El Norte de Galicia
Lugo, lunes 7 de marzo de 1910
 
época II, año XIII, número 2790
página 3

Manuel García Blanco

Labor secular del Episcopado

La predilección que los pueblos consagran a sus propios sentimientos e intereses religiosos, de que el Obispo es principal representante y servidor, los prestigios y la dignidad a tan elevado cargo inherentes, los méritos y las cualidades personales de quienes con al son investidos y la solemnidad de que siempre se reviste esta clase de actos, que no suelen, además, ofrecerse con frecuencia, explican cumplidamente la curiosidad, la expectación, la respetuosa simpatía y hasta el sincero entusiasmo que en todas partes, y especialmente en aquellas localidades en que más viva y arraigada persiste la tradición religiosa, suscita la entrada oficial de un nuevo mitrado en la capital de su diócesis. Pero si tan poderosas razones pareciesen aún insuficientes para de tal manera y en ocasionas tales mover los afectos de un pueblo, en una época, cual la actual, en que motivos de índole positiva, material, utilitaria más que de fe religiosa y de orden espiritual, determinan los humanos sentimientos, los valiosos e innumerables beneficios de carácter puramente secular, profano, que la historia y la experiencia nos muestran haber siempre recibido y estar constantemente recibiendo los pueblos de sus Prelados, bastarían para justificar plenamente el afecto y el júbilo singulares con que acogerlos acostumbran.

Puesto que toda obra ejecutada en vista de fines religiosos, con pretexto y ocasión de los preceptos de la religión cristiana, todo acto, medio y condición del culto divino tradúcense desde luego, en provecho positivo para la humanidad, porque la religión, si bien busca con preferencia la felicidad espiritual y ultraterrena del hombre, no desdeña, antes lo procura, su bienestar temporal, la historia del Episcopado católico no se reduce a una extática contemplación de la vida eterna, sino que es a la vez una larga serie de constantes esfuerzos en bien del progreso humano, en todos los órdenes de la vida temporal.

Si buscáis testimonios de su actividad en el orden social y político, yo os preguntaré quién como la Iglesia, por ministerio de los Obispos, promovió la civilización moderna y transformó las hordas bárbaras en el tronco en que habían de injertarse, quién dio libertad a los esclavos y quién redimió a los siervos de la opresión de los señores; yo os invitaré a contar el número y a calcular el alcance de las empresas políticas y guerreras que, como sabios consejeros de reyes, cuando no investidos de poderes soberanos, patrocinaron o por sí mismos acometieron y condujeron a feliz término. Decidme cuánto en el orden moral se les debe, y fijaos en los establecimientos benéficos que por do quiera fundaron y espléndidamente dotaron. En el orden de la cultura, leed los sabios libros de que son autores, o que coleccionaron en copiosas bibliotecas, y deteneos ante esos hermosos edificios de fachadas timbradas con escudos episcopales, en que instalaron los colegios, las academias y Universidades de su fundación. En el orden artístico, admirad esas grandiosas catedrales góticas que para esplendor del culto, orgullo del arte y encanto de las viejas ciudades, erigieron…

Modernamente, cuando se les ha despojado de todo poder temporal, y con el deslinde preciso entre los respectivos campos de acción de los diversos poderes sociales se han mermado sus antiguas atribuciones, intentando circunscribir sus funciones a lo pura y simplemente religioso, acaso su labor profana aparezca menos patente y brillante, pero no es menos intensa y trascendental. Ved con cuanta solicitud sirven los intereses morales y materiales de la sociedad, con cuánta generosidad acuden al remedio de sus necesidades; observad la diligencia con que se consagran a la solución del problema social y a la rehabilitación de las clases proletarias; negadme que traten los extremos concernientes a la cultura y educación al modo de los más consumados pedagogos; reparad en su afición a la ciencia positiva, cuya obsesión constituye la característica de nuestro siglo, en la rara competencia y en el criterio perfectamente moderno con que tratan sus problemas, ávidos de conciliar y apoyar con sus principios los dogmas cristianos.

Lleno está el mundo de preclaros testimonios de la virtud, actividad y ciencia de los prelados católicos; y todo nuevo acto de afecto y sumisión que los pueblos les tributan no es tan solo demostración de fe religiosa, sino también reconocimiento o de una crecida deuda de gratitud contraída para con su benéfica y paternal tutela, a la que nunca intentarán sustraerse.

M. García Blanco
Doctor en Filosofía

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