Filosofía en español 
Filosofía en español


Luis Jiménez de Asúa

La vida cultural
Los enemigos de nuestra cultura

Los Ministros

El Ministerio de Instrucción pública se considera entre nosotros como puesto de entrada, susceptible de ser dirigido por hombres sin cultura y sin escrúpulos.

Una legislación caótica y contradictoria aprovecha a los desmanes de los políticos: desentierran reales decretos y reales órdenes olvidadas, interpretan los preceptos a su arbitrio, y cuando no basta para sus fines, legislan como absolutistas de su departamento. En su puro amor a parientes y amigos hacen derroche de habilidades –como el Sr. Gimeno– o de cinismo –como los señores Burell y Francos Rodríguez.

La Universidad adormecida dejaba hacer sin protesta ostensible, hasta que el decreto de 10 de Marzo del pasado año, suprimiendo las reválidas, tuvo la virtud de sensibilizar el ultrajado cuerpo. Nunca hubo más unanimidad entre los Profesores; nunca tan vehemente y desinteresada la protesta. El Claustro de Madrid, en un documento histórico, de Noviembre de 1917, se dirige a la opinión y a los gobernantes, pidiendo más respecto para sus métodos, más seriedad en los procedimientos ministeriales.

Ya no puede tolerarse, que quien no pisó las aulas universitarias vuelva a dirigir los destinos de la enseñanza. Al frente del Ministerio de Instrucción pública debe estar quien tenga preparación, amor a la cultura y fe en la ciencia. Todos los medios serán lícitos para defender a las Universidades contra esa legión de ambiciosos que asaltan la gobernación del Estado.

Los organismos parasitarios

Calladamente unos hombres minaron los cimientos de la Universidad. Fuera de ella brotaron organismos con propia vida, con dotación cuantiosa, se engrandecieron en perjuicio de nuestra casa solariega y su prosperidad actual contrasta con la pobreza de nuestros viejos claustros. Empobrecidos nuestros laboratorios, ricos los suyos, nos roban los más brillantes discípulos. El Estado puso en sus manos los medios de atraer a la Juventud estudiosa: las becas, las pensiones para trabajar en el extranjero, la publicación de sus monografías… El antiguo alumno huye de la Universidad que nada puede ofrecerle y se refugia donde encuentra medios económicos y de estudio. Y lo más triste es que la mayor parte de los que así debilitan nuestra Universidad son Profesores de ella. «¡Si son unos mismos los investigadores (y esto es lo peregrino), sino que en vez de trabajar en un local, lo hacen en otro!» (Bonilla San Martín, La vida corporativa de los estudiantes españoles, en sus relaciones con la historia de las Universidades. Discurso, Madrid, 1914, página 138).

Si queremos tener una Universidad fuerte y prestigiosa es preciso que esos organismos se refundan en ella. Es necesario que no salgan de los claustros universitarios las juventudes que en ellos se formaron, que sea la Universidad quien cuide de sus hijos, del espíritu que más allá de nuestras fronteras amplían sus estudios, que a su retorno puedan continuar en sus laboratorios las investigaciones aprendidas, que ella les de medios económicos hasta tanto que el joven investigador pueda vivir por cuenta propia. Es un sofisma decir que la Universidad no sabrá cumplir tan difícil cometido, puesto que son universitarios (profesores y alumnos) los que fuera de ella trabajan hoy en esos centros.

Los malos profesores y los estudiantes que no estudian

Los que amamos a la Universidad hemos de ser más duros que sus mismos enemigos en la censura contra los profesores ineptos y contra los malos estudiantes.

