Filosofía en español 
Filosofía en español


[ Elbert Hubbard ]

Periodismo apostólico

Un artículo reproducido cuarenta millones de veces

Creemos hacerle un gran servicio a España reproduciendo en EL FIGARO uno de los documentos periodísticos más importantes que ha producido la civilización moderna. En este documento hay una altísima lección de moral y de ciudadanía, que todos los hombres deben de conocer. Nosotros, si pudiéramos, lo haríamos aprender de memoria a todos los niños que reciben instrucción en las escuelas de España.

Hace algunos días llegó a nuestras manos, entre un voluminoso paquete de impresos extranjeros. Miramos distraídamente la cubierta, en donde se leen estas palabras: «Un mensaje a García», y lo dejamos a un lado.

“Un mensaje a García” es la obra culminante y definitiva del periodista norteamericano Elbert Hubbard, director de la revista «Philistine». Mejor diríamos que es la suprema concreción de la ética y de la mentalidad de la gran República de los Estados Unidos del Norte, porque solamente las razas que, como las de esa ilustre nación, han llegado al más alto grado de depuración moral y jurídica pueden producir hombres que, como Wilson y Hubbard, logran hacerse oír y admirar por toda la Humanidad.

Hubbard, hombre, sin duda, de gran corazón y de exquisita sensibilidad, se inspiró para escribir su artículo en un sencillo episodio familiar. El gran periodista discutía con su hijo Best sobre lo que es el heroísmo, y Best hubo de decir que el verdadero héroe de la guerra de Cuba –la nuestra con los Estados Unidos– fue Rowan, “qué salió solo y realizó su propósito: llevó el mensaje a García”.

Esta frase, sencilla y profunda, impresionó hondamente a Hubbard, y aquella misma noche quedó escrito el artículo que había de hacerse tan famoso como las más altas obras del ingenio de los hombres en todas las épocas y en todos los pueblos.

No mucho después, el documento periodístico fue traducido a todos los idiomas, alcanzando difusión prodigiosa en Rusia, Alemania, Francia, Turquía, Indostán, China, Japón, Inglaterra. Ahora llega a España, traducido al castellano por el periodista cubano Ramón Planiol, y las tiradas pasan ya de los cuarenta millones de ejemplares. No se conoce en la historia general de la Literatura un caso semejante de difusión.

He aquí el artículo:

Un mensaje a García

En todo este asunto de Cuba hay un hombre que sobresale en el horizonte de mi memoria como el planeta Marte en su perihelio. Cuando se declaró la guerra entre España y los Estados Unidos era muy necesario comunicarse prontamente con el jefe de los insurrectos. Encontrábase García allá, en la manigua de Cuba, sin que nadie supiera su paradero. Era imposible toda comunicación con él por telégrafo o por correo. El Presidente tenía que contar con su cooperación, sin pérdida de tiempo. ¿Qué hacer?

Alguien dijo al Presidente: “Hay un hombre llamado 'Rowan' que puede encontrar a García, si es que se le puede encontrar.”

Se trajo a Rowan y se le entregó una carta para que a su vez la entregara a García. Cómo fue que este hombre, Rowan, tomó la carta, la selló en una cartera de hule, se la amarró al pecho, hizo un viaje de cuatro días, y desembarcó de noche en las costas de Cuba en un bote sin cubierta; cómo fue que se internó en las montañas, y en tres semanas salió al otro lado de la isla, habiendo atravesado a pie un país hostil y entregado la carta a García, son cosas que no tengo deseo especial de narrar en detalle. Pero sí quiero que conste que Mac-Kinley, presidente de los Estados Unidos, puso una carta en manos de Rowan para que éste la entregara a García. Rowan tomó la carta y no preguntó: “¿Dónde está García?”

¡Loado sea Dios! He aquí un hombre cuya figura debe ser vaciada en imperecedero bronce y puesta su estatua en todos los colegios del país. No es la enseñanza de libros lo que los jóvenes necesitan ni la instrucción en esto o aquello, sino el endurecimiento de las vértebras, para que sean fieles a sus cargos, para que actúen con diligencia, para que hagan la cosa: “llevar el mensaje a García”.

El general García ya no existe; pero hay otros Garcías.

No hay hombre que haya tratado de administrar una empresa que requiera mucho personal que a veces no se haya quedado atónito al notar la imbecilidad del promedio de los hombres, la inhabilidad o la falta de voluntad de concentrar sus inteligencias en una cosa dada y hacerla.

La asistencia irregular, la desatención ridícula, la indiferencia vulgar y el trabajo mal hecho parecen ser la regla general. No hay hombre alguno que salga airoso de su empresa, a menos que, quieras que no quieras o por la fuerza, obligue o soborne a otros para que le ayuden, o a menos que tal vez Dios Todopoderoso, en su bondad, haga un milagro y le envíe al Ángel de la Luz para que le sirva de auxiliar.

