Filosofía en español 
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Claudio López Brú  1853-1925  desde 1883 segundo “Marqués de Comillas”

Claudio López Brú, segundo marqués de Comillas Empresario y capitalista español, hijo y heredero de Antonio López López, que desarrolló un gran activismo católico como segundo Marqués de Comillas, y del que tiene la Iglesia católica abierta causa de beatificación desde mediados del siglo pasado, secundada entonces incluso por la máxima autoridad política de España, por lo que será elevado a los altares si el Papa decide favorablemente. En 1883 tuvo que hacerse cargo del grupo empresarial y financiero levantado por su padre, manteniendo los compromisos adquiridos, entre ellos el patrocinio del Seminario proyectado por Tomás Gómez Carral, que se convirtió en la Universidad Pontificia de Comillas. Mantuvo una excelente relación con las más altas jerarquías de la Iglesia Católica, incluidos los papas León XIII, Pío X, Benedicto XV y Pío XI, y fue uno de los principales impulsores de la Acción Católica en España.

Claudio Segundo Bonifacio Antonio López del Piélago y Brú nació en Barcelona el 15 de mayo de 1853, poco tiempo después de la llegada de sus padres y sus tres hermanos mayores desde la isla de Cuba para asentarse definitivamente en la península.

«Fue Claudio concebido en Santiago de Cuba, al tiempo en que regía aquella archidiócesis el santo Arzobispo Beato Antonio María Claret, después fundador de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María. Su madre piadosísima cuando llevaba en su seno al niño Claudio tenía la devoción de salir a recibir la bendición del Santo Arzobispo al pasar éste por la calle, para sí y para el hijo que en sus entrañas llevaba. Años más tarde, al contemplar su madre la extraordinaria virtud de aquel hijo, atribuía su santidad a las bendiciones del Beato Claret. Así nos lo ha relatado persona de su familia, digna de todo crédito.» (Eduardo F. Regatillo, S. J., Causa de beatificación del Marqués de Comillas, 1947.)

Fallecido muy joven su hermano Antonio, al que su padre estaba preparando para ser el continuador de sus negocios, hubo de abandonar la vocación religiosa, que al parecer tenía, para convertirse en el continuador del imperio empresarial familiar. Por aquellos años mantenía una buena relación con el presbítero y poeta Jacinto Verdaguer, contratado en 1876 como capellán de la naviera familiar, y encargado de la capellanía creada en memoria del hijo fallecido. En 1881 contrajo matrimonio con una joven de 17 años, María Gayón Barrie. «Pero pese a su matrimonio con María Gayón y a su nueva situación mantuvo siempre su fidelidad a la Iglesia, hasta el punto, según se cuenta en Comillas, de hacer voto de castidad. Cierto es además que nunca tuvo hijos» (Raquel C. Sánchez, Antonio López..., 1999, pág. 55). El año de 1881 fue muy importante para la familia López, desde hacía tres años marqueses de Comillas: la naviera familiar se transformó en Compañía Trasatlántica, el rey Alfonso XII aceptó pasar invitado el mes de agosto en Comillas, se comenzó a fraguar el proyecto de un Seminario en Comillas, &c. Fallecido Antonio López el 16 de enero de 1883, le sucedió inmediatamente Claudio López en la presidencia de las sociedades mercantiles, heredando el título de Marqués de Comillas y la grandeza de España.

«Esa sociedad civil (o de cuentas de participación) conformada por la marquesa viuda de Comillas y su hijo Claudio para continuar con la casa de comercio de Antonio López aparece como la verdadera sociedad holding del grupo Comillas. Sociedad holding en el sentido más literal del término, es decir, de sociedad tenedora de las acciones, en la cual se fundamentaba el control familiar sobre las diferentes compañías analizadas. Sociedad tenedora que permitió, además, a los marqueses de Comillas: (1) contar con las carteras de otros accionistas muy cercanos; y (2) contar con el saldo de las cuentas corrientes (en algún caso millonario) de dichos accionistas: el hermano del primer marqués de Comillas, por ejemplo, Claudio López y López, tenía al morir en 1888 un saldo positivo de 2.313.405 pesetas, mientras que su yerno Joaquín del Piélago acreditaba, dos años después, un total de 433.368 pesetas a su favor. La cuenta corriente de la marquesa viuda de Comillas, Luisa Brú, ascendía en 1905, en el momento de su fallecimiento, a 504.300 pesetas. Incluso Eloísa López, criada de la familia y antigua esclava de Antonio en Cuba (del cual había tomado su apellido) tenía al morir en 1900 un saldo de 118.815 pesetas, depositadas en la casa de Claudio López Brú, al que además hizo su heredero [Arxiu Nacional de Catalunya, fondo Güell-Comillas, 7.4.20.]. Cantidades considerables que se sumaban al patrimonio propio de los Comillas, aumentando su capacidad operativa y financiera.» (Martín Rodrigo Alharilla, «La casa de comercio de los Marqueses de Comillas (1844-1920): continuidad y cambio en el capitalismo español», en Congreso de la Asociación de Historia Económica, Zaragoza, 19-21 de septiembre de 2001.)

En la entrada dedicada a Tomás Gómez se ofrecen más detalles de la decisiva intervención de Claudio López en el proceso de construcción, definición y puesta en marcha del Seminario Pontificio de Comillas, que inició sus actividades en enero de 1892.

El 13 de noviembre de 1893 fue muy destacada su intervención tras la catástrofe producida en Santander por la explosión del vapor Cabo Machichaco, fondeado en la bahía (y que no pertenecía a su compañía). Se desplazó inmediatamente desde Barcelona en un tren especial y organizó y dirigió personalmente los servicios de bomberos y hospitales (rechazando más tarde nuevos reconocimientos nobiliarios que para él pretendía alcanzar la ciudad de Santander).

La peregrinación de los obreros a Roma

En 1894, en marcha ya el tercer curso del Seminario Pontificio de Comillas que él mantenía económicamente, tuvo ocasión de volver a demostrar ante León XIII (no se olvide que el papa era propietario de la institución comillesa, tras haber recibido y erigido la institución en 1890) la potencia de la actividad que se realizaba en su entorno. Aceptó la sugerencia del Arzobispo de Valencia y asumió la organización, que financió en su mayor parte, de la gran peregrinación de obreros españoles a Roma, verdadera prueba de la vitalidad de la Acción Social española y del movimiento obrero católico frente a liberalismos, anarquismos y socialismos. En sus barcos viajaron 18.000 –otros dicen 16.000– obreros peregrinos, tres años después de la Rerum Novarum, para agradecer al Papa su preocupación por la «cuestión social» y las soluciones ofrecidas por la más alta autoridad católica, y felicitar a León XIII en el cincuentenario de su ordenación sacerdotal. El «Papa de los obreros» aprovecho la peregrinación española para beatificar a los apóstoles de Andalucía, el Padre Maestro Avila y Fray Diego de Cádiz.

