriente opuesta a la idealista. Aparentemente, empero, fue sustituido pronto por el universal del Espectador. En realidad continuó en éste. No simplemente porque en éste aparecieran algunas de las salvaciones anunciadas. Porque la salvación de las circunstancias españolas era esencialmente caso particular de la contemplación del espectáculo de todas. Esencialmente: por algo en los ensayos y artículos recogidos en el primer libro citado se había iniciado de facto el Espectador y el “espectador” estaba expectante en el fondo del programa de salvaciones. El espectáculo de las circunstancias salvadas por todo el universo del espacio y del tiempo es aleccionador. Pero, radical y decisivamente: la contemplación o la teoría es la actitud y la operación descubridora y salvadora misma. El programa de salvaciones de las circunstancias españolas, de salvación de la circunstancia española, era un programa original, y de fecundidad indefinida, de filosofía española –expresamente; potencial o virtualmente, hispano- americana en general: la filosofía de lo español, la filosofía española, la filosofía de lo hispano-americano, la filosofía hispano-americana.

Dentro del pensamiento hispano-americano contemporáneo es, pues, el científico y filosófico más estricto el que más concluyentemente prueba el aspecto político de su segunda característica. Porque él es al par quien parece más ajeno a tal aspecto y quien sin embargo más patentemente pone de manifiesto el origen uno de todo él.

España se hizo consciente definitivamente de su decadencia al entrar en ella el siglo XVIII con sus luces. El concepto de su decadencia implicaba una relación no sólo a su propio pasado, sino al extranjero coetáneo. España se conceptuó decaída de su pasado comparando su situación política internacional en el pasado y el presente. Y se planteó el problema de su decadencia o se dio más en general el tema de sí misma, el tema “España”, por su propio origen y naturaleza comparado, comparado con temas cuales v. gr. “Europa”, “Occidente”, la "cultura”, como inicio de la resolución del problema. La decadencia de España no fue sólo causa material de la independencia política de sus colonias americanas, al haberla hecho materialmente impotente para impedirla; tomada en las mismas relaciones, ha sido desde el siglo XVIII motivo inspirador, justificante del afán de independencia espiritual y política de sus colonias americanas respecto de la metrópoli, del común pasado imperial, e incluso de las naciones ya independientes de ella respecto de la nación española contemporánea: los menos vínculos posibles con la nación decaída, naciones ambiciosas y seguras de ascensión histórica. Haciéndose independiente espiritualmente de la metrópoli o del pasado imperial común, y haciéndose consciente de esta su independencia espiritual, y haciéndose independiente políticamente de la misma, la América española se planteó de hecho y en su pensamiento político el problema, primero de su independencia espiritual y política, luego de su independiente constitución en el orbe de las naciones, y se dio el tema “América”, comparado análogamente, como inicio de la resolución del problema asimismo. El tratamiento de ambos temas se desarrolló en dos direcciones que por ser divergentes en un sentido, eran precisamente convergentes en el otro: crítica de la patria decaída o de la patria que no ha logrado constituirse estable o progresiva, satisfactoriamente; crítica, autocrítica, rigurosa, en casos no infrecuentes exagerada, negativa, denigratoria, injusta –pero frente a una crítica semejante por parte del extranjero, frente a negras leyendas y calumnias, apologética de la patria, autoapologética, incluso por el rodeo de la crítica, de la autocrítica, y en casos no menos exagerada e injusta, aunque estos casos correspondan más bien a un pensamiento tradicionalista superviviente por virtud de los asincronismos de la historia. En ambas direcciones era la finalidad del tratamiento de los temas resolver los problemas excogitando los medios y remedios capaces de levantar a la patria de la decadencia o de independizarla o constituirla, o reconstituirla, en suma, de salvarla. La solución de los problemas podía buscarse, en principio, en una relevación