Filosofía en español 
Filosofía en español


Marcelino Menéndez Pelayo

De re bibliographica

Al señor D. Gumersindo Laverde Ruiz, Catedrático de Literatura en la Universidad de Valladolid, &c.

Mi muy docto amigo y paisano: Días pasados dirigí a usted una breve impugnación de ciertas erradas afirmaciones acerca del pasado intelectual de España, vertidas por el Sr. D. Gumersindo de Azcárate en sus artículos sobre El Self-Government y la monarquía doctrinaria. Dolíame allí del lamentable olvido y abandono en que tenemos las glorias científicas nacionales, en especial las filosóficas, abandono y olvido que, entre otros daños de menor entidad, trae el gravísimo de mantener a nuestra patria falta de todo carácter propio en las modernas evoluciones del espíritu humano, dejándonos a merced de cualquier viento de doctrina que sople de extrañas tierras, y siendo causa eficacísima de la anarquía y desconcierto que hoy nos aqueja y lleva trazas de prolongarse, si Dios no lo remedia. Él solo sabe si es útil o dañoso el sesgo que al presente llevan ciertos estudios en España, y si es el mejor antídoto contra la exageración innovadora la exageración reaccionaria. Lo que sí puede afirmarse es que ambos fanatismos se inspiran en libros extranjeros, por más que uno y otro sean de antiguo abolengo en nuestra historia filosófica, y que, tal vez sin darse cuenta de ello, obedecen los secuaces de tan opuestas ideas a las providenciales leyes del pensamiento ibérico, aunque incurriendo en no pocas aberraciones y alejamientos de las escuelas peninsulares, por no detenerse a estudiarlas como debieran y a buscar dentro de España el anterior desarrollo de sus respectivos sistemas o los precedentes históricos que los han motivado. Pero dejando aparte tales consideraciones, vengamos derechamente al objeto de esta epístola y de las que, Dios mediante, han de seguirla, que se enderezarán sólo a desenvolver algunas indicaciones apuntadas en mi anterior, sobre los medios de reparar la ignorancia, hoy generalmente sentida respecto a nuestra historia científica y aun a una gran parte (no despreciable por cierto) de la literaria.

Estos medios se reducen a tres:

  1. Fomentar la composición de monografías bibliográficas.
  2. Ídem de monografías expositivo-críticas referentes a cada ramo de la ciencia, o al menos a los que tienen historia importante en España.
  3. Creación de seis cátedras nuevas en los Doctorados de las Facultades, con otras instituciones encaminadas al mismo propósito.

Trataré brevemente de cada uno de estos proyectos, dividiendo mi trabajo, a guisa de sermón, en tres puntos:

I. Estudios bibliográficos

Acúsase con frecuencia a la Bibliografía, por los extraños a su cultivo, de ciencia árida e indigesta, de fechas y de nombres, superficial y frívola al mismo tiempo, como que sólo para la atención en los accidentes externos del libro, en la calidad del papel y de los tipos, en el número de las hojas, y limita sus investigaciones a la portada y al colofón, sin cuidarse del interior del volumen, que para ella suele estar tan cerrado como el de los siete sellos. No ha de negarse que hay hartos bibliófilos (si tal nombre merecen) acreedores a esta y aun a otras más acres y no menos fundadas censuras; y en verdad que se duda a veces entre la risa y la indignación al ver a ciertos acaparadores de libros estimar el mérito de los trabajos del humano ingenio por su mayor o menor escasez en el mercado, despreciando, v. gr., los clásicos griegos y latinos porque se encuentran a toda hora, en cualquier forma y en variedad de ediciones, al paso que dan suma importancia a los libros de jineta, de esgrima, de cetrería, de tauromaquia, de heráldica o de arte de cocina, por raros y difíciles de encontrar en venta. Y produce ciertamente triste impresión la lectura de muchos catálogos bibliográficos, cuyos autores para nada parecen haber tenido en cuenta el valor intrínseco de los libros, fijándose sólo en insignificantes pormenores propios más de un librero que de un erudito. Pero no es ese el verdadero procedimiento del bibliógrafo, ni puede llamarse trabajo científico, sino mecánico, el descarnado índice de centenares de volúmenes cuyo registro externo arguye a lo sumo diligencia y buena fortuna, nunca dotes intelectuales ni saber crítico. Y la crítica ha de ser la primera condición del bibliógrafo, no porque deba éste formularla con todo el rigor del juicio estético y de la apreciación histórica diestramente combinados, sino para que sepa indicar de pasada los libros de escaso mérito, entresacando a la par cuanto de [66] útil contengan, y detenerse en las obras maestras, apuntando en discretas frases su utilidad, dando alguna idea de su doctrina, método y estilo, ofreciendo extractos si escasea el libro, reproduciendo íntegros los opúsculos raros y de valor notable, y añadiendo sobre cada una de las obras por él leídas y examinadas un juicio no profundo y detenido como el que nace de largo estudio y atenta comparación, sino breve, ligero y sin pretensiones, como trazado al correr de la pluma por un hombre de gusto; juicio espontáneo y fresco (si vale la expresión), como que nace del contacto inspirador de las páginas del libro; impresiones vertidas sobre el papel con candor e ingenuidad erudita. ¡Qué obra más útil, a la par que deliciosa es un catálogo bibliográfico redactado de esta manera! Así concebida la Bibliografía, es al mismo tiempo el cuerpo, la historia externa del movimiento intelectual, y una preparación excelente e indispensable para el estudio de la historia interna. Los registros de obras hechos sin estas condiciones serán útiles en el sentido en que lo son los catálogos de editores y libreros, pero no serán trabajo de literato, sino de mozo de cordel; no llamemos a sus autores bibliógrafos, sino acarreadores y faquines de la república de las letras{1}.

