Filosofía en español 
Filosofía en español


[ Eugenio Guillemot ]

Revista histórica del mes

Una de las cosas que deben señalarse en la política del mes, –la cual presenta por lo demás poca importancia,– es el mensaje del presidente de los Estados-Unidos; si bien tiene éste más de una analogía con el de sus antecesores, ofrece algunos puntos especiales que deben llamar la atención en las circunstancias actuales. Este mensaje ofrece también un nuevo ejemplo de la táctica seguida invariablemente por todos los presidentes cuando se hallan embarazados. Todas las veces que una administración ha visto volverse contra ella la opinión pública, ha procurado distraer el descontento general suscitando a los Estados-Unidos alguna querella en el exterior.

M. Buchanan no ha dejado de recurrir a este cómodo expediente para reparar los jaques de su política interior, pues es sabido que ningún presidente ha visto tan mal acogidas sus proposiciones en el Congreso, y sus partidarios tan mal tratados por los electores. Todos los escrutinios de este año no le han procurado más que derrotas. Ya era pues tiempo de hacer nacer alguna dificultad en el exterior. ¿Qué vemos, en efecto, aparte de una larga y lastimosa apología de las medidas relativas al Kansas y que han sido objeto de una condenación tan severa? Una serie de pequeñas quejas, laboriosamente engrosadas, contra la España, Méjico, Nicaragua, la Nueva Granada y el Paraguay, es decir, contra Estados débiles que se lisonjea el presidente de intimidar fácilmente, y a cuyas expensas cuenta recoger algunos laureles.

No pudiendo hacernos cargo de todo el mensaje, nos limitaremos a indicar especialmente algunos puntos que tienen relación con España y las repúblicas hispano-americanas. Así, por ejemplo, hablando de aquella nación, dice el mensaje:

«Con la España, nuestras relaciones permanecen en condiciones poco satisfactorias. Mis predecesores han hecho saber al mundo que los Estados-Unidos han intentado varias veces adquirir Cuba de la España. Todo el territorio que hemos adquirido desde el origen de nuestro gobierno ha sido comprado legalmente a la Francia, a la España y a Méjico. Tal es la conducta que tendremos siempre, a menos que se presenten circunstancias que no podemos prever, y que nos autoricen claramente a separarnos de ella, en virtud de la imperiosa y omnipotente ley de nuestra propia salvación.

«Por su posición geográfica, la isla de Cuba domina la desembocadura del Misisipí, y el inmenso comercio del valle de este noble río, y que aumenta cada año, con esta isla que se halla bajo el dominio de una potencia extranjera, comercio de una importancia tan vital para los Estados de la Unión, está expuesto al peligro de verse aniquilado en tiempo de guerra, además de haber sido ya expuesto a perjuicios y a enemigos incesantes en tiempo de paz. Nuestras relaciones con la España, que deberían ser de carácter amistoso, estarán siempre en litigio mientras que el gobierno colonial subsista en aquella. En tanto que la posesión de la isla sería de inmensa importancia para los Estados-Unidos, su valor es relativamente poco considerable para la España.»

La Europa se imagina que la España tiene algunos derechos a Cuba. Allí es adonde abordó el primer Europeo que puso el pié en una tierra americana, y el pabellón español es el primero que fue enarbolado en aquella isla desconocida. Cuba era ya, hace un siglo, una colonia próspera, cuando ni un solo pueblo se elevaba aun en el territorio actual de los Estados-Unidos. Las leyes, los habitantes, la lengua, las costumbres, todo era español en Cuba. No obstante Cuba es una propiedad americana, injustamente dominada por la España. Cuba conviene, en efecto, a los Estados-Unidos, es vecina de sus costas; domina la desembocadura del Misisipí; es frecuentada incesantemente por los comerciantes americanos; puede ser convertida en un par de Estados de esclavos muy próspero; luego la España no tiene derecho de conservarla. M. Buchanan ofrece de buena voluntad una indemnización pecuniaria; pero si la España tuviese la idea de creer que es dueña de guardar su bien y de rehusar toda proposición de compra, los Estados-Unidos se apoderarían de Cuba «a nombre de la imperiosa y omnipotente ley de su propia salvación.»

He aquí pues un nuevo principio introducido en el derecho de gentes, la expropiación por causa de utilidad americana. Es peligroso para la civilización que un gran pueblo sea mantenido por sicofantes en el pensamiento de que sus intereses son la ley suprema de la humanidad, y que puede hollar impunemente todas las reglas de la moral y todos los sentimientos de la justicia.