Tú, lector, puedes hacer esta prueba. Te encuentras en estos momentos sentado en tu oficina. A tu alrededor tienes seis empleados. Llama a uno de ellos y pídele lo siguiente: “Tenga la bondad de buscar en la Enciclopedia y hágame un memorándum corto de la vida de Correggio».

¿Crees tú que el empleado contesta: “Sí señor”, y se marcha a hacer lo que tú le dijiste?

Nada de eso. Te mirará de soslayo y te hará una o más de las siguientes preguntas:

¿Quién era él?

¿En cuál enciclopedia?

¿Dónde está la enciclopedia?

¿Acaso fui empleado yo para hacer eso?

¿No querrá usted decir Bismarck?

¿Por qué no lo hace Carlos?

¿Murió?

¿Hay prisa para eso?

¿No sería mejor que yo le trajera el libro y usted mismo lo buscara?

¿Para que quiere usted saberlo?

Y me atrevería a apostar diez a uno a que después que hayas contestado el interrogatorio y explicado la manera de buscar la información que necesitas y por qué la necesitas, tu empleado se retira y obliga a otro compañero a que le ayude a encontrar a García, regresando poco después, diciéndote que no existe tal hombre. Desde luego puede darse el caso en que yo pierda la apuesta; pero según la ley de promedios no debo perder.

Ahora bien; si tú sabes lo que tienes entre manos, tú no debes molestarte en explicar a tu auxiliar que “Correggio” está indicado con “C” y no con “K”, sino que, sonrientemente y de buen humor, le dirás: “Está bien; déjelo”; y dicho esto te levantarás y lo buscarás tú mismo.

Y esa incapacidad para obrar independientemente, esa estupidez moral, esa deformidad de la voluntad, esa falta de disposición para hacerse caso de una cosa y realizarla, esas son las cosas que han pospuesto para lejos en lo futuro al socialismo puro. Si los hombres no actúan por sus propias iniciativas para sí mismos, ¿qué harán cuando el producto de sus esfuerzos sea para todos? La fuerza bruta parece necesaria y el temor a ser “rebajado” el sábado a la hora del cobro hace que muchos trabajadores o empleados conserven el trabajo o la colocación.

Anuncia procurando un taquígrafo, y de diez solicitudes, nueve son de individuos que no tienen ortografía, y lo que es más: de individuos que no creen necesario tenerla. ¿Podrían esas personas escribirle una carta a García?

–Mire usted –me decía el gerente de una gran fábrica–, mire usted aquel tenedor de libros.

–Bien; ¿qué le pasa?

–Es un magnifico contable; mas si se le manda hacer una diligencia, tal vez la haga; pero puede darse el caso de que entre en cuatro salones de bebidas antes de llegar y cuando llegue a la calle Principal ya no se acuerde ni de lo que se le dijo.

¿Puede confiarse a ese hombre que lleve un mensaje a García?

Recientemente hemos estado oyendo conversaciones y expresiones de muchas simpatías hacia “los extranjeros naturalizados que son objeto de explotación en los talleres”, así como hacía “el hombre sin hogar que anda errante en busca del trabajo honrado”, y junto a esas expresiones соn frecuencia empléanse palabras duras hacia los hombres que están en el Poder.

Nada se dice del patrono que se avejenta antes de tiempo, tratando en vano de inducir a los eternos disgustados y perezosos a que hagan un trabajo a conciencia; ni se dice nada del largo tiempo ni de la paciencia que ese patrono ha tenido buscando personal que no hace otra cosa sino “matar el tiempo” tan pronto como el patrono vira la espalda. En todo establecimiento y en toda fábrica se tiene constantemente en práctica el procedimiento de selección por eliminación. El patrono vese constantemente obligado a rebajar personal que ha demostrado su incompetencia en el fomento de sus intereses y a tomar otros empleados. No importa que los tiempos sean buenos; este procedimiento de selección sigue en todo tiempo, y la única diferencia es que cuando las cosas están malas y el trabajo escasea se hace la selección con más escrupulosidad; pero afuera y para siempre afuera tiene que ir el incompetente y el inservible. Por interés propio, el patrono tiene que quedarse con los mejores, con los que pueden llevar un mensaje a García.

Conozco a un individuo de aptitudes verdaderamente brillantes, pero sin la habilidad necesaria para manejar su propio negocio, y que, sin embargo, es completamente inútil para cualquier otro, debido a la insana sospecha que constantemente abriga de que su patrono le oprime o trata de oprimirle. Sin poder mandar, no tolera que se le mande. Si se le diera un mensaje para que lo llevara a García, probablemente su contestación sería: “Llévelo usted mismo”.

