Filosofía en español 
Filosofía en español


[ Emilia Serrano García ]

Revista Parisense

Escribir una Revista de París, mis buenos lectores, es tarea bastante difícil, sobre todo para inaugurar una nueva publicación. La presunción de aquellos que han visto la luz del sol en París llega a tan alto grado, que creen que todos los países tienen puestos los ojos en su querida ciudad natal; pero os diré que no están en un gran error, porque hay pocos pueblos que no ocupen su atención en saber los acontecimientos sucedidos en la ciudad del mundo civilizado, como ellos la llaman, y basta las más pequeñas cosas que pasan en la moderna Babilonia, tiene un interés inmenso para ellos.

Estamos convencidos que si en este momento os anunciaran la llegada de una señora joven y hermosa, la cual debía comunicaros noticias del mayor interés sobre París, creemos que todas nuestras lindas americanas, la acogerían con la mayor bondad; pues bien, contando con esta misma y sin advertir de su llegada, se presenta delante de vuestros ojos, la Revista parisiense de la Caprichosa. Sobre todo, encantadoras lectoras, su mejor recomendación es la de compensaros por medio de su animación, de las columnas que os sustraen para ocuparlas con la fastidiosa política. Además, desde el momento en que conquiste vuestras buenas gracias, el resto lo ganará con el tiempo. Si como cree, la recibís favorablemente, todos los meses atravesará los mares e irá como una amiga a llevaros las noticias de París. Si es a nuestra vecina la España, la comunicará lo más interesante que ocurra en los salones españoles y teatros. Pero tal vez diréis como el poeta:

«El fastidio nace de la uniformidad.»

Esta Revista mensual que no tendrá más objeto que París, no tardaría en hacerse monótona, y nada se debe temer tanto como el fastidio, esa palabra, que al oírla nos aduerme, y la cual la preocupación humana se ocupa a cada momento en combatir. Razón tenéis en temer el fastidio, mis lindas lectoras; pero la Caprichosa, jamás lo llevará con ella; al contrario, tiene la pretensión de disiparlo en todas partes donde gusten leer sus habladurías. Porque si bien París debe ser el fondo de su conversación con vosotras, amables lectoras, siempre las noticias serán nuevas, interesantes y variadas. Esto no la costará gran trabajo; porque ¿no es cada día París teatro de mil acontecimientos dignos todos de contarse? Como la Revista Parisiense no aparecerá sino una vez por mes, podrá escoger lo que más digno sea de vuestra atención.

Alegre, o triste sucesivamente, burlona o entusiasta, romántica o escéptica, siempre bien informada, indiscreta sin consecuencia, la Revista será el eco de todos los ruidos de París desde el más pequeño hasta el más grande. La Revista hablará de literatura, teatros, paseos, bailes, &c. Os dirá las muertes célebres, las apariciones de artistas notables, los hechos del gran mundo y de la clase media, las nobles acciones, los crímenes notables, sin contar las sorpresas que se reserva. Además os aconsejará qué libro debéis de leer, a qué artista debe escoger vuestro teatro. Algunas veces os dará parte de esas emociones sociales que pasan rápidas como un capricho, por ejemplo; la ley que ha sido dada contra los falsos títulos de nobleza; los matrimonios imprevistos, como el de la señorita Sofía Valero de Paniega, o la unión repentina de una rica y aristocrática señora con un pobre artista desconocido. Los grandes descubrimientos, la llegada de algún célebre extranjero como aquel que ha impuesto a su mujer joven y bonita la condición de llevar anteojos durante su estancia en París. Los cuentos del gran mundo como el que ha tenido fijos los ojos de los Parisienses en el célebre aventurero Walker que se hizo pasar por oficial francés en 1842, y fue arrojado de la corte por Luis Felipe: se sabe que este oficial ha muerto hace cuatro años, a pesar que todavía se conservan dudas sobre el misterioso individuo que nos ocupa. También hablaremos de las historias de la crinolina, daremos biografías; pero para que esta primera conversación con nuestros lectores no les parezca un insípido programa, la terminaremos con las noticias de salones y teatros que más puedan interesar, y con algunos hechos que ocupan al mundo parisiense.

Entre otros el enlace de una bonita y elegante joven con un hombre contrahecho y que la dobla la edad, y lo más particular del caso es que es por amor.

–¿Cómo, pues? preguntarán nuestras curiosas lectoras.

–¡Cómo! A satisfacer vamos su ansiedad.

X…, que así se llama el protagonista de nuestra aventura, vio en los baños a la hermosa E… donde había ido con su familia a pasar la temporada. Desde el momento en que la vio, quedó perdidamente enamorado de ella, y como no es corto de genio, aprovechó la primera ocasión que se presentó para confesarla los sentimientos que le animaban. E… le miró de arriba abajo, fijándose desdeñosamente en la adherencia, que el que es hoy su marido lleva en la espalda, soltó una carcajada y dijo con tono de refinada ironía:

–¿Usted se burla, caballero?