Es necesario acabar con las tolerancias inconfesables, con la discreción encubridora. El Catedrático que por requerimientos de la pereza o por imposibilidad física o moral está ausente de su clase, debe cesar en la enseñanza. Una severa inspección pondrá término a la vergüenza que arrojan sobre la Universidad los profesores que, enamorados de su libro de texto, exigen que los alumnos lo repitan en los exámenes, confundiendo al estudiante con el gramófono. Es necesario que los autores de las obras destinadas a la enseñanza se cuiden de ponerlas al corriente, reformando las ediciones posteriores, según los progresos científicos. Los que creen haber «cerrado» la ciencia en las páginas de sus libros, deben desistir de su vano error. Es preciso acabar para siempre con el «catedrático habitual», que cada año repite los mismos párrafos y hasta las mismas ingeniosidades.

Las huelgas que periódicamente suscitan los estudiantes que no estudian, cuando se aproximan las vacaciones de Navidad esterilizan toda labor seria. Una severa disciplina deberá desterrar esta torcida costumbre. La mayoría de los estudiantes desean continuar sus estudios, pero una minoría turbulenta y vocinglera se impone con amenazas.

Este curso ha demostrado que los buenos estudiantes, cuando son protegidos, no abandonan las aulas caprichosamente, y que la disciplina tiene fuerza suficiente para desterrar las huelgas engendradas por la pereza.

La Prensa

La política ofrece el modelo y la Prensa –su sierva humilde– sigue sus pasos. En la generalidad de los periódicos españoles la sección de enseñanza se redacta por el último de los gacetilleros, por el más incivil; a veces por aquel que guarda secretos rencores contra la Universidad y contra sus profesores, que no admitieron como ciencia sus discursos de Diccionario enciclopédico, con que pretendieron pasar en los exámenes.

Cuando el célebre Decreto de Burell, suprimiendo las reválidas, la Prensa española –salvo viriles excepciones– se puso abiertamente del lado del Ministro, que apellidaba constantemente «maestro de periodistas», e «insigne político». Un redactor de la Correspondencia de España llegó a manchar las puras intenciones del Claustro universitario diciendo que la protesta no estaba inspirada por móviles científicos, sino por concupiscencias económicas, puesto que los Catedráticos perdían los «derechos de examen». Quien así ponía en entredicho la honorabilidad de toda la Universidad ignoraba que los derechos de examen no se perciben por los profesores desde la Real orden de 30 de Agosto de 1910, cumplimentada por el artículo 16 de la Ley de presupuestos para 1911. ¡Un periodista se ocupaba de un problema de enseñanza aludiendo a hechos modificados hacía más de seis años! ¡Qué falta está haciendo entre nosotros una «Escuela de periodismo»„ como la que existe en Columbia y en otras Universidades norteamericanas! (Maurice Caullery, Les Universités et la vie scientifique aux Etats-Unis, París, 1917).

La Universidad no pasó sin protesta esta calumniosa afirmación, pero el documento del doctor Recasens no tuvo resonación alguna en las columnas de los diarios.

Ante las huelgas injustificadas de los estudiantes –hay algunas casi santas– la mayoría de los periódicos guarda un silencio sospechoso, cuando no se pronuncia decididamente en su favor.

Propósitos de «Renovación»

Esta Revista tiene como bandera la sinceridad. Combatirá rudamente a los ministros faltos de preparación, a los organismos parasitarios, a los malos profesores y a los estudiantes que no estudian, supliendo los silencios cómplices de nuestra Prensa desinteresada de los problemas de la enseñanza. Esta sección será más de censura que de alabanza –aunque no se escatimarán los merecidos elogios– y en ella se luchará siempre en pro de una Universidad íntegra y fuerte.

Al encargarme de este asunto tan vital, repudio la costumbre de ampararse tras un seudónimo: la responsabilidad a que obliga el nombre verdadero aleja de la pluma las frases destempladas y pone en la censura una cierta cortesía que no excluye la sinceridad.

Luis Jiménez de Asúa

El redactor de esta sección agradecerá todas las noticias que el público le proporcione sobre asuntos de enseñanza. Las victimas de los desmanes oficiales, los postergados injustamente, todos, en fin, los que sufren persecución por la cultura, encontrarán en RENOVACIÓN un lugar y un brazo para su defensa.