La Ilustración Republicana Federal
Madrid, 8 de diciembre de 1871
año I, número 23
páginas 359-362

Nicolás Estévanez

< ¡Glorias cubanas!

III

El clásico, el erudito, el inspirado HEREDIA es uno de los grandes poetas de este siglo. Incompetentes nosotros para juzgarle, admiradores entusiastas de sus magníficos versos, ya que no participemos siempre de la idea que los inspira, no queremos llenar con nuestro juicio las columnas de La Ilustración. Los lectores formarán el suyo con la lectura de los fragmentos al azar tomados de sus obras, que insertamos a continuación.

Véase con cuánta sencillez, refiriéndose a su lira, exclama:

   En pesares y tedio sumergido,
hoy la recorro en vano,
y sólo vuelve a mi anhelar insano
voz de dolor y canto de gemido.

Oigámosle apostrofar a la Inquisición en uno de sus cantos religiosos:

   ¡Bárbara Inquisición! Cueva de horrores,
descubre al universo tus arcanos,
y de tus sacerdotes inhumanos
los crímenes revela y los furores.
¡Cuántas víctimas ¡ay! atormentadas
en tu infernal abismo
apelarán a Dios del fanatismo!

Como todos los poetas, soñaba Heredia con la gloria:

   Es el ansia de gloria noble y bella;
yo de su lauro en el amor palpito,
y quisiera en el mundo que hoy habito
de mi paso dejar profunda huella.

Y como todos los hombres de corazón ardiente, admiraba y aplaudía lo grande donde quiera que lo encontraba. En su canto a Sila se expresa de este modo:

   No fuiste vil por opresor: en vano
quisieras libertad: solo veías
crimen y esclavos. En tan negros días
yo hubiera sido, como tú, tirano.

Escuchémosle en su bello canto al inmortal Washington:

   ¡Oh Potomac! Del orgulloso Tibre
no envidies, no, la delincuente gloria,
que no recuerda un héroe como el tuyo
del orbe toda la sangrienta historia

   En la tumba modesta
que guarda tus cenizas por tesoro,
ni luce el mármol, ni centella el oro,
ni entallado laurel, ni palmas veo.
¿Para qué, si es mundo
a tu gloria inmortal digno trofeo?

Lamentando la suerte de su país, que era la misma en aquellos que en los actuales tiempos, decía Heredia en el primer periodo constitucional:

   En la opresa, infeliz, hollada Cuba
de viles siervos abatida sierva,
no es dado el hacer bien ni al mismo trono,
cuyo querer eluden los caprichos
de sátrapa insolente.

Cantando la muerte de Riego, el poeta dice:

   No será para el mundo perdido
tan odioso, tan bárbaro ejemplo;
aun habrá quien venere cual templo
de su injusto suplicio el lugar,
y se indigne sobre él, que la tierra
de un patriota con sangre bañada
es tan digna de honor, tan sagrada,
como aquella en que posa un altar.

La siguiente estrofa de su himno titulado La estrella de Cuba, más que para los cubanos parece escrita para los españoles:

   Cuando un pueblo su dura cadena
no se atreve a romper con sus manos,
bien les es fácil mudar de tiranos,
pero nunca ser libre podrá.

¡Cuánto dolor revelan los atrevidos versos de su precioso Himno del desterrado! Copiemos algunos:

   ¡Dulce Cuba! en tu seno se miran,
en el grado más alto y profundo,
las bellezas del físico mundo,
los horrores del mundo moral.
Te hizo el cielo la flor de la tierra;
mas tu fuerza y destinos ignoras,
y de España en el déspota adoras
al demonio sangriento del mal.
Y ¿qué importa que al cielo te tiendas
de verdura perenne vestida,
y la frente de palmas ceñida
a los besos ofrezcas del mar,
si el clamor del tirano insolente,
del esclavo el gemir lastimoso,
y el crujir del azote horroroso
se oye solo en tus campos sonar?

   De un tumulto de males cercado,
el patriota inmutable y seguro,
o medita en el tiempo futuro
o contempla en el tiempo que fue.
Cual los Andes en luz inundados
a las nubes superan serenos,
escuchando los rayos y truenos
retumbar hondamente a su pie.

En otra de sus composiciones a los cubanos, les decía: [360]

   La agonizante patria gime triste
y no la salvarán clamores vanos;
cuando amagan y truenan los tiranos
en hierro y sangre la salud consiste.

Emigrado en Méjico, y soldado de la naciente República en la época de la intentona de reconquista del célebre Baoradas, empuñó la lira de Tirteo para alentar a los defensores de su patria adoptiva:

   ¡A lidiar! ¡a vencer! Yo os lo juro
sombras augustas. Mi alma enajenada
cede al Dios que me inspira;
dejad la grave toga y blanda lira
para esgrimir la vengadora espada.

Desengañado ya del mundo y de los hombres, y viendo en las Repúblicas de América, lo mismo que en la realista Europa, la reacción triunfante, exclama con varonil ardor:

   Si el despotismo
el orbe abruma con su férreo cetro,
será mi asilo el mar. Sobre su abismo,
de noble orgullo y de venganza lleno,
mis velas desplegando al aire vano,
daré un corsario más al Océano,
un peregrino más a su hondo seno.