Respecto del Paraguay, el mensaje añade: «El 2 de junio último, el Congreso autorizaba al presidente a adoptar las medidas y a emplear las fuerzas que pudiesen ser necesarias, en su concepto, para arreglar las diferencias que existen entre los Estados-Unidos y el dictador del Paraguay, y refiriéndose al ataque contra el steamer de los Estados-Unidos, Water-Witch, el 12 de julio siguiente fue votado un crédito para subvenir a los gastos de un comisario. Conforme a estas disposiciones, he nombrado a un comisario que se ha dirigido al Paraguay con amplios y enteros poderes para arreglar las diferencias en cuestión.

«Su experiencia y su discernimiento autorizan a abrigar la esperanza de que logrará convencer al presidente López que el honor y la justicia exigen una pronta reparación de esta falta contra los Estados-Unidos, así como una indemnización en favor de nuestros ciudadanos violentamente despojados de su propiedad. Si nuestro comisario fracasa en su misión, no quedará otra alternativa que recurrir a la fuerza para obtener del Paraguay una justa satisfacción.

«En vista de esta eventualidad, el secretario de la marina ha equipado y expedido, según mis órdenes, una fuerza naval que deberá reunirse en Buenos Aires, y que será suficiente, según creemos, para este objeto.»

Aludiendo a la Inglaterra, M. Buchanan dice que hay dos cuestiones pendientes con el gabinete inglés: la interpretación del tratado Clayton-Bulwer y el derecho de visita de los buques.

La apertura de las Cortes españolas ha ofrecido un incidente que llama la atención y es la enmienda que ha presentado en el Senado el general Prim al mensaje de la Reina: dicho senador ha demostrado con los documentos en la mano la injusticia de las reclamaciones que median entre España y la República de Méjico.

Hace quince días que ha llegado a París el gran duque Constantino de Rusia; dícese que el Emperador Alejandro II, vendrá a visitar a Napoleón el verano próximo.

Tocamos a una época decisiva en la marcha de la humanidad. Las grandes empresas se suceden unas a otras con una audacia y una rapidez que no tienen ejemplo en la historia de la civilización. Todas estas empresas, que harán grande al siglo diez y nueve, parecen no tener más que un solo objeto: suprimir las distancias, derribar las barreras que separan a los pueblos, preparar la fusión de las razas por la fusión de los intereses.

Había dos istmos en el mundo, dos obstáculos gigantescos a la circulación marítima, dos macizos impenetrables que parecían desafiar a la fuerza humana como desafían, desde la creación, a todas las tempestades del Océano. Estos dos obstáculos van a desaparecer; estos dos istmos van a ser cortados al mismo tiempo. El primero, el istmo de Suez, que pertenece a nuestro continente, verá dentro de tres meses comenzar su canal marítimo. El segundo, el istmo de Panamá, que pertenece al Nuevo-Mundo, no espera más que una señal para abrir un pasaje inter-oceánico al comercio de todas las naciones.

Esta cuestión del istmo americano data de Hernán Cortés; ella ha ocupado a las mayores capacidades, sin exceptuar a Napoleón III, como la del istmo de Suez había preocupado al Emperador Napoleón I. No obstante, se hallaba un poco olvidada en Europa, cuando la valerosa iniciativa de un Francés, M. Félix Belly, le ha comunicado repentinamente un eco y una consistencia que se elevan a la altura de una de las necesidades de nuestra época. Gracias al notable tratado obtenido por M. Belly, y a la simpatía universal que ha encontrado esta convención, el canal de Nicaragua aparece ya, en el ánimo del público, como el complemento del istmo de Suez; en una palabra no son ambos más que los dos términos de un mismo problema, cuyo grandioso objeto es poner el Oriente a las puertas de Europa, y el mundo entero bajo la benéfica influencia de la civilización.

No se conocen muy bien en Francia todas las ventajas que sacaría el comercio, y en particular el de los puertos del Océano, de la apertura de un canal que se abriría al través de los Estados de Nicaragua, vecinos de Panamá, que sería accesible a los más grandes navíos y que suprimiría el Cabo de Hornos. Es necesario un año entero y gastos enormes a un buque que parte de Burdeos, por ejemplo, cargado de mercancías, para uno de los puertos de la costa occidental de la América, y para volver con un cargamento de productos del país; en esta doble travesía ha arrostrado dos tempestades, corriendo tal vez peligro de averías considerables. Supóngase abierto el canal de Nicaragua, y todas estas operaciones pueden ser terminadas en tres o cuatro meses, sin riesgo, sin tempestades y sin gastos enormes pagados a las compañías de seguros.

