Filosofía en español 
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La vida social y las mujeres

Margarita Nelken

La Asociación internacional para socorro de los niños

El mes pasado –más exactamente, del 5 al 8 de enero– han tenido lugar en Ginebra unos actos cuya transcendencia, poco a poco repercutida por todos los países, ha de afirmarse, dentro de unos años, como una de las presiones que más ayudarán a la evolución social del mundo; son estos actos las sesiones para la fundación de la “Asociación internacional para socorro de los niños”.

El movimiento de unánime caridad que atrae actualmente hacia los niños de los países centrales donativos y socorros del universo entero, podía aprovecharse para atraer, no de momento, sino de una vez para siempre, la caridad universal hacia todos los niños necesitados de todos los países. Para honra y gloria de nuestro sexo, ha sido mujer quien ha tenido y desarrollado esta idea y ha sabido llevarla a la práctica con tal energía y tal comprensión, con tal “sentido de las circunstancias”, que hoy ya es un hecho su realización, y que muy pronto, junto a la Asociación Internacional de la Cruz Roja para socorro de los heridos de guerra, existirá la “Asociación internacional para socorro de los niños”, fundada bajo el patronato del mismo Comité internacional de la Cruz Roja, que le ha cedido, para la celebración de sus sesiones, su propio local.

Por primera vez desde la guerra, encontráronse reunidos en estas sesiones delegados de todas las nacionalidades: así como un herido no puede –no debe– ser nunca un enemigo, así un niño desvalido debe estar por encima de todas las pasiones y de todas las luchas. En estas sesiones de Ginebra, cuando un delegado se levantó a decir: “Mi informe sobre los niños de Ukrania será muy breve. Durante un viaje de estudios de varias semanas, no he podido encontrar allí ningún niño menor de siete años”, o cuando se declaró que en Polonia vagan actualmente unos diez mil niños perdidos, es decir, separados de sus familias..., o huérfanos, ¿quién lo sabe?, ninguno de los delegados recordó a qué nación o a qué partido pertenecía. La única idea de todos los allí presentes era ver el modo más eficaz y más rápido de socorrer a los niños, a todos los niños.

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Como no podía menos de ser, la Asociación, cuya finalidad, concretamente determinada, será en adelante “el socorro universal de los niños” ocupose principalmente, en estas sus primeras sesiones, de aliviar la situación de tan crítica actualidad de los niños enfermos y hambrientos a causa de la guerra. Acabamos de citar los casos horribles de los niños polacos y de los que no han podido ser niños en Ukrania. El caso de los niños de Viena nos ha sido estos últimos tiempos sobradamente comentado para que lo comentemos nuevamente; pero hasta en Alemania, en donde las antiguas instituciones benéficas no sólo no han sido suprimidas durante la guerra, sino que han sido reforzadas (de ello hablamos no ha mucho con motivo de la publicación en español del folleto del doctor J. G. Gibbon, director de Sanidad de Inglaterra, La salud de los niños en Alemania durante la guerra), en la misma Alemania es enorme, fuera de la miseria que pudiéramos llamar “aparatosa”, en la clase obrera y en la pequeña burguesía, la cifra de niños raquíticos por falta de alimentación.

Esto se examinó detenidamente en Ginebra; al mismo tiempo, examinose lo que cada país había hecho por los niños de los países más azotados, económicamente, por la guerra, y, aunque con gran vergüenza, creemos útil relatarlo aquí. Sobran las comparaciones; pensemos no más que España no sólo no ha sufrido la guerra, sino que es uno de los países que más ha ganado con ella y uno de los países de Europa en donde existen mayores fortunas.

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Después del armisticio, Inglaterra fue la primera nación que se preocupó de la suerte de los niños de los Imperios centrales. Después del nobilísimo gesto de las mujeres inglesas enviando un millón de biberones a Alemania, desde junio de 1919 comenzáronse a recaudar en todo el Reino Unido fondos destinados a los niños austríacos y alemanes. Sólo una colecta hecha entre los mineros dio diez mil libras esterlinas, y la recaudación en las iglesias ascendió en pocos días a sesenta mil libras. Se recaudó en todas las ciudades, en las iglesias, en los teatros, en las escuelas y en los domicilios particulares, y fue, por fin, una inglesa, miss Eglantyne Jebb quien, con su infatigable abnegación, decidió la creación de una Asociación internacional para el socorro de los niños, obra que, al unirse a la Sociedad suiza llamada “de secours aux enfants”, había de encontrar en el Comité internacional de la Cruz Roja el más decidido apoyo.