Es muy notable su himno Al Sol, escrito algunos años antes que el de Espronceda. Su oda Al Mar tiene versos y pensamientos como los que siguen:

   Augusto primogénito del Caos
al brillar ante Dios la luz primera,
en su cristal sereno
la reflejaba tu cerúleo seno:
y al empezar el mundo su carrera,
fue su primer vagido,
de tus soberbias olas agitadas
el solemne rugido.

Veamos cómo se expresa en la oda A Bolívar:

   Tu espíritu feliz a Sucre llena,
y un mundo por tu genio libertado
en Ayacucho al fin ve destrozado
el postrer eslabón de su cadena.
Allí el ángel de América la vista
dilata por los llanos [361]
desde la nube umbrosa en que se asienta,
y con terror involuntario cuenta
seis mil patriotas y diez mil tiranos.

   Cuando tu gloria el universo abarca,
libertador de esclavos a millones,
¿te querrás abatir hasta monarca?

   ¿Qué gloria humana
puede igualar a tu sublime gloria?
¡Oh Bolívar divino!
tu nombre diamantino
rechazará las olas con que el tiempo
sepulta de los reyes la memoria;
y de tu siglo al recorrer la historia
las razas venideras,
con estupor profundo
tu genio admirarán, tu ardor triunfante,
viéndote sostener, sublime Atlante,
la independencia y libertad de un mundo.

La falta de espacio nos impide trasladar completa su célebre oda Al Niágara. Juzguen nuestros lectores por los versos que siguen:

   ¿Qué voz humana describir podría
de la Sirte rugiente
la aterradora faz? El alma mía
en vago pensamiento se confunde
al mirar esa férvida corriente
que en vano quiere la turbada vista
en su vuelo seguir al borde oscuro
del precipicio altísimo: mil olas
cual pensamientos rápidas pasando,
chocan y se enfurecen;
y otras mil, y otras mil ya las alcanzan,
y entre espuma y fragor desaparecen. [362]
   ¡Ved! ¡llegan, saltan! el abismo horrendo
devora los torrentes despeñados:
crúzanse en él mil iris, y asordados
vuelven los bosques el fragor tremendo.
En las rígidas peñas
rómpese el agua: vaporosa nube
con elástica fuerza
llena el abismo en torbellino, sube,
gira en torno, y al éter
luminosa pirámide levanta,
y por sobre los montes que le cercan
al solitario cazador espanta.

   ¡Asombroso torrente!
¡Cómo tu vista el ánimo enajena
y de terror y admiración me llena!
¿Dó tu origen está? ¿Quién fertiliza
por tantos siglos tu inexhausta fuente?
¿Que poderosa mano
hace que al recibirte
no rebose en la tierra el Océano?

   Ciego, profundo, infatigable corres
como el torrente oscuro de los siglos,
en insondable eternidad...

Si el continente americano tiene un Niágara debido a Dios, la isla de Cuba tiene otro Niágara en la oda inmortal de Heredia. Mientras las musas reciban culto del hombre, y América subsista, y se hable sobre la tierra la lengua de Cervantes y Calderón, Quintana y Espronceda, no se perderá la memoria del ilustre Heredia en la conciencia de la humanidad. Uno de sus compatriotas, el aplaudido poeta Saturnino Martínez, ha dedicado un recuerdo al más justamente célebre de los poetas cubanos en el siguiente soneto, que es un monumento digno del vate ilustre que consiguió inspirar tan acabados versos:

HEREDIA

   Al rudo pie de la veloz corriente
sentóse a reposar el peregrino;
y pájaro cantor, mezcló su trino
al ronco son del mugidor torrente.
   La blanca espuma en confusión hirviente
formando vaporoso torbellino,
con densa nube encapotó el camino
que lo apartaba de la zona ardiente.
   Coloso allí, sobre el peligro insano
alzó con calma la cabeza al cielo
el valiente cantor americano:
   ¡Yo soy Heredia! ¡oh Niágara profundo!
dijo: y la fama con gigante vuelo
abrió a su nombre la extensión del mundo.{1}

Los poetas han sido profetas en todas las edades: Séneca anunció el descubrimiento de un mundo occidental quince siglos antes de nacer Colón: Dante adivinó en su siglo la unidad de Italia, que aun no se ha completado en nuestros días: Heredia concluye uno de sus más bellos himnos con la siguiente estrofa, digna de su musa, que es una verdadera profecía:

   Cuba al fin, te verás libre y pura
como el aire de luz que respiras,
cual las ondas hirvientes que miras
de tus playas la arena besar.
Aunque viles traidores le sirvan,
del tirano es inútil la saña,
que no en vano entre Cuba y España
tiende inmenso sus olas el mar.

N. Estévanez

——

{1} Al autor de este soneto no le han fusilado todavía.


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Nicolás Estévanez Murphy 1870-1879
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