El segundo Marqués de Comillas y la Acción Católica

El mismo año de 1894, después del IV Congreso Católico Nacional Español, celebrado en Tarragona de 16 al 20 de octubre de 1894, la Junta Central de los Congresos Católicos, creada en 1888, se transformó en Junta Central de Acción Católica, siendo nombrado Claudio López su Vicepresidente, cargo que el Marqués de Comillas desempeñó durante treinta y un años, hasta su fallecimiento en 1925. Al año siguiente, en 1926, el Cardenal Arzobispo de Toledo, Enrique Reig Casanova, al publicar los Principios y bases de reorganización de la Acción Católica Española, que promulgaba como su Director Pontificio, reconocía que el propio Marqués había urgido la necesidad de adaptar la Acción Católica a los nuevos tiempos [entre otras cosas: postguerra mundial, revolución soviética, tercera internacional, partidos comunistas, fascismo, &c.]:

«Hace años, el Excmo. Sr. Marqués de Comillas, caballero insigne entre los campeones del catolicismo, preocupado por los sucesos de la guerra europea y por sus consecuencias morales y sociales, pensaba frecuentemente, como presidente de la Junta Central de Acción Católica en España, sobre el momento de modificar los reglamentos y métodos como lo exigían las circunstancias, y de reunir en una sola dirección las fuerzas y asociaciones todas sin mengua de su autonomía peculiar, para los fines propios de la acción católica, que se levantan por encima, sin perjudicarlos ni disminuirlos, de los fines profesionales y materiales. La ocasión se presenta ahora favorable. Así lo han creído mis venerables Hermanos en el Episcopado, a quienes de antemano hemos propuesto los cambios y planes que hemos juzgado necesarios para la organización de la Acción Católica Española; y del mismo parecer han sido también los distinguidos y beneméritos señores de la Junta Central de Acción Católica y del Consejo Nacional de Corporaciones Católico-Obreras y otras personalidades y directores de obras. Pedimos al Cielo que todos los católicos de España mediten seriamente en la necesidad e importancia extraordinaria de la obra que intentamos, sin otra mira ni intención que restaurar todas las cosas en Jesucristo para rendir el servicio más transcendental a la Iglesia nuestra madre y a la Patria.» (pág. 8)

«Nos hemos detenido algo en el extracto de esta Memoria [del Congreso Católico de Tarragona de 1894], por considerarla fundamental y punto de partida de la organización de la Acción Católica en España. Baste decir que las conclusiones adoptadas en el Congreso fueron: Proceder a la reorganización de la Junta Central, compuesta de un Presidente y dieciocho Vocales, designados dos por cada Metropolitano; darle como cargo la preparación de los Congresos, el cumplimiento de las conclusiones, y dirigir la propaganda católica; dividir la Junta, por lo mismo, en tres Secciones y señalarle como Vocales auxiliares los señores Diputados y Senadores que lo sean con la venia de su Prelado; funcionamiento de Junta y Secciones; creación de Juntas o Comisiones diocesanas, auxiliares de la Central, formadas y presididas por los Prelados; autorización para establecer éstos subcomisiones en las cabezas de Arciprestazgo y poblaciones importantes; celebrar una Asamblea general con asistencia de representantes diocesanos. Con arreglo a estas bases se redactó el Reglamento de la Junta Central que ha regido hasta el presente, asumiendo la Vicepresidencia treinta y un años el egregio Marqués de Comillas, hasta su reciente muerte.
Grandes fueron los esfuerzos del Marqués y de la Junta para completar la organización, creando Juntas diocesanas y locales. Para ello se fundó y costeó la Revista Parroquial, que ha dejado de publicarse hace poco. No se ha logrado lo que del esfuerzo había derecho a esperar. Funcionan con vida y acierto algunas Juntas diocesanas de Acción Católica, como la de Oviedo en primer término, que puede presentarse como modelo, y las de Barcelona, Vitoria, Pamplona, Valladolid, Coria, &c., pero estamos muy lejos de la organización completa y robusta, que alcance hasta el último rincón de España, y pueda ser baluarte de los intereses espirituales religiosos y patrios frente a las pérdidas sufridas y a las contingencias del porvenir.» (págs. 68-69).

«Nos complacemos en repetir que estos dos organismos, la Junta Central de Acción Católica y el Consejo Nacional de Corporaciones Católico-Obreras alcanzaron, aun supuestos los defectos inherentes a toda obra humana, especialmente a obra que depende de la cooperación de los demás, frutos excelentes: a ellos se debió, cuando en España apenas se conocían ni ideas ni instituciones de acción católica social, cuando muchos espíritus eran hostiles a este movimiento, la fundación de los Círculos Católicos que es necesario de nuevo reorganizar, extender y federar, para la formación religiosa, moral y cívico-cristiana de los obreros, el Banco de León XIII, primeras propagandas de los Sindicatos agrícolas, la Idea de organización de los Sindicatos obreros católicos, campañas de acción católica y otras muchas iniciativas, que poco a poco fueron como sembrando múltiples y variadas instituciones en el solar patrio, lleno de individualismo y esquilmado, por la revolución, de toda agremiación social. Es también muy de alabar la conducta de la Junta Central de Acción Católica y del Consejo Nacional de Corporaciones Católico-Obreras, que, a pesar de tener confiada la dirección de la propaganda y de las obras sociales en toda la nación, no limitaron la esfera de trabajo a los particulares, dejando, con alto espíritu de quien mira sólo el bien general, el campo libre a las iniciativas privadas.
En el entretanto, a los oídos de todos llegaron las diferencias, quejas y censuras de algunos contra la Junta Central de Acción Católica y contra los Consejos Diocesanos, porque no se acomodaban ya a las circunstancias y no transformaban sus métodos y reglamentos. Pero quizá no había sonado la hora de la Providencia. Porque ¿quién no veía en estos últimos años que era necesaria la modificación de la Junta Central y del Consejo Nacional de Corporaciones Católico-Obreras? Muchas veces el Presidente de la Junta Central de Acción Católica, Excelentísimo Señor Marqués de Comillas, dijo a quien le quiso oír: «Es menester cambiar esto, han pasado muchos años y muchas cosas por el mundo y por España, se requiere hacer con todas las fuerzas y obras organizadas existentes un solo organismo nacional de Acción Católica, al estilo de lo que han hecho los católicos holandeses al constituir la Acción Católica Social, y principalmente los católicos italianos últimamente, al establecer la Acción Católica Italiana, que por cierto viene a confirmar nuestras ideas antiguas de que la Acción Católica en España debe ser una obra sola, nacional, disciplinada, con órganos vivos en cada una de las Diócesis, y teniendo como base la parroquia, una obra donde se reúnan todos los católicos españoles con conciencia de solidaridad y responsabilidad para defender, como católicos y como ciudadanos de una nación católica, los intereses del cristianismo, no sólo en el orden profesional, sino también en otros órdenes muy sagrados, más altos, más generales y sublimes.» Esta idea se llevó al sepulcro aquel ejemplar de caballeros católicos, que sólo anhelaba el momento de que se pusiese en práctica. Cuando fuimos promovido a la Sede Primada Nos dijo, y nos repitió más tarde: «Afronte y lleve a término, sin consideración alguna personal, la reforma que estime oportuna de la Acción Católica. Prescinda de mí, o relégueme al último lugar: estoy gastado con tantos años de actuación. Donde quiera que esté, contará siempre conmigo, y hasta es muy posible que pueda prestar aún mejores servicios a la Iglesia como soldado de fila.» Al hablar así, tenemos la seguridad de que era intérprete a la vez de los sentimientos en que abundan los miembros todos de la Junta Central de Acción Católica y del Consejo Nacional de las Corporaciones Católico Obreras. Teniendo presentes estos datos y las aspiraciones de los católicos, creemos interpretar los anhelos de todos, al reorganizar la Acción Católica Española.» (págs. 74-76) (Emmo. y Rvdmo. Sr. D. Enrique Reig y Casanova, Principios y bases de reorganización de la Acción Católica Española, promulgadas por su Director Pontificio, Imprenta de la Editorial Católica Toledana, Toledo 1926.)

