Filosofía en español 
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La Universidad libre

por María Zambrano

Durante estos días se ha dado el espectáculo, por tantos conceptos confortador, de la llamada “Universidad Libre”, en oposición a la oficial, tan a destiempo clausurada por el anterior ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, el afortunado y perspicaz Sr. Tormo.

El acontecimiento es rico en sugestiones, y nos avisa de una realidad naciente en el suelo, hasta hace poco tiempo estéril, de la juventud española. Por lo pronto, el hecho que se nos presenta es ni más ni menos el de la existencia de un afán, de un sentido universitario que es capaz de crear por sí mismo y al margen de toda protección oficial, su órgano adecuado.

Muy lejos en pensamiento y en extensión nos llevaría al comentario de este magnífico acontecimiento, que es la “Universidad Libre”: sólo el intento de haberla creado sería signo de muchas cosas; de una manera más firme lo es aún su realización. Pero, además del inmenso valor que como síntoma posee, viene a crear una situación digna de ser analizada con algún detenimiento.

Ante los atropellos perpetrados en el recinto universitario por los llamados “albiñanistas” –su verdadero nombre es muy otro– ante la injusta decisión tomada por el ministro de Instrucción Pública, universitario traidor, como Callejo, nació en la mente estudiantil la idea de que la Universidad era incompatible con el estado de fuerza de verdadero desgobierno que, paradójicamente, hoy gobierna en España. Y de la evidencia de esta incompatibilidad de poderes (el universitario y el gubernametal), se impuso la necesidad de que la Universidad siguiera su vida al margen del Poder público. Es decir, que el Gobierno de S. M. hasta tal punto se encuentra lejos de la voluntad y la vida nacionales, que un centro apolítico, como es la Universidad, tiene que declararse en rebeldía para salvar su existencia. Si aún pudiésemos creer en la conciencia de ciertos elementos, les propondríamos algunos instantes de meditación sobre este tema. Pero de sobra sabemos que ciertas gentes no van a pararse en esto, cuando desde hace tantos años se encuentran al margen de toda dignidad y decoro.

Pero la situación, lejos de resolverse, se va complicando. Al advenimiento del actual ministro, Sr. Gascón y Marín, (cordial enemigo de las asociaciones profesionales de estudiantes) se celebró entre el dicho señor y el Comité de la U. F. H. I. una conferencia, propuesta por el primero. En ella, los estudiantes presentaron la lista de sus peticiones, sin la concesión de las cuales no se reanudarán las clases en la Universidad oficial. ¿Las concederá el ministro? Sí no lo hace, no podrá objetar la injusticia ni la inoportunidad de lo pedido. Todo ello representa el mínimum de garantías con que debe contar el escolar para volver al recinto de donde fue expulsado. La masa estudiantil, segura de sí y de la razón que le asiste, no puede entregarse a la fuerza de quien tan mal sabe emplearla. La actividad universitaria se verá por eso interrumpida y queda, además, patente y demostrado que no fue el ocio el motor de la pasada huelga, ni de ninguna.

No es posible ya el tratar a los estudiantes como una masa indecisa y torpe, ávida de vacaciones ilegales. La lucha es ya de poder a poder, de un poder faccioso, violador de toda ley, a un poder sereno, simbolizador y creador de cultura.

Por ahora, profesores y alumnos unidos en decisiones y tareas, prosiguen la labor interrumpida en las aulas oficiales. En estos momentos, después de haber sido cerrado por el ministro el plazo de las arbitrarias vacaciones, la Junta de gobierno de cada Universidad decidirá la fecha de su apertura. ¿Qué ocurrirá si las clases oficiales se abren sin haber sido concedidas las peticiones de los estudiantes? Fácil será preverlo: los escolares que han sabido organizar sus cursos con limpia independencia, no volverán a concurrir a las clases de una Universidad que no pueden sentir suya, pues está esclavizada, vejada, deshecha por los atropellos gubernamentales.

Pero, ¿y los catedráticos? Una vez requeridos por sus respectivos decanos para volver a la Universidad oficial, ¿acudirán a ellas abandonando a sus actuales alumnos? ¿Se expondrán, por el contrario, al riesgo de verse separados del escalafón y verse privados, quizá, de la remuneración económica que les presta el Estado? De ellos depende la suerte de la Universidad española en esta hora de crisis: la masa estudiantil, salvo las obligadas excepciones de siempre (pequeñas en extensión, despreciables en calidad), está dispuesta a llevar hasta el límite la lucha, a renunciar a todo, a comprometerse a todo. ¿Sabrán sentir los profesores la dignidad de ser universitario en esta hora suprema? En algunos especialmente, tiene puesta su fe, su total confianza, la masa estudiantil; de ellos lo espera todo, y estamos seguros de que lo alcanzará; más ellos, los que ya supieron dar alto ejemplo en época no lejana, son minoría.

¿Qué conducta se tomará la masa de profesores frente al inmenso problema que se les presenta? La responsabilidad es grande e ineludible.

Madrid, marzo 1931.