Filosofía en español 
Filosofía en español


[ José Núñez Pernía ]

[ Comunicado sobre su condición de médico, marqués y homeópata ]

Sección de remitidos

Cumpliendo lo que tenemos ofrecido al señor Núñez, insertamos a continuación el siguiente comunicado:

«Madrid 5 de enero de 1865

Señor director de La Iberia.

Muy señor mío y de todo mi respeto: En el periódico que Vd. dirige, y en el número correspondiente al día 29 de diciembre último, se ha publicado un artículo, segunda edición de otro inserto en el número del día 8 del mismo mes, ambos alusivos a mi persona, y en los cuales se citan hechos falsos, y se hacen apreciaciones apasionadas e injustas.

Empezaré por reasumir el catálogo de las acusaciones que se me dirigen; y puesto que me brinda Vd. con las columnas de su diario para defenderme, lo haré tan cumplidamente que no dudo quedarán destruidos los cargos que se me han fulminado.

Se dice que para conseguir mi título no probé haber estudiado en ninguna universidad del reino ni extranjera las asignaturas que prevenía la legislación; que se cometió un desafuero y una ilegalidad al concedérmelo; que no tengo merecimientos para que se me haya distinguido con la gran cruz de Carlos III y el título de marqués; que no soy más que un curandero con título ilegítimo, a lo cual un periódico médico ha añadido que soy un intruso; y por último, se me acusa de que estuve en las filas carlistas.

Es completamente falso que yo estuviese en la facción, y desafío a que lo prueben a cuantos enemigos encubiertos me dirigen esos tiros. En 1837, competentemente autorizado con pasaporte del ministerio de Estado, me detuve en Estella, de paso para Francia, a cuya ciudad fui acompañando a un amigo íntimo, a quien por sus opiniones políticas y el encono que entonces reinaba en los partidos, no dejaban vivir tranquilamente en su país. Luego que hube cumplido con este deber de amistad, continué mi viaje a Francia, en donde permanecí hasta mucho después de terminada la guerra civil. No creo que por esta circunstancia haya derecho a decir de mí que estuve en las filas carlistas. Lo que dejo expuesto es la pura verdad; y ni entonces ni después he sido hombre político, ni me he dedicado a otra cosa que al estudio de las ciencias.

En Francia aprendí la medicina; y al lado de distinguidos profesores, visité los más afamados hospitales, por espacio de cinco años, con la mayor asiduidad. Allí también conocí al doctor Hahnemann que trabajaba en su reforma de la medicina, y estudié su doctrina llamada homeopática.

Cuando regresé a España era mi intención dar a conocer la nueva doctrina médica, demostrar prácticamente sus inmensos beneficios para la humanidad doliente, porque tales eran mis convicciones. Para ello necesitaba estar legalmente autorizado con título de médico, pues de lo contrario hubiera sido cometer una intrusión. Yo no había cursado todas las asignaturas que prevenían los reglamentos de Instrucción pública, y por este motivo debía impetrar una gracia del Gobierno de S. M. Hícele presentes mis condiciones especiales, probé con documentos mi práctica seguida en hospitales extranjeros y las asignaturas que había ganado; el Gobierno resolvió me sometiera a los exámenes de reválida, que son el resumen de toda la instrucción médica, puesto que en ellos se pregunta de todas las asignaturas que constituyen la enseñanza; un tribunal formado de personas dignísimas, sabias y rectas, me aprobó por unanimidad en dichos ejercicios, y en su virtud se me expidió el título que me autoriza para ejercer la medicina.

Que el pisar las universidades siete años seguidos, día por día, no es lo que da la ciencia, es cosa que está al alcance de cualquiera. Las universidades son de muy moderna creación; y antes que ellas existieran, hubo médicos distinguidos y varones ilustres en todos los ramos del saber humano.