La importancia de Claudio López y de la Universidad Pontificia de Comillas en la acción católica y social de la España de aquellos años es indudable. En la práctica el propio funcionamiento de las empresas del Marqués de Comillas, como Hullera Española en el asturiano concejo de Aller. En el plano teórico y organizativo, léase sin más el «Programa de Sociología cristiana» que se estudiaba en la Universidad Pontificia de Comillas en 1925, año de fallecimiento del segundo Marqués, y la actualidad que tenían entonces lecciones como las siguientes:

«Lección 26. Del Capital. Concepto y clasificación del capital. –Formación del capital. –Teoría marxista del plus valor. –Refutación de la teoría de Marx. –Formación legítima del capital. –Juicio crítico del Capitalismo según la encíclica «Rerum Novarum».
Lección 27. Concepto de la propiedad. –Caracteres de la propiedad. –Clasificación de la propiedad. –Comunismo. –Anarquismo y socialismo integral, agrario y de Estado. –Sovietismo ruso. –Diferencias entre el sovietismo ruso y el socialismo de Marx.
Lección 28. Valor práctico del socialismo de C. Marx. –El socialismo marxista es prácticamente irrealizable. –Antagonismo sistemático entre el socialismo marxista y la religión, especialmente, cristiana-católica. –Juicio crítico del socialismo agrario y de Estado.» (Universidad Pontificia de Comillas, Programa de Sociología cristiana, 1925.)

De ahí que, quizá con una cierta hipérbole justificable en quienes promovían la beatificación de Claudio López, se le atribuyese el mismísimo papel de fundador: «Fue el marqués de Comillas el fundador de la Acción Católica en España», aseguraba Francisco Franco en la carta postulatoria que en 1954 dirigió a Pío XII.

«Su alteza de miras y elevado patriotismo al frente de las empresas que dirige, han dado a su personalidad tal relieve, que constituye, en el mundo social y político, una de las figuras más salientes y populares. Contribuye a ello su labor constante en materias sociales, su espíritu caritativo, y su actuación en el partido católico. Ferviente y entusiasta defensor de la política social cristiana, ha podido ser a un tiempo su propagandista y su ejecutor, aplicándola a las empresas que dirige, donde ha establecido, mucho antes de ser prescritos por las leyes, todos los beneficios de pensiones, retiros, mutualidad, &c.» (EUI 31:181.)

El Marqués de Comillas y Jacinto Verdaguer

Claudio López continuó con el presbítero Jacinto Verdaguer la relación que inició Antonio López cuando contrató al poeta como capellán de sus barcos: «Gracias a las gestiones del que fue obispo, doctor Estalella, logró entrar como capellán de la Compañía Transatlántica [anacronismo: la naviera de Antonio López no adoptó ese nombre hasta 1881] , permaneciendo en dicho cargo desde diciembre de 1873 hasta enero de 1875. Viajó en los vapores Antonio López, Guipúzcoa y Ciudad Condal, hasta que, fallecido el primogénito de Antonio López, marqués de Comillas [anacronismo: no fue Marqués hasta 1878], y a ruegos del segundo de sus hijos, Claudio, fue propuesto Verdaguer para celebrar en el palacio de los Comillas una misa diaria en sufragio del alma de aquél. Al dejar la vida marítima había terminado ya el poema L'Atlantida, que fue premiado en los Juegos Florales de 1877.» (EUI 67:1416-1417).

El «poema épico catalán» va dedicado a Antonio López, quien costeó la segunda edición de 1878. «También tengo la segunda edición de la Atlántida costeada por nuestro paisano Antonio López», le escribe Marcelino Menéndez Pelayo a Gumersindo Laverde el 13 de diciembre de 1878 (MPEP 3:204). En 1878 formó parte Verdaguer de la peregrinación a Roma, y León XIII se interesó por el poema, que le fue enviado ricamente encuadernado y con una dedicatoria latina redactada por el padre jesuita Fidel Fita. «Veraneando en el balneario de la Preste con Claudio López Brú, marqués de Comillas [anacronismo: no lo fue hasta 1883], compuso la poesía La Barretina, que obtuvo el premio de la Englantina en los Juegos Florales de Barcelona (1880), concediéndosele el título de Maestro en Gay Saber, por ser ya tres las veces que se vio laureado con premio ordinario.» (EUI 67:1417).

En 1881, incitado por Félix Sardá y Salvany, publicó Verdaguer hasta cincuenta cánticos e himnos religiosos apologéticos y de propaganda. Continuaba el «poeta nacional catalán» vinculado a los López cuando Alfonso XII aceptó pasar ese verano invitado en Comillas. «Estos días hemos tenido en la Montaña al egregio Verdaguer, que ha venido como capellán de Antonio López» (MMP a Laverde, Santander 15 septiembre 1881, MPEP 5:163).

«En 1883, en el vapor Vanadis, realizó una excursión en compañía de Claudio López y Manuel Arnús, visitando Málaga, Cádiz, varias poblaciones de la costa de África y algunas de Mallorca.» (EUI 67:1418.) «[En 1885] el entonces ministro de Gracia y Justicia, Francisco Silvela, ofreció reiteradamente a Verdaguer una canonjía vacante en la Catedral de Barcelona, pero el poeta, siempre humilde y modesto, se negó a aceptarla, alegando que con estar en casa del marqués de Comillas ya tenía bastante. Los marqueses, en efecto, le consideraban como un familiar muy querido. El marqués llevóle de compañía en algún viaje. A Comillas iba algunas veces, y allí conoció y trató a la reina Isabel II.» (EUI 67:1418.)

Ejerciendo sin duda funciones de secretario del Marqués de Comillas dirigió la siguiente carta a Marcelino Menéndez Pelayo: «Canuda, 14, 2. Barcelona, 29 junio 1885. Mi ilustre y querido amigo: Otra vez vengo a molestarle a V. y a interrumpir sus preciosos trabajos. Dispénseme V. Por la adjunta podrá V. enterarse del asunto que me obliga a escribirle, creyendo que sólo V. puede darme consejo, pues conoce mejor que nadie el mundo literario de nuestra España. ¿Cree V. que en el estado de división y de guerra civil en que estamos se podrá lograr algo para celebrar dignamente las Bodas de Oro de León Trece en nuestro suelo? ¿Nos daría V. el nombre y sus sabios consejos en caso de que se constituya una Junta organizadora? Ruego a V. me hable con franqueza y no deje de desaprobar el proyecto si no merece su beneplácito. Solo Collell está enterado del asunto, quien guardará la mayor reserva. Dispénseme V. y mande en lo que me crea útil a este su afmo. que se honra con su amistad y q.s.m.b. Jacinto Verdaguer, Prbr.º» (Jacinto Verdaguer a MMP, Barcelona 29 junio 1885, MPEP 7:262). (Se conservan en el Epistolario de don Marcelino Menéndez Pelayo hasta trece cartas que le remitió Jacinto Verdaguer, entre el 25 de enero de 1879 y el 17 de junio de 1891, diez de ellas anteriores a 1885 y entre las últimas, la mayor parte, recomendaciones. Sólo una, la cuarta, escrita en catalán (3:263). De MMP a Verdaguer se conserva una carta, de 25 de enero de 1886 (7:422). Del Marqués de Comillas se conservan dos cartas dirigidas a MMP: en una, sin fecha (22:697), Claudio le dice que María y él le esperan para cenar, junto con Mosén Jacinto; en la otra, fechada el 27 de abril de 1893 (12:310), parece buscar una reunión urgente con don Marcelino: «Mi muy estimado amigo: el duque de Bailén me ha comunicado una noticia con V. relacionada, tan grata para mi, que no quiero aplazar hasta que tenga la oportunidad de ver a V. y no sé cuando será pues mañana marcho para Barcelona, el manifestarle cuan vivamente me complace...». No se conservan en dicho Epistolario cartas escritas al Marqués.)

