Roberto Castrovido
La revolución española
Acaba de publicar la casa editorial Cénit una obra de suprema importancia por referirse a la Historia de España y por ser su autor nada menos que Carlos Marx. Es la primera vez que se traducen al castellano las cartas del fundador del socialismo científico a «La Tribuna», de Nueva York, referentes a la revolución española comenzada en 1808.
Por ser quien fue Carlos Marx y por el objeto de sus estudios históricos, merecían ser traducidos al castellano. La traducción la ha hecho don Andrés Nin y don Jenaro Artiles ha aclarado con notas el texto. Otro mérito tiene el libro: la Nota preliminar del Instituto Marx y Engels de Moscou y el prólogo de la Editorial Cénit, en el cual se da noticias biográficas del autor de «El Capital».
No me ha sorprendido que Marx discurra casi siempre con acierto sobre los hechos históricos españoles, porque sabía por Anselmo Lorenzo cuán bien conocía la lengua, la literatura, los hombres y los sucesos de España; lo que me ha asombrado es la Nota del Instituto de Moscou, conocedor, no así como quiera, nada superficialmente, sino de modo intenso, de la Historia de España.
Hay en esta Nota una referencia a la parte que tomó Rusia en la revolución de 1820, que me ha llenado de confusión. Ya Marx lo declara y explica en el texto, pero no le coge de nuevas la existencia de una intriga rusa en los preliminares del grito de Riego en Cabezas de San Juan. En los historiadores españoles, que son muchos los que a aquel movimiento dedican sus recuerdos, sus investigaciones y el fruto de sus juicios, desde Alcalá Galiano a Villa Urrutia, no he visto una tan clara referencia a «la intriga rusa» favorable a los Estados Unidos y a la causa de la independencia de la América española continental. ¿Saben más en Moscou? Es posible que haya allí pruebas documentales de esa intriga.
Lo cierto es que Ugarte, hechura del ruso, sirvió a Fernando en sus tratas traicioneras contra la Constitución que había jurado y que el imperio ruso protestó después del 7 de Julio y fue alma del Congreso de Varona y acicate de los soldados de Angulema.
Carlos Marx comienza sus estudios de la Revolución española por la rehabilitación de Espartero cuando vino de Zaragoza a Madrid a ponerse al frente de la Revolución.
Sorprende la coincidencia del criterio de Carlos Marx con el que desenvolvió Pi y Margall en las hojas de «Las Barricadas» y en el libro «La Revolución y la reacción».
Marx juzga bien hombres y hechos, conoce perfectamente los acontecimientos y sus reflexiones duras para Espartero, son, en general, agudas, certeras y verdaderamente revolucionarias.
Exacto es el juicio que Espartero le merece, pero calla por olvido o parcialidad, omite la campaña posterior al Convenio de Vergara contra Cabrera en el Maestrazgo y Cataluña.
También he de manifestar cierto disgusto por un elogio que encuentro infundado a Narváez. Comparándole con Espartero, escribe Carlos Marx: «Ni una sola vez dio (Espartero) uno de esos pasos audaces que dieron a su rival, Narváez, «la gloria» de haber dirigido la guerra con nervio de acero».
En la guerra civil no fue más que un subalterno; sólo en la Mancha fue caudillo Narváez. Lo más elogiable de su historia es la persecución de Gómez que estorbó al general Alaix. Ignoraba Carlos Marx seguramente los fusilamientos de madres y de esposas de carlistas y hasta de niños de ocho años. No es de extrañar en un extranjero esa ignorancia. Ninguno de los cabecillas que operaban en la Mancha era Cabrera y por esto no hubo un Larra que protestara contra el fusilamiento de sus madres. En historiadores españoles se leen todavía hoscos y merecidos reproches a Nogueras, que ordenó la criminal represalia.
Me he detenido tal vez demasiado en estos detalles, pero en mi disculpa alego que nada escrito por Carlos Marx debe sernos indiferente.
Tras un resumen preliminar que es un ligero examen de la Historia de España desde Don Juan II y Enrique IV, entra Carlos Marx en lo mejor de su libro: el estudio de la guerra de la Independencia, de las juntas regionales y la central, de las Cortes, de la Constitución del 12 y de su fácil y popular término.
Ve Marx certeramente la complejidad de los elementos unidos solamente por librar a España del dominio extranjero.
Abundan las observaciones hondas, las reflexiones sabias, los juicios basados en un hondo conocimiento de la historia y de la psicología del pueblo español.
Admirable nos parece cuanto escribe de la Junta Central, de su labor contrarrevolucionaria y de las gestiones que realizó en las juntas locales. Sagaz es su opinión acerca de la actitud de Valencia, ya bajo el dominio del mariscal francés.
Magnífico es el paralelo entre Floridablanca y Jovellanos, atinadísimo el concepto que le merecen y expone con firmes y a veces graciosos rasgos, los retratos del marqués de la Romana, de Palafox, de Montijo y de otros célebres personajes.
Es, en fin, de sumo valor este libro en la parte dedicada a estudiar el periodo interesantísimo comprendido entre el 2 de Mayo de 1808 y la entrada en Madrid del cautivo de Valencey en Mayo de 1814.