Filosofía en español 
Filosofía en español


Homenaje al Excmo. Sr. D. Ramiro de Maeztu

Anoche, en el Hotel Ritz, tuvo lugar el banquete que el marqués de Quintanar, director de la revista Acción Española, ofreció al ilustre D. Ramiro de Maeztu con motivo de haberle sido otorgado el premio Luca de Tena 1932.

Y anoche asistimos, con cerca de cien personas, a uno de los más bellos y emocionantes actos de nuestra vida.

La figura del escritor D. Ramiro de Maeztu, nuestro más sólido pensador, llamaba en concilio de la «buena España» y de las buenas letras a una florida representación del mundo intelectual.

Pronto los allí reunidos se convencieron de que con ser mucho, no era todo el homenaje a Maeztu, porque aquello era el homenaje a España, a la grande España tradicional y moderna, que encarna con su pensamiento y su sentimiento el autor de «La crisis del humanismo» a la grande España que propugna esa falange expresiva, árdida e impar de Acción Española.

Acción española no es un partido. No puede ser un «partido» lo que es una «suma» nacional, lo que supone contemplación desde el reducto, desde la disidencia que afila la visión y procura apuntalar la agonía española con el nervio español, con los más puros exponentes de nuestra hispanidad, de nuestra cultura, de nuestra ortodoxia y nuestra Historia.

Alma de Acción Española, capitán de sus milicias, con el marqués de Quintanar, es D. Ramiro de Maeztu, a quien honró el premio Luca de Tena, honrándose en ello, por un artículo [82] que, como se recordará, era precisamente el de presentación de la revista.

Creemos que la fiesta de anoche tiene en nuestra vida social y literaria una importancia de excepción; que fue la definición de comunes ideales y la afirmación patriótica de un sentido nacional actual y vivo, que, basándose en la tradición de España, nada tiene que ver con lo malo de la vieja España y reúne y da acento de contemporaneidad todo lo mucho que en la vieja y eterna España hay de bueno e insubstituible, de heroico y moral, de puro e influyente en el universalismo del mundo de Europa.

Creemos que anoche se definió sobre blancos manteles la geografía moral y el perfil exacto de lo español.»

* * *

Nos honramos en reproducir las bellas líneas que anteceden, con las cuales encabezaba Informaciones la crónica del acto celebrado en el Ritz, la noche del domingo, 8 de marzo. Por ser ajenas a nuestra pluma, creemos llevarán mejor al ánimo de los lectores de esta revista la impresión de aquel inolvidable «Simposio», en que, cual en el de Platón, se disertó también del amor y de la belleza, del amor de España y de la belleza de su tradición.

Nuestro director, el señor marqués de Quintanar, sentó a su derecha a D. Ramiro de Maeztu, y a su izquierda al marqués de Luca de Tena, y, sucesivamente, a ambos lados en la mesa presidencial, a los señores García Mercadal y Pujol, director de Informaciones –que con Aznar, director de El Sol, formaban el jurado del Premio Luca de Tena–, marqués de Valdeiglesias, Hernando de Larramendi, Delgado Barreto, Herrera Oria, Tarduchi, Dr. Enríquez de Salamanca, Luca de Tena (D. Fernando) y Madariaga, respectivamente directores de La Época, Criterio, La Nación, El Debate, La Correspondencia Militar, Medicina, Blanco y Negro y Libertad, de Valladolid. Los señores Senante, director de El Siglo Futuro y Aznar, excusaron su asistencia por hallarse fuera de Madrid.

