[ Dragomir M. Jankovitch ]
(para Cosmópolis)
La muerte de un hispanófilo de Oriente: Jaime Daricho
En Servia, mi patria, acaba de morir un buen amigo vuestro, españoles, y yo os quiero hablar de él para que su memoria sea alabada por vosotros, ya que en vida os la entregó por entero.
Se llamaba este servio Jaime Daricho, y tradujo a nuestro idioma un buen número de vuestras obras literarias, porque la literatura española era la que más le atraía, después de la servia.
Esto debió de ser quizá porque las primeras palabras que oyó en su cuna fueron castellanas. Era descendiente de los judíos arrojados de España que en sus peregrinaciones por el mundo hallaron refugio en Servia. Estaba unido por misteriosos lazos al país de sus antepasados, país que nunca había visto y que quién sabe cómo se lo imaginaba, pues nunca hablaba de ello, ni aun en los momentos de aguda nostalgia...
Quería que se creyera que si sabía español era por casualidad, por un accidente fortuito, y eso que del español de su primera infancia al castellano perfectamente literario de su edad madura debía mediar un abismo. El perfeccionó su español con el estudio de las mismas obras que traducía.
Entre vosotros y nosotros era el único intermediario, y, a decir verdad, no hubiesen encontrado en toda Servia un amigo más leal de vuestros intereses literarios.
A lo que principalmente dedicó sus esfuerzos es a vuestro teatro, no traduciendo apenas novela alguna, lo que me duele, viendo en los dos años que llevo en España, lo mucho y bueno que tenéis en este género.
Formando parte del Comité de una de nuestras Sociedades literarias de Belgrado, tuve la idea de reemplazar la traducción de Don Quijote, hecha por un viejo políglota, por una de Daricho, quien se resistió con su natural modestia a este acto de justicia.
Cualquier autor podía confiarse a sus admirables traducciones, en la seguridad que no perdía literariamente. A ellas se consagraba con tal empeño, que nadie consiguió que hiciese otra labor de más empuje, teniendo sobradas dotes para ello.
He aquí las principales obras traducidas por Daricho: Lo que puede un empleo (Martínez de la Rosa); Los amantes de Teruel (Hartzenbusch); La mar sin orillas; O locura ó santidad; En el seno de la muerte; En el puño de la espada; Mariana; El drama nuevo; Cómo empieza y cómo acaba (Echegaray); Tierra baja (Guimerá); El gran filón; Muérete y verás; El hombre de mundo (Rubio); El alcalde de Zalamea (Calderón); Don Alvaro o la fuerza del sino (duque de Rivas); La malquerida; Los intereses creados (Benavente), y otras.
Su última simpatía literaria fue D. Jacinto Benavente, de quien comenzaba a traducir casi todo su teatro, como hizo con Echegaray.
Yo le había aconsejado que tradujese los Episodios Nacionales, de Galdos, a lo que no opuso tanta resistencia como cuando el caso Cervantes.
Quizá había ya comenzado y la muerte le ha sorprendido en esta magna tarea.
Pero su muerte ha destruido un plan más vasto todavía:
Al crearse en Madrid nuestra Legación, Daricho creyó que ahora o nunca era el momento de visitar su antiguo hogar. Con su energía, que no le traicionaba nunca, y su ardor, que animaba a su propia vejez, me hablaba en sus cartas de todas las cosas imaginables que se proponía hacer en España. Entre ellas, y fuera de su pasión literaria, hacía planes de economía y de comercio y con vivísimo deseo de estudiar en nuestros archivos las relaciones de antaño entre servios y españoles. Creo firmemente que al morir este judío, que no tenía los rasgos que ordinariamente se atribuyen a su raza, uno de sus mayores sentimientos fue este de no ver realizados sus planes entre vosotros.
Habéis perdido con la muerte de Daricho el mejor abogado literario que podíais tener en Servia. Alguien que podía haberle heredado era su hermano Benko, dotado de una fuerza poética muy grande; pero éste murió en la última guerra, del cólera, siendo oficial de la reserva.
Españoles y servios debemos llorar juntos la pérdida de Jaime Daricho, de este literato que con su labor honraba a las dos razas y se honraba a sí mismo.
Dragomir M. Jankovitch.