Los Aliados
Madrid, sábado 30 de noviembre de 1918
 
año I, número 21
páginas 1-2

Francisco Arderius

Hacia un final desastroso
 

«Nunca es tarde si la dicha es buena», dice un conocidísimo y manoseado proverbio castellano, y nunca mejor aplicado que a las actuales circunstancias, aunque la inquietud y la efervescencia de la opinión nos presagian un porvenir lleno de dudas, quizá por su calidad, preñadas de amarguras.

La obra de nuestros Gobiernos durante el transcurso de muchos años creó un estado de anestesia moral del pueblo que pudo ser, bajo la acción de sus crométricas alternativas, la causa fundamental de la transigencia con sus errores y desaciertos.

La política de aislamiento absoluto, que hasta ahora definió nuestra acción exterior, ha pasado a ser hoy algo que ha de rectificarse, bien porque el presente así lo reclama, o bien porque el pasado nos obliga a rectificar tal línea de conducta.

Ha sido para nosotros esta guerra mundial algo así como el baño de porcelana al plato de hierro viejo. Nos ha obligado a una reforma que, tras de cubrir las oxidaciones de una tradicional política, que, aferrada a la vida puramente interior, nos aislaba de todo aquello que había de ser la hermanación «dentro de las corrientes del progreso», con las grandes naciones representativas de los mayores adelantos de la moderna civilización.

Pero no obstante la férrea valla opuesta a todos los deseos ciudadanos de correspondencia exterior, y de aproximaciones espirituales y prácticas, que en el alma de las juventudes se iba incubando y desarrollando progresivamente, el cerco ha ido siendo vencido, y desde los finales del pasado siglo hasta el presente, las corrientes de atracción y la influencia de fuera han ido cerrando los lazos de unión entre los elementos intelectuales de aquellos países a quienes su mismo origen y su mismo idioma los hacían indisolubles.

El problema americano es para nosotros hoy de la mayor trascendencia, y esto lo exige, no solamente el sentimentalismo que pueda implicar el recuerdo histórico de la unidad de razas y de origen, sino también la vida futura de España y sus hijas emancipadas.

Pero hemos de tener presente, al abordar este interesante problema, el fenómeno que se viene presentando desde hace algunos años, y que en la actualidad ha de hacernos pensar seriamente en la marcha de nuestras futuras aspiraciones.

Este fenómeno es el siguiente, expuesto con toda sencillez, y que otros mejor que yo podrán explicar o comentar con mayor acierto: España se americaniza, nuestra influencia en las Repúblicas neolatinas va siendo cada vez menor.

A nuestra patria van llegando poco a poco elementos de juventud procedentes de nuestras antiguas colonias que, por sus méritos indudables, van ocupando puestos en las diversas artes dominadoras del espíritu, que por su altura han formado ya verdaderas escuelas, de grata y noble enseñanza.

La Poesía, el Teatro, el Periodismo, la Novela, la Música, &c., tienen en España y en el Extranjero representaciones que honran a nuestras hijas las Repúblicas centro y suramericanas, y que son y han sido verdaderas iniciadoras de nuevos procedimientos generalmente aceptados.

Pero hemos de tener en cuenta también que la hermanación que se busca con las naciones que forman el continente américolatino no pueden ser únicamente de carácter espiritual por consecuencia de afinidades étnicas: es preciso llegar a la conjunción económica, a la liga de intereses, que son, al fin y al cabo, los que verdaderamente cierran o azocan el nudo de la confraternidad.

Los Estados Unidos han comprendido mejor que nadie cuál es el procedimiento para obtener esa firme unión panamericana, que se encierra en el principio de Monroe, y, poco a poco, ha ido imponiéndose, moral y materialmente, a todos los grandes y pequeños Estados suramericanos, modificando el carácter de sus hijos por la instrucción perseverante de sus grandes centros de enseñanza y por la influencia de sus vastas vías comerciales.

Si España ha de aproximarse a sus antiguas colonias, ha de hacerlo hoy por el retorno de la gran República de Wilson, americanizándose un poco, modificando su política, hoy bastante atrasada con respecto a la de las demás Repúblicas neolatinas, como se ha demostrado durante la terminada guerra, y buscando en la aproximación amistosa y en la liga de nuestros intereses el camino que ha de conducirnos hacia un final que sea para nosotros el de las aspiraciones, que en el sentido hispanoamericano han de ser la de nuestros Gobiernos, y son las de que España, por su situación geográfica y por la independencia que justamente ha de gozar, como consecuencia de la paz futura, sea el puerto europeo del gran continente americano.

Francisco Arderius

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