Por dicha, los bibliógrafos españoles (con excepciones raras) han sido fieles a la misión importantísima que la ciencia por ellos cultivada debe cumplir, y aun algunos pueden presentarse como dechados, si no de todas, de la mayor parte de las cualidades indicadas. No son escasos los frutos de la investigación erudita entre nosotros; pero aún resta no poco que trabajar en este campo. De los Diccionarios y Catálogos hoy existentes, ya impresos, ya manuscritos, puede hacerse la división siguiente:

  1. Bibliotecas generales.
  2. Etnográficas.
  3. Corporativas.
  4. Regionales.
  5. Por materias.
  6. Índices y Catálogos de bibliotecas públicas y particulares.

Tiene nuestra España la gloria de poseer una de las bibliografías generales más extensas y con más diligencia trabajadas, doblemente admirable si consideramos el tiempo en que fué compuesta, en las dos bibliotecas Vetus y Nova de Nicolás Antonio, dadas a la estampa la segunda en 1672, y póstuma la primera en 1696, gracias a la munificencia del cardenal Aguirre y a los desvelos del deán Martí. Breves y de escasa importancia eran los ensayos anteriores al colosal trabajo del ilustre bibliógrafo sevillano.

El comentario elegantísimo De doctis Hispaniae viris, o sea Apología pro adserenda hispanorum eruditione, del docto profesor complutense Alfonso García Matamoros (vertido al castellano en el siglo pasado por el canónigo Huarte), no es otra cosa que un panegírico de nuestras letras, en que se mencionan muy pocos autores y escasísimos libros, sin indicaciones tipográficas de ninguna especie. La Bibliotheca Hispaniae de Andrés Peregrino (o sea el P. Andrés Scotto) puede aún consultarse con provecho en ciertos lugares, y mereció bien de nuestras letras su extranjero autor, sólo por el intento, pero es de limitada utilidad bibliográfica a pesar de su volumen, pues de los tres de que consta, versa el primero sobre la religión, universidades, bibliotecas, concilios y reyes de España, y en los dos restantes, tras de intercalarse asimismo materias extrañas, se habla más de los autores que de los libros, y por lo general sólo de los contemporáneos del jesuíta flamenco, que dió a luz su obra en Francfort el año de 1608. Un año antes había salido de las prensas maguntinas un Catalogus clarorum Hispaniae scriptorum a nombre de Andrés Taxandro, índice sucinto y descarnado que generalmente se atribuye al mismo Scotto. Así en el Catálogo como en la Biblioteca se hace mérito casi únicamente de los escritores que usaron la lengua latina, falta que intentó remediar el toledano D. Tomás Tamayo de Vargas, formando un índice bastante copioso de obras castellanas, con el título no impropio de Junta de libros la mayor que España ha visto en su lengua. Manuscrito permanece en la Biblioteca Nacional este catálogo, hoy de escaso valor como libro de consulta, dado caso que le disfrutaron ampliamente Nicolás Antonio y otros bibliógrafos. Con tan escasos auxilios comenzó su tarea, en verdad hercúlea, el autor de la Censura de Historias Fabulosas, prosiguióla con ardor creciente y jamás igualada diligencia, y logró darla cima en lo posible, consagrando a ella el bien aprovechado trabajo de su vida entera. De eterna admiración son dignos sus esfuerzos, pues si reflexionamos las gravísimas dificultades con que se tropieza para formar la bibliografía del ramo menos cultivado del saber humano, el índice de los trabajos relativos a un solo punto de la ciencia, el catálogo de los escritores de una provincia, de un pueblo de limitada importancia, ¡cómo no asombrarnos de esa titánica empresa de dar a conocer en un libro cuanto en España se había escrito desde la era de Augusto hasta fines del siglo XVI, sobre cualquier materia y en cualquiera forma! Y ¿quién ha de parar la vista en los errores, en las omisiones, en las faltas de pormenor inevitables en obra semejante? Aunque mucho más graves fueran, no bastarían a contrapesar las singulares excelencias de erudición y crítica, la riqueza [67] incomparable de noticias recogidas en aquellos cuatros volúmenes, que son aún, y serán por mucho tiempo, el monumento más grandioso levantado a la gloria de las ciencias y de las letras españolas. Conviene consultar la obra de Nicolás Antonio en la reimpresión matritense de 1783 y 1788, en que se agregaron a la Bibliotheca Nova las adiciones manuscritas del mismo autor, y se acrecentó la Vetus con las copiosísimas notas del sabio hebraizante y numismático Pérez Bayer.

El segundo ensayo de bibliografía general debióse a D. José Rodríguez de Castro, que con erudición notable, aunque sin método ni crítica, propúsose refundir, acrecentar y continuar las bibliotecas de Nicolás Antonio en la suya Española que no pasó del siglo XIV, si bien, con haber quedado tan a los principios, es obra de indispensable consulta en la parte hispano-romana y en la de los tiempos medios, y puede considerarse como el mejor suplemento a la Bibliotheca Vetus.

Al lado de Nicolás Antonio, padre de nuestra bibliografía, debemos colocar el nombre del rey de nuestros modernos eruditos, D. Bartolomé J. Gallardo, en cuyas admirables papeletas diestramente ordenadas por los señores Zarco del Valle y Sancho Rayón veo casi realizado (un poco más de crítica no sobraría) el ideal de la labor bibliográfica, tal como la concibo y expuse al comienzo de esta epístola. El Ensayo de una biblioteca española de libros raros y curiosos, riquísimo en extractos y noticias, suple gran parte de las omisiones de Nicolás Antonio respecto del siglo XVI, suministra datos y documentos sobre toda ponderación interesantes para la historia de nuestra literatura y en especial de la poesía lírica y de la dramática, y es de utilidad más directa e inmediata que ningún otro libro de bibliografía nacional para todo linaje de curiosos y de lectores. ¿Por qué desdicha no han visto aún la pública luz los últimos volúmenes de esta obra excelente, suspendida desde 1866 en la letra F? ¿A qué director de instrucción pública estará reservada la gloria de procurar la impresión de lo restante?