El Gobierno podía concederme la gracia que solicité, y yo tenía razones para demandarla. No estaba muy lejana la época en la cual el Gobierno había concedido a los escolares que estuvieron en el ejército durante la guerra civil, la gracia de permutarles los años de servicio militar por años universitarios: y médicos, farmacéuticos y jurisconsultos hay de aquella fecha, que hicieron su carrera con un año de estudio en la facultad y seis de permanencia en los campos de batalla. Igual gracia se había otorgado a la numerosa juventud de los conventos, permutándoles para cualquiera carrera que quisieron seguir, tantos años cuantos habían estudiado de teología en sus conventos; y médicos hay que asistieran solo dos o tres años a los colegios de medicina, completando esta carrera con otros tres o cuatro de teología, cursada en los claustros. Entonces y después, el Gobierno ha autorizado, por gracia especial para el ejercicio de la medicina, a los que han venido de países extranjeros con práctica suficiente, y los hay que ni aun exámenes se les han exigido, por más que algunas de estas concesiones sean por tiempo limitado. De todo lo expuesto se deduce, que la autorización que yo solicitaba, no era la primera de este género; que el Gobierno había dispensado gracias análogas a millares de individuos; que las ha dispensado de esta naturaleza en todo tiempo, y que si se concedían a los exclaustrados y a los militares, yo, que tenía dos carreras concluidas, la de jurisprudencia y de cánones, que había hecho durante cinco años el estudio privado de la medicina, no en universidades, pero sí al lado de muy afamados médicos, siguiendo la práctica de algunos de ellos en los hospitales, podía, por analogía de circunstancias, solicitar del Gobierno la gracia que le pedí y me otorgó. Había en mi otra particularidad que me dispensaba más que a otro alguno de la obligación de asistir a las universidades, y era que yo iba a ejercer una medicina nueva, apenas conocida entonces en España, la cual no se enseñaba en las facultades; y claro es que de esta medicina nada hubiese aprendido en los colegios oficiales, aun cuando hubiese estado asistiendo a ellos toda la vida. Jamás he pretendido sostener que yo he cursado las asignaturas que prescribían los reglamentos; por esto es que solicitaba una gracia del Gobierno; éste, en uso de su derecho, me la otorgó como había concedido otras mil de la misma índole. Y una vez aprobado en los exámenes a que me sometí, y obteniendo el título que me autorizaba para ejercer, en virtud de haber probado mi suficiencia, no hay razón para dirigirme las calificaciones que se ha permitido el periódico de Vd. y algún otro de medicina, porque el intruso y el curandero son los que ejercen esta profesión, sin poseer un título que los autorice. Es así que yo no me hallo en este caso, luego semejante acusación es calumniosa. Ni aun la clase médica ha puesto jamás en duda la legitimidad de mi título, toda vez que me ha incluido siempre en el reparto de la contribución.

En cuanto a las distinciones con que me ha honrado S. M., concediéndome primero una gran cruz, y últimamente el título de marqués, no seré yo quien haga la exhibición de mis merecimientos. Grande inmodestia sería no decir que estos los conceptúo inferiores a las mercedes que me ha otorgado S. M. la Reina y su Gobierno. Sin embargo, la índole de esta polémica exige que manifieste no tengo mis servicios a la ciencia y a la humanidad por inferiores a los que han sido motivo para concesiones análogas, ¿Ha reflexionado La Iberia sobre el mérito que contrae ante la sociedad, no yo, sino cualquiera médico que tiene las puertas de su casa siempre abiertas para cuantos enfermos pobres llegan a demandar sus auxilios? ¿Comprende el mérito que hay en mitigar el dolor, en enjugar tantas lágrimas, en devolver el hijo a la madre, el esposo a la esposa, y lo acreedores que se hacen los médicos por esta sola circunstancia, a cualquier distinción de las que sirven para premiar la virtud y el mérito? Pues sepa La Iberia que jamás el enfermo pobre ha encontrado cerradas las puertas de mi despacho, ni tampoco mi bolsillo.

El articulista pregunta por mis merecimientos y mis servicios para las distinciones que se me han concedido. ¿Por ventura se trata de algún desconocido? ¿No he procurado distinguirme como el que más en aquello a que me he dedicado? La opinión pública, ¿no me tiene señalado un puesto entre los médicos homeópatas, lugar que yo me abstengo de nombrar? ¿Cuántos millares de familias de todas las jerarquías sociales, de todos los partidos políticos, tanto en Madrid como en el resto de España, no han acudido en busca de mis conocimientos en la terapéutica, que ejerzo, para el alivio o la curación de sus dolencias físicas? ¿Por qué se me distingue y considera en los países extranjeros? ¿Por qué soy oficial de la Legión de Honor, y estoy autorizado para ejercer la medicina en Francia? ¿Por qué muchas sociedades sabias, médicas y no médicas, me han honrado nombrándome socio de ellas? ¿Por qué en algunos Congresos médicos extranjeros se me ha hecho el honor de que los presida? Cuando todo esto sucede a un hombre que no figura en política ni en otros círculos que en los de la ciencia, consagrado desde mis años más floridos hasta hoy, en que ya blanquean mis cabellos, a la práctica de la medicina, menester es convenir, por más que sienta decirlo, en que el puesto que me señala la opinión, las distinciones que me ha concedido mi Reina, el Gobierno de mi patria, los Gobiernos extranjeros y las sociedades sabias, son un premio concedido a mi laboriosidad y a mis merecimientos contraídos en el cultivo y en el ejercicio de la ciencia que profeso.