Ejercía también Jacinto Verdaguer de limosnero de Claudio López Brú, pero la cosa terminó mal cuando, confundido el poeta, permitió que el presbítero pusiese piso a una admiradora, a cuenta de la generosidad del Marqués de Comillas... así lo cuenta la nada sospechosa enciclopedia Espasa:

«Mosén Cinto tuvo su tragedia, como otros tantos grandes hombres. Según antes se indica, entró en casa Comillas a ruegos de Claudio López y Brú, gran admirador del talento y de las bondades de Verdaguer. Entró de capellán para aplicar diariamente la Santa Misa en sufragio del primogénito López, fallecido prematuramente, pero no entró en calidad de subalterno, con vistas a desempeñar un cargo retribuido, sino que la familia López trató con los honores debidos al gran poeta y al famoso sacerdote, aceptándolo como a un familiar querido y, como tal, a su mesa le sentó siempre. Por su parte, mosén Cinto correspondió a esas pruebas de afecto. En dicha noble casa vio llover sobre sí toda suerte de honores. En un principio, Claudio, que poseía en alto grado el don de caridad, socorría personalmente a unas cuantas familias necesitadas; andando el tiempo, no pudo hacerlo y confió esa misión a mosén Cinto, quien, llevado también de su compasión y de su caridad, vio crecer el número de candidatos a las limosnas de casa Comillas, pero el marqués le autorizó para socorrer cuantas necesidades se ofreciesen, y, en su virtud, Verdaguer se vio asediado a peticiones en el propio palacio, en la calle y en el confesonario. Para el bondadoso poeta, toda lágrima debía enjugarse; pero, con su magnanimidad de corazón, no llegaba a discernir las que eran producidas por la miseria de las que producía la ficción, de manera que, de las cantidades que se repartían, unas servían para endulzar penas y sufrimientos y otras para fomentar corruptelas y disipación en gente maleante. Su corazón compasivo le impelió a dar sin reserva; cada día solicitaba mayores cantidades del marqués, que éste nunca encontró excesivas; pero temiendo abusar de tamaña generosidad, repartió limosnas de casa Comillas y repartió sus propios ahorros, y, cuando éstos se acabaron, acudió al préstamo y contrajo deudas y más deudas, siempre impulsado por el deseo de hacer bien, siempre víctima de descaradas audacias, hasta el extremo que torturaron su vida y priváronle indudablemente de producir nuevas obras literarias. En vista de ello, puestos de acuerdo el obispo Morgades, superior de mosén Cinto, y el marqués de Comillas, propusiéronle que se alejase de tanto agobio y, dejando para otro el reparto de limosnas, fuese él a vivir una vida más en consonancia con su misión de poeta. Así lo aceptó, yendo a instalarse en La Gleva (26 de Mayo de 1893), un santuario de la Virgen, de admirable situación, cerca de Vich. Pero había de ocurrir que, quitada de en medio la mano dadivosa, se perjudicaran intereses creados, y éstos pusieran el grito en el cielo, haciendo correr la especie de que mosén Cinto fue echado de casa Comillas y desterrado a La Gleva. No había tal; el poeta cantaba desde aquel santuario como en sus buenos tiempos, díganlo los libros y poesías que desde allí compuso, y díganlo, sobre todo, su ejemplar vida sacerdotal, dedicada a endulzar tristezas, prodigar consuelos, repartir limosnas y demás obras caritativas de que nos da cuenta Pedro Roca y Redorta, custodio que fue de La Gleva durante la permanencia de mosén Cinto en el santuario. Lo que hay es que, quien más perjudicado se vio con el alejamiento del limosnero de casa Comillas, no paró hasta dar con él en La Gleva, imbuyéndole la idea del destierro y de la persecución y deslizando a su oído tan malsanas ideas, que lograron destruir la felicidad de mosén Cinto, quien acabó por huir de La Gleva y de su obispo, el cual le requirió en vano oficial y oficiosamente, apelando a medios que han dado lugar a hablarse de persecuciones. Empeoró la cosa la publicación de unas cartas del poeta en defensa propia, dando cuenta de su triste vida, escritos que causaron sensación, sí bien el público, lamentando tamaños infortunios no pudo hacer nada por aliviárselos, porque una cosa contaba el poeta y otra veía la opinión imparcial. Ramón Turró, ferviente defensor de mosén Cinto, dice, refiriéndose al marqués de Comillas, «que su Mecenas fue siempre para él un hombre noble y que así hay que proclamarlo y reconocerlo». Cuando el poeta salió de Barcelona, se sabía que el marqués estaba dispuesto a pagar todas sus deudas, a condición de que se dejase guiar y que rehuyera las compañías que le explotaban; y siendo así, entre la gente sensata acabó de descartársele de toda participación en las penas del poeta, máxime cuando el mismo Verdaguer publicó en sus escritos esta carta: «Mi muy querido mosén: En cuanto que examine usted su conciencia acerca de si ha distribuido o no bien mis limosnas, se lo prohibo, si puedo prohibírselo; y en cuanto a que usted en casa no haya hecho nada bueno, sólo le diré que nunca podremos pagarle el bien que nos ha dado y todo el cariño que le debemos. Es usted muy dueño de no creerlo así por su modestia, pero es así, y así lo creo yo. C. López Brú.» ¿Qué barrera infranqueable se oponía a la inteligencia entre Morgades, Comillas y Verdaguer? Nos lo dirá el doctor Turró. Habla de la bondad, candidez y sencillo corazón de mosén Cinto, y exclama: «Sugestionable como era, su cerebro era como de blanda cera; el dedo impreso, allí se quedaba. En estos asuntos doña Deseada era maestra; nadie como ella intuía lo que mejor podía moverle en determinado sentido.» Esta señora, una de las favorecidas con las limosnas de casa Comillas, se trasladó desde su modesta habitación a un confortable piso en la calle de Puertaferrisa, y más tarde en la de Aragón. En aquélla fue a vivir mosén Cinto y allí se hallaba cuando se le prohibió celebrar Misa (23 de julio de 1895) fundándose en la desobediencia a su Prelado, si bien, según dice el reverendo Roca, «en manera alguna ha de considerarse esto como una nota fea para mosén Cinto, atendido a que, si desobedecía, no era directamente para contrariar al Prelado, sino para defender su derecho natural evitando la persecución y la reclusión en un manicomio. Era porque estaba sugestionado, de tal manera, que creía que de este modo cumplía un deber de conciencia...» Porque esto fue así y no de otro modo; porque las obras que compuso mosén Cinto hasta serenarse su tribulación (Flors del Calvari, Roser de tot l'any) en nada desdicen del fervor místico de sus anteriores, si bien manan sangre en algunas de sus composiciones; por ello y nada más que por ello le fueron devueltas por el obispo Morgades las licencias de celebrar, el 5 de Febrero de 1898. El obispo de Barcelona, doctor Catalá, le confirió un beneficio en Nuestra Señora de Belén, y a haberse desasido de aquella familia, que él tomó por una segunda familia, porque decía que le amparó en momentos angustiosos, pero en quien veía todo el mundo a la única causante de sus desdichas, mosén Cinto, para sus propias necesidades, se hubiera enseñoreado nuevamente de la situación, porque el pueblo catalán adoraba en él y, al propio tiempo, lamentaba la excesiva carga que ya pesaba sobre sus espaldas, a la cual debía añadirse el peso de las deudas que antes contrajera, aumentadas durante dicha época con los exorbitantes gastos a que por ellas se vio sujeto. Desde 1896, en que apareció el primer número de la revista quincenal L'Atlántida, data una nueva era de producción verdagueriana. El 17 de Agosto de aquel año presidió un certamen literario, organizado por el Ateneo Graciense, en cuya fiesta leyó Lo lliri de l'Escut de Gracia. Publicó Flors del Calvari y Santa Eularia. Dirigió las revistas La Creu del Montseny y Lo Pensament Catalá; presidió otros certámenes en Lérida, La Bisbal, Berga y Sarriá, recibiendo en todos esos puntos pruebas inequívocas del gran afecto que se le guardaba, hasta que, avanzado el mes de Marzo de 1902, mosén Cinto, que, a pesar de su estado de debilidad, se obstinaba en practicar los ayunos cuaresmales, vio agotarse sus fuerzas y acentuarse la enfermedad que hacía años llevaba latente en sus pulmones, precipitando con ello su desenlace. El 17 de Mayo era trasladado a Villa Joana, una posesión situada en Vallvidriera, y a las cinco de la tarde del 10 de junio de 1902 moría santamente el gran místico, después de pronunciar las palabras: Jesús, Jesús, ampareume! (Jesús, Jesús, amparadme!). Cataluña vibró de dolor ante la pérdida de su poeta.» (EUI 67:1419-1420.)

