La Ilustración Republicana Federal
Madrid, 28 de noviembre de 1871
año I, número 22
página 347

Nicolás Estévanez

< ¡Glorias cubanas! >

II

PLÁCIDO, el bardo matanzero, fusilado por sospechas de conspirador cuando reinaba O’Donnell en la isla, dejó también un gran número de hermosas poesías, que vivirán en Cuba tanto como las fuentes de Almendares y del Yumurí. Si no tenía la cultura literaria de Zenéa; si distaba mucho del gran cantor del Niágara en riqueza de imágenes y en magnificencia de expresión, era, no obstante, un gran poeta. El último de sus cantos, escrito momentos antes de su ejecución, está impregnado, no de amargura y odio, no de venganza y hiel, sino de amor y resignación.

Para no hacer este artículo demasiado extenso, nos limitaremos a copiar uno de los muchos sonetos que Plácido improvisó:

Lo que yo quiero

   Basta de amor; si un tiempo te quería
ya se acabó mi juvenil locura,
porque es, Celia, tu cándida hermosura
como la nieve deslumbrante y fría.
   No encuentro en ti la extrema simpatía
que mi alma ardiente contemplar procura,
ni entre las sombras de la noche oscura,
ni a la espléndida faz del claro día.
   Amar no quiero como tú me amas,
sorda a los ayes, insensible al ruego;
quiero de mirtos adornar con ramas
   Un corazón que me idolatre ciego:
quiero besar una deidad de llamas;
quiero abrazar una mujer de fuego.

He aquí las últimas poesías escritas por Plácido, y firmadas con el pseudónimo de Gabriel de la Concepción Álvarez, en la capilla de Santa Isabel, la noche que precedió a su ejecución, el 27 de Junio de 1844:

Despedida

A mi Madre

   Si la suerte fatal que me ha cabido
y el triste fin de mi sangrienta historia,
al salir de esta vida transitoria
deja tu corazón de muerte herido,
baste de llanto: el ánimo afligido
recobre su quietud: moro en la gloria,
y mi plácida lira a tu memoria
lanza en la tumba su postrer sonido.
Sonido melodioso, dulce, santo,
glorioso, espiritual, puro, divino,
inocente, espontáneo como el llanto
que vertiera al nacer. Ya el cuello inclino,
ya de la religión me cubre el manto.
¡Adiós, mi madre! ¡Adiós!
           El Peregrino.

A la Justicia

   En el alma, cual lucero
refulgente y peregrino,
tengo el retrato divino
de la deidad que venero;
en vano encontrar espero
esta belleza ideal,
y a la mansión celestial
ir a buscarla deseo,
porque en la tierra no creo
que exista el original.

——

   ¡Abran del corazón las anchas venas!
¡Corra mi sangre a consolar tus penas!

En la imposibilidad de copiar entera su magnífica composición A mi lira, vamos a transcribir los últimos notabilísimos versos de ella, que entrañan todo su pensamiento y demuestran su completa inocencia:

   ¡Adiós, mi lira!... A Dios encomendada
quedas de hoy más. Adiós… yo te bendigo.
Por ti serena el ánima inspirada
desprecia la crueldad de hado enemigo.
Los hombres te verán ahí consagrada;
Dios y mi último adiós quedan contigo:
entre Dios y la tumba no se miente;
¡Adiós, voy a morir…! ¡SOY INOCENTE!

Por último, y para terminar, vamos a copiar la magnífica Plegaria que, según es fama, fue recitando el desgraciado Plácido por la carrera fatal que recorrió hasta el patíbulo:

   ¡Ser de inmensa verdad, Dios poderoso!
a vos acudo en mi dolor vehemente;
extended vuestro brazo omnipotente:
rasgad de la calumnia el velo odioso,
y arrancad este sello ignominioso
con el que el mundo manchar quiere mi frente.
   ¡Rey de los reyes, Dios de mis abuelos!
¡vos solo sois mi defensor, Dios mío!
todo lo puede quien al mar sombrío
olas y peces dio, luz a los cielos,
fuego al sol, giro al aire, al norte yelos,
vida a las plantas, movimiento al río.
   ¡Todo lo podéis vos, todo fenece
o se reanima a vuestra voz sagrada;
fuera de vos, Señor, el todo es nada
que en la insondable eternidad perece;
y aun esa misma nada os obedece,
pues de ella fue la humanidad creada.
   Yo no os puedo engañar, Dios de clemencia,
y pues vuestra eternal sabiduría
ve al través de mi cuerpo el alma mía,
cual del aire a la clara transparencia,
estorbad que humillada la inocencia
bata sus palmas la calumnia impía.
   Mas si cuadra a tu suma omnipotencia
que yo perezca cual malvado impío,
y que los hombres mi cadáver frío
ultrajen con maligna complacencia,
suene tu voz, y acabe mi existencia;
¡¡cúmplase en mí tu voluntad, Dios mío!!

N. Estévanez


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Nicolás Estévanez Murphy 1870-1879
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