–No me burlo, señorita, la amo a usted…

–Pues yo, replicó ella sonriéndose, siento no poder aceptar el cariño que usted lleva consigo

–Eso lo dice usted ahora, pero yo tengo la seguridad de que algún día le aceptará con reconocimiento, repuso el imperturbable señor X…

–¿Por qué?

–Porque quiero, respondió él.

–¿Y basta eso? preguntó con aire despreciativo la dama.

–Sí basta, contestó X… porque querer es poder.

X… en mucho tiempo no volvió a hablar de amor con E…, pero en cambio hizo como que se enamoraba de otra joven que estaba también tomando baños, y que deseosa sin duda de casarse, no le recibió mal.

A pesar de sus nuevas relaciones, X… seguía a todas partes a E…, ¡por todas partes exhibía su joroba! Si iba a paseo, él caminaba delante de ella; en la iglesia se le encontraba siempre al lado suyo; hallábale en la casa de baños, en el campo, en el pueblo, a donde quiera que E… iba.

–Señorita, le decía siempre, ¿cuándo nos casamos?

Se concluyó la temporada de baños, y X… se volvió a la corte en el mismo carruaje que su ingrata, ¡en el asiento inmediato! ¡Era una persecución en regla! Al despedirse en Madrid, X… se volvió a acercar a E… preguntándola con la mayor seriedad:

–¿Con que quiere usted, sí o no, que nos casemos?

–Nunca, respondió la joven picada y ofendida.

No cesó en la corte la persecución de X… Se alojó en un cuarto, situado en frente de la habitación de E…; salía cuando ella salía, iba donde iba ella, se sentaba al lado suyo en las butacas de los teatros; cuando ella tocaba el piano él la acompañaba con la flauta; cuando ella cantaba, él aplaudía; ¡siempre, siempre le encontraba en su camino como un remordimiento!

A todo esto, cuando tenía ocasión de hablarla, volvía a hacer la misma pregunta:

–Señorita, ¿cuándo nos casamos?

Un día X… notó que E… parecía mirar con buenos ojos a un joven, notable por su buena figura, y que éste tampoco parecía estar disgustado de la preferencia. Cuando comprendió que estaban en relaciones, X… se acercó al mozalbete, y le dijo con la mayor imperturbabilidad:

–Caballero, usted me dará una satisfacción…

–Pero, ¿por qué? preguntó él.

–Porque he resuelto casarme con la señorita a quien usted enamora…

–Pero ella…

–Ella no me quiere…

–Pues entonces…

–Entonces, es preciso que nos batamos…

El lance siguió adelante, el joven fue gravemente herido y gravemente escarmentado, puesto que no volvió a parecer por casa de E…

Así estuvieron por espacio de dos años; E… se había acostumbrado a la figura de X… que en todas partes se hacía respetar; había sabido rasgos suyos verdaderamente grandes, y si no le quería, por lo menos le apreciaba…

En una ocasión en que E… iba muy distraída, X… evitó que fuese atropellada por un coche.

En otra evitó que fuese robada su casa…

Y en otra… cuando se acercó a ella para dirigirla la misma cantinela:

–Señorita, cuándo nos casamos…

E… se sonrió y le tendió la mano ruborizándose.

–¿Quiere usted hacerme feliz? –volvió a preguntar él…

–Veremos, contestó ella tímidamente.

–No veremos, repuso irguiéndose con orgullo. La veo a usted vencida y eso me basta. Está usted completamente libre… No quiero ofrecerla a usted el cariño que llevo conmigo.

–¿Y si yo estuviera arrepentida, y si yo lo deseara? exclamó E… dando rienda a sus lágrimas…

–¡Oh! entonces, entonces, te adoraré toda la vida.

Algún tiempo después se verificó el matrimonio.

Ya veis, pues, amables lectores, que todo lo que se quiere se puede, y que los defectos corporales, una vez acostumbrados a ellos, no se nos presentan sino como ligeros lunares.

La estación empieza a manifestarse por los enlaces, y algunos salones han abierto sus puertas para festejar a la joven condesa de P… Y… por su matrimonio con un banquero alemán. La marquesa viuda de Espejar también se dispone a recibir a sus numerosos amigos en el jueves próximo, y la duquesa de G… hace repartir sus invitaciones para su primer sarao. En estas reuniones es donde nosotros recogeremos las mil y una aventuras, que generalmente ocultas, abren sus corolas en el invierno. Allí agotaremos nuestra pobre inteligencia para depositar en un rincón de nuestra memoria todo lo que nuestra curiosidad nos haya hecho saber para después depositarlo sobre el papel, que llevado en alas del viento llegará a vuestros salones: y para probaros esto mismo os diremos que la célebre Mme. Stolz ha sido ajustada en el teatro de Río Janeiro, en 25.000 francos por mes. ¿Qué generosidad, no es verdad, mis bellas lectoras? Eso prueba que los habitantes del Brasil saben apreciar el mérito, y que cuando se trata de una artista distinguida como la señora Stolz, ponen todos los medios que están al alcance de su bolsillo para presentar una cantatriz digna de los aficionados y del público brasileño. Ya en otra temporada estuvo la señora Stolz ajustada en ese teatro por 150.000 francos la temporada, y en ella, supo cautivar las buenas gracias de los brasileños hasta el punto de sacrificar fortuna y posición. Esperamos que ahora no será menos, y que nada dejará que desear la galantería y amabilidad de los habitantes de ese encantador país.