¿El Marqués de Comillas y Trotski?

León Trotski (1879-1940) vino a España en 1916, expulsado de Francia por germanófilo. En 1929 la Editorial España, de Madrid, publicó en traducción directa del ruso por Andrés Nin, su libro Mis peripecias en España. Con un prólogo especial del autor para la edición española y un esbozo-semblanza sobre Trotski por Julio Alvarez del Vayo. El «Prólogo a la edición española» lo firma Trotski en su destierro de Constantinopla en julio de 1929: «No viví en España como investigador u observador, ni siquiera como un turista en libertad. Entré en este país como expulsado de Francia y residí en él como detenido en Madrid y como vigilado en Cádiz, en espera de una nueva expulsión. (...) Pero si este librito puede despertar el interés del lector español e inducirle a penetrar en la psicología de un revolucionario ruso, no lamentaré el trabajo que ha hecho mi amigo Nin para traducir estas páginas escuetas y sin pretensiones.» En principio no hay por qué dudar del siguiente relato, aunque los desajustes que contiene (¿de Rusia?, ¿a Méjico?) obligan a mantener ciertas reservas:

«Estos días, con motivo del centenario del nacimiento y traslado de los restos mortales del marqués de Comillas al Seminario, he leído a través de la prensa y revistas rasgos y anécdotas de su vida, siempre grandiosos: desde sostener en Barcelona a 300 familias hasta el intento de compra de la ciudad de Roma para el Papa. Hay escritas del marqués de Comillas varias biografías y entre ellas una muy completa y emocional del Rdo. P. Regatillo. Ahora, que tanto se habla y se escribe sobre Rusia y el comunismo, es una pena, que se silencie en ellas, de cómo consiguió el Marqués, que el agitador internacional Trotsky saliera de España, cuando su presencia aquí era gran amenaza y gran peligro, que el Gobierno no advertía, o, si lo advertía, no acertaba a conjurarlo. Trotsky llegó a España fugitivo de Rusia, y trató de poner aquí en pie la revolución. Le habían dicho que esto podía ser fácil. Y él comenzó sus trabajos, confiado en que habrían de obtener el resultado que buscaba. Los manejos llegan a oídos de Comillas, que envía inmediatamente a un emisario para que conozca en cuánto cifra Trotsky un compromiso de abandonar urgentemente el suelo español. «Quiero 5.000 pesetas y un pasaje para Méjico», responde el agitador ruso. Comillas accede inmediatamente a la modesta petición de quien tan encendidos planes revolucionarios traía a España. Trotsky coge su dinero y su pasaje y sale para Méjico. En España nadie, más que el emisario del marqués, se entera de que ha sido Comillas quien ha librado al Gobierno de la amenaza de tal indeseable.» (Carta de José Echeandia, desde Navárniz, el 29 abril 1953, en Unión Fraternal, Comillas, mayo 1953, año XLIV, nº 173, páginas 234-236.)

Fabulosa y supuesta bilocación del Marqués de Comillas en 1917

«Su Majestad el Rey D. Alfonso XIII (Q. S. G. H.), contó después de una comida de familia en el Grand Hotel (Roma) en la primavera del año 1940 el siguiente episodio: En una de las más graves crisis se encontraba el Rey desanimado, y echando de menos a Comillas que se encontraba en Barcelona, exclamó: "Esta vez no vendrá ni Comillas, por estar fuera de Madrid." En aquel momento se le anunció la visita del Marqués. Como siempre, se le ofreció incondicionalmente y se permitió darle algunos consejos. Al cabo de un rato de despedirse el Marqués, necesitó su Majestad de su colaboración y le hizo llamar. Contestaron de su casa que el Marqués estaba en Barcelona desde hacía una semana... Hizo entonces el Rey telefonear a Barcelona y pudo hablar personalmente con él, recibiendo, como siempre frases de adhesión, y lamentando no haber podido acudir personalmente a Palacio como en otras ocasiones similares... El Rey terminó diciendo que aunque hoy día hay gente que trata de explicar estos fenómenos, él lo atribuía a milagro. El precedente relato le oyeron de labios del mismo Rey, además de otras personas, su hijo D. Juan y el Secretario particular de éste, D. Ramón Padilla, que lo atestiguan; el cual en carta al P. Regatillo añade que la crisis política en que acaeció este caso de bilocación debió ser la de 1917, cuando D. Antonio Maura tuvo que formar el famoso Gobierno Nacional.» (Eduardo F. Regatillo, S. J., Un marqués modelo. El siervo de Dios Claudio López Bru, segundo Marqués de Comillas, Sal Terrae, Santander 1950, páginas 226-227.)