La ciencia ha fallado sin apelación, y su sentencia ha sido pronunciada por el sabio más ilustre y más competente de la Europa, M. de Humboldt. Está demostrado hoy que es más fácil hacer el canal de Nicaragua que perforar los Alpes, lo que no detiene sin embargo a nadie.

Políticamente hablando, los derechos creados por el tratado Belly son indisputables. Ellos dimanan de dos Estados soberanos, en pleno ejercicio de su soberanía.

El privilegio concedido a M. Belly por los presidentes de las Repúblicas de Nicaragua y de Costa-Rica, como el que ha obtenido M. de Lesseps del virrey de Egipto, responden, por lo demás a los intereses de todas las naciones. Es una doble convención de neutralidad, es decir, convenciones que no favorecen el monopolio de ningún Estado de primer orden, y que, por consiguiente, garantizan la libertad de dos pasajes tan importantes para el comercio universal. Sucedería lo contrario, sin duda, si los canales que se trata de abrir debiesen hallarse, a cualquier grado, bajo una sola dependencia que acarrearía la exclusión de los otros Estados. Las Repúblicas de la América Central se hallan en las mismas condiciones que el Egipto: ellas no amenazan a nadie. Estos Estados serán los guardianes de las dos puertas del mundo que van a abrirse al través de los dos istmos; ellos las tendrán siempre abiertas en el interés de todas las marinas y de todos los pueblos; ellos no tendrán ni la ambición ni el derecho de cerrarlas, y así es como estos pasajes serán realmente y para siempre internacionales.

La política y el comercio han tenido que deplorar con frecuencia que las llaves de los Dardanelos se hallasen en manos de una potencia, relativamente importante aunque muy decaída, la Turquía. Y no obstante, los Dardanelos no conducen sino a un mar cuya importancia es secundaria. La Europa ha tenido que sufrir mucho por esta situación, y una multitud de tropiezos y de luchas han sido su consecuencia. La Europa ha comprendido tan bien esto, que no ha mucho compró a la Dinamarca el pasaje del Sund. Ella debe cuidar hoy, pues, de que las comunicaciones que le son tan vitales para su prosperidad, no sean interrumpidas o molestadas. Es esta una cuestión política de primer orden que debe considerarse bajo todos conceptos, bajo el punto de vista de las pretensiones exclusivas, que no pueden ser admitidas en ningún caso, porque son incompatibles con el interés general de todas las naciones.

En el momento en que acabamos a hablar de este importante negocio, una expedición hispano-francesa ha roto las hostilidades contra el imperio de la Cochinchina, al cual pedimos cuenta de los crueles tratamientos que han sufrido nuestros misioneros y los cristianos indígenas. Allí como en la China, el tratado será ciertamente el preludio de numerosos tratados, que se realizarán con todas las potencias comerciales del mundo.

Estamos seguros de que no hay ninguno de nuestros lectores que no se felicite de esta solución, porque de ella no pueden resultar sino ventajas para el género humano. Los negociantes y los comisionistas verán un medio de desarrollo para su industria por los inmensos descubrimientos que serán el resultado de este tratado.

Los misioneros ven con entusiasmo que lo que les ha impedido, durante tan largo tiempo, hacer progresar al verdadero Evangelio, esas barreras que existían, están allanadas; todos por diversos motivos aplaudimos esta nueva era para los cristianos y para los que propagan la fe.

La primera paz que se estipuló en China duró quince años, ¿cuánto durará la segunda? no podemos calcularlo; pero según nuestra opinión, no durará tan largo tiempo como la primera, porque no creemos que los Chinos sean hoy más capaces que en otro tiempo, de sostener su palabra para con nosotros.

Lo que sucede en la China y la Cochinchina, sucederá también en otras partes; cuando la anarquía haya destruido todo alrededor de esos tronos, llegará la dominación extranjera. Entonces se tratará de encontrar países seguros, y otros nuevos tratados serán firmados con los jefes de la revolución, y por último se apoderarán de algunas provincias.

¡Feliz mil veces si esta manzana de la discordia no rompe también entre los gobiernos europeos los unos contra los otros!