Empresa es harto difícil el formar la bibliografía del siglo en que vivimos, fértil como ninguno en folletos, opúsculos, memorias, periódicos y hojas volantes. En parte muy considerable, realizáronlo, sin embargo, los señores D. Dionisio Hidalgo y don Manuel Ovilo y Otero en sendos Diccionarios de no poco volumen, impreso en cinco tomos el primero, desde 1861 a 1868, e inédito en la Biblioteca Nacional el segundo, del cual publicó en París un extracto con título de Manual la casa de Rosa y Bouret. Como escritos de bibliografía general pueden considerarse además de los citados la Tipografía Española del P. Méndez, adicionada por Hidalgo, los Apuntamientos de nuestro paisano D. Rafael Floranes sobre el mismo asunto, y el specimen de Diosdado Caballero De prima tipographiae hispanae aetate, con otros opúsculos de menor cuantía relativos al primer siglo de nuestra imprenta. Y si agregamos la voluminosa Bibliografía crítica (no en todo española) del trinitario Fr. Miguel de San José, los trescientos artículos que añadió Floranes a Nicolás Antonio, los excelentes que en las Revistas Universitaria y de Instrucción pública dio a luz el bibliotecario ovetense D. Aquilino Suárez Bárcena, y alguna que otra tentativa semejante{2}, tendremos casi completo el índice de los estudios generales de bibliografía española realizados hasta el momento en que trazo estas líneas.

Y continuando, amigo mío, en esta reseña de lo hasta hoy trabajado para indicar después con más holgura lo que aún falta llevar a cabo, mencionaré las dos únicas bibliotecas etnográficas que poseemos, la Arabico-Hispano-Escurialensis de Casiri y la Rabínico-Española de Rodríguez de Castro, ninguna de las cuales satisface las exigencias de la crítica moderna, por más que la primera fuese, en el tiempo en que salió a luz, una revelación y hoy mismo parezca de utilidad grandísima, dado caso que no existe obra alguna que pueda con ventaja sustituirla.

Pero aparte de la falta de método, harto sensible, y de los reparos que la ciencia contemporánea ha puesto a algunas de las traducciones allí incluídas, ha de confesarse que la obra de Casiri, reducida al catálogo de los manuscritos arábigos de una Biblioteca, siquiera sea de las más ricas en este ramo, no puede suplir, sino en parte y muy indirectamente, la falta de una Bibliografía arábigo-española completa, más necesaria a medida que adelantan los estudios orientales, tan interesantes para la historia de nuestra cultura. A los arabistas españoles toca llenar este vacío, y uno de los más distinguidos, el Sr. Fernández González, está encargado oficialmente de completar y corregir el catálogo de Casiri, lo cual nos da esperanza de ver realizado antes de mucho el común deseo de nuestros eruditos, si, como creemos, el docto profesor no se limita a esta preliminar tarea, sino que emprende la formación del apetecido índice de autores árabes-españoles, ya conservados en nuestras bibliotecas, ya en las extranjeras. En cuanto a la obra de Rodríguez de Castro, superior en riqueza de noticias a las anteriores de Wolfio y Bartholoccio, táchanla no pocos hebraizantes modernos de superficial y poco exacta, y fuera de desear que entre la nueva generación masorética, educada por el sabio doctor García Blanco, se hallase algún bibliófilo, docto, a la par, en la lengua santa y en sus afines y [68] derivadas, que tomase a su cargo las adiciones y enmiendas al trabajo de nuestro bibliotecario.

En la clase de Bibliotecas corporativas pongo en primer término las de comunidades religiosas, limitada alguna de ellas a España, generales las más y obra de autores extranjeros.

Por la parte considerable e interesantísima que encierran de nuestra bibliografía, son dignos de especial mención los Anales franciscanos de Wadingo y su continuador Harold; la Biblioteca de la misma orden, formada por Fr. Antonio de San José; la excelente de escritores dominicos, de Quetif y Echard, a la cual precedieron los ensayos de Antonio Senense, Alfonso Fernández y Fr. Ambrosio de Altamira; la Carmelitana, de Cosme de Villiers de San Esteban; el Alphabeto Augustiniano, de Fr. Tomás de Herrera; las Bibliothecas cistercienses, de Vischio y Muñíz, y otros menos extensos y conocidos catálogos de autores pertenecientes a diversas Órdenes, que no mostraron tanto esmero como las anteriores en la conservación de sus Memorias literarias.

A todo lo cual deben agregarse las numerosas historias de las mismas sociedades monásticas, que, sin ser obras propiamente bibliográficas, encierran, no obstante, un tesoro de noticias acerca de no pocos escritores, siendo notables, en tal concepto, la Crónica de la Orden de San Benito, de Yepes, la que en muy elegante estilo escribió de los jerónimos el P. Sigüenza, y otras que fuera prolijo, y no parece necesario, enumerar. Pero ninguna Orden religiosa ha excedido a la Compañía de Jesús en lo esmerado y completo de su extensa y curiosísima bibliografía. Ya en 1608 publicóse en Amberes el catálogo de escritores jesuítas, formado por el ilustre P. Rivadeneyra. Continuáronle Nieremberg, Alegambe y otros egregios varones de la Compañía, así nacionales como extranjeros, y llegados los tiempos de expulsión y extrañamiento, dos jesuítas de la provincia de Aragón, emigrados en Italia, Diosdado Caballero y Onofre Prat de Sabá, formaron con notable diligencia sendos catálogos de los deportados españoles que tan gallarda muestra habían dado de su saber en todo linaje de ciencias y disciplinas. A coronar todos estos ensayos, y otros que al presente no recuerdo, vino en 1859 la muy erudita Biblioteque des ècrivains de la Compagnie de Jesus, publicada en Lieja por los PP. Agustín y Luis Backer, obra que adolece no obstante, sin duda por la dificultad de la empresa, de omisiones y aun yerros, por lo menos en la parte española.