Hoy este hombre anda errante por las calles en busca de trabajo, teniendo que sufrir la inclemencia del tiempo. Nadie que le conozca se atreve a darle trabajo, puesto que es la esencia misma del descontento. No entra por razones, y lo único que en él podría producir algún efecto sería un buen puntapié salido de la punta de una bota del número 9, de suela gruesa. Sé en verdad que un individuo tan deforme como ese moralmente no es menos digno de compasión que el físicamente inválido; pero en nuestra compasión derramemos también una lágrima por aquellos hombres que se encuentran al frente de grandes empresas, cuyas horas de trabajo no están limitadas por el sonido del pito y cuyos cabellos prematuramente encanecen en la lucha que sostienen contra la indiferencia zafia, contra la imbecilidad crasa y contra la ingratitud cruenta de los otros, quienes, a no ser por el espíritu emprendedor de éstos, andarían hambrientos y sin hogar.

Diríase que me he expresado con mucha dureza. Tal vez sí; pero cuando el mundo entero se ha entregado al descanso yo quiero expresar unas palabras de simpatía hacia el hombre que sale avante en su empresa, hacia el hombre que, aun a pesar de grandes inconvenientes, ha sabido dirigir los esfuerzos de otros hombres, y que después del triunfo resulta que nada ha ganado, nada más que su subsistencia.

También yo he cargado mi lata de comida al taller y he trabajado a jornal diario, y también he sido patrono y sé que puede decirse algo de ambos lados.

No hay excelencia en la pobreza “per se”; los harapos no sirven de recomendación. No todos los patronos son rapaces y tiranos; no todos los pobres son virtuosos.

Mis simpatías todas están con el hombre que hace su trabajo, cuando el patrono está presente cómo cuando se encuentra ausente. Y el hombre que al entregársele una carta para García tranquilamente toma la misiva, sin hacer preguntas idiotas y sin intención alguna de arrojarla a la primera alcantarilla que encuentre a su paso o de hacer cosa alguna que no sea entregarla al destinatario, ese hombre nunca queda sin trabajo ni tiene que declararse en huelga para que se le aumente el sueldo. La civilización busca ansiosa, insistentemente, a esa clase de hombres. Cualquier cosa que ese hombre pida la consigue. Se le necesita en toda ciudad, en todo pueblo, en toda villa, en toda oficina, tienda y fábrica y en todo taller. El mundo entero lo solicita a gritos; se necesita y se necesita con urgencia al hombre que pueda llevar “mensaje a García”.

Elbert Hubbard

* * *

Rowan, como el personaje de Milton, marchaba amparado de un poderoso campeón: la conciencia. Por eso encontró a García y le entregó el Mensaje; o lo que es igual: cumplió con su deber. Esta es la gran lección que el periodista apóstol ha escrito en páginas de oro, para enseñanza de todos los hombres. La más extraordinaria cultura, el dominio más perfecto de la ciencia, la más formidable acumulación de riqueza y poderío, no le sirven de nada a los pueblos y a los individuos si toda esa gran expansión de las fuerzas vitales y de la libertad no se asientan sobre un pleno estado de conciencia y una noble y alta estimación del deber. Tan sólo la conciencia puede guiarnos, sin que tropecemos, por la áspera senda del deber; librándonos de las pasiones, de las miserias y de las bajezas propias de la humana condición. La conciencia, fuerza universal, eterna, hace al hombre perseverante, sufrido, valeroso, conduciéndole siempre, con luz vivísima,, hacia el triunfo y la felicidad en la vida y el honor en la muerte.

Rowan, personificación de la conciencia moral y del amor al cumplimiento del deber, es, a la hora presente, un personaje simbólico. Las naciones, en su maravillosa complejidad, son como los individuos. Por eso, al término de la guerra, aparecen vencedores los que supieron llevar “su mensaje”, y vencidos los que se olvidaron de la conciencia y el deber, fiándolo todo a su pasión brutal y a la fuerza destructora, perseverantemente acumulada, y de que en la vida, según la frase de Humboldt, tan sólo para los que se consagran al cumplimiento estricto y liberal de su deber, llega la felicidad espontáneamente, surgiendo triunfante hasta en medio de las congojas y privaciones más crueles y al parecer más irremediables.

Aquí, entre nosotros –tengamos el valor y la pena de decirlo– son muy contados los hombres capaces de llevar “su mensaje”, de cumplir su deber. Siglos enteros llevamos en la linde del camino, parados y enloquecidos, sin darnos cuenta de que la maleza ha crecido de tal suerte que ya es muy difícil descubrir la ruta conveniente a nuestro bien y a nuestra dignidad. Hemos, pues, de pedirle a Dios con todo fervor que nos ilumine y nos aliente, como alentó e iluminó a Rowan, y que nos depare un hombre grande, bueno y valeroso, que sepa conducirnos, como supo conducir a su pueblo aquel que mandó a Rowan llevar “un mensaje a García”.

Juan Celtíbero