Concluiré haciendo notar una contradicción que existe entre las doctrinas que defiende La Iberia y parte de las acusaciones que me dirige el artículo a que contesto. La Iberia aspira a la libertad de enseñanza: no se aviene su programa con el monopolio de las universidades: desea que desaparezca esa obligación de asistir a las cátedras oficiales, y quiere que cada ciudadano estudie donde le plazca, y que, en dando pruebas de idoneidad ante los tribunales de examen, se les autorice para ejercer la profesión que hayan adoptado. ¿Cómo se armoniza esto con esa destemplanza con que hoy ataca el que a mí se me dispensara la gracia de admitirme a exámenes sin haber cursado en las Universidades las asignaturas de la enseñanza oficial? Cada una de estas concesiones, hechas a particulares por los Gobiernos, son concesiones también a las doctrinas que sustenta La Iberia. Y de esa contradicción infiero que La Iberia se ha dejado sorprender por algún enemigo mío, pigmeo y envidioso, que envuelve sus odios en esa fraseología de ilegalidades, desafueros, &c., &c., con la que ha confeccionado los dos artículos a que me veo precisado a contestar, y en cuya polémica he entrado con enojo, prometiendo no continuar en ella, digan lo que quieran mis encubiertos enemigos. A cada uno le hablará su conciencia, y a todos nos juzga a la opinión.

Ruego a Vd., señor director, la inserción de este comunicado en las columnas de su diario, y por ello le anticipa las gracias su más atento y S. S. Q. B. S. M.,

José Núñez

Dejemos a un lado los casos que en general cita el señor Núñez como concesiones hechas a otros, que él quiere que se parezcan a la dispensación por parte del Gobierno de concederle la merced de poder optar al título de médico, y que ninguna semejanza tienen con la infracción de ley, única en su género, consabida, para favorecerle.

En la conmutación de años a los que fueron oficiales del ejército y a los teólogos salidos de los conventos, seminarios o universidades, que no se les permitía ordenar, se les compensaron los perjuicios que se les irrogaban, abonándoles un año universitario por cada dos de estudios teológicos o de servicios en el ejército; así es, que hubo sujetos que en tres años concluyeron la carrera que costaba siete; pero fue necesario para esto hacer una ley, y sus títulos eran perfectamente legales y legítimos. ¿Estaba el señor Núñez en este caso? No: luego la cita no viene a cuento.

Conviene el señor Núñez con La Iberia en que no ha estudiado en ninguna universidad conocida las asignaturas que comprende la carrera de medicina, y añade el señor Núñez, ampliando su pensamiento, que jamás ha pretendido sostener que ha cursado las asignaturas que prescribían los reglamentos, y que por esto solicitaba una gracia del Gobierno, y que éste, en uso de su derecho, se la otorgó. Aquí está el verdadero punto del embrollo. La Iberia ha sostenido y sostiene que el señor Núñez no tenía estudios médicos legítimos: este señor, en la preinserta comunicación, afirma lo mismo; veamos ahora si el Gobierno que regía los destinos de la nación en 6 de octubre de 1844, confirma los asertos de La Iberia y del señor Núñez de hoy, o si, por el contrario, está conforme con el señor don José Núñez de ayer, y niega lo que afirme La Iberia y el señor Núñez de hoy.

La siguiente real orden aclarará, la cuestión: “Accediendo S. M. a la instancia que ha elevado don José Núñez Pernia, en que justifica que ha hecho en el extranjero los estudios que se requieren para revalidarse de licenciado en medicina, y teniendo presente lo que dispone el capítulo 22 del Reglamento de medicina y cirugía de 1827, se ha dignado resolver que se le admita en esa Escuela al grado de bachiller en medicina y siendo en él aprobado, se le admita igualmente a los ejercicios que se requieren para el grado de licenciado en medicina, el cual se le conferirá si fuese aprobado, previos los pagos correspondientes. De real orden, &c. Madrid 6 de octubre de 1844. –Al director de la facultad de esta corte.”