En el teatro Italiano de París se disputan los apasionados de la Grisi, con los que cuenta la que la ha reemplazado señora Penco. El papel de Norma que tanta gloria ha dado a la noble y admirada Julia Grisi, ha sido desempeñado por la nueva cantatriz con bastante aplomo. Su voz es dulce y simpática, y el público la ha hecho justicia; en el dúo del segundo acto con Adalgisa, fue cantado con mucho sentimiento y felicitamos a la señora Cambardi, en su papel de rival de la gran sacerdotisa.

Julia Grisi se ha retirado del teatro, y a pesar del inmenso cambio que su voz había sufrido, creemos que el público guardará un dulce recuerdo de la grande artista que por espacio de veinte años, ha sido la gloria del canto. Aplaudimos su retirada, porque habiéndola visto mil veces triunfante, hubiera sido triste que la corona trenzada con tantos laureles se hubiera deshojado. Las magníficas creaciones de Elvira, Norma y Semiramis, la aseguran que su nombre vivirá siempre.

Esperamos oír muy pronto al célebre y simpático tenor señor Tamberlik; ¡qué admirable voz, qué fuerza y qué pureza de sonidos! Esa es una buena garantía para el teatro Italiano, y a la verdad el señor Calzado debe recibir la enhorabuena.

Y puesto que de música hablamos, citaremos el siguiente artículo que publica un periódico de esta sobre el harmoniflauta de Mayer-Marix.

Paseándose un caballero por el pasaje de Panoramas, le llamó la atención ver un grupo de gentes, reunidas a la puerta de un almacén de música: se acercó, y vio una linda joven que sostenía sobre sus rodillas un instrumento del grandor de una caja de té. Los sonidos que se escapaban eran dulces y sonoros como los de la flauta Bœhm.

El caballero entró para poder apreciar la música más de cerca, ¡y cuál no fue su admiración al encontrarse frente a frente con el gran maestro Rossini! Este, escuchaba con la mayor atención a la señorita María Mayer, quien además cantaba con el mayor gusto, con el sentimiento de un alma de diez y ocho años, una artista consumada y destinada a brillar en los conciertos más que los más célebres pianistas. El autor de Guillermo Tell estaba admirado, y nuestro paseante maravillado de la invención de aquel órgano en miniatura, el cual debía valer a su inventor un premio. La señora Mayer es la que ha dado lecciones a su hija, que ésta ha sabido aprovechar en tan alto grado.

Este órgano es poco costoso, fácil, cómodo, y en un salón es un poderoso auxiliar con un piano.

Pero creemos que la aprobación del gran Rossini es bastante para probar todas sus ventajas.

El célebre guitarrista Huerta piensa, según hemos oído, dar un concierto en París, donde no dudamos que hallará simpatías. El público parisiense ha tenido ocasión desde hace algunos años de apreciar este instrumento, que otro no menos célebre profesor, Ciebra, le ha dado a conocer.

Pero nos diréis, mis buenos lectores, que hemos hablado más que una cotorra y que tal vez no hemos dicho gran cosa que pueda interesaros; pero os prometo, que si en este número la Revista ha sido árida y falta de animación, en nuestra próxima conversación trataremos de daros mejor opinión de nosotros. Pero nuestra Revista tocaba a su fin y olvidábamos dar publicidad a un hecho que prueba que no son las riquezas las que forman la prodigalidad.

En la isla Borbón había una familia compuesta del matrimonio y dos hijos, es decir, una encantadora criatura entre 15 y 17 años y un hermano de algunos años más. Su padre, que había llegado a la isla sin contar con una gran fortuna, en pocos años ha reunido, según dicen, algo como veinte millones. Su avaricia es proverbial.

Deseoso el joven de visitar la isla Mauricio, poco distante de la de Borbón, pidió licencia a su padre, y dinero para aquel viaje.

–Toma veinte mil francos, hijo mío; gasta y diviértete sin cuidado, y si no tienes suficiente, escribe y nada te faltará.

El joven, educado con las ideas del autor de sus días partió, y después de dos meses de ausencia volvió al seno paternal.

–¡Y bien! ¿has gastado, te has divertido, te ha faltado dinero? tales fueron las preguntas del buen padre.

–Sí, padre mío, nada me ha faltado, pero aun me ha quedado dinero.

–¿Cuánto has gastado?

–Mil y quinientos francos.

–¡Oh! hijo mío, exclamó abrazándole, se conoce que eres hijo de tu padre.

Pues bien, esta riquísima familia, ha venido a establecerse a Paris, donde no faltarán pretendientes a la mano de la linda criolla, mucho más linda aun con el brillo del oro.

Emilia Serrano de Wilson.

París, Enero 1859.