Fallecimiento, causa de beatificación y Centenario

«¡Era un santo! ¡Vivió como un santo! Y santa y dulcemente como había vivido, entregó en Madrid su alma a Dios el 18 de abril de 1925, a los setenta y dos años de edad, el excelentísimo señor don Claudio López Brú, segundo marqués de Comillas. La imagen del Crucifijo fue lo último que contemplaron sus ojos al velarse; la voz de su esposa, verdadera mujer fuerte que le ayudaba a bien morir con fortaleza y magnanimidad admirables, el último sonido que escuchó. Su vida se extinguía, como se apagan los últimos rayos del sol poniente. Con él desaparecía un glorioso adalid de la Iglesia militante en nuestra Patria. Con él se iba toda una época, toda una tradición de catolicismo práctico. España perdía en él a uno de sus hijos más preclaros; la Iglesia, uno de sus más ilustres defensores. (...) Delante de su cadáver acudieron a llorar cuanto de grande había en la Corte: los Reyes, el Gobierno, los Prelados, los políticos, la nobleza. Todos, a una, asentían a la frase del Monarca a la viuda: «Tú has perdido un esposo modelo; nosotros y España hemos perdido más que tú.» Sí; el Rey de España, la Monarquía y la Iglesia perdieron al mejor de sus servidores. Ninguna otra muerte hubiera arrancado lágrimas tan sinceras de tantos ojos y de tantos corazones. El financiero, el naviero, el industrial, el hombre de negocios podían ser reemplazados. El gran patriota, el monárquico ferviente, el hombre generoso, dispuesto en todo instante al sacrificio, ése, no. (...) En una sencilla caja de caoba con aplicaciones artísticas de metal, pasaron sus restos, amortajados con una humilde sotana de jesuita, por las calles de nuestra capital, en el entierro más solemne –con la solemnidad de una procesión– que haya visto Madrid. Todas las clases sociales, cuantos en vida se relacionaron con él, cuantos debían gratitud a su generosidad, cuantos pudieron apreciar sus dotes admirables, se dieron cita en este callado homenaje. Hasta el Rey, a quien el protocolo impedía sumarse al fúnebre cortejo, ordenó que el cadáver pasara ante su Palacio. Allí, desde su balcón, con una tristeza inmensa en el semblante, dio el último adiós al más leal de sus vasallos. «Bien puedes llorar –se decía para sus adentros el apoderado del marqués, señor Guasch, contemplando el tristísimo ademán de Su Majestad, apoyado el brazo en el hierro del balcón y la frente sobre la palma de la mano–, bien puedes llorar, pues se te va el mejor de tus amigos.» El cadáver fue trasladado a la Capilla-panteón de Comillas. Desde Torrelavega, los caminos, atestados de un gentío inmenso, que lloraba y bendecía su memoria, hicieron de su entierro un triunfo fúnebre, igual al que se tributa a los santos.» (Berta Pensado, El Marqués de Comillas, Temas españoles nº 83, Publicaciones Españolas, Madrid 1954, páginas 4-5.)

El 15 de noviembre de 1948 se entregaban a la Sagrada Congregación de Ritos, en el Vaticano, los procesos diocesanos practicados en España para lograr la beatificación del segundo marqués de Comillas, «el Santo laico», «el Marqués humilde de la caridad». A partir de 1952 desde la Universidad Pontificia de Comillas se redobla la propaganda de la causa de beatificación del marqués:

«Dos ruegos del R. P. Rector [del Seminario-Universidad Pontificia de Comillas] (...) B) Suplicó después la colaboración de todos con el Seminario en la campaña proyectada de mayor propaganda en pro de la Causa de Beatificación del que fue Segundo Fundador del Seminario, D. Claudio López. De Roma se reciben gratísimas impresiones. El próximo octubre (* se ha diferido el traslado para la próxima primavera) se trasladarán, Dios mediante, los venerables restos de su cuerpo, del panteón a la capilla de San Ignacio, de nuestra iglesia; simétrica, como todos recuerdan, a la de San Antonio, donde descansan las cenizas del P. Tomás Gómez. Un excelente medio para esa propaganda es dar a conocer la vida popular de D. Claudio, escrita, en estilo ameno y con pleno conocimiento de la materia, por el P. Regatillo.» («Desde la Cardosa», en Unión Fraternal, Comillas, noviembre 1952, año XLIII, nº 171, página 278.)

«Probablemente hacia el 20 de febrero (hoy no se puede precisar más), serán trasladados del Panteón a nuestra iglesia pública los venerandos restos del Siervo de Dios, D. Claudio López, segundo Marqués de Comillas. Ya han excavado el hueco para la urna que los contenga, abierto en el muro lateral del evangelio de la capilla de San Luis. Serán estas, como lo esperamos, la fecha y ceremonia iniciales de una propaganda más activa a favor de su causa de beatificación, de cuya marcha en Roma, por otra parte, se tienen buenas impresiones.» («Desde la Cardosa. Habla la Central, 7 enero 1953», en Unión Fraternal, Comillas, febrero 1953, año XLIV, nº 172, páginas 1-2.)

Por fin se decidió que el traslado de los restos de Claudio López, fallecido en Madrid el 18 de abril, y enterrado con gran pompa el 20 de abril de 1925 en la Capilla Panteón de su Palacio de Comillas, hasta la iglesia del Seminario Universidad Pontificia, tuviera lugar el 19 de abril de 1953. Esta es la crónica oficial de los «comilleses unionistas» publicada en la revista Unión Fraternal para uso interno:

«En el centenario de su nacimiento (del Siervo de Dios, Claudio López). Estamos acostumbrados a los centenarios, casi los miramos como un tópico histórico. Sin embargo la frase: «Centenario, que algo queda» está llena de verdad, y de nosotros depende colmarla de toda verdad. Obligación nuestra es sembrar sobre todas las aguas para lograr la pronta beatificación del Siervo de Dios, Excmo. Sr. D. Claudio López Brú. No quiero desviarme de lo que quiere ser una crónica, pero no olvidemos el motivo del traslado de los venerandos restos del segundo Marqués de Comillas.
El 18 de Abril [de 1953] por la mañana se exhumaron en la Capilla Panteón de familia los restos del Marqués, en presencia del Excmo. Sr. Obispo de la Diócesis, D. José Eguino; del presidente del Tribunal Eclesiástico en el proceso de beatificación, ilustrísimo Sr. D. Agustín Tobalina, Deán y Vicario de la Diócesis; del fiscal de la misma, Rvdo. P. Lodos, S. J. y del notario del acto exhumatorio Rvdo. Sr. José Bigordá. Presenciaron también la exhumación el Rector Magnífico de la Universidad, Rvdo. P. Pablo Pardo, los PP. Regatillo y Marín, el Capellán de la Casa Marquesal, Monseñor Borja Cossío, Prelado Doméstico de S. Santidad Pío XII y los seminaristas José Angel Ezquerra y Emiliano Gutiérrez Simón.
El domingo 19 a las doce de la mañana llegó en viaje directo de Madrid el Excmo. Sr. Conde de Ruiseñada, acompañado de su esposa, su hijo Alfonso y otros familiares. Poco después la oficialidad de maestros de ceremonias bajo la dirección de su Prefecto P. Rodríguez Prieto y su subprefecto Sr. Raúl González, operaban sobre una masa abigarrada y amontonada junto a la puerta de la Capilla Marquesal. Después de algunas maniobras, muy gratas, quedó organizado el cortejo fúnebre. Abría la marcha la cruz a la que seguían las niñas del Colegio de Nuestra Señora de los Angeles de Comillas, los seminaristas, estudiantes S. J. y el Claustro de profesores, todos con roquete y de dos en fondo a ambos lados del trayecto.
El centro de ambas filas lo ocupan: el Coro reducido de la Schola y algunos maestros de ceremonias. También en esta disciplina dominaban los niños de Logroño. A los blancos roquetes seguían los majestuosos capisayos rojos de los Excmos. Sres. Obispos: de Calahorra D. Fidel García, de Oviedo D. Javier Lauzurica y Zamora D. Eduardo Martínez. A continuación un grupo de negras sotanas en contraste con los blancos roquetes indicaban la proximidad del féretro. En este grupo dominaban los antiguos alumnos, ilustrísimos Sres. D. Benjamín Salas, Abad de la Colegiata de La Redonda (Logroño) y Prelado doméstico de S. Santidad; D. Agustín Tobalina; D. Luis Eguino, Canónigo de la S. I. Catedral de Santander; D. Enrique de Cabo, Maestrescuela de la misma; el Rector del Seminario de Zamora, Rdo. Sr. D. Benjamín Martín; el Provisor de la diócesis de Oviedo, Rdo. Sr. D. Demetrio de Cabo; el Rector de la Universidad de Deusto, Rdo. P. Javier Baeza; y el catedrático de la Universidad de Salamanca y Canónigo D. José Artero. El P. Marín, alumno fundador de la Universidad, por privilegio especial del P. Rodríguez Prieto, se desvistió el roquete y pasó al lado de los antiguos alumnos. Seguían los ministros sagrados, oficiando de preste el Excmo. Sr. Obispo de Jaca, D. Angel Hidalgo, ayudado por los diáconos Carlos Corral, y Juan Novo; e inmediatamente después el féretro escoltado simbólicamente por un grupo de marineros del «Magallanes»; a continuación los Excmos. Sres. Conde de Ruiseñada, Gobernador de la Provincia, D. Jacobo Roldán Losada; Presidente de la Diputación, D. José Pérez Bustamante; Rector Magnífico de la Universidad, Autoridades civiles y religiosas de Comillas, representación oficial del Magallanes, familiares del Siervo de Dios y al final el pueblo de los pueblos próximos.
Hacia las doce y cuarto, salía el féretro de la Capilla Marquesal a hombros de marineros del Magallanes, relevados durante el trayecto por los estudiantes seminaristas y Jesuitas. Un equipo de fotógrafos y periodistas eran los únicos indisciplinados dentro de la solemnidad litúrgica del acto.
Su Eminencia el cardenal Cicognani, el Excmo. Sr. Obispo de Santander y Monseñor Bugallo se incorporaron a la procesión funeral, cuando ésta llegaba al hemiciclo de la fachada principal. Minutos después el ataúd fue depositado sobre un túmulo, mientras el Pronuncio de Su Santidad entonaba el solemne «Libera me» de Casimiri, después del cual el arcón que contenía los restos del Marqués fue sellado e introducido en un sepulcro de mármol abierto en la Capilla de San Luis Gonzaga. Sobre el sepulcro una lápida conmemora el traslado y termina con estas palabras: «Venid fieles a este sepulcro a implorar 1a intercesión del Siervo de Dios ante el Altísimo.»
Por la tarde, después del banquete ofrecido por la Universidad a tan dignísimos huéspedes, tuvo lugar una velada literario-musical. Anuencias casi instintivas del Conde de Ruiseñada a frases como estas: «el Marqués era Señor de los negocios y no los negocios señores de él»; o «fe –decía D. Claudio– no es creer lo que no se ve, sino creer a pesar de lo que se ve»; nos revelaron una vez más la nobleza de su corazón. Muy emocionado vino también el padre de Martín Artajo, amigo íntimo del Marqués. Por sus trabajos literarios fueron muy felicitados los Sres. Manuel Fernández Jiménez, Bartolomé Valbuena y el P. Eustaquio Gallejones. Y no menos expresivo y oportuno fue el broche de oro con que clausuró el R. P. Rector la parte literaria, seguida del Coro de Peregrinos de R. Wagner. Por fin, como epílogo digno de jornada tan solemne y extraordinaria en los anales de Comillas, S. Eminencia el Cardenal Cicognani en el momento de su despedida nos concedió nada menos que 5 días de vacaciones, confirmadas naturalmente, en el acto por el P. Rector, entre grandes aplausos para los dos generosos donantes ¡Laus Deo!» (Unión Fraternal, Comillas, mayo 1953, año XLIV, nº 173, páginas 269-272.)

Parece ser que los restos del marqués, a pesar de los veintiocho años transcurridos, no estaban suficientemente reducidos como para ser introducidos directamente en una urna que se conservase tras una lápida en una capilla, y fue preciso acelerar su pudrición en los meses siguientes. A finales de agosto de 1953 los restos del marqués con causa abierta de beatificación pudieron ser ya contemplados por unos pocos comilleses antes de ser colocados en la iglesia de la Universidad Pontificia. Cincuenta años después, en agosto de 2003, veinticinco años después del abandono de Comillas por parte de la institución, los edificios que otrora albergaron tan ilustre Seminario y Universidad pertenecen a Caja Cantabria, y desde el 2000 están totalmente cerrados al público, debiendo los visitantes conformarse con admirar los exteriores de tan monumental obra fracasada. ¿Logrará la urna que contiene los restos del marqués terminar el siglo XXI en el lugar donde fue colocada cuando se cumplían los cien años de su nacimiento?

«Agosto 30 [de 1953].– En un aposento de la enfermería se nos muestran por unas horas los restos del Siervo de Dios Don Claudio López Brú, lavados, ordenados y colocados en una urna preciosa: Todos o casi todos los huesos principales bien conservados; dos frascos, conteniendo respectivamente: el uno fibras de esparto que se cree son residuos del cilicio que llevaría el cadáver, y el otro alguna pequeña parte del encéfalo; un crucifijo de plata, un pequeño relicario con dos huesecitos de San Claudio y su cadenilla, para ser suspendido al cuello, que es de oro lo mismo que la cajita.» («Diario veraniego», Unión Fraternal, Comillas, noviembre 1953, año XLIV, nº 175, página 325.)

«Don Claudio López Brú, segundo Marqués de Comillas, fue desde la muerte de su padre el verdadero fundador del Seminario. No quiso aparecer en los documentos, sino como ejecutor de la voluntad paterna, pero, si se atiende a la contribución económica suministrada por ambos, corresponden a don Claudio más títulos de fundación. Ya se dijo que los 100.000 duros, ofrecidos en definitiva por el primer Marqués, se juzgaron de antemano insuficientes por el perspicaz Provincial de Castilla P. Muruzábal. Cuando se hizo la liquidación total apareció la enorme sobretasa que hubo que añadir. Es también cierto que, si en el edificio se invirtieron tantos miles de pesetas, fue en parte por causa de don Claudio, que quiso hacer una obra digna del Papa y de su padre. Pero es muy significativa la cifra de cerca de 400.000 duros que se gastaron desde 1883 hasta 1896, todos a cargo del segundo Marqués de Comillas.
Mucho sintió don Claudio que la buena estrella de sus negocios empezara a palidecer, desde que nuestros intereses nacionales quedaron tan mal parados con la pérdida de Cuba y Filipinas. Una de las causas de su dolor era la imposibilidad en que le ponían las cosas, de no ayudar al Seminario con un capital fijo de cuyas rentas pudiesen vivir los alumnos y los profesores. No obstante, en toda su vida no cesó de hacer en favor del Seminario una subvención anual, que hasta 1896 fue suficiente para cubrir todos los gastos de la casa.
Fue gran providencia de Dios Nuestro Señor que para fundadores del Seminario de Comillas no solamente señalara al primer genio financiero de nuestros últimos tiempos, sino también al hombre más cristiano y virtuoso de nuestra nobleza. Don Claudio López Brú es un verdadero santo moderno, que tiene tantos títulos para ser propuesto a la imitación de los hombres de hoy, como Contardo Ferrini y el banquero místico Jerónimo Jaegen. Dios le concedió la gracia de comprender y sentir con honda vibración la deleznable inconsistencia de las cosas creadas, aunque fuesen tan preciosas y abundantes como las que estaban a su disposición. Este íntimo sentimiento, que se hizo en él habitual desde los años problemáticos de la adolescencia, dio a la serena y armónica dignidad de su rostro un halo casi imperceptible de majestuosa melancolía. Le dejaban vacío las satisfacciones de la tierra y sentía nostalgias del Cielo. Así se hizo mortificado, pobre de espíritu, amante del Papa, favorecedor de los obreros, hombre de oración. Don Claudio es uno de los pocos hombres que merecen ser alabado, porque pudieron prevaricar y no prevaricaron. El Seminario de Comillas trabaja en su pronta beatificación.» (Nemesio González Caminero, La Pontificia Universidad de Comillas, semblanza histórica, Comillas 1942, páginas 33-35.)

