[ José Vilalta Comes ]
Al margen de un libro
El imperio del pesimismo
Con el sugestivo título de “Vicisitudes y anhelos del pueblo español”, acaba de publicar un libro D. Santiago Valentí y Camp. En su nuevo libro nos plantea Valentí y Camp el problema tan discutido de la regeneración de nuestra raza. Nuestro espíritu, abatido por la fuerza de las vicisitudes y de los desengaños, ha de regenerarse con un ideal relevo, transformando de pies a cabeza la actual organización oficial.
Hace muchos años que estamos debatiendo el mismo problema que parece haber llegado a un punto culminante. La fuerza de la discusión y la forma en que los negocios públicos se van desarrollando, se manifiestan al fin con alguna eficacia. Hay un estado de opinión muy vasto y bastante unánime que ha llegado a darse cuenta al cabo de los años, de que se detenta la soberanía nacional en favor de unos pocos; y el despertar de este estado de opinión significa una saludable reacción de una multitud que seguía a ciegas adonde se llevaban.
Han ido seriándose un número extraordinario de hechos, cada uno de ellos constitutivos de una irregularidad, cuya consecuencia final es este estado de turbación nacional en que nos hallamos. Sobre la desorientación de nuestro pueblo se han hecho interesantísimas investigaciones en libros y revistas científicas, se ha hecho notar el desnivel considerable que media entre los pueblos de la parte central de Europa y nosotros. Y entre estos escritores, Joaquín Costa, considerábamos más dignos de África que del continente europeo.
Recientemente se publicó “El atraso de España”, interesante libro cuyo autor, con el pseudónimo “John Chamberlain”, ha estudiado con bastante acierto los males que afligen a nuestro pueblo. En su libro, Valentí y Camp revela con agudeza muestro gran atraso, debido a la decadencia paulatina de la raza española, que da por resultado la ausencia de inquietudes y la falta de fe en los ideales y en los hombres.
Se habla, para justificar nuestro atraso, de la situación geográfica, de las condiciones climatológicas, &c. Pero esto no es suficiente. La causa primordial es otra, imputable solamente a que en España han escaseado los verdaderos patriotas. Aquí han merecido siempre más atención los intereses de un partido que los intereses de España. Ahí está, por ejemplo, el señor Canalejas, sacrificando al país en masa en provecho de un partido más o menos numeroso o de una institución. Resultado: que el Gobierno, el Parlamento, el Senado y la organización administrativa en general, constituye en España una negación absoluta del Estado.
Y es evidente que allí donde el Estado, víctima de los vicios de sus directores, no llena el cauce que la vida del pueblo le señala, el país va poco a poco depauperizándose hasta llegar al estado de decadencia a que ha llegado el pueblo español.
Valentí y Camp ha hecho de su libro una especie de inventario, metodizado y sintético, de los males de España y de las aspiraciones y anhelos del pueblo. Pero reconoce la pobreza espiritual de nuestro pueblo pesimista y escéptico.
Mil veces ha salido, lanza en ristre, al campo de batalla y siempre ha tenido que volverse, contrito y cabizbajo, quebrada la lanza al primer encuentro.
A cada batalla, han seguido, después de habernos batido bravamente en retirada, mil lamentaciones y mil desengaños. Los agitadores más caracterizados se han quedado en casa. Los que a todas horas excitaban al país a una protesta ruidosa, han tenido miedo a la revolución.
El problema español es mucho mayor de lo que parece a simple vista. Una revolución que lograra cambiar el régimen, no sería de ninguna eficacia, si al lado del revolucionario no iba el hombre de ciencia: el buen muestro, el ingeniero, el jurista, etcétera. De aquí que una democracia sin intelectuales sea un órgano sin eficacia. Y en España la democracia ha tenido pocos intelectuales o “teorizantes”, por la falta de confianza de éstos en los agitadores o “hacedores”.
El pesimismo, primera forma del escepticismo, ha hecho verdaderos estragos entre los españoles. ¿Cómo confiar en nada ni en nadie, después de una serie tan numerosa de tentativas de regeneración sin éxito notable alguno? A la vista tenemos el camino que han seguido todas ellas. Un buen número de organizaciones políticas han desaparecido sin haber realizado ninguno de sus objetos. Murió la Unión Republicana sin haber traído la República a España ni haber intentado la revolución siquiera; y se deshizo Solidaridad Catalana, uno de los movimientos más potentes que ha registrado nuestra historia, sin haber logrado ni la derogación de la ley de jurisdicciones, ni la más leve concesión en favor de la autonomía de Cataluña.
En pleno imperio del pesimismo, ha muerto todo en nuestras propias manos por desconfianza en cuanto nos rodea y por falta de fe en nuestro propio esfuerzo. Hay que empezar una labor nueva, con hombres nuevos y fuerzas que no se gasten antes de entrar en pelea. Somos organizadores ejemplares. Sabemos escribir programas y confeccionamos a las mil maravillas sendos reglamentos muy serios y muy severos para nuestros ejércitos democráticos; pero no hemos pasado de aquí por ahora.
No obstante y ser la crítica, según algunos un elemento negativo, es en España el más positivo de los elementos. Y sin embargo, no ha triunfado porque su triunfo significa el triunfo del pueblo, de la legalidad y de la justicia. Jóvenes eminentes como Maeztu, Ortega Gasset, Luis de Zulueta, Valentí, Besteiro, Alomar y algunos otros, representantes de esta crítica a que nos hemos referido, realiza una labor de mucho mérito.
Valentí y Camp, en su interesante libro “Vicisitudes y anhelos del pueblo español”, bello por su estilo fácil y matizado, detalla con minuciosidad clínica las causas que han engendrado el pesimismo en nuestra raza y el camino de una regeneración integral de nuestra patria. Un poco injusto hablando de Solidaridad Catalana, pero puede perdonarse esta injusticia imputable solamente a la pasión partidista a veces indomable, en gracia a la sinceridad que rebosa el resto del libro.