Como pueden observar fácilmente nuestros lectores, la cuestión se va aclarando, y de seguro se les ocurrirá preguntar: ¿En dónde está aquí la verdad? La Iberia afirma, y sostiene, y se ratifica en que el señor Núñez no estudió en ninguna parte medicina; este señor la apoya en su comunicación, y la real orden dice que el señor Núñez, de ayer, elevó una instancia justificando haber estudiado en el extranjero lo necesario para llenar los requisitos exigidos por la ley; luego ¿en dónde está la verdad?

Estamos seguros que cuando el señor Ochoa, director de Instrucción pública, lea La Iberia, dará un salto, se abalanzará al timbre que tiene encima de su pupitre, que sonará como el despertador de un reloj, vendrá un oficial, y gritará el señor Ochoa, diciendo: “¡El expediente del señor Núñez, que quiero examinarle!” ¡Y qué cosas encontrará su señoría!

Las consideraciones anteriores nos dan razón, explicando el origen de los títulos del señor Núñez, de todas las atenciones, deferencias, diplomas y demás distinciones obtenidas por el señor Núñez en España y en el extranjero.

Dice el señor Núñez que “ni aún la clase médica ha puesto jamás en duda la legitimidad de mi título, toda vez que le ha incluido siempre en el reparto de la contribución.” ¡Pues no faltaba más sino que, encontrándole en las listas de reparto, no hubiera pagado su cuota! Por lo demás, la clase médica ha protestado, poniendo en duda la legitimidad de los títulos del señor Núñez, desde el año 1844 hasta la fecha. El primero que protestó, elevando una instancia al Gobierno, fue el distinguido médico de baños don Manuel Ruiz Salazar, protesta a que no se atendió: después protestaron los periódicos alopáticos el Boletín de Medicina y Cirugía, la Gaceta Médica, La Verdad, La Facultad, La Unión, El Siglo Médico, La España, El Genio Quirúrgico, El Restaurador Farmacéutico, El Pabellón, y por último, La Clínica; de los homeopáticos, la Gaceta Homeopática, La Homeopatía, La Reforma, La Década y El Debate Médico; y protestaron también, dirigiendo comunicaciones fuertes a la facultad de Medicina de Barcelona, el doctor Burguet, secretario de la Academia de Burdeos, y el doctor Costes, secretario de la Escuela secundaria de Medicina de la misma ciudad. Si esto no es protestar, el señor Núñez dirá lo que entiende por protesta. He aquí los enemigos ocultos del señor Núñez.

Para concluir: diremos que La Iberia no se ha puesto en contradicción al censurar a este señor: La Iberia, defensora de la libertad de enseñar y de aprender, la defiende y la quiere para todos, porque proclama el gran principio de la igualdad, y ha combatido, combate y combatirá siempre, el privilegio y toda clase de monopolios.

Dice el señor Núñez que el autor de estas líneas es un pigmeo; sobre esto no discutamos: tiene razón el comunicante; pero en medicina, comparado con él, es un gigante.

Desafía el señor Núñez a sus enemigos a que le prueben que estuvo en la facción de don Carlos, y a renglón seguido dice que “de paso para Francia, se detuvo en Estella.” ¿Cuánto tiempo, señor Núñez? Y más adelante añade que “por esta circunstancia nadie tiene derecho a decir que estuvo en las filas carlistas.” Así lo creemos, y de seguro su nombre no constará en las listas de revista del ejército activo; pero hasta que no nos pruebe lo contrario, diremos que perteneció a la fracción de los ojalateros.

Y en fin, sentimos que el señor Núñez se retire de la polémica, ahora que más necesita hacer ver la legitimidad de sus títulos, explicando la contradicción que existe entre lo que él asevera y lo que terminante afirma la real orden citada, y que en tan mala situación le deja.

Basta por hoy; si el nuevo marqués nos provoca, aún diremos más, que todavía nos queda algo.

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[ Este es el comunicado, mal citado como “inserto en el número 13.249 de La Iberia”, por Apreciaciones de los últimos esfuerzos hechos por los homeópatas de Madrid y de los resultados que han obtenido (Madrid 1865) y Apreciaciones de los últimos esfuerzos hechos por los homeópatas de Madrid y de los resultados que han obtenido (Santiago 1865). ]