«Los tres ideales de Monarquía, Patria y Religión, aunque separables en sus conceptos, y aun de diverso valor y categoría, ya que por encima de todas las formas políticas está la Patria, y por encima de la Patria está Dios; de hecho, en su concreción histórica y real, en España, por venturosa fortuna, han venido a fundirse en un ideal armónico de mutuas penetraciones íntimas, imposibles o muy difíciles de desenlazar. El Catolicismo, entre nosotros, no sólo es algo, por tradición y por herencia, unido al espíritu nacional; es algo constitutivo de nuestra misma nacionalidad. De España ha podido decirse, con no menor razón que del Imperio de los Francos, que la Iglesia, sus Obispos y sus monjes la construyeron como las abejas construyen su panal. Y la Monarquía ha sido (su persistencia tantas veces secular lo comprueba) y sigue siendo la forma política espontánea, ajustada, legítima de esta España así constituida. Así es como el Marqués de Comillas, al señalar a su vida estos tres ideales, no la disgregaba en tres direcciones diversas, con perjuicio de su unidad, puesto que aquéllos, subordinados e íntimamente enlazados entre sí, han venido a constituir una síntesis viva y gloriosa. Entendía que, sirviendo a la Monarquía, servía a la Patria, y que, sirviendo a la Patria española, servía a la Iglesia, a Dios, único ideal supremo del hombre. De igual modo, sabía que servir a Dios, a la Iglesia, era la mejor y más eficaz y más permanente manera de servir a España y a su católica Monarquía. ¡Y cómo las ha servido el fiel monárquico, el gran patriota y el perfecto cristiano! Con todas sus fuerzas, que eran de gigante; todos los días de su vida, y en todos los terrenos.» (Miguel Cascón S. J., Luz sin sombra [relato del entierro de Claudio López], citado por Camilo María Abad S. J., El Seminario..., 1928, págs. 261-262.)

«¿Cómo sirvió a la Iglesia y al Papa el Marqués de Comillas? Dos cosas, entre las muchas que podríamos alegar, me place recordar: el Seminario de Comillas y la Acción Social Católica. El Pontificio Seminario de Comillas es, por cierto, la mayor empresa y la obra más pensada, más acertada, más duradera y más meritoria del Marqués de Comillas. ¿Qué haría él para la Iglesia en España y para la mayor gloria de Dios y bien de las almas, con la voluntad, la generosidad y los medios que Dios le había otorgado? Un Seminario; pero un Seminario modelo, que sobresaliese a los demás; pero que se abriese para todos, ricos y pobres; que estuviese informado por el más alto espíritu de la Iglesia; que fuese dirigido por la milicia selecta de la Iglesia; que satisficiese a todas las modernas exigencias de la cultura y de la pedagogía eclesiástica, y que fuese del Papa, no sólo en la formación y en la doctrina, sino también en la propiedad. Quien ha podido visitar aquel grandioso plantel de las más halagüeñas esperanzas de la Santa Iglesia en España, no puede, si ha entendido bien el alcance de la obra, dejar de dar gracias a Dios y a su instrumento escogido, el Marqués de Comillas, y no felicitar cordialmente a esta noble España, cuyos sagrados intereses tienen, por mérito del gran prócer, adónde y cómo orientarse para alcanzar un nivel siempre más alto en su glorioso, santo, apostólico clero: a Comillas.» (Monseñor Tedeschini, Nuncio de Su Santidad, en el número extraordinario de Unión Fraternal dedicado al fallecimiento de Claudio López, citado por Camilo María Abad S. J., El Seminario..., 1928, págs. 264-265.)

Bibliografía sobre Claudio López Brú

1925 Miguel Cascón, S. J., Luz sin sombra. El Marqués de Comillas, Comillas 1925, 76 págs.

1926 Miguel Asúa Campos, El Marqués de Comillas, Real Academia Hispano-Americana de Ciencias y Artes, Cádiz 1926, 69 págs. Con un postscriptum de José M. Pemán.

1928 Camilo María Abad, S. J., El Seminario Pontificio de Comillas. Historia de su fundación y primeros años (1881-1925), Tipografía Católica, Madrid 1928, 362 págs.

1928 Constantino Bayle, S. J., El segundo Marqués de Comillas, don Claudio López Bru, Imprenta del Asilo de Huérfanos del S. C. de Jesús, Madrid 1928, 390 págs.

1942 Nemesio González Caminero, S. J., La Pontificia Universidad de Comillas, semblanza histórica, Comillas 1942, 185 págs.

1947 Eduardo F. Regatillo, S. J., Causa de beatificación del Marqués de Comillas, aparte de Sal Terrae (diciembre de 1947, tomo XXXV, págs. 804-814), 15 págs.

1950 Eduardo F. Regatillo, S. J. («postulador de la causa de su beatificación»), Un marqués modelo. El siervo de Dios Claudio López Bru, segundo Marqués de Comillas, Sal Terrae, Santander 1950, 241 páginas.

1954 Berta Pensado, El Marqués de Comillas, Temas españoles nº 83, Publicaciones Españolas, Madrid 1954, 29 páginas.

1968 Seminario-Universidad Pontificia de Comillas: 1892-1967. Sus festivales diamantinos celebrados por sus antiguos alumnos (días 28-31 julio 1967), Santander 1968, 109 págs.

1995 Francisco Erice Sebares, «Las repercusiones de le 'Rerum Novarum' y el primer catolicismo social: el caso de Asturias», en El Basilisco, Oviedo, nº 18, págs. 65-82.

1999 Raquel C. Sánchez, Antonio López y López, primer Marqués de Comillas, Cantabria s.f. [ISBN: 1999], 75 págs. [En 2003 a la venta en la tienda de recuerdos del Palacio de Sobrellano, en Comillas, otrora perteneciente a los Marqueses y ahora propiedad de Cantabria.]

2000 Martín Rodrigo Alharilla, Los Marqueses de Comillas 1817-1925, Antonio y Claudio López, LID, Madrid 2000, 405 págs.

2001 Martín Rodrigo Alharilla, «La casa de comercio de los Marqueses de Comillas (1844-1920): continuidad y cambio en el capitalismo español», en Congreso de la Asociación de Historia Económica (Zaragoza, 19-21 de septiembre de 2001), texto disponible en internet.

Sobre Claudio López Brú en el proyecto Filosofía en español

1925 Bustiello: monumento de los mineros a Claudio López Bru, Marqués de Comillas

1947 Eduardo F. Regatillo, S. J., Causa de beatificación del Marqués de Comillas, aparte de Sal Terrae (diciembre de 1947, tomo XXXV, págs. 804-814), 15 págs.

1954 Francisco Franco implora la pronta beatificación de Claudio López Brú

1954 Berta Pensado, El Marqués de Comillas, Temas españoles nº 83, Publicaciones Españolas, Madrid 1954, 29 páginas. Ver las notas {*} y {***} de su edición digital.

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