En 1840, el gobierno había comprendido la necesidad de dotar a la Francia de una línea de vapores con el Nuevo-Mundo. Una ley concerniente a esta materia fue propuesta y adoptada, pero no recibió ejecución. Entre tanto, la Inglaterra y los Estados-Unidos rivalizaban en esfuerzos: la Francia se hallaba reducida a hacer trasportar sus pasajeros y sus mercancías por los paquebotes extranjeros. En 1855, una comisión especial fue encargada de estudiar un sistema de navegación trasatlántica: en dicho año el Cuerpo Legislativo pasó al examen de una nueva ley.

Tratábase de autorizar al ministro para el pago de una subvención anual de 14 millones para las tres líneas que debían establecerse del modo siguiente:

1º Entre la Francia, el Brasil y Buenos-Aires; 2º entre la Francia, las Antillas, Méjico y Cayena; 3º entre la Francia y New-York. En resumen, volvieron a surgir las rivalidades, en el Cuerpo Legislativo, tocante a la cuestión de los puertos de donde habían de partir los vapores, sosteniendo unos que debían partir del Havre, otros de Burdeos, y no faltó quien propusiera el dar la preferencia a Marsella, &c., rivalidades que habían sido ya tan funestas. Pero el proyecto de ley fue adoptado, solamente que el voto no implicaba la aprobación del subsidio anual, proyecto al cual conservaba el gobierno la facultad de añadir todas las modificaciones que se reconocieran útiles. Esperemos pues que en 1859 se realizará enteramente este proyecto.

El Times dice que existen varios proyectos nuevos para establecer cables trasatlánticos entre la Europa y la América. Hay uno, entre otros, que propone hacer partir el cable de Falmouth, para tocar en seguida en el cabo Finisterre, en Lisboa, en el cabo San Vicente, en las Canarias, en el cabo Verde, en las islas de San Pablo y de Noronha y llegar de este modo a Fernambuco y al Brasil, desde donde el hilo continuará su marcha, por mar y tierra, hasta encontrar el telégrafo americano. El Times, al declarar que no puede entrar en la discusión científica de estos detalles, dice que la principal ventaja de este proyecto consiste en que la porción más larga del cable que debe entrar en esta combinación no tendrá más de 890 millas marítimas, y que así una sola interrupción no podría ya comprometer la existencia de toda la línea.

–Las noticias de los Estados-Unidos llegan hasta el 25 de noviembre. Los rumores que circulaban acerca de la nueva expedición de Walker contra el Nicaragua, habían tomado mucha consistencia.

El gobierno de la Unión dice que cumplirá con sus obligaciones para con esta República, oponiéndose a proyectos que tienen por objeto turbar la paz y las relaciones amistosas entre los dos Estados. ¡He aquí declaraciones y compromisos que honran al gabinete de Washington! Se trata ahora de saber qué confianza se puede tener en estas solemnes protestaciones, reproducidas con tanta frecuencia, y que han permanecido hasta hoy sin resultado. Los sucesos nos lo harán saber muy pronto.

Hemos sabido por el parte telegráfico que la recepción hecha a Mr. Barrot, embajador de Francia, ha sido de las más brillantes, y los discursos pronunciados aumentan las probabilidades de la amistad que une a los dos países.

La alianza de dos naciones nunca ha sido, según nuestro parecer, tan sólida y cordial como la que une la Francia y la España. La palabra de Luis XIV de «no más Pirineos», está casi realizada; los caminos de hierro españoles, continuación de los de Francia, están construidos por compañías francesas; en Cochinchina están unidos los soldados de ambos pueblos, para vengar una injuria común, y sus buques cruzan a la par los mares; y la marina francesa protege a Cuba tanto como la española. En el Mediterráneo, los puertos de Marsella, Barcelona, Alicante, Málaga, y Argel, están llenos de buques con las banderas de los dos países, y la raza latina ha olvidado casi las disensiones de otros tiempos; ha unido sus fuerzas para contrarrestar a la raza anglo-sajona, que posee hoy día la mayor parte del nuevo continente. También circula el rumor, de que la España unida con la Francia, mandará la expedición contra Marruecos y los moros del Riff, y añaden que el Bajá de Tánger, temiendo la perspectiva de la escuadra, obsequia en demasía a los oficiales españoles, y levantando las manos al cielo ha exclamado, que el día de su llegada será el más feliz de su vida, porque era nieto de los Abencerrajes de la oriental Granada.

Las Cortes parece que ayudan y favorecen la política ministerial. Si el Capitán General O’