Ángel Samblancat
La batalla del libro
Siguiendo el ejemplo que Mussolini ha dado en Italia, se está librando en Cataluña lo que algunos intelectuales y periodistas llaman la batalla del libro.
Sintetizando o resumiendo en pocas palabras el espíritu de esta pugna, podríamos decir que con ella se trata de conseguir sólo que los que no saben leer aprendan y los que saben leer y no leen, lean.
Si el fascismo no se dedicara a otras empresas que esta tan noble y tan levantada y esforzada de roturar cerebros yermos, todos seríamos fascistas.
No somos partidarios de ninguna dictadura, ni de arriba, ni de abajo, ni de enmedio. Pero si alguna se nos había de hacer llevadera y tolerable, si a algún despotismo y tiranía habríamos de otorgar nuestra aquiescencia y beneplácito, fuera a la tiranía de la inteligencia, fuera al despotismo ilustrado, a la dictadura que impusiera la pena de muerte al que en el término de un año no aprendiera a leer y aplicara otras penas severísimas a quien, sabiendo leer, no lee, y a quien no tuviera en casa una escogida y nutrida biblioteca.
Sería este uno de los casos en que la fuerza se purgaría de su pecado de origen y la hallaríamos más disculpable. La amenaza de muerte serviría para dar vida a las almas, que por estar a oscuras no se puede decir que la tengan.
Tanto como la dictadura nos desplace la guerra, y, sin embargo, para estos afanes y aferes de la cultura nos parece perfectamente lícita y legítima y hasta laudable y, desde luego, más que ninguna otra, patriótica.
La cultura es una guerra. Es una guerra contra la ignorancia y la barbarie, contra el moro y el rifeño interiores, contra el espíritu de las tinieblas.
Costa, al predicarnos que debemos defender a la patria con los libros en la mano, ya quiso dar a entender el carácter militar de esta campaña, de esta cruzada.
“Tota vita militia est”, escribe san Pablo no recuerdo si en su epístola a los Tesalonicenses. Toda la vida es una milicia, pero de un modo muy singular la vida de la inteligencia.
Es esta la verdadera guerra santa, la auténtica lucha contra el infiel, la cruzada por el rescate de lo que de específicamente divino y celestial hay en nosotros.
El analfabetismo, he ahí el enemigo, la positiva plaga del campo y de la ciudad.
Para extinguirlo hacen falta cincuenta mil, cien mil soldados, a los que habría que declarar por adelantado héroes y beneméritos de la nación, dado el valor que para la gesta de que hablamos se necesita.
Y, dada la abundancia de la mies, aun tememos que los segadores fueran pocos, que con ese ejército no hubiera bastante, a no ser que se le sumasen nuevos refuerzos que con su aguerrimiento suplieran la escasez de contingentes, la falta de efectivos.
¡Qué conquistas hay por ahí a hacer, qué laureles a ganar y qué vastos territorios que colonizar!
Creo que fue Noel el que propuso la fundación de la Orden franciscana o dominicana de predicadores de la cultura.
Espíritu religioso, espíritu evangélico hace falta, en efecto, para la labor pedagógica, para la sagrada tarea de enseñar, de sembrar en las almas.
Con ser héroe no basta. Hay que ser además apóstol y evangelista, santo y mártir.
El Tercio, pues, de legionarios de la cultura ha de estar compuesto de soldados animados de misticismo ferviente y a quienes el celo por la salvación de las almas abrase y devore.
Que esto es cultivar intelectos: salvar almas. Y así es como se engrandece la patria, ensanchándola por dentro, aumentando su rendimiento espiritual, sus posibilidades materiales e ideales; en una palabra, batallando por el libro, difundiendo la cultura, pero no con k, no con casco y con mayúscula, sino tal como la escribimos, la concebimos y la sentimos nosotros.