Revista Ibérica
Madrid, 30 de enero de 1862
Tomo II, número II
páginas 123-126

José Canalejas Casas

La ciencia y las bellas artes

Cumple a nuestro propósito, puesto que nos constituimos en modestos, pero decididos defensores de la ciencia, refutar doctrinas equivocadas que la acusan de atea, de enemiga de la belleza y como opuesta al progreso de las artes y de las letras. Reproduzcamos a este propósito lo que escribe M. Laprade, de la Academia de ciencias de Francia: «Escépticos en religión, indecisos en sus creencias morales, llenos de ambición y de aspiraciones vagas, ganosos de placeres materiales, con más sensibilidad en los nervios que en el corazón; arrastrados por el industrialismo al culto de las ciencias exactas, tales son y han de ser por mucho tiempo los hombres y el genio de la nueva época». En nuestra pequeñez, y guiados únicamente por el examen de los hechos que pasan a nuestro alrededor, protestamos contra los asertos del célebre poeta, porque ponen en olvido que la solidaridad es la ley fraternal del progreso, y por lo tanto, que en una época en que la ciencia se ha elevado a tan gran altura, el arte no puede ni debe abdicar su incontestable supremacía. Si las bellas artes no brillan como en otras épocas, y si no logran el adelanto de otras edades, investíguense las causas de tales hechos, y su examen imparcial pondrá de manifiesto, que los anatemas de M. Laprade contra la ciencia y el industrialismo, no son las causas del estado que deplora con sobrada justicia.

La ciencia favorece constantemente al arte: así lo han comprendido ha mucho tiempo célebres y reputados maestros. Palissy, mártir artista de inolvidable recuerdo, ha alcanzado la inmortalidad, porque poseía los conocimientos artísticos y los que exigía la práctica de estos; es decir, la unión de la ciencia y el arte. Gonjon, el célebre escultor francés, ha dicho en sus consejos y advertencias, que los que no estudian las ciencias, jamás harán obras capaces de captarles grandes elogios, recogiendo tan sólo los de algún personaje ignorante harto fácil de contentar. Pousin debe sus conocimientos artísticos a los conocimientos profundos que poseía en la anatomía, en la [124] arquitectura y en la perspectiva; y si quisiéramos presentar nuevos ejemplos de célebres artistas, tan amantes de las ciencias como de las bellas artes, fuera tarea harto fácil, porque juzgamos que no podrá presentarse uno solo que ponga en tela de juicio la benéfica influencia del estudio de las ciencias respecto al desenvolvimiento del arte. Aceptado este principio, tampoco puede ponerse en duda, como rigurosa e inevitable consecuencia del mismo, que el cultivo de las ciencias exactas y de todas ellas en general, en vez de perjudicar a las bellas artes, solo puede tender a aumentar su prestigio y el merecido afecto que alcanzan sus manifestaciones.

Si en el torbellino de ideas que surgen, desaparecen y vuelven a cobrar vida en la época de transición que trascurre, se resienten las bellas artes del estado de inseguridad y de continua lucha que alcanzamos, no debe culparse a las ciencias aplicadas, ni al industrialismo; en otras causas reside el secreto de la situación que les cabe. Es una verdad por todos aceptada que el arte debe modificarse, y apropiar sus formas y regenerar sus leyes, acomodando estos elementos a los cambios que se hayan operado en la sociedad que debe juzgar sus obras; las trasformaciones surgidas desde la revolución francesa son tan radicales, que reclaman notables evoluciones en el arte moderno, que no puede ni debe vivir con las traducciones serviles de la antigüedad; porque aceptando la ley de adelanto que imprime el progreso de todas las fuerzas intelectuales, es incuestionable que el presente no puede ser el recuerdo del pasado. Hoy juzga el pueblo las obras artísticas; la multitud llena las exposiciones, y por lo mismo importa educarla para que sepa apreciar las bellezas del arte, y a sus intérpretes atañe descubrir las nuevas ideas y las fórmulas por las cuales suspiramos, encaminadas a la unidad y a la absorción en una sola escuela, de todas las existentes, signos verdaderos de la decadencia actual.

Examinemos los numerosos cuadros que se presentan en las exposiciones, y en ellos encontraremos, juzgados bajo su aspecto filosófico y político, dignos representantes de todas las ideas, que se disputan el triunfo en el orden político y en la esfera de la filosofía, en la expectativa de una fórmula que, con júbilo universal, confunde todas las glorias y recuerdos, todas las fuerzas artísticas. En medio de estas manifestaciones, merecen señalarse las variadas escuelas de paisajes que nos cautivan y que podemos considerar, recordando su valor, como una protesta de artistas de gran concepto que acuden al estudio de la naturaleza, hasta tanto que aceptadas las nuevas vías a que debe acomodarse el arte, puedan trasladar su inspiración al lienzo. Sin detenernos en investigar cuales eran aquellas, sin desesperar del porvenir del arte y sin temor alguno de que los progresos científicos detengan la evolución venidera, puesto que la historia nos indica de una manera evidente que en el siglo XV, al surgir el renacimiento, nacían a la par notables descubrimientos, cual son la brújula y la imprenta, pasaremos a señalar algunos síntomas de la solución que ha de alcanzar el problema que nos ocupa. [125]