No menos poderosos, influyentes, conspicuos y fecundos en ilustres escritores que las Órdenes fueron los llamados Colegios Mayores, muertos a mano airada por D. Manuel de Roda en tiempo de Carlos III. De los escritores salidos del seno de tales corporaciones poseemos notable bibliografía, gracias a las diligencia de Rezabal y Ugarte, y encuéntranse además noticias en la Historia del Colegio Viejo de San Bartolomé de Salamanca, que ordenó el marqués de Alventos.

Como incluídos también en la sección bibliográfica de corporaciones, pueden estimarse los catálogos de escritores, alumnos o maestros de las Universidades de Salamanca, Oviedo, Zaragoza y Valencia, que acompañan a las Memoria históricas de dichas escuelas, publicadas en estos últimos años por los Sres. Doncel y Ordáz, Canella y Secades, Borao y Velasco, si bien tales apéndices son por su naturaleza harto breves, y sólo pueden servir de índices o registros para quien emprenda formar la Bibliografía universitaria ibérica, no intentada aún por nadie que yo sepa.

Mucho más rica que la sección anterior, es la de Bibliotecas Regionales, en la cual comprendo las de reinos, provincias, comarcas y ciudades. A continuación va el índice de las que conozco, muy incompleto sin duda, pero que demuestra el grado de cultivo obtenido en España por esta rama de la erudición bio-bibliológica.

PORTUGAL. Excede en este punto a las demás regiones peninsulares: posee la magna Bibliotheca Lusitana, de Barbosa Machado (a quien precedieron en su empresa Juan Franco Bareto, Jorge Cardoso y algún otro), y el admirable Diccionario bibliográfico, de Inocencio da Silva, que aumenta y corrige la obra de su predecesor y la continúa hasta nuestros días.

En la Biblioteca Nacional se conserva un manuscrito del Sr. D. Domingo Perez, relativo a los escritores portugueses que han escrito en lengua castellana.

VALENCIA. Sigue a Portugal en materia bibliográfica. A parte de los ensayos hechos en el siglo XVII por Onofre Esquerdo y D. Diego de Vich, cuenta tres bibliotecas impresas: la del P. Rodríguez, continuada por el P. Savalls; la de Jimeno y la de su adicionador Pastor y Fustér, que la prosiguió hasta 1829. Hanse publicado ademas diversos opúsculos eruditos sobre puntos aislados de la historia literaria de aquel reino, y entre ellos El teatro en Valencia, de D. Luis Lamarca.

ARAGÓN. A ninguna de nuestras bibliotecas regionales cedería la de Latassa, si la falta de método y lo farragoso e indigesto del estilo no oscurecieran las cualidades de erudición y exactitud que en ella resaltan. Esperamos que los iniciadores de la Biblioteca Aragonesa refundan, amplien y terminen este trabajo. Acerca de la Imprenta en Zaragoza, conozco un curioso folleto del Sr. Borao{3}. [69]

CATALUÑA. Aparte de otros catálogos anteriores de menor importancia, posee el Diccionario de escritores catalanes, de Torres Amat, ligero e incompleto, aunque rico en noticias, y el Suplemento al mismo, de Corominas y Aleu, que repara muchas de sus omisiones. Aún resta no poco que trabajar en la bibliografía del Principado, pero es de creer que agote la parte lemosina el docto bibliotecario señor Aguiló, en su obra premiada, ha no pocos años, por la Biblioteca Nacional, aunque por desdicha no impresa todavía. Sobre escritores gerundenses existe una Memoria del Sr. Girbal.

ISLAS BALEARES. D. Joaquín M. Bovér ha publicado una extensa y erudita Bibliografía balear, de la cual se han hecho dos ediciones, muy aumentada la segunda, que puede considerarse como obra totalmente nueva.

Las regiones del Mediodía, Centro y Norte de la Península han sido en esta parte menos afortunadas que Portugal y la corona aragonesa. Los estudios bibliográficos (con alguna excepción) han sido más breves en Castilla, y muchos de ellos permanecen inéditos. Tengo noticia de los siguientes:

ANDALUCIA. Sevilla. Rodrigo Caro (Claros varones en letras, naturales de Sevilla), y sus continuadores D. Diego Ignacio de Góngora y D. Juan Nepomuceno González de León, el analista Ortiz de Zúñiga, Arana de Varflora, o séase el P. Valderrama (Hijos ilustres de Sevilla), Matute y Gaviria, más que todos diligente; muchos contemporáneos nuestros, entre los cuales recordamos a los señores Colom, Alava, Asensio, Gómez Aceves, Laso, &c., y la Sociedad de bibliófilos andaluces, han acopiado innumerables datos para la bibliografía hispalense, siendo de lamentar que no se hallen reunidas en una obra de fácil manejo las noticias hoy dispersas en manuscritos, libros no frecuentes, prólogos y artículos de revistas. La Biblioteca Nacional premió tiempo atrás la Tipografía Sevillana, del Sr. Escudero y Perosso.

Cádiz. Sólo he visto el Diccionario de Cambiaso, sobremanera incompleto.

Córdoba. Hijos ilustres de esta provincia, manuscrito del Sr. D. Luis M. Ramírez de las Casas Deza, conservado en la Biblioteca Nacional. Es máz biográfico que bibliográfico y crítico.

CASTILLA LA NUEVA. Madrid. El Diccionario de Álvarez Baena tiene de bibliográfico muy poco, y esto con frecuencia inexacto. Más que a los escritores atiende a los nobles nacidos en Madrid, a quienes, por el solo hecho de serlo, considera ilustres, deteniéndose con fruición a trazar sus genealogías y describir sus escudos de armas.