de lo autóctono español a potencialidad nueva, en una elevación de las virtualidades propias de las nuevas nacionalidades que se habían constituido en América a plenitudes inéditas en la historia. Esto segundo era lo congruente con el sentido de la independencia espiritual y política, no sólo respecto de la metrópoli y del pasado imperial común, sino en el orbe de las naciones. Y esto segundo y aquello primero, con la primaria aplicación a la circunstancia, a la patria, y con la autoapologética. A pesar de ello, prevalecieron la relación con el extranjero implicada por el concepto de la decadencia, la autocrítica y el carácter reactivo de la autoapologética frente a la crítica extranjera. Y se buscó la solución de los problemas, en el plano de la conciencia y de la deliberada voluntad, y en una primera y ancha etapa histórica, en un estudio de lo privativo de los pueblos a la sazón prepotentes, que se juzgaba causa de esta prepotencia, y en una importación de ello más o menos mimética o asimilativa. Tal es, ante todo, la primaria motivación del “espectador” de la “cultura” universal que viene a ser cada pensador hispanoamericano contemporáneo, o poco menos, cuya motivación última enseña el origen del Espectador orteguiano. Hay un caso anterior que me parece arquetípico: el de Varona. La “filosofía”, positivista, de éste, resulto poca cosa, en cuanto que resulto estéril cosa, en definitiva. No fue continuada ni por él mismo, que abandono por completo, por el resto de su vida, la gran construcción sistemática, general y abstracta. Pero ¿se reduce a su “filosofía”, realmente, la filosofía, el pensamiento de Varona? En modo alguno. ¿Por qué abandonó aquella construcción, la “filosofía”? Por el ensayo y el artículo estético y político, circunstancial y vario. Pues en esta su obra, literaria y política, está su pensamiento, su filosofía más original, más suya y más valiosa: de "espectador” de la “cultura” universal salvador de la circunstancia cubana. Si de un inopinado andar, voluntario o, más frecuentemente, forzoso, no ha nacido el ver, si no es el viajero por gusto, el jesuita expulso o el emigrado político el que con ello se hace “espectador”, como tantos cuyos nombres es innecesario repetir; si ello no basta y para ver más o mejor es indispensable andar, el “espectador” se hará viajero o historiador, es decir, sabedor de visu, en el protogenético sentido del padre Herodoto: por el propio país y por los más extraños, desde –para empezar con un "nombre central”– el Sarmiento de los Viajes hasta –para terminar con otros– el Unamuno de las Andanzas y visiones españolas y el Ortega de las Notas de andar y ver. Por tales vías entran en el campo visual del “espectador” hispano-americano contemporáneo todos los temas, hasta acabar haciéndolo también los más teóricos o generales y trascendentes: “Dios a la vista”. Pero particularmente entran por ellas las luces, las ideas, ilustrativas de lo privativo a los pueblos prepotentes en la edad contemporánea, en que se buscó la solución de los problemas en el plano y primera etapa indicados. El pensamiento hispano-americano contemporáneo profesa un ideología predominante en él notoria, innegablemente: la típica ideología ochonovecentista, democrática, liberal, republicana, socialista, antiimperialista, pacifista, “beata” de la “cultura”, progresista, optimista. Entre las figuras nombradas a lo largo de estas notas las hay que están menos poseídas por tal ideología que el resto, que la mayoría. Pero tómese su obra en conjunto y compárese con la de los tradicionalistas asincrónicamente supérstites: bastará para percatarse de lo mucho más cerca que están de aquella mayoría que de estos supérstites y ratificarse en la incorporación de ellos a la primera. En cuanto a los tradicionalistas –innegablemente, el pensamiento hispano-americano contemporáneo no se reduce sin reserva alguna al que profesa la ideología ochonovecentista: por eso ésta es sólo “preponderante”. Pero no menos innegablemente: en el pensamiento que profesa esta ideología entra, sin reserva alguna, lo nuevo de él relativamente al pasado, lo verdaderamente contemporáneo, y lo más importante de él en todos los términos de comparación. Porque parece que hasta lo más importante