Filosofía en español 
Filosofía en español


José Ferrandiz

La revista jesuita

Por fin, como dice La Corres, ha aparecido la tan anunciada y cacareada revista de los jesuitas, la que venía a comerse a los liberales crudos; pero usando tenedor y guante blanco.

En realidad, su objeto era otro. Hace años que toda Orden monástica sueña con una revista propia. ¡Es gracioso! ¡Vivir maldiciendo el periodismo, representar su ruina y tener que agarrarse a él para dar muestras de que se existe!

Este objeto no lo habían conseguido más que a medias los agustinos con su Revista Agustiniana y los escolapios con la suya Calasancia; todas las otras Órdenes no han sabido hacer más que ridículos esperpentos, que se caen de las manos. Los de San Francisco apenas han acertado a expresar su misticismo trasnochado y milagrero, que concluye por pedir limosna. Los Dominicos, un día casi dueños del campo intelectual monástico, hoy hechos unos pobres diablos, no han conseguido un lector de valía para su Rosario, papelucho insulso que se va él solito al retrete da las devotas, sus abonadas por compromiso. También los Salesianos tienen su revista de corte religioso-industrial, que da nauseas verla; los Carmelitas exhiben por ahí otro par de buñuelos periodísticos, y hasta las Trinitarias de Méndez tiran su Boletín, cuyo verdadero y adecuado título es ¡La Bolsa o la Vida! Es la manía general. ¡Nuestro periódico, nuestro periódico! ¡Nuestra revista…!

Los jesuitas deseaban, pues, una revista digna del nombre a que creen tener derecho en el mundo religioso y en el intelectual, bien que únicamente un vulgo de ilusos se lo reconozca. Su Mensajero del Sagrado Corazón no pasó nunca de ser un semanario beato, bueno para cierta clase de señoras. La Semana Católica no es verdadera propiedad de los padres, sino de un achaparrado y siniestro siervo suyo; y en cuanto a La Lectura Dominical, vomitorio del padre Garzón, ha sido un completo fracaso y un manantial de descredito.

Los padres querían otra cosa, una revista, no, algo más: la revista, el non plus ultra de las revistas, que dejara tamañitas a las de los agustinos y los escolapios, ambas órdenes objeto predilecto de su enemiga, y si pudiera ser, a las publicaciones laicas como la antigua Revista de España, y la moderna Nuestro Tiempo.

Para eso hicieron venir a Madrid a varios padres, dada la nulidad de los Sanz, Garzón e Hidalgo, además de correr las órdenes para que se apercibieran cuantos en la Compañía saben, o lo creen, manejar la pluma y escribir sobre algo, para que prepararan sus trabajos.

No hay que decir con qué bolsillo se contaba, con el de Comillas, el eterno financiero, la bolsa común, la caja de los apuros y la mina del jesuitismo. ¡Dinero largo! Cabalmente ese señor ha soñado siempre con un gran periódico diario y con una revista; se ha gastado el dinero en muchas intentonas y siempre ha fracasado. Ahora será otra cosa, al decir de los padres.

Lo malo es, y el primer número de su revista, acabado de recibir en esta casa, lo demuestra, que no es sólo el dinero la vida de las publicaciones; si lo fuera, Comillas y el Banco de España tendrían cada cual un prodigio periodístico a sus órdenes. No sólo de pan vive el hombre, sino de la inteligencia y ésta de las ideas. Por este lado la empresa es ya más difícil para la Compañía.

Nada menos propicio para ser escritor leído por públicos modernos que la educación jesuítica. No negaré que haya jesuitas sabios, siquiera en España no los conozca nadie, ni que carezcan de buenos humanistas, filósofos, teólogos, matemáticos, literatos correctos en el decir y todo lo que se quiera; el modo de formarse en la Compañía y el bagaje de ideas que deben sostener, los hará siempre extraños por el fondo y por la forma, al mundo intelectual. A un jesuita le falta el esprit, el quid divinum, ese no sé qué inexplicable que atrae y seduce al lector, y le falta eso porque carece de libertad; porque aunque lo crea y se esfuerce, le faltará siempre personalidad; porque su pluma correrá, quiera o no quiera, movida por extraño y lejano impulso, que le hará callar aquí, poner allí una atenuación, más allá un distingo, en otra parte una mentira, en esotra una nota mística o una puñalada trapera, según exigen la historia, los fines, los caprichos, las circunstancias, los deberes y las conveniencias de la Orden.