Toledo. Es muy de sentir que el docto cronista de la imperial ciudad, Sr. Gamero, ha poco difunto, no hubiese dedicado una parte de sus aprovechadas tareas a la formación de una Biblioteca toledana. Las únicas noticias que sobre el particular se han recogido, hay que buscarlas en su Historia y en las de otros analistas anteriores, que por incidencia traen algo aprovechable para la historia literaria.

Cuenca. Posee, no un seco catálogo de ediciones, ni un fárrago de apuntes biográficos, como otras provincias menos afortunadas, sino una serie de admirables estudios, modelos de erudición y de crítica, que debieran ser luz y espejo de bibliógrafos y eruditos. Cuatro tomos de notable volumen lleva publicados el Excmo. Sr. D. Fermín Caballero, relativos a Hervás y Panduro, Melchor Cano, el Dr. Montalvo y los hermanos Juan y Alfonso de Valdés. En ellos ha dado a conocer, no sólo la importancia científica y literaria de cada uno de sus personajes, sino las ideas y el espíritu de la época en que vivieron y la atmósfera intelectual que respiraron. La tipografía conquense queda asimismo ampliamente ilustrada en el opúsculo La imprenta en Cuenca, del mismo autor.{4}

EXTREMADURA. El Excmo. Sr. D. Vicente Barrantes, infatigable explorador de las glorias de su país natal, es autor de un Catálogo bibliográfico de obras útiles para la historia de Extremadura, premiado por la Biblioteca Nacional, y hoy refundido en el Aparato bibliográfico, del cual sólo ha visto la luz el primer tomo. En él anuncia el Sr. Barrantes hallarse ocupado en una bibliografía de extremeños ilustres, que servirá de complemento a sus notables estudios.

CASTILLA LA VIEJA Y REINO DE LEÓN. Doloroso es decirlo, pero necesario. Las provincias castellanas y leonesas han manifestado escasísimo interés en la conservación de sus memorias literanas. Segovia posee el apéndice de escritores que añadió Colmenares a su Historia. En los anales eclesiásticos y seculares de las demás capitales y poblaciones de importancia se encuentran esparcidas muchas noticias útiles, pero no expuestas con criterio bibliográfico ni en forma erudita. Ni aun ciudades de tan gloriosa historia como Valladolid y Burgos, ni aun la Atenas española, foco de saber y de cultura, centro además de una escuela literaria en días no muy lejanos, han cuidado de formar sus catálogos bibliográficos. Si algo se ha intentado en tal sentido, son tan escasas la extensión e importancia de los ensayos, que sus títulos y los nombres de sus autores se van de la memoria y de la pluma.

LAS ASTURIAS. Asturias de Santillana o Montaña de Santander. Sepárola de Castilla, con la cual no tiene otras relaciones que las puramente administrativas [] y las comerciales, y la asocio, como más afín, al Principado de Asturias. De extensión territorial harto reducida, pero con historia y costumbres propias, la comarca montañesa, patria nuestra muy amada, recuerda con orgullo no pocos blasones literarios, alcanzados por naturales y oriundos de su suelo. A pesar de haberse contado entre ellos eruditos y bibliógrafos tan eminentes como Floranes, el P. La Canal y La Serna Santander, ninguno pensó en registrar ordenadamente los trabajos científicos de sus conterráneos. Algo se ha intentado en nuestros días. La Biblioteca Nacional ha premiado en el presente año un Diccionario de obras útiles para la historia de Santander, obra de un extraño a nuestro país, el Sr. D. Enrique de Leguina, a quien debemos agradecimiento por su diligencia. Y aunque parezca de mal tono literario sacar a plaza el propio nombre, y más cuando éste es de sobra oscuro e insignificante, sabe usted, amigo mío, que me he propuesto formar una serie de monografías crítico-bibliográficas acerca de nuestros escritores, de la cual ha visto la luz pública el primer estudio dedicado a la apreciación de las producciones del ilustre santanderino D. Telesforo Trueba y Cosío.

Asturias de Oviedo. A fines del siglo pasado, el docto canónigo de Tarragona González Posada acometió la empresa de formar una Biblioteca de escritores asturianos. El primer bosquejo de su trabajo, remitido por él a Campomanes, ha visto la luz pública como anónimo en el tomo I del Ensayo de una biblioteca española formado sobre los apuntamientos de Gallardo. Extendidas con la brevedad que allí aparecen las primeras notas, dió Posada mayor extensión a sus trabajos, y con el título no muy propio de Memorias históricas del Principado, publicó un primer tomo que abraza sólo la letra A de su Diccionario, no limitado ya a los escritores, sino comprensivo de todos los asturianos ilustres. Perdióse en Tarragona, de la manera que usted sabe, el resto de su obra, harto farragosa y poco crítica, y hasta estos últimos años no se pensó en reparar su falta con una nueva Biblioteca asturiana. Hala formado con diligencia suma el Sr. Fuertes, catedrático de este Instituto, y se guarda el manuscrito en la Biblioteca Nacional.

GALICIA. Existen: un Diccionario de escritores gallegos (lastimosamente interrumpido en su publicación), del Sr. Murguía; un Catálogo de libros útiles para la historia de aquel reino, formado por el bibliotecario de la Universidad de Madrid D. José Villamil y Castro, y el ensayo (manuscrito en la Biblioteca Nacional) Sobre la imprenta en Galicia, del Sr. Soto Freire.

No tengo noticia de más bibliografías peninsulares, faltando entre otras (y es falta notable en provincias tan apegadas a sus tradiciones) la vasco-navarra, para la cual sólo se halla noticias sueltas esparcidas en muy desemejantes libros y folletos{5}.