del pensamiento tradicionalista sea lo relativamente más nuevo de él, o menos tradicionalista, o influido, si no por la ideología ochonovecentista, por su espíritu. Los tradicionalistas alzan en contraposición reiterada algunos nombres, alguno verdaderamente grande: Balmes, Menéndez Pelayo… Pero Balmes debe a la Ilustración mucho más de lo que es sólito decir y pensar, y Menéndez Pelayo, por su evolución, de los Heterodoxos a las Ideas estéticas, no acabó tan lejos del ochonovecentismo como empezó. Este platillo tradicionalista no vence al ochonovecentista ni siquiera con el peso de los que se han pasado hasta ahora de éste a él: Maeztu, Ors, Morente –Ortega, tomando por tal paso su reciente abandono de este continente. Porque resulta que el peso que han puesto en el platillo de llegada no ha vencido aún al que han dejado en el de partida. La busca de la solución en lo privativo de los países prepotentes en la edad contemporánea tiene una manifestación concreta: los pensadores proponen una política, lato sensu, extranjerizante, cuyo paradigma es distinto según los países que incorporan para ellos la cultura floreciente de modelo fecundo: la mayoría, europeizantes, pero un Sarmiento, norteamericanizante; dentro de los europeizantes, la mayoría, francizantes, pero Ortega, desde las primeras cabriolas de su caracoleante carrera, resuelta y expresamente opuesto a este tradicional, ya, galicismo, germanizante. Mas justo dentro de este orden de manifestaciones, se encuentran los más alto inicios de una segunda etapa. El Vasconcelos indostanizante ya no se prenda de los países prepotentes en la edad contemporánea, sino que repara en afinidades de más hondo calado histórico. El Unamuno africanizante, provocador de la vehemente reacción del europeizante Ortega, es un chirrido de los goznes de la historia en el tránsito de una etapa a la otra. “Fenómenos” como el Vasconcelos hispanizante y el Unamuno antieuropeizante, excepciones a la regla del mimetismo ochonovecentista, en las soluciones, no en los problemas, que también para ellos son los nacionales planeados por la Ilustración, no me parece que puedan explicarse como reacción, ni siquiera como contaminación por el tradicionalismo supérstite, sino como emergencia de la originalidad e inicio de una etapa definida por esta originalidad. En la sima del espíritu, donde se conmueven con terremotos subterráneos los estratos de su espontaneidad, ésta venía buscando la solución de manera original desde los comienzos mismos de la primera etapa, pero en una segunda, emprendida, aunque apenas, en España antes de la guerra civil, mas que a partir de la mundial está siendo recorrida en América española a gran velocidad, se había empezado a buscar o se busca resueltamente, también en el plano de la conciencia y de la voluntad deliberada, la solución en aquella relevación de lo autóctono o elevación de las virtualidades propias. La transición de una etapa a otra es sinuosa, no abrupta. La imitación se defiende con la simulación. Ejemplo: la ideología ochonovecentista, singularmente la política stricto sensu, llega a ser considerada hasta como originaria o por lo menos como peculiar de América. Pero la idea de "América” y el ideal americano auténtico crecen y avanzan. Para poner otro ejemplo precisamente relacionado con el anterior: el derecho americano es verazmente innovador. La manera original de buscar la solución parte de la salvación de las circunstancias, de la alétheia o verdad de su oculto logos. La teoría consciente, expresa y cumplida de esta salvación no la encuentro sino hasta Ortega. Pero la primera práctica monumental, de monumentalidad última hasta ahora, la encuentro en Civilización y barbarie. La parte introductoria “veri-fica” el logos de la circunstancia argentina con originalidad de vivencia vidente y visión vivida y con vigor de construcción ideológica que se anticipan a porciones que recuerdan de la obra de un Taine. La manera original de buscar la solución mana, en fin, del idéntico espíritu estético y político del pensamiento hispano-americano contemporáneo aludido ya varias veces, pero al que no puedo referirme expresamente antes de haber acabado con la segunda característica, ideológica, de este pensamiento.

