La honda transformación que está operándose en España tendrá, tiene ya, profundas repercusiones en Hispanoamérica. La estructura social de aquellos pueblos es, con ligeras diferencias, la misma de España. Allí todo el Continente de tierras prodigiosamente fértiles está dividido en grandes latifundios, sobre los que vegetan, medio muertos de hambre física y de indigencia espiritual, más de 20 millones de campesinos indígenas.
El poderío del latifundismo se encuentra apoyado sobre dos columnas que aparecen, a primera vista, inconmovibles: el militarismo, un militarismo de generales retrógrados, crueles, y una masa de ejército integrado por elementos del pueblo en completo analfabetismo. Por otra parte, el clero, un clero pervertido, que, traicionando toda idea de humanidad, vive en la molicie, la sensualidad más grosera y la abundancia.
Los mismos elementos que en España; la misma relación de factores económicos y la misma intervención de fuerzas espirituales. Se ha dicho que nuestros pueblos vivían en la indiferencia de los bienes morales; que estaba en nosotros muerto el sentimiento de la libertad. Méjico, desde hace tiempo, ha demostrado al mundo que la afirmación no es del todo exacta. Hace más de veinte años que vive en plena lucha, tratando de encontrar nuevas formas sociales. Ahora España tiene asombrada a la Humanidad, a la Humanidad que sufre, siente y crea: se ha incendiado para hacerse el faro de los destinos humanos.
Méjico y España; España, ahora principalmente, por la precisión de sus movimientos, por la claridad y altura de sus objetivos, señala ya caminos dolorosos, pero inevitables, a seguir. Esto no quiere decir, sin embargo, que los demás países de nuestra América hayan permanecido indolentes e inactivos. Nada de eso. En Cuba, hace tres años abortó uno de los más bellos movimientos populares; en Chile hubo un Gobierno de una estructura muy parecida a la que hoy brillantemente rige nuestros destinos, que, por desgracia, sólo duró pocos días. En el Perú se hacen ya incontables los movimientos de protesta y rebelión del pueblo contra sus tiranos.
Los generales y el alto clero de todos los países están estrechamente unidos. Representan las fuerzas negativas de la decadencia y defienden, ensangrentando el mundo, su vida improductiva y miserable. Nada de extraño tiene que estas castas, que estas instituciones caducas, defiendan la barbarie desencadenada en España por una banda de generales crapulosos y poco menos que analfabetos. Pero al mismo tiempo, en todos los países de la tierra y en América no podía faltar la voz y el gesto de lo más digno y lo más alto del pensamiento humano, del pensamiento que no delinque porque tiene ante sí la responsabilidad del porvenir. Esa voz y ese gesto que vigilan junto a los anhelos de los explotados del mundo, están amorosamente atentos al desenlace del problema español, que entraña el desenlace del destino futuro de la tierra.
Todos los intelectuales, artistas, profesores de fama bien conquistada y merecida se han manifestado ya en todos los países de América. En todas partes han lanzado manifiestos dirigiéndose a la opinión pública y poniéndose incondicionalmente al lado de las fuerzas que en nuestro país defienden la democracia y la libertad con heroísmo inverosímil.
Aquí también los escritores americanos que no vinieron para vivir de la prebenda o la limosna de esta nobleza innoble que agoniza, de la compadrería de los generales juerguistas, del favoritismo de los irresponsables directores de la gran Prensa, están ahora con el pensamiento, con la acción, con el arma al brazo en las primeras líneas de fuego defendiendo la causa de una justicia más noble y humana, de una sociedad mejor que vamos ya vislumbrando surgir de entre la sangre y el sacrificio de nuestro maravilloso pueblo.