Existen además las siguientes Bibliotecas americanas, sin otras que de seguro no habrán llegado a mi noticia.

General. Bibliotheca americana vetustissima, de Harrise. La Imprenta en América, del mismo.

MÉJICO. Aparte del ensayo dado a la estampa en el siglo pasado por Eguiara y Eguren. posee el antiguo imperio azteca, joya de la corona castellana en más felices días, la excelente Biblioteca americana septentrional, de Beristain y Souza, digna de ser puesta en parangón con las de Inocencio da Silva, Fustér y Latassa.

ISLA DE CUBA. En la Biblioteca Nacional se conserva un manuscrito moderno, más biográfico que bibliográfico, acerca de los ingenios nacidos en esta colonia. No recuerdo el nombre de su autor.

REPÚBLICAS DEL SUR. No se han publicado bibliografías general ni especiales, pero sí unos extensos Ensayos biográficos acerca de sus poetas, obra del Sr. Torres Caicedo.

Con intento más científico que el de las bibliotecas regionales, se han formado en España algunas por orden de materias. Su número es por desgracia harto breve. Entre ellas merecen especial recuerdo la Historia bibliográfica de la medicina española, de Hernández Morejón, y la que con el título de Anales publicó D. Anastasio Chinchilla; La botánica y los botánicos de la península hispano-lusitana, obra del Sr. Colmeiro (D. Miguel); la Biblioteca mineralógica, de los Sres. Maffei y Rúa Figueroa; el Diccionario de bibliografía agronómica, de don Braulio Antón Ramírez, la Biblioteca Marítima, de Navarrete; la de Economistas, del Sr. Colmeiro (D. Manuel); la de Historiadores del reino, ciudades, villas, iglesias y santuarios, de D. Tomás Muñoz Romero; el admirable Catálogo del teatro antiguo español, del malogrado y eruditísimo La Barrera, libro que en saber y diligencia deja muy atrás los ensayos antecedentes. Si a estas siete obras, nacidas las más de los concursos de la Biblioteca Nacional, agregamos comenzada Biblioteca de traductores de Pellicer; el Catálogo de piezas dramáticas anteriores a Lope de Vega, que acompaña a los Orígenes del Teatro Español, bellísimo estudio de Moratín; el Índice del teatro del siglo XVIII, que puso el mismo egregio dramaturgo al frente de sus Comedias; los muy copiosos y esmerados Catálogos de pliegos sueltos y libros que contienen romances, unidos por el sabio Durán a la [71] última edición de sus Romanceros; los de Poemas heroicos, místicos, históricos, burlescos, &c., publicados por los Sres. D. Cayetano Rosell y D. Leopoldo A. de Cueto{6} en los tomos XXIX y LXVII de la Biblioteca de Autores Españoles; los Índices cronológicos de dramáticos del siglo XVII, incluídos en la misma colección por el Sr. Mesonero Romanos; el de Libros de caballería españoles y portugueses, del Sr. Gayangos; y descendiendo a trabajos de menor extensión e importancia, la Biblioteca militar española, de García de la Huerta, y el Catálogo de escritores de veterinaria, del Sr. Llorente y Lázaro, tendremos casi completa la lista de las monografías bibliográficas por orden de materias dadas hasta hoy a la estampa.

Pero inéditas se conservan algunas más, premiadas o adquiridas casi todas por la Biblioteca Nacional, cuales son: el Catálogo de escritores de Bellas Artes en España, del Sr. Zarco del Valle; el de Relaciones y Fiestas, de D. Genaro Alenda, inteligentísimo ordenador de la sala de Varios de dicho establecimiento; la Monografía acerca de las colecciones de refranes, obra del Sr. Sbarbi, que se dispone a publicarla, a par de la rica y curiosa colección que con el título de Refranero da a la estampa, llevando ya impresos cinco volúmenes; el Catálogo de periódicos, del Sr. Hartzenbusch (D. Eugenio); el de Escritores de matemáticas en el siglo XVI, formado por el Sr. Picatoste; el muy rico y extenso del Moderno teatro español, de D. Manuel Ovilo y Otero; la Biblioteca jurídica, de Fernández Llamazares, y la de Poetas líricos antiguos y modernos, citada sin indicación de su autor en la Memoria de la Biblioteca Nacional correspondiente a 1872.

En punto a índices y catálogos de Bibliotecas públicas y particulares, con mencionar, aparte de los registros e inventarios de diversas colecciones formados en los siglos XV, XVI y XVII sin rigor bibliográfico suficiente{7}, el Casiri ya citado, la excelente Bibliotheca Graeca-Matritensis, de Iriarte (D. Juan), trabajo el más esmerado que ha salido de manos de nuestros helenistas; el Índice de los manuscritos españoles conservados en las Bibliotecas de Roma, de Hervás y Panduro, el Catalogue of the Spanish Mss. in the British Museum, del Sr. Gayangos; el de Manuscritos españoles de las Bibliotecas de París, dado a la estampa años ha por don Eugenio de Ochoa; los diversos Índices de la Universidad de Salamanca, y los tres riquísimos y extensos Catálogos de nuestro La Serna Santander (Bruselas, 1803; 5 volúmenes), del marqués de Morante y de Salvá, tendremos expuesto lo más notable que sobre el particular recuerdo.