De los países escandinavos, que tanto hicieron en este sentido, es menester señalar muy principalmente la acción de Suecia, cuya Asociación para la protección de la infancia recaudó en pocas semanas dos millones y medio de coronas. Pero la fundadora de esta Asociación, condesa de Willamowitz-Moellendorf, bien merece que se le dediquen a ella sola unas líneas.

Consagrada desde ya largo tiempo al estudio de las obras sociales en lo que éstas tienen de relación con la caridad, fue de las primeras personas que desearon llevar a una finalidad práctica el estremecimiento de compasión causado por la miserable situación creada por la guerra a tantos millares de inocentes criaturas, y al regreso de un viaje por Alemania creó, en unión de cinco señoras –una de ellas, hermana del alcalde conservador de Estocolmo, y otra, esposa de Branting, el famoso jefe socialista–, la Asociación sueca para ayuda de los niños y de las madres de la Europa central.

El movimiento empezó por una colecta entre las organizaciones obreras de la capital y por conferencias pronunciadas en todos los centros obreros, sin distinción de partido; en todos los periódicos, aun en aquellos de las más pequeñas localidades, publicáronse artículos. Las directoras, presididas por la condesa, multiplicábanse en su incesante propaganda, y por todas partes surgían incitaciones a dar, a dar más y más, “en acción de gracias por haberse librado el país del terrible azote de la guerra”. Una verdadera ola de amor al prójimo, de fraternidad humana, pareció recorrer todo el país; llegose hasta a permitir a la condesa de Willamowitz-Moellendorf que hablase en las iglesias durante las funciones religiosas, y, en una de sus últimas conferencias, ella misma contó la emocionante caridad de algunas pobres ancianas que, una vez agotados todos sus recursos en metálico, entregaban todavía algún bote de cacao o algunos comestibles para alivio de los niños hambrientos.

De este modo consiguiéronse en seguida varios millones de coronas; solamente el primer envío de esta Asociación comprendía dieciocho mil kilos de ropas y alimentos, y, timbre de gloria para la conciencia de todos ellos, el Comité de honor de dicha institución está compuesto por el príncipe Carlos, hermano del Rey; el arzobispo Soederblom y Branting, jefe del partido socialista.

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Y ahí está la verdadera transcendencia de la naciente “Asociación internacional para socorro de los niños”: en la amplitud de su espíritu, que la hace comprender por igual y respetar por igual todas las creencias, todas las doctrinas. En Inglaterra, miss Eglantyne Jebb encontró la ayuda más eficaz en el partido laborista; mas los católicos, y en particular los irlandeses, la secundaron y la secundan muy activamente. En Ginebra, además de las representaciones nacionales, había representaciones independientes de la Iglesia católica, de la anglicana, de la Iglesia rusa de Ginebra, de los reformados suizos, de la secta de los cuáqueros, &c., junto con representantes de obras italianas socialistas. Al ponerse a la cabeza de un movimiento para recaudar en el mundo entero fondos para los niños desvalidos a causa de la guerra, el Papa ha expresado claramente su voluntad de que estos fondos sean repartidos sin distinción de religiones; al responder al llamamiento que el Comité de la Cruz Roja les hacía por iniciativa de miss Jebb, los delegados de todos los partidos y de todas las confesiones sólo se acordaban, del lema de su reunión: ¡Salvad a los niños!

Nuestro país, que por incomprensibles niños, debe tener a gala ser uno de los primeros en afiliarse a la obra de miss Jebb; pero en afiliarse sin mezquindades de ideas ni prejuicios que nos colocarían frente a los mismos y más intransigentes católicos de Inglaterra, de Suecia o de Suiza y frente al mismo Papa en una actitud de atraso y de hermetismo irredimibles.

Margarita Nelken