¡¡ Viva la Nación !!
Encabezamos hoy nuestro artículo con el fatídico grito de siempre, que al parecer sirve también de lema al nuevo pronunciamiento, contrarrevolución, algarada, golpe de Estado o no sabemos cómo llamar a esa quisicosa que lógicamente ha caído de improviso como una bomba sobre el campo liberal, acabando de introducir en él la más tremenda y espantosa confusión, como última y bochornosa crisis que sufre el liberalismo español, que expirante y exánime está revolviéndose en brazos de los mismos que después de haberle acariciado por tanto tiempo acabaron por asestar en medio de su corazón el mortal golpe de gracia.
Sáciate y regocíjate, pueblo liberal que por espacio de tantos años has venido defendiendo a costa de tu sangre y disputando palmo a palmo la idea que sintetiza el deslumbrador y mágico grito de ¡viva la soberanía nacional!, con el que, como mentida enseña de tu redención y falaz promesa de tu soberanía, se ha ensañado en todos tiempos con tu ignorancia y credulidad el cínico sarcasmo de tus eternos verdugos y la infame codicia de los astutos vampiros, a cuya existencia se ha hecho siempre necesario el pródigo vapor de tu sangre. Regocíjate y sáciate una vez más, y quiera Dios sea la última, al contemplarte ciego y pacientísimo instrumento y víctima expiatoria del dolo, de la perfidia y de la especulación de los que han logrado seducirte cada vez que te prodigaron sus halagos. Sáciate y regocíjate, que la omnipotencia de tu soberanía y toda tu voluntad ilegislable, están ya otra vez en manos de aquellos que en Setiembre de 1868 creíste haber arrojado para siempre de tu suelo, escupiendo sobre su iniquidad tu maldición, como escupen las olas a la playa la escoria que las enturbia.
Desde el año 1808, en que, impelidos los progenitores del liberalismo por el deletéreo soplo de bastardas influencias, tan traidoras y fanáticas como anti-católicas y enemigas de España, sembraron en nuestra infortunada patria las absurdas utopías de los resucitados volterianos, conocidos a fines del último siglo en Francia con los diversos nombres de filántropos, enciclopedistas y utilitarios, merced a la aplicación o práctica de cuyas aberraciones en la legislación española, se logró realizar en España, por medio de lo que dieron en llamar ley fundamental de la Nación, la iniquidad que alcanzar no pudieron las humilladas bayonetas del moderno Alejandro; hasta hoy, no ha sido la historia del partido liberal más que una perpetua y no interrumpida cadena de traiciones y engaños, en los que, los monarcas unas veces y otras el pueblo, han sido siempre ciego instrumento de la perfidia de cuatro miserables. Una constitución tras otra constitución, después de una asonada otro motín, unas veces vendiendo demagogia, imponiendo otras la autoridad y escudándose en todos tiempos en la religión, en la libertad y en el orden los que no quieren orden, libertad ni religión, porque su negocio es la deshonra de España, han embaucado al pueblo y a los reyes para hacer con ellos como la gata de la fábula, que, después de haber introducido la discordia entre la jabalina y el águila, hizo víveres propios de ambas familias.
Antes de la constitución de 1812, la culpa de los infortunios de España, venía de la legislación; mudada esta, se sucedieron nuestras desgracias con más frecuencia y empeorando: cambiadas las leyes, tuvo el monarca la culpa; muere Fernando VII y es aclamada María Cristina como una divinidad en toda España; y sin embargo, aquella fatal mujer es más tarde arrojada con la execración y el oprobio de todo el pueblo. Isabel II es luego no solo aclamada sino por 7 años consecutivos defendida en los campos de batalla, sin reparar en que a quien se defendía no era a una reina niña, sino la sepultura de nuestras grandezas y la tumba de la honra de España envuelta con el negro sudario de la usurpación. Y, ¿quién había de decir que esa señora infortunada, después de dejar impresas en las limpias gradas del Solio español sus huellas de sangre, había también de merecer más tarde los insultos y las injurias de todo un pueblo que, no habiendo comprendido el valor de una corona de dos mundos, ni siquiera supo atender al decoro y al respeto que se debe a una dama? Doña Isabel de Borbón, aunque como todo el pueblo español, miserablemente engañada, tuvo que sufrir también su merecido castigo, y la que debía haber vivido en su patria como una princesa, participando del esplendor de la corona, halagada por la ambición de ser reina, y seducida por los que necesitaban de su debilidad para el logro de sus maléficos propósitos, ni siquiera pudo conservar en su conciencia lo que toda mujer debe guardar siempre, y en su patria lo que todo español no debe olvidar jamás. ¡Imposible parece en pechos españoles tanto cinismo y tan poca dignidad! Los mismos que destronaron a una reina, difamaron a una madre, ultrajaron a una señora y execraron una dinastía, intentan ahora coronar a un vástago de esta que no vacilaría, por su parte, con la aceptación de una corona arrastrada por todas las cortes de Europa y por todas desdeñada, en confirmar la deshonra de la que le dio el ser y aplaudir la traición fementida de sus viles detractores. Si el hijo de D.ª Isabel llegara a ser rey de España, no sabemos quién sería más envilecido, si la Nación o su Rey.
Esta vez la caída es más grave y más trascendental, porque con la dinastía se hunde el trono, y los liberales monárquicos, ora se llamen moderados, ora conservadores, ora demócratas, ora cualquier otro nombre de toda esa jerga constitucional y que en todos tiempos han sido, ya unidos ya separados, los únicos causantes de tan desastrosos males, con bastante hipocresía para engañar al dócil e incauto pueblo y con doblez bastante para ocultar su perversidad, aparecen convertidos de la noche a la mañana en flamantes republicanos.
No tenían ya rey; era, pues, necesario arrastrarse a las plantas del pueblo soberano, mas como este, aleccionado ya algún tanto por la experiencia de tamaña farsa, no se contenta con principios y promesas irrealizables, reclama con justicia las consecuencias que son lógicas y exige de sus sempiternos embaucadores el cumplimiento de sus falaces palabras; he aquí que los fingidos republicanos, que hace pocos meses apenas osaban pronunciar la palabra autoridad, ni hablar de clases conservadoras, comprendiendo, ahora que las cosas van demasiado adelante y que sobre sus criminales cabezas se cierne amenazadora una justificada venganza, hurden de nuevo la más negra conspiración que registraran los siglos; compran al célebre profeta de la virgen democracia, que, cual nuevo Judas penetra en los oscuros antros de sus enemigos, toma parte en sus ocultos conciliábulos, abjura de sus principios, rasga sus leyes, lanza una mirada de desprecio a los infelices que en él cifraban su esperanza y con mefistofélica carcajada y las manos en el bolsillo repleto del oro producto infame de su traición, jura con saña acabar no solo con la democracia y la república, sino hasta con los republicanos y demócratas, formando impávido al lado de los que, para encubrir su maldad, mancharon ayer el trono de España y hoy han disuelto a tiros la Asamblea.
En una Nación en donde cuatro aventureros sin fuerza moral ni material, sin principios, ni crédito, ni amigos, ni honradez arrastran por el fango la corona real y desafían más tarde con petulancia a todo un pueblo, imponiéndole su tiranía y su capricho, ¡ya no queda nada que ver!
¡Aprende, pueblo español, aprende y escarmienta con la triste experiencia que te sirve de espejo! Se han cambiado constituciones; se han mudado reyes; se han hundido tronos; se ha proclamado la república y han crecido siempre tus desventuras y empeorado cada vez más tu suerte: hoy con más abundancia que nunca se derrama tu generosa e inocente sangre, y por encima de todo y conservando los altos puestos del listado, permanecen todavía como han permanecido siempre enfrente de todos los gobiernos y amparados por todas las leyes esos miserables que, prodigándote consejos, te hicieron liberal, y prometiéndote dicha, te han sumergido en un mar de luto, miseria y deshonra. ¡Míralos, como se ríen con cinismo de tu candidez y de tu buena fe, enhiesta su descarada frente sobre las ruinas de tus familias!
¡Aprende y escarmienta! y no pierdas de vista al ejército de valientes que frente a frente de la infamia, antes que por persona alguna, luchan primero por sus santas leyes y por la dignidad de su patria. Este ejército es el que te han dicho ser tu enemigo, porque así les convenía para la realización de los planes cuyo desenlace estás palpando; y, sin embargo, este ejército y el magnánimo Jefe que lo guía a los combates y a la victoria, te están aguardando con los brazos abiertos para darte un paternal ósculo de paz y vengarte de una vez y para siempre de los inauditos y multiplicados ultrajes que de tus perpetuos seductores y eternos verdugos has recibido y estás recibiendo.
Pueblo español: los que te han dicho que el Rey legítimo de España y los valientes que defienden los principios que simboliza, quieren la tiranía, la esclavitud, ni siquiera el predominio de clase alguna de la sociedad, ¡mienten como villanos!, como mintieron su conciencia y te engañaron en 1812, cuando, so protesto de labrar tu libertad, no hicieron más que venderte al extranjero, obra que a pesar de su perfidia y de tu ignorancia no han podido consumar todavía, y ¡vive Dios! que no la consumarán jamás, porque los buenos y verdaderos españoles, antes que consentir la ignominia de una dominación extranjera ni por personas ni por principios, preferirán se convierta su clásico país de la hidalguía en un montón de escombros y en un cementerio.