Precisamente de eso mismo, aunque en menor proporción, adolecen las revistas de escolapios y agustinos. Si a los escritores que redactan la Revista Agustiniana, les quitaran de encima el hábito, la orden y los respetos que consigo llevan para con Roma, con el monaquismo, con los prelados y con los fanáticos, entonces sí que harían lo que se llama una revista de lo más aceptable. Y si esto sucede a los agustinos, educados de muy distinto modo que los jesuitas, ¿qué esperar de éstos?

Lo que han producido, un conato de revista muy lujoso, bastante bien editado, formando bonito cuaderno de 136 páginas; bien impreso (sin pie de imprenta por cierto, para empezar ya burlando una ley civil), nada barato, cinco reales número, y alegrito, sugestivo como ahora se dice; pero en el fondo… en el fondo jesuita hasta lo inaguantable.

Pueden estar tranquilos los escolapios y los agustinos. Razón y Fe (extraño título que revela la inexperiencia de estas cosas y prurito de echarlas de modernista poniendo como cebo la razón antes que el dogma…) que debiera llamarse franca y simplemente Revista Jesuita, no perjudicará en nada a sus publicaciones; no competirá con ellas en ninguno de los terrenos donde se conquista público.

Es, desde luego, inferior a esas revistas y más inferior a las editadas hasta hoy por seglares. Nuestro Tiempo, que dirige Salvador Canals, está a cien codos sobre esa razón y esa fe especiales de los ignacianos.

Dos palabras sobre su contenido.

Empieza la publicación poniendo una especie de prólogo, en el que ya se maldice de la literatura, del periodismo, de la ciencia, de la filosofía y de la libertad. El primer artículo, que versa sobre la ciencia libre y la revelación en el siglo XIX, es un trabajo pesadísimo, soñoliento, con pretensiones de profundo, que pocos leerán; su espíritu estrecho hará pasar de largo al lector sobre las pretensiones eruditas del articulista y sobre sus rancias ideas.

Algo menos indigesto, pero tanto o más estrecho de criterio, es el artículo que le sigue sobre un tema fútil: si es o no moderno el problema de la educación, por el P. Ricardo; y como trabajo deplorable por todos conceptos puede tomarse el destinado a defender ¡y de qué modo! el monaquismo, por el P. Villada, quien seguramente al escribirlo no se acordaba de que tiene un hermano clérigo, suspenso de licencias por impugnar el celibato de los curas y pedir la extinción de frailes y jesuitas.

Después de otro articulo sobre el lugar que debe darse a la filosofía, sale el P. Fita defendiendo otra vez esa antigualla del cuerpo de Santiago, sólo porque él anduvo en aquella farsa de los huesos que ahora ni los santiagueses creen ya que son del santo.

Gracioso y singular resulta un trabajo destinado a probar que Concepción Arenal fue nea y jesuita, propósito que sin duda se tiene con otros ilustres difuntos impedidos ya para rechazar calumnias póstumas. Es pesado, lleno de mentiras o ilusiones y presuntuoso como su insoportable autor el violinista P. Alarcón. Como autobombo y reclamo para Monasterio y demás jesuitas de capa corta, no tiene desperdicio. Cuando quiera el P. Alarcón le enseñáramos el Visitador del pobre, hecho por un extranjero y traducido al español, que plagió la ilustre escritora en su Manual, y le probaremos su respeto a la iglesia y su conocimiento de la religión, copiando aquello que dijo de cuán desacertado había sido privar a las mujeres del ministerio sacerdotal católico, sobre todo, de la confesión: ¿por qué las señoras no habían de sentarse en el confesonario a oír penitentes?

Después viene lo de cajón: revista de libros todos jesuitas; crónica científica de segunda mano, sacada de periódicos extranjeros; un boletín canónico para los curas, demasiado canónico y en extremo peligroso por su difusión. No morderán los curas el anzuelo, gastándose el dinero que los jesuitas no pueden quitarles, en alimentar encima su publicación. Unas noticias políticas con criterio integrista concluyen el incoherente sumario.

Y nada más por ahora. Ya vendrán las calumnias groseras, los insultos, los desplantes, los plagios de mal género y todo eso sin lo cual el jesuita no sabe vivir ni moverse; ya.

La revista vivirá mientras una revolución no destroce al dispéptico degenerado que la costea con el dinero sacado por malos medios a la nación; los padres la meterán en todas partes, la prensa la bombeará por orden de Comillas; pero el público y el clero, los sabios y los literatos, no la aceptarán. La ciencia, el arte, la historia, la literatura, el teatro y el periodismo no son católicos, mucho menos pueden ser jesuitas.

José Ferrandiz.