Del todo fuera del marco del cuadro trazado hasta aquí parece que se encuentra a algunas obras de las más altas del entero pensamiento hispano-americano contemporáneo, así las obras cumbres de dos de sus “nombres centrales”: los Motivos de Proteo y El sentimiento trágico de la vida. Ambas parecen absolutamente extrañas a toda circunstancia concreta, histórica, ni estética, ni política en acepción alguna; ambas, absolutamente individuales. Los Motivos son los de la dinámica estructura de la vida del Proteo que es todo, cualquier individuo humano – un individuo humano de todos los lugares y tiempos, esto es, de ningún lugar ni tiempo; un individuo humano genérico o general, contradictio in adiecto: por eso el libro procede proteico-melódicamente por motivos tomados a casos y ejemplos parabólicos de todos los países y edades que no llegan a membrarse en el cuerpo y alma de un, de ningún humano viviente, que ha de ser históricamente individual. En un pensamiento como el hispano-americano contemporáneo pareciera la autobiografía un género natural y sólito. Puede que no lo sea formalmente, sólo, porque obras como las de los pensadores hispano-americanos contemporáneos vienen a componer frecuentemente sendas autobiografías espirituales. Los Motivos quieren y pretenden ser el libro único del autor, “en perpetuo devenir” con él –y en vez de resultar los nuevos “ensayos” de un hispano-americano y contemporáneo Montaigne, resultan la biografía de un autós a quien hace imposible el identificarse el proteísmo de su universalidad– complicación de la correlación, probada ya por la Antigüedad, entre cosmopolitismo e individualismo. Y a despecho de toda su erudición histórica, de la historicidad del catolicismo, central en la obra y fundamental por toda ella, y sobre todo de la aparición final de Don Quijote, el sentimiento trágico de la vida parece por modo análogamente exclusivo el efectivo o posible de todo y cualquier hombre individual o pueblo. Sin embargo –Los Motivos y El sentimiento trágico ¿no se compusieron en sendas circunstancias hispano-americanas y ecuménicas muy precisas? ¿aquéllos, en un lugar y momento en que el proceso de constitución de Hispanoamérica había tocado, tangencialmente pero tocado, a una cierta perfección y estabilidad? ¿éste, en plena marcha del proceso de relevación de España que se inició a partir del mismo 98, benefició de la primera guerra mundial y ya se había impuesto patente a propios y extraños cuando estalló la guerra civil? ¿aquéllos, en plenitud del período de paz y beatitud cultural que fue el comprendido entre la guerra de 70 y la del 14; éste, en las ilusas aún vísperas del fin del período? ¿en suma, donde y cuando la circunstancia menesterosa de constitución o reconstitución o de relevación no urgía tan oprimente? Cabe generalizar. Ciertas circunstancias propulsan a desentenderse de ellas –paradójicamente. pero lo humano está lleno todo de semejante “doblez”. Tales circunstancias son, por ejemplo, la relativa y temporal consolidación de la circunstancia o el alejamiento forzoso de ella o la imposibilidad material de intervenir activamente en ella. En circunstancias tales, de ellas se desentiende el pensador hispano-americano contemporáneo en una versión hasta de segunda potencia: del “espectador” a los espectáculos relativamente menos circunstanciales o circunstanciados y hasta a un universal que ya no lo sea en absoluto. Los Motivos son el monumento en movimiento, más que arquitectónico musical, de la teoría del hispano-americano “espectador” contemporáneo de la vida humana universal que propone un utópico y ucrónico paradigma salvador al compatriota de la circunstancia que ha dejado de sentir la urgente opresión del hic et nunc de ésta en una coyuntura expansivamente feliz y fugaz como toda felicidad. El sentimiento trágico puede que sea más. Porque, a despecho de las apariencias, ahora, puede que el sentimiento trágico no sea el de todo ni cualquier hombre individual o pueblo, por ser exclusivamente el de los humanos individuos del pueblo cuyo sentimiento de la vida no le permitiría más pensamiento que “pensamiento” y no “filosofía” –y ¿para qué más?– y en contra de todo el movimiento, oriundo de la Ilustración y del inmanentismo del hombre moderno, de su pensamiento contemporáneo, sería un sentimiento religioso –“contra” con suma probabilidad literalmente trágica…

La segunda característica, ideológica, del pensamiento hispano-americano contemporáneo fue presentada desde el primer momento como doble. En efecto, tiene, en la relación más apretada con su aspecto político, un aspecto pedagógico.

Hay que entender también este término en una acepción más amplia que la corriente. La vida humana consiste en funciones fundamentales y generales que son condición de posibilidad de todas las actividades especializadas, técnicas, artísticas y de todos los organismos y órganos colectivos e individuales, institucionales y profesionales que vienen a ejercerlas o servirlas: estas actividades y organismos no son, en efecto, más que especificaciones de tales funciones. Así, en la vida, en la convivencia que es la vida, todos estamos con-formándonos, coeducándonos siempre. Fundamental y general función, pues, de la naturaleza humana o de la humanidad y de la Humanidad o la historia, la educación. Condición de posibilidad de su especificación o especialización técnica, artística, institucional, profesional y teórica, la educación en la acepción corriente y la pedagogía en las acepciones práctica y teórica que son las corrientes asimismo. Para enunciar lo anterior hay que dar, por ende, a los términos “educación” y “pedagogía” y los de sus familias la acepción de amplitud máxima que lo anterior acaba de darles. Ya, pues, porque todo lo humano es coeducativo o pedagógico, en esta acepción de amplitud máxima, lo es todo pensamiento, toda filosofía. Pero todo pensamiento, toda filosofía lo es en un sentido más específico. Por su naturaleza general todo pensamiento y por la suya sui generis toda filosofía tienden a comunicarse a los demás, a ser compartidos por ellos, si es menester a imponerse a ellos, en todo caso, por tanto, a trasformarlos. Un pensamiento, una filosofía políticos en el sentido en que lo es el pensamiento hispano-americano contemporáneo y ha sido objeto de la nota anterior, de salvación de las circunstancias, incorpora la naturaleza específicamente pedagógica de todo pensamiento y filosofía en forma todavía más especial. Por último, dentro de pensamiento y filosofía hay el pensamiento y las disciplinas que se acercan y llegan a la educación y pedagogía en las acepciones corrientes, el pensamiento y las disciplinas éticos y pedagógicos en la acepción más rigurosa. Un pensamiento que incorpore la naturaleza específicamente pedagógica de todo pensamiento en forma todavía más especial, será natural y no adventiciamente pedagógico en esta acepción más rigurosa. En todas estas otras acepciones, de menos amplitud que la de máxima, hasta llegar a la de mínima y corriente, hay que tomar los susodichos términos para expresar la gradación que se acaba de recorrer. Para puntualizar en la segunda característica del pensamiento hispano-americano contemporáneo el aspecto pedagógico, hay que entender este término, no sólo en la última de las acepciones de la gradación que se acaba de recorrer, sino además en la inmediatamente anterior. El pensamiento hispano-americano contemporáneo es característicamente pedagógico desde luego en la acepción corriente del término, por su literatura pedagógica en esta acepción y por la obra pedagógica, en la misma acepción, de los pensadores, pero más aún, a fondo, porque todo él es pedagógico en el mismo sentido y con la misma extensión en que es político –y en cuanto es estético: por su espíritu todo.

Los filósofos no han sido en todos los tiempos profesores, ni en los tiempos en que lo han sido, lo han sido todos. En la edad moderna empezaron por no serlo los mayores: Bacon, Descartes, Spinoza, Hobbes, Malebranche, Leibniz, Locke, Hume. Sólo a partir de Kant lo son los mayores, desde el propio Kant, Fichte, Schelling, Hegel, hasta Bergson, Husserl, Scheler, Heidegger, sin más que algunas excepciones, como Schopenhauer, profesor fracasado, y Nietzsche, pronto jubilado –y lo son la mayoría. Esta regla de la edad contemporánea vale para Hispanoamérica. Dos representantes de la filosofía, en la acepción más rigurosa, en la Hispanoamérica contemporánea, y aun otros, representantes del pensamiento hispano-americano contemporáneo en general, fueron o son profesores. Repetir una vez más nombres aquí, superfluo. No tanto, en los casos siguientes, corroborativos de la vocación pedagógica, en acepción rigurosa y más amplia, del pensamiento hispano-americano contemporáneo. El caso de los “nombres centrales” como Sarmiento, que si no fue profesor, fue maestro, y de vocación, y como Martí, que si apenas fue profesor, fue para pesar de una auténtica vocación y aptitud. El caso de los “nombres centrales” y circundantes, si no periféricos, a que va unida una obra de instrucción pública de algún relieve y trascendencia en algún país de Hispanoamérica: Giner en España, Luz y Caballero en Cuba, Hostos en Santo Domingo, Barreda, Sierra y Vasconcelos en México, Bello en Chile, Sarmiento en la Argentina… Entre estas obras, dos son particularmente significativas: aquellas por las que los dos movimientos más relevantes de importación de filosofías extranjeras, el krausismo vino a ser pronto, el positivismo es desde el comienzo un movimiento principalmente pedagógico en sentido lato y estricto. Pero pasando ya a las formas y géneros de la palabra en que el pensamiento se da expresión, el hecho relativamente menos significativo es el de los tratados, monografías, memorias, ensayos, artículos y discursos de tema o contenido pedagógico, en la acepción más rigurosa, que se podría empezar y terminar, para hacerlo sólo con “nombres centrales” con la Educación popular de Sarmiento y la Misión de la Universidad de Ortega. O el de que hasta los movimientos literarios sean movimientos de “regeneración” nacional, de pedagogía política: el del 98. No menos significativo me parece un hecho como el de que las obras de la literatura de ficción al par más cercanas a la de ideas y más eminentes de suyo en un país como México sean las novelas, pedagógicas, de Fernández de Lizardi, “El pensador Mexicano”. Pero sobre todos me parecen significativos los que menos lo parecen, o los que menos parecen en general, es decir, aquellos que se han hecho notar menos. Obras como Ariel y hasta como los Motivos de Proteo, que no pertenecerán a la literatura pedagógica en la acepción más rigurosa, ¿no son realmente pedagógicas en una acepción más amplia, pero no menos propia? Ariel es hasta formalmente el discurso de un maestro a sus discípulos: alta pedagogía, pedagogía político-continental, pero (!) pedagogía. Pues ¿y el Proteo? Preliminares y primeros parágrafos prometen más bien que nada unas confesiones o unos ensayos en el sentido montaniano, a pesar de la primera persona de plural en que se escribe ya la primera frase –viejo es que el “nos” exprese modesta, no molestamente, el yo– y aun a despecho de la segunda de singular tras de la cual empiezan a enfrentarse en el mismo parágrafo primero autor. Pero pronto se ve que no, que el autor y el lector toman crecientemente cuerpos enfrentados en una situación inequívoca, que el libro va a ser una magistral “lección”, y en efecto, nada tardan en llegar expresiones tan delatoras como “Quiero mostrarte.. y los imperativos más categóricos y pedagógicos, para no dejar de repetirse hasta el final. En general, en ensayo ¿no es un género de la “prosa didáctica”?, la oratoria académica ¿no es didáctica? y aun la política en buena parte, el periódico ¿cuánto órgano de “información” tanto de “formación”, por su parte de comentario? Y en fin, el tono “magistral” de Ariel y del Proteo no es precisamente una excepción. Es común a todos los mayores, desde Bolívar, que habla como educador de sus pueblos a éstos, hasta Ortega, y entre los menores a muchos más seguramente de aquellos en quienes se haya advertido, hasta en los puramente literatos, Azorín, Ayala, hasta en los poetas más puros: “así habló Juan de Mairena a sus alumnos”. Los Espectadores que son la obra de tantos pensadores hispano-americanos contemporáneos, son informativos, instructivos, docentes. El pensamiento hispano-americano contemporáneo es un pensamiento en conjunto de educadores de sus pueblos: por eso puede figurar en él, y aun podría a su cabeza, representativamente, un político con ideas, un político pensador, como Bolívar. Un título como Discursos a la nación mexicana podría dar el lema de todo este pensamiento. El ideario pedagógico de estos educadores de sus pueblos es caso particular de la ideología ochonovecentista predominante en ellos.

Y ahora es ya posible puntualizar la unidad de su primera característica, estética, y su segunda característica, ideológica, doble: político-pedagógica. Esta unidad es la característica centro de su significación histórico-filosófica. Mas para puntualizar tal unidad y apuntar esta significación, es menester una última serie de notas.

——

{1} V. el número 4 de Cuadernos Americanos.