Filosofía en español 
Filosofía en español


Una cuestión estética

En la variedad indefinida de los asuntos del periódico moderno, enciclopédico de sí, cabe el apartar a veces y oportunamente la atención de las cuestiones menudas de la política, y levantar el pensamiento hacia aquellas regiones del espíritu donde se ciernen la luz del ideal y el ángel de la belleza.

Uno de nuestros primeros críticos de bellas artes, en estos tiempos escritor castizo y fluido, que puede figurar dignamente en la cohorte de los Valera, Menéndez Pelayo, Castro Serrano y Thebusen, ha publicado en El Imparcial una serie de artículos acerca de la “Poética” de Campoamor, y en los juicios que con ese motivo tuvo a bien emitir, se declaró resuelto adversario de los que pretenden divorciar la Estética de la Ética, y la belleza de la verdad, con el pretexto de garantizar la independencia del genio y la autonomía del artista.

El Sr. Balart, con el aplomo que le es característico, decía: “Sin necesidad de aforismos ni de proverbios, ni de refranes, ni de rebuscadas sutilezas, ni de conceptos alambicados, son y serán siempre lecciones de alta importancia y de profundo sentido el Prometeo, el Edipo, el Quijote, el Macbeth y con ellas todas las que figuran en primera fila entre los productos del arte. ¿Por qué? Porque en ellas vemos representada con todos los caracteres de la verdad y de la vida nuestra propia naturaleza. Y ese espectáculo es sin pretenderlo el más moral, el más instructivo, el mar eficaz que puede ofrecerse a nuestra contemplación, instructivo como la vida, eficaz como la experiencia, moral como la verdad. Sublime inconsciencia del genio que ilumina las almas como el sol a los planetas, sin quererlo, sin saberlo, por natural efecto de su propia vibración molecular.” Estas palabras son contundentes contra la famosa teoría del arte por el arte, o sea del arte sin objeto, del arte en tonto.

Con este motivo se ha permitido irritarse el Sr. Alas (D. Leopoldo), crítico de bilis amasada con pedantería, crítico de lo chico, nunca de lo grande, crítico o de censura sistemática o de bombo descomunal, según las simpatías que le inspiran las personas, crítico aplastado por la magna poética de Manuel del Palacio.

¿Y qué dijo?

Pues con toda la prosopopeya del caso defendió la sustantividad del Arte. (Aquí sí que se puede preguntar si esto se come con cuchara o con tenedor) y redujo el Arte a la habilidad, esto es, a menos que un juego, a lo puramente mecánico. En suma: con esas frases de relumbrón vino en sustancia a incluirse entre los que proclaman al arte como fin de sí mismo sin ley ni norma moral separado y divorciado de toda regla y de toda dirección.

El Sr. Balart ha replicado al Alas en una correspondencia particular, así la llama, que publica El Imparcial de hoy, y ahora sí que se puede decir a D. Leopoldo: vuelve por otra.

El Sr. Balart, en un artículo magistral gallardamente escrito, desarrolla su tesis de que no quiere que el arte por echárselas de sustantivo resulte insustancial, y de que no concede que una obra moralmente mala pueda ser artísticamente bella.

La cuestión está así planteada entre el Sr. Balart y el Sr. Alas. La razón está de parte del señor Balart porque el Arte no sólo es forma, sino fondo, no es sólo carne sino espíritu, no es sólo imagen, signo o símbolo sino ideal y concepción, y porque el arte es fin secundario y el hombre en todos sus actos tiene la obligación de portarse como ser moral. El arte sin objeto, la forma sin uso, esto es la forma inútil, no es el arte sustantivo sino el arte insustancial como dice muy bien el señor Balart.