A estas seis especies de bibliotecas pudieran añadirse otras dos, la de épocas y la de sectas religiosas. Pero no habiendo de la primera clase más ejemplos que el Ensayo de una biblioteca de los mejores escritores españoles del reinado de Carlos III, de Sempere y Guarinos, y los dos Diccionarios de autores del siglo XIX, ya mencionados, y estando limitada por hoy la segunda a la admirable Biblioteca Wiffeniana del sabio profesor de Strasburgo, doctor Boehmer, relativa a los protestantes españoles del siglo XVI, no he juzgado necesario hacer clase aparte de tales libros. Por razón análoga omito las bibliografías especiales de cada autor, de su escuela, discípulos, imitadores, &c.; pues fuera de la Biblioteca Luliana, de Roselló, inédita todavía, no conozco ninguna que forme libro aparte, dado que suelen acompañar como apéndices a las monografías crítico-bibliográficas de cada autor, que citaré en sazón más oportuna.{8}

A todo este arsenal erudito han de añadirse las bibliografías generales de Brunet, La Serna Santander, Hain y tantos otros que fuera prolijo citar aquí, libros de indispensable consulta, debidos en su mayor número a autores extranjeros.

Tal es (salvas inevitables omisiones) el caudal bibliográfico hoy existente. ¿Cuál de los métodos hasta ahora adoptados para la composición de este linaje de obras es más científico, más útil y satisface mayor necesidad en España? No dudo responder que el de materias. La Bibliografía general es, hoy por hoy, imposible en España, como en todas partes. Debe ser el desideratum de la erudición y de la crítica; pero no conviene empeñarnos en tentativas directas, y sin duda infructuosas, para conseguirlo. Deben fomentarse los trabajos eruditos acerca del movimiento intelectual en cada una de las regiones de nuestra Península, para que por tal camino se conserve la autonomía científica y literaria de que algunas ciudades, como Barcelona y Sevilla, disfrutan; adquieran otras la independencia, carácter y vida propia de que hoy, a pesar del número y calidad de sus ingenios, carecen; crezca en nosotros el amor a las glorias de nuestra provincia, de nuestro pueblo y hasta de nuestro barrio, único medio de hacer fecundo y provechoso el amor a las glorias comunes de la patria, y sea posible contrarrestar esa funesta centralización a la francesa, que pretende localizar en Madrid cuanto de vida literaria existe en todos los ámbitos del suelo español, borrando [72] por ende toda diferencia y todo sello local, para obtener en cambio una ciencia y un arte reflejos pálidos de la ciencia y del arte extranjeros, no pocas veces antipáticos y repulsivos a nuestro carácter. Aparte de esta capital consideración, los catálogos de escritores provinciales conducirán en un término lejano a la formación de la bibliografía general; los estudios sobre la imprenta en cada una de nuestras ciudades formarán unidos la Tipografía Española, y los índices de libros útiles para la historia particular son materiales para el Aparato bibliográfico a la historia de España, obra que falta aún, como asimismo faltan el Arqueológico y el Diplomático, trabajos preparatorios indispensables, sin los cuales, y numerosas colecciones de documentos a más de las existentes, nunca lograremos poseer una Historia completa, erudita y digna de su nombre.

Pero aun más necesarias que las Bibliotecas regionales, de las cuales existe al cabo gran número, son las compuestas por materias, muy escasas todavía en España, libros que satisfacen de lleno las condiciones que la historia literaria tiene derecho a exigir de la bibliografía, pues su unidad interna no está limitada por las condiciones de tiempo y espacio, sino por la naturaleza de cada rama del saber, apareciendo los escritores en ellos incluídos como eslabones de la misma cadena. De este género de bibliografías, formadas con los requisitos que señalé al principio de la presente carta, es muy fácil el tránsito a las monografías histórico-críticas.

Por desgracia, consideraciones materiales de poco elevada índole limitan en España, del modo que usted sabe, la producción de libros eruditos. No hay público para esta clase de trabajos, y su impresión, con frecuencia harto costosa, suele no ser accesible a las fuerzas de un particular, que teme empeñar sus recursos en un libro de difícil o dudosa venta. Por tal razón hallo digna de toda alabanza la institución de premios anuales para este objeto en la Biblioteca Nacional, institución provechosísima de que nuestras letras son deudoras al insigne erudito Sr. D. Aureliano Fernández-Guerra y Orbe. En el escaso tiempo transcurrido desde el primer concurso hasta hoy, ha dado por naturales frutos un número de obras bibliográficas superiores en extensión y en importancia a cuanto se había trabajado en España en el medio siglo antecedente. Algo se ha detenido este movimiento desde el año 67, por una causa verdaderamente lamentable que dará ocasión a la muerte de toda actividad bibliográfica, si pronto no se acude al remedio. Desde aquella fecha no se ha impreso una letra de ninguna de las obras premiadas, y, lo que es aún más de sentir, ha quedado incompleto el importantísimo Ensayo de Gallardo, Zarco del Valle y Sancho Rayón. ¿Cuál es la causa de semejante atraso? Lo ignoro: tal vez los malos tiempos que hemos corrido; tal vez la indiferencia con que en España se miran estas cosas. Pero sí afirmo que de no remediarlo presto quien puede y debe, daráse ocasión a que el público no pueda apreciar el acierto del Jurado en sus calificaciones, confiscaráse en provecho de los pocos literatos que en Madrid residen y pueden a toda hora concurrir a la Biblioteca Nacional lo que debiera ser patrimonio común de la erudición española; haráse cada día más difícil el conocimiento de nuestras riquezas literarias, y a la postre faltarán concurrentes a los premios, pues no es grande estímulo la mezquina recompensa pecuniaria a ellos aneja, ni aun la entrada en el Cuerpo de Bibliotecarios, para que consienta nadie en enterrar en la sala de manuscritos una obra, fruto tal vez de largos afanes y vigilias.

Es, pues, urgentísima la publicación de los trabajos hasta hoy premiados, y si arredrare a la Superioridad el escasísimo coste de tal empresa (pues aquí para todo lo útil se tropieza con dificultades inconcebibles, al paso que nadie para mientes en los gastos que ocasionan tantas y tantas cosas superfluas), creo que fuera preferible suspender por algunos años los concursos y publicar en tanto las obras existentes, a dejar de cumplir lo que se anunció en las condiciones de los concursos como parte (y la más esencial) del premio.

Pero tal vez se me dirá: ¿A qué tanta protección a esos estudios? ¿A qué fomentar la composición de obras bibliográficas, cuando existen tantas como ya dejo citadas, aparte de las muchas que habré omitido? ¿No se ha trabajado bastante en ese campo? ¿Quedan aún puntos sin explorar? ¿No sabemos bastante de nuestros escritores? La respuesta es muy sencilla: a continuación va el índice de algunos de los Diccionarios bibliográficos que nos faltan todavía. Elijo sólo aquellas materias de mayor y más reconocido interés, prescindiendo de otras muchas que solicitan de un modo menos imperioso la curiosidad erudita:

  1. Biblioteca de Teólogos.
    Escriturarios.
    Escolásticos.
    Dogmáticos.
    Moralistas.
  2. De Místicos y Ascéticos.
  3. Filósofos.
  4. Moralistas no teológicos.
  5. Jurisperitos.
    Civilistas.
    Canonistas.
  6. Políticos y tratadistas de Filosofía política.
  7. Escritores de Alquimia, Química y Física.
    (Pudieran dar materia a dos Bibliotecas cuya formación incumbe de derecho a mi sabio amigo y maestro en materia bibliográfica D. José R. de Luanco, autor de la excelente monografía acerca de [73] Raimundo Lulio considerado como alquimista, y al Sr. Rico y Sinobas, ilustrador doctísimo de las obras científicas del Rey Sabio.)
  8. Zoólogos.
  9. Geógrafos y Cronologistas.
  10. Arqueólogos.
  11. Historiadores generales y de sucesos particulares.
  12. Historiadores de órdenes religiosas y monasterios, Genealogistas, &c., &c.
    (Sobre el segundo de estos grupos existe la Bibliotheca Genealógico-Heráldica, de Franckenau, o sea D. Juan Lucas Cortés; pero es incompleta.){9}
  13. Estéticos, preceptistas, críticos e historiadores de la literatura.
  14. Orientalistas.
  15. Humanistas.
  16. Autores que han escrito de o en lenguas exóticas.
  17. Poetas españoles que han escrito en griego, en latín o en alguna de las lenguas vulgares no habladas en la Península Ibérica.
  18. Líricos castellanos, galaico-portugueses y lemosines.
  19. Poetas épicos.
  20. Novelistas.
  21. Biógrafos y Bibliógrafos.
  22. Anónimos, pseudónimos, plagiarios, curiosidades literarias.
    (Obra análoga al Diccionario de supercherías bibliográficas de Querard).
  23. Heterodoxos españoles. (Completar a Bohemer con la noticia de todos los que en Iberia extravagaron de la fe católica antes y después de la Reforma protestante del siglo XVI.)
  24. Biblioteca de Traductores de lenguas clásicas y de poetas modernos.
    (Llevo muy adelantada esta Biblioteca.)
  25. Traductores de idiomas vulgares.
  26. Escritores oriundos de España aunque hayan nacido y escrito en país y lengua extranjeros. Escritores extranjeros que han usado cualquiera de las lenguas peninsulares en todos o en alguno de sus escritos.
  27. Autores extranjeros que han escrito de cosas de España.
  28. Matemáticos ibéricos anteriores y posteriores al siglo XVI.
  29. Escritores de arte militar y otros asuntos análogos.
  30. Autores cuyas obras se han perdido.
  31. Escritoras españolas.

Usted, amigo mío, ha de darnos antes de mucho esta obra, digna, sin duda, de su erudición, ingenio y acrisolado juicio.

Cuando esté realizado todo o la mayor parte de este programa, podrá decirse con fundamento que la bibliografía española queda ampliamente ilustrada. Hasta tanto, y mientras sigamos ignorando la mitad de nuestro pasado intelectual, no me cansaré de solicitar protección y apoyo para este linaje de estudios, de suyo áridos e ingratos, que reportan fatigas considerables, aunque no honra ni provecho.

En mi próxima epístola trataré del segundo medio de promover el estudio de nuestra historia científica, o sea de las monografías expositivo-críticas.

M. Menéndez Pelayo

Santander, Junio de 1876.

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{1} Expresión de Puigblanch.

{2} En alguna parte hemos leído que el Sr. D. Carlos Ramírez de Arellano, residente en Córdoba, tiene hechas adiciones a Nicolás Antonio.

{3} A Latassa precedió en su empresa el cronista Andrés Ustarróz con un Indice de escritores aragoneses.

{4} Bien lejano me hallaba yo, al trazar estas líneas, de tener que deplorar al pie la pérdida reciente y dolorosísima de este sabio, pérdida grande para las letras, inmensa para los que fuimos sus amigos.

{5} No hacen excepción los Varones ilustres alaveses, de Landazuri (blanco de las iras de nuestro Floranes), el Diccionario biográfico de encartados, de D. Martín de los Heros, ni los estudios sueltos de varios bibliófilos bilbainos. También hay noticias útiles en Los Vascongados, del Sr. R. Ferrer.

{6} Formada tiene este eminente literato una Reseña bibliográfica de poetas del siglo XVIII, que sería de desear viese la pública luz.

{7} Véanse, entre otros, los de las librerías del Príncipe de Viana, la Reina Católica, Zurita, Antonio Agustín, Páez de Castro, &c. Entre todos descuella el Registrum de F. Fernando Colon, trabajo ya verdaderamente de bibliófilo.

{8} Trabajos bibliográficos sueltos de notable importancia dieron a la estampa, entre otros que en sazón oportuna recordaremos, los señores D. Benito Maestre y D. Luis Usdi y Río, sin rival el segundo en el conocimiento de las obras de nuestros heterodoxos del siglo XVI.

{9} Cítase otra de Salazar y Castro que no hemos visto.