El martes último asistimos en el teatro Español, con la presentación de Nueva Escena, que organiza la sección teatral de esta Alianza, a un espectáculo magnífico, que señalará sin duda una fecha importante en la evolución de nuestro teatro.
La fecha del 20 de octubre de 1936 será, al menos, la de inauguración oficial de un teatro para el pueblo, un teatro del pueblo como en las mejores épocas, teatro de poetas que toman de la raíz popular, de la base, que es también la cuna de los héroes, los latidos y las preocupaciones más hondas y ofrecen luego esta emoción en cuadros vivos, en composiciones formadas con elementos humanos, que son la vida fingida, la vida otra vez, acotada, y así doblemente enigmática.
Nueva Escena tiene actualmente un propósito modesto: quiere servir al interés del momento; animar, divertir, caricaturizar: servir, en suma, a la guerra. Mañana, con el recuerdo de esta guerra de hoy, vivirán de nuevo todos los conflictos humanos y también la busca, siempre renovada, de una vida más clara y profunda, una vida mejor aquí en la tierra.
Nueva Escena no quiere ser el marco de un teatro «nuevo», si se le da a esta palabra el sentido frívolo, ya anacrónico, que tenía en los últimos años. Nueva Escena muestra un teatro libre y humano, pero no de falsa especulación. La novedad de Nueva Escena surgirá precisamente de la verdad, de la autenticidad palpitante de sus motivos.
Nueva Escena nace hoy a la vida ilusoria del teatro cuando entre detonaciones se cambia también el marco y el fondo de nuestra vida real. Ese fondo no sabemos exactamente aún cuál es. Entre las obras que presente Nueva Escena, aquéllas que nos ayuden, a buscar el alma del mañana serán las que nosotros prefiramos.
Nueva Escena muestra dos mundos en lucha. Surge del drama real de hoy y mira al drama último, al drama purificado y alto de mañana, drama que no se resolverá nunca. Mira al drama, que ahora deja a un lado, pero también a la risa, más alegre aún que esa de la sátira que hoy nos ofrece. Mira a la risa. Porque con la justicia vendrá la paz y con la paz la fuerza, la inocencia y la alegría.
Nueva Escena ha amanecido con sencillez, oculta bajo el signo de grandeza, aun inexpresada, que ahora vivimos. Hoy saludamos su aparición tímida, pronto quizás celebraremos con ella el esplendor de ese día que ahora se anuncia.
La llave, de Ramón J. Sender
Es una obra bien trazada, con acusados perfiles satíricos. Un matrimonio burgués, romo, falto de generosidad aun para consigo mismo. Los dos cónyuges son enemigos por egoísmo y avaricia. El persiguió siempre el espectro sangriento del oro, es un usurero; ella, su sórdida mujer. Llegan los mineros a la casa, nobles, valientes, claros de corazón. Contrastan unos con otros. Se necesita algún dinero y se lo piden al avaro; pero éste, puesto en grave apuro, en donde vemos acentuado el humorismo por la interpretación acertada del actor Fuentes, prefiere, antes que entregarla, tragarse la llave mohosa y cargada de negra historia. El avaro muere entre convulsiones, atendido por un médico, que dirige al grupo de mineros, y en el momento último de su vida sólo le obsesiona un pensamiento: la llave. ¡Que no me abran!, exclama. Y este final burlesco, dentro de lo dramático, da carácter y tono a toda la obra, que fué muy bien recibida por el público. Sender, que por hallarse en el frente no pudo presentarse a escena, recibió un cariñoso y prolongado aplauso.
Al amanecer, de Rafael Dieste
En la obra de Dieste se puede apreciar que es el trabajo de ocasión hecho a vuela pluma por un excelente y exquisito escritor. El diálogo de Al amanecer, muy justo, es, sin embargo, elevado, bien compuesto y en donde se percibe inmediatamente el juego que, aun sin proponérselo, hace siempre el escritor con las palabras cuando para él cada una de ellas va cargada de resonancias. Se acentúa también la nota satírica, la visión humorística que tiene Dieste de todos tos personajes que componen la primera parte, expositiva, podríamos decir, de su obra. Dieste, ardido interiormente, se indigna de la villanía; pero su irritación no es infantil, sino serena y sabia, y por eso mismo eficaz. El afán de Dieste de pureza y simplicidad, de fuerza esquílea, lo vemos en el final súbito, arrollador, en la furia, encarnada en los milicianos del pueblo, que barren el tinglado odioso y complejo de la traición y el crimen.
La farsa-reportaje, como Dieste llama a su obra, está compuesta basada en un sucedido de la guerra civil. La traición de un oficial que se ofreció a luchar por la República y luego asesinó canallescamente a su jefe y a los milicianos que habían confiado en él cuando éstos se encontraban indefensos. Nosotros vemos en la obra de Dieste la urdimbre de la traición, la traición por dentro, con sus matices, alternativas y caracteres. Hay tres tipos que forman un gracioso y chillón conjunto de cartel, sabiamente dibujado, matizado, sin embargo. El burgués epicúreo y brutal, el teólogo mentiroso, que santifica la vileza, y el militar pedante y bárbaro, vacío de alma y lleno de instintos asesinos. A ellos se une el filósofo del fascismo, amanerado y retórico, que acaricia sólo la fraseología de ideas confusas e importadas, viles en sí mismas o puestas al servicio de algo vil. Es la de Dieste una crítica sutil de la «espiritualidad» fascista. Todos los tipos vanamente afirmativos contrastan con un marqués indeciso, degenerado, viejo, aburrido de su muerta nobleza, faltándole valor para ser noble, aunque percibe a veces que la auténtica nobleza estará quizás con esos gritos que ahora le hieren. Al fin, tristemente, se abandona al crimen, decidido ya sin vacilaciones por los otros, salvo por una mujer, más humana, como él mismo, pero presa dentro de esa red de maldad en que todos, aun sin quererlo, son verdugos.
La decoración se cierra, y al amanecer el crimen se lleva a cabo: suenan los disparos y los gritos de espanto. Han caído muchos obreros, pero otros reaccionaron y entrando en el palacio, desde donde salieron los tiros, hacen justicia a los traidores. El final, rápido, elemental, es un acierto indudable que conquista y arrebata al público, ya ganado por la fina y bien llevada trama anterior. Dieste recibió un prolongado y entusiástico aplauso.
Los salvadores de España, de Rafael Alberti
El talento y la gracia peculiar de Alberti para lo caricaturesco, fuerte, lleno de colorido y brío, de novedad y espectacularidad, nos hacía esperar algo divertido e ingenioso de la «ensaladilla» por él anunciada. Todos reaccionamos con entusiasmo sólo al levantarse el telón y ver el abigarrado conjunto de generales, andalucistas de feria, moros y comparsas presididos por un obispo, al que rodean sacristanes y cañones. Los latines del obispo bendiciendo a italianos, portugueses o alemanes, los tipos ridículos de éstos y sus discursos, dieron motivo a Alberti para que luciera su ingenio y su asombrosa habilidad y gracia en el manejo del trabalenguas. Al final un desfile brillante de la soldadesca, heroica y bendita bajo una lluvia de rojos claveles, que lanza al lado de unos señoritos borrachos, la mujer de cartel, de españolada, de generales chulos.
La «ensaladilla» de Alberti, puro espectáculo, no es para contada; pero fue un acierto indudable que regocijó enormemente al público y no defraudó en nada a los admiradores del gran poeta del pueblo, animador de nuestro teatro grotesco y poeta satírico que enlaza con la mejor tradición popular española de este género. Es preciso destacar el magnífico decorado de Miguel Prieto y la disposición escénica, que contribuyeron al rotundo éxito de este cuadro.
Alberti, que se encontraba en el patio de butacas, fué reconocido y entusiásticamente vitoreado por el público, que al final escuchó con emoción «La Internacional».
La compañía que dirige Rafael Dieste, asesorado por Francisco Fuentes, nombrado por los mismos actores, mostró en todo momento y en conjunto su alta calidad y excelente dirección, a la vez que el empeño de todos por trabajar animosamente en este noble empeño de Nueva Escena. La Bru, Fuentes, Espantaleón, Carmen de los Ríos, Menéndez, Arbó, Soto, Armet y todos los demás estuvieron espléndidamente en sus papeles. Muy acertados los decorados de Souto y Ontañón y un gran éxito el de Prieto.
Esperamos que Nueva Escena hará en el Español una campaña brillante por el arte del pueblo, por la elevación espiritual de todos y por la causa de los trabajadores.
A. S. B.