La crítica descubre entre las obras de los pintores de nuestros días, tendencias y sentimientos encaminados a constituir una nueva escuela que rompa sin temor alguno con el pasado; nos referimos a la escuela racionalista, que según la feliz expresión de M. E. Donay, funde lo ideal sobre lo real, aunando la pintura con el movimiento científico de la época en que vive, consecuencia natural de los progresos del espíritu humano. Los artistas de que tratamos, aceptan, en vez de desdeñarlos, los datos de la ciencia, y la geometría, según la aseveración exactísima del crítico que acabamos de citar, la estética, la anatomía, la óptica y la perspectiva, prestan la belleza a sus concepciones que realzan y consagran los triunfos de la inteligencia y de la idea sobre la materia: la arquitectura se emancipa de la servidumbre de la industria: la pintura huyendo de la dependencia oficial, y alimentada por la actividad de esta época, convierte sus ojos a los días que trascurren, y estudia nuestras costumbres, los dolores presentes, las grandezas de la ciencia y de las escenas sociales económicas que nacen de los antagonismos que luchan en la sociedad que rodea al artista; la escultura inmortaliza las creaciones populares, los sabios que extienden los horizontes en los cuales se confunden los silbidos de las locomotoras, el ruido de los telares, el fragor de los combates que sostienen los pueblos que reconquistan su nacionalidad; los lamentos de la miseria y las aspiraciones de los propietarios; la música, la poesía, la filosofía y las ciencias, tienden igualmente al mismo protestando contra los que acuden al pasado, haciendo abstracción de los sufrimientos del siglo en que viven, y del movimiento social en que deben figurar, quebrando la armonía que debe existir entre la obra, el pensamiento que la crea, y el criterio de la época que debe juzgarla.

En vano los arquitectos de nuestra época procuran, en los nuevos templos que levantan, que el pensamiento resida en las piedras que los constituyen: sus esfuerzos son impotentes; y si bien se aplauden las dificultades materiales que vencen, la perfección de los trabajos que ejecutan y los medios a que recurren para copiar los modelos que otras edades y que otros sentimientos crearon, en cambio sus imitaciones arrancan del suelo y se elevan hacia el firmamento, como lo efectúa en el invernadero de los pueblos del Norte la planta tropical, sin espontaneidad y sin colorido, como fríos y descarnados fantasmas de un arte que los Lázaros modernos no pueden resucitar, como flacas creaciones de esfuerzos impotentes, como insignificativa protesta del arte que aspira, tiende y reclama otras fórmulas. En cambio, estudiemos monumentos hijos de nuestra época, cual son las grandes estaciones de los caminos de hierro, distintos de los que nos ofrecen los tiempos que fueron, cuyos materiales, en vez de arrancarse de las canteras o de los bosques, con los multiplicados y variados productos de las fábricas, elaborados de consuno por la ciencia y por el trabajo, monumento que aunque no completamente definido, es la representación del movimiento y de las tendencias del arte popular, que glorifica el trabajo y los adelantos de la ciencia. [126]

Los que deseando el predominio del arte atribuyen su estado al progreso de las ciencias, ignoran los principios sobre los cuales se basa la ley que acusa la armonía y el sentimiento, y desconocen hechos y verdades que importa consignar, entre los cuales merece consideración el de que en esta época; por haberse generalizado los conocimientos, es mucho más difícil de alcanzar crecido renombre que en otro tiempo de atraso, porque es más fácil ser grande cuando todos son pigmeos, que sobresalir como hijos mimados del genio, entre los que miden cierta altura.

Antes de terminar estas breves consideraciones, formuladas por el afecto que profesamos a la ciencia, repetiremos nuevamente, que su estudio, que sus adelantos y propagación, no pueden detener ni mellar el progreso de las bellas artes, como tampoco le perjudica el movimiento de la industria, que solicita y admite con singular contentamiento el enlace del arte y de las ciencias. El estudio de estas será siempre de incontestable utilidad en la práctica de las bellas artes; sus principios racionales son constantemente exactos y no convencionales, y el pintor, lo propio que el arquitecto y que el escultor, deben aceptarlos si quieren conocer las leyes según las cuales disminuyen las formas aparentes de los objetos lejanos; la relación que media entre las distancias y las magnitudes aparentes; las irregularidades que han de evitarse; los efectos de la luz; su distinta dirección; su intensidad; sus combinaciones y sus efectos sobre el mármol, las piedras, las maderas, los metales y los ropajes; las actitudes apropiadas a las leyes del equilibrio; la representación del movimiento, y otro gran número de fórmulas, verdades y datos que deben ejercer saludable y marcada influencia sobre el arte futuro.

José Canalejas y Casas

< >

www.filosofia.org Proyecto Filosofía en español
© 2007 www.filosofia.org
Revista Ibérica 1860-1869
Hemeroteca