Otras presidencias las ocuparon los señores Goicoechea, [83] Pradera, Oriol y marqués de la Vega de Anzó. Los demás invitados fueron los señores: marqués de Santa Cara, Dr. Súñer, Pemán, Sáinz Rodríguez, Gay, conde de Rodezno, González de Amezúa, Lequerica, Danvila, Herrera, Vigón, Pombo, Linares Rivas, Artiñano, Fernández Cuenca, Vela del Campo (D. Javier y don Luis), García Lomas, Vallejo, Ansaldo (D. Francisco), marqués de las Marismas del Guadalquivir, Ochoa, Bermúdez Cañete, Larraz, Arrarás, Fuentes Pila, Merry del Val, Barber, Núñez, Oriol y Urquijo, Ledesma Miranda, Araujo Costa, Palacios (don Julio), Ibáñez Martín, Sánchez Mazas, Montes, González Ruano, Calleja (D. Saturnino), De Carlos, Fernández de Córdoba, Cortés Cavanillas, Vegas Latapie y Herrero-García.

A los postres, el marqués de Quintanar ofreció el homenaje con estas palabras:

«Señores:

Sería inútil el que yo pretendiese hacer aquí la apología de D. Ramiro de Maeztu, ni siquiera una exposición de sus méritos intelectuales y de Sus virtudes personales. También lo sería la pretensión de descubrir el patriotismo emocionante de ABC y de su director, el marqués de Luca de Tena, pues este apellido primero y después título, de Luca de Tena, es, ante todo, eso: una ininterrumpida lección de amor a España, inteligentemente decorada.

Me voy, pues, a limitar, desde este puesto –a que ha sido traída mi modesta persona– de director de la revista Acción Española, acogida tan gozosamente por el público, a expresar mi contento por ver reunidas en torno a estas mesas y con motivo de este acto, a amigos llegados de los cuatro puntos cardinales del horizonte derechista de nuestra Patria. Ello, no quiere decir otra cosa sino un olvido del pasado en aras a una gran esperanza y a una gran fe en el futuro. Ello, no significa sino que en este joven crisol de Acción Española, van a fundirse metales diversos, para dar lugar a una nueva ideología, a una doctrina nueva, que no será, en resumidas cuentas, más que el retorno a nuestra tradición vista con ojos muy actuales, muy despiertos a la lejanía y al porvenir…

Pero esta es una fiesta de periodistas. Una fiesta en que, presididos por el recuerdo de aquél maestro que fue D. Torcuato [84] Luca de Tena, el noble desprendimiento de su hijo y el voto de tres ilustres directores de diarios de Madrid, los señores Pujol, García Mercadal y Aznar, premian al gran luchador Ramiro de Maeztu, espejo de caballeros, y al premiarle a él, premian las primeras palabras, la reverencia con que inicia su contacto con el público y le saluda, del benjamín de la Prensa nacional, de nuestra amada revista Acción Española.

En Acción Española colaboramos gentes de todos los periódicos aquí representados. Casi todos estos colaboradores están presentes, pero algunos no lo están por ausencia de Madrid u otras razones diversas. A todos recuerdo y lamento todas las separaciones en este momento. Pero, hay uno, cuyo motivo de ausencia es bien distinto, y a sus títulos que le recomiendan a todos los buenos españoles, une el de la injusta persecución de que es objeto y que le ha cerrado las puertas de la Patria, cuando la Patria le llamaba por la voz de millares de sus hijos: estoy hablando de D. José Calvo Sotelo. Sea para él mi más cariñoso recuerdo y para su falta mi mayor sentimiento.

He dicho que esta era una fiesta de periodistas, y también dije al comenzar mis palabras, que yo no podía entregarme –por superflua–, a la tarea de descubrir a D. Ramiro de Maeztu. Pero, sí quiero no terminarlas sin decir algo de la que Maeztu personifica en estos momentos de angustiosa esperanza para todos nosotros. Maeztu, es el cerebro del movimiento doctrinal que se titula Acción Española. Acción Española, no es un partido político, por lo tanto –se ha dicho ya repetidas veces durante su corta existencia–, y sólo desea la paz más absoluta entre todas aquellas personas de los diversos sectores que antes del 14 de abril de 1931, fueron actores de la cosa pública. Acábense, pues, las rencillas menudas, las luchas civiles, y, puesto que el ejemplo de concordia nos llega de las cumbres, démonos en el fondo del valle el abrazo que no nos separe nunca más. Pensemos en que si antes del 14 de abril todos parecíamos tan desemejantes, ahora, desde el vértice de la Revolución, todos parecemos exactamente iguales. Depongamos nuestras inocentes vanidades, ya que ante la Revolución, todos nos equivocamos por igual: Se equivocaron los partidos históricos; se equivocó aquél gran español que supo plantar nuestra bandera roja y gualda en el corazón de Alhucemas; se equivocó el Grande de España que sentaba a [85] su mesa al intelectual traidor, y el sacerdote que juzgaba a la República clima propicio para el Catolicismo y el militar que ignoraba que sólo armándose doctrinalmente se puede mantener incólume la disciplina, y el obrero y el campesino, que creyeron que su patrimonio debían ir a buscarle al bando del grosero materialismo marxista… ¡Todos nos equivocamos! ¿ Por qué no ennoblecer ahora nuestra derrota, con una paz sentida y duradera?

A los hombres que ya están en Acción Española no hay que recomendarles esto, naturalmente, que son ellos quienes predican esa paz y la solicitan por el bien y por el honor de la Nación.

Voy a terminar, rogándoos elevéis vuestro pensamiento hasta los desterrados que suenan con su España lejana, hasta todos aquellos que fuera y dentro de las fronteras de la Patria, sufren persecución o purgan en prisiones pretendidos delitos, acusaciones que tal vez un día se conviertan, convenientemente esclarecidas, en ejecutorias nobilísimas.

¡Señores: levanto mi copa en honor de nuestro querido y admirado Ramiro de Maeztu, en honor de ABC, que premia, y de El Debate, que sufre!»

A continuación se levantó a hablar el marqués de Luca de Tena. El director de ABC testimonió cuál había sido su satisfacción en ver premiado un artículo de D. Ramiro de Maeztu con el premio que él había creado a la muerte de su padre para recordar su memoria, para estímulo de periodistas.

Elogió la labor literaria y periodística del Sr. Maeztu, quien, estaba seguro de ello, ponía por encima de sus bien ganadas glorias profesionales, su condición de gran español.

Hizo un bello párrafo diciendo que quisiera que cuantos elogios se dirigen a la memoria de su padre y a él mismo se convirtiesen en flores para ofrendarlas a la dama que tiene en el pensamiento al hablar, dama que aunque nacida en tierra extranjera, es española, y ama a España sobre todo, y en España sigue viviendo anímicamente.

«Es significativo –añadió– que este año haya correspondido el premio que lleva el nombre de un periodista tan español, a un [86] escritor tan español, por el artículo de presentación de una revista que es española hasta en el título, porque de su entraña subieron las sagradas letras hasta su cabecera.» Recordó que el Jurado, al otorgar el premio hizo constar que no todos sus miembros estaban conformes con las ideas sustentadas en el artículo premiado. Esto da al fallo un mayor carácter de imparcialidad si se tiene en cuenta que tampoco la ideología de ABC está absolutamente conforme con las tesis del Sr. Maeztu. «Pero en estos momentos difíciles para los que sustentamos un ideal común, es grave error, hablar de lo que pudiera separarnos, y sólo debemos pensar en lo que nos une.»

Terminó diciendo que él, que había dispuesto un premio anual para honrar la memoria de su padre, consideraba que esta memoria había sido honrada al concedérsele a D. Ramiro de Maeztu.

En nombre de los directivos de la Sociedad Acción Española, se levantó a hablar D. José María Pemán. El gran orador, terror de los taquígrafos, deslumbró al selecto auditorio, con su robusto pensamiento, vestido de todas las galas líricas. Obligados a cifrar en breves líneas su rauda oración, preferimos transcribir las que trazó en La Época el lápiz eternamente ágil del marqués de Valdeiglesias:

«Don José María Pemán, después de felicitarse de que Maeztu haya obtenido el premio creado en memoria de aquel gran español que fundó ABC –'a quien Dios hizo el favor de llevárselo para que no pudiera presenciar las tristezas del presente'–, dijo que Maeztu es una idea realizada en una conducta. Idea que cada día la concreta más, la eleva más para abrillantarla. Maeztu es la claridad en la idea, la espiritualidad cristiana y la honradez intachable. Recordó que del mismo modo que la copla y el refrán adquieren su gran valor cuando se olvida el nombre de su autor y se generaliza en el pueblo, así las ideas, de Maeztu, como las de los grandes pensadores españoles, se incorporan, saliendo del crisol de su corazón, a la emoción nacional.

Piensa el orador que habrá un día en que se ponga un límite racional, constitucional, a la libertad de la Prensa, del cine, de la enseñanza, cuando estas propagandas no se subordinen al servicio del bien, y entonces la autoridad, en vez de recoger las pistolas de la burguesía inofensiva, recogerá las plumas que infieren heridas más hondas que las de las balas. Terminó el señor [87] Pemán su bella oración haciendo un canto a la tradición, representada magníficamente en D. Ramiro de Maeztu, gran cristiano y gran español.»

Una gratísima sorpresa reservaba a todos, el joven catedrático D. Eugenio Montes, en el brindis de calor reconcentrado, como de vino añejo, que hizo con las siguientes palabras:

«En el siglo XIX, la poesía se llamaba fuga, y evasión el anhelo. Mallarmé le da el santo y seña al siglo con su verso

Fuir la-bas, fuir, les oisseaux sont ivres

Vivir es escapar e ir dando tumbos por esos campos sin Dios, es huir de la tierra y la entraña para perderse. Todos los hombres del ochocientos español son unos fugados. Gente que escapa de sí, que escapa de España y de la tradición española, poseída por el 'pathos' nórdico, la beatería protestante y un obscuro resentimiento de inferioridad con respecto a Europa.

Nuestros pensionados al extranjero, van a buscar España y a buscar Europa a las universidades germánicas. Y si allí no encuentran lo esencial de España, tampoco encuentran lo esencialmente europeo. Porque Europa sólo fue cuando fue España, y ésta dejó de ser el día en que en Münster (1648), se desgarró la unidad cristiana de la civilización –que era la causa universal española–, para consagrar la barbarie de los particularismos.

A la salvación en común que proponía España, se opuso la salvación individual. «El 'sálvese el que pueda'», de Lutero y Calvino. Cada cual propende en Europa a salvarse, no con los demás, sino a costa de los demás, egoístamente. Para, al cabo, hundirse en pluralidad de soledades, expiando sus culpas –1914-1918– en lucha fratricida.

Espera el hombre moderno salvarse por el sentimiento y la subjetividad, como enseña Lutero. Luego intenta salvarse por la técnica y la máquina, según la fórmula calvinista. A la postre, resulta que la libertad para pensar y sentir no da pensamientos verdaderos ni sentimientos dignos. El hombre aislado, escindido de la continuidad católica, en el tiempo y el espacio consigo mismo, no piensa más que en sí propio ni siente más que su angustia robinsónica y su gemebunda soledad. Llega un día –el de ahora–, en que no sabe qué hacer con su albedrío ni [88] máquinas inútiles. Y se da cuenta acaso, de que España tenía razón, y de que estaban en lo cierto la nación universal y la nación católica española.

Esa Europa en decadencia, que acumulaba error sobre errores, es la que iban a buscar los descastados intelectuales españoles. ¿No se habían hecho para ir, para huir, los caminos? Maeztu, como todos los de su generación, sale de la derrotada España en pos de esa Europa en derrota. Pero ya allí, comprende que los caminos no se han hecho sólo para la ida, sino también para la vuelta. Él es el primer español que retorna a los antiguos dogmas hispánicos.

Ni siquiera Menéndez y Pelayo –¡ni siquiera Menéndez y Pelayo, Sr. Sáinz Rodríguez!–, había llegado a esto. Aún el propio D. Marcelino acepta el error ochocentista y se afana en buscar precursores y antecedentes. Maeztu, no. No rastrea antecesores de Kant en una España que defendió la objetividad del ser del alba al poniente. No busca insinuaciones de idealismo subjetivo y relativista, en una España que defiende, unánime, esa existencia objetiva de todos los bienes que ahora tornan a descubrir las mejores cabezas: Husserl y Scheler, Moore y Hartmann.

Retorna, Maeztu, a las tesis españolas de la contrarreforma armado de todas las pruebas de la modernidad, con todo el acervo de razones. Hasta él, España se dividía en dos. Una España popular y aldeana, civilizada y analfabeta, poseía, intacta, la razón, pero no podía hacerla valer por falta de razones. Otra, descastada, y libresca, leída e incivil, guerreaba con la anterior. Si la España tradicional carecía de razones, ésta carecía, a su Vez, de razón, de razón de ser y de existir. Por eso, ya no es, ya no existe. Porque comienza a ser una tercer España, esa de Maeztu, seguida de una juventud intelectual, que ven en el Catolicismo y en la unidad de mando, en la Monarquía, en fin, despojada de lo que haya podido tener de anecdótico hasta la fecha, el camino verdadero. Una España que, como aquella otra pirenaica también, de la contrarreforma –pues si San Ignacio salió de los riscos vascos, también de ellos sale Maeztu, para luchar con la Revolución– vuelve a actualizar lo permanente en lo histórico y a desplegar en el tiempo ideales y fines.

Ya existe una tercer España, armada de razones, armada [89] hasta los dientes, dispuesta a vivir en guerra y a morir en paz. En la paz y en la gracia de Dios, por la cual vivió y murió la España eterna.»

Para contestar a la alusión de Eugenio Montes, se levantó, entre murmullos de complacencia y expectación, el catedrático D. Pedro Sáinz Rodríguez.

«Señores y amigos –dijo–. Nuestro ilustre anfitrión, que desde su sitio maneja los hilos misteriosos que todo lo mueven en este acto, acaba de ordenarme que hable para alusiones, y obedezco gustoso. Pero no temáis que mis palabras vengan a interponerse durante mucho tiempo entre vuestra justa curiosidad y el discurso de Maeztu, que todos ansiamos oír. Solamente dos minutos para resaltar el hecho significativo que entraña el voluntario discurso que acaba de pronunciar Eugenio Montes, que yo quiero hacer resaltar, por tratarse de un joven catecúmeno de nuestras ideas, no de un sacerdote ya consagrado por la maestría y la fama, como José María Pemán, cuyo discurso bellísimo acabamos de aplaudir.

Me preguntaban aquí, ¿quién es ese muchacho?, y ya no es preciso presentarle: acaba de hacerlo él con esa precisa y agilísima disertación que nos prueba, con cuánta justicia el maestro Eugenio d'Ors le llamó joven alfil de la nueva generación.

El interés de sus palabras radica en la procedencia y formación de un pensamiento: él ha sido un pensionado de las Juntas, se ha formado en el extranjero, y sus rotundas y conscientes afirmaciones de nacionalismo doctrinal han subido a sus labios por un brote reactivo de su conciencia, que ha sabido resistir las untuosas sugestiones con que en ciertos sitios, se tuerce el pensamiento juvenil en nombre de la libertad de pensamiento.

Cierto que Menéndez y Pelayo fue un contradictor de ideas antipatrióticas, aceptando las polémicas en el terreno en que se le planteaban, dando tácitamente por buena y superior en ocasiones el tipo de civilización al que nos tachaba no habernos incorporado. Cierto que nosotros de revisados hemos de convertirnos en revisores de valores; pero no menos cierto es que sin la obra de Menéndez y Pelayo no pensaríamos nosotros así, no dispondríamos del copioso arsenal que son sus libros, y todos debemos sentir veneración por su labor ingente, que marcará una fecha en el resurgimiento español, y cuando adquiera perspectiva [90] histórica vendrá a ser algo semejante a lo que significaron en la evolución del renacimiento germánico, los discursos de Fichte la Nación alemana.

Montes es el tipo de converso de la nueva generación, de la nutrida de auténtica ciencia europea, y en este acto viene a darse la mano con este otro gran converso de la generación del 98, formada por hombres que denigraron un pasado nacional, que casi íntegramente ignoraban.

Porque aparte del valor insigne de la obra de Maeztu, lo emocionante y sugestivo de su personalidad, es esta trágica convulsión de su conciencia y su pensamiento, que él pinta con desoladora elocuencia, en busca de caminos de verdad, que hoy huella con tranquilo señorío.

Quiero acabar señalando la característica de este extraño banquete a que acabamos de asistir. En él se ha hablado de doctrina y de ideas puras, con apasionada atención por parte de todos. Esto es bien significativo, pues muestra el ansia de verdad que hoy mortifica a muchos espíritus selectos de España, como los congregados aquí esta noche.

La juventud está con nosotros, porque poseemos la verdad, y porque su natural instinto de rebeldía va ahora contra las cosas hoy consagradas, y al final de ese camino de rebelión encontrará por vez primera una verdad y una doctrina honrada.

Celebremos, señores, que este acto sea como un austero simposio en honor y por el porvenir de la tradición española.»

Dominando su intensa emoción se levanta a hablar D. Ramiro de Maeztu. La frase bíblica, «los últimos serán los primeros», dice que justifica el orden inverso en que va a recoger lo dicho por los precedentes oradores. Se ha hablado de «conversos». ¿Con qué responder a tal alusión, sino con la parábola del hijo pródigo? fue en 1900, cuando él deseó hallar respuesta a la famosa pregunta de Demoulin, ¿en qué consiste la superioridad de los anglosajones? Marchó a Londres, lo antes que pudo, se puso en observación del pensamiento europeo, y logró captar un fenómeno que por aquel entonces se operaba en la intelectualidad extranjera. Este fenómeno era la vuelta a los principios que España había representado en la Historia, y por los cuales España había sido odiada.

Después refiere un momento solemne de su vida intelectual, [91] cuando estando en La Asunción, presenció un desfile militar, en el que los hijos de la selva, civilizados por la acción española, marchaban ufanos de su patriotismo, de su disciplina, de su valor. ¡Esto es la obra de España!, pareció que una voz misteriosa le decía en el fondo de su alma. Y contemplando el magnífico panorama de La Asunción, con la mente obsesionada por la idea de la España civilizadora, creyó ver la personificación de la patria que le mostraba el secreto de su antiguo poder. No era otro, que aquellos grandes principios de catolicidad, de espiritualidad, de sacrificio por la evangelización del mundo. España había sido grande por haber antepuesto el deber al derecho, el servicio al mando, la función civilizadora al imperio, y perdió su grandeza cuando se dedicó a explotar sus colonias y a pensar en sí misma.

Agradece el galardón que el premio Luca de Tena significa para su labor periodística, y agradece asimismo al marqués de Quintanar el haberle proporcionado el placer de sentarse entre tantas personas de honor.

Añadió que el dolor alecciona, y que la obra que precisa hacer es colectiva; pero para emprenderla hay que tener de España el concepto que arranca de la tradición. Hace falta para esta obra hombres de enlace; hay que buscar lo que más une y no lo que más desune. Se trata de reconstruir a España después de varios siglos de abandono. Esta obra la verán cumplida nuestros hijos o nuestros nietos, pero la verán. Esta fue la visión de España que se le apareció al pie de los Andes. Ya dijo la Escritura que el amor es fuerte como la muerte, y el amor es el que tiene que rehacer la España eterna. Pero hace falta que haya una voz de mando, suprema, que diga «Arriba», y entonces España se levantará y marchará.

Todos los oradores fueron ovacionados, y la inolvidable fiesta, por la que recibió infinitos plácemes el marqués de Quintanar, terminó a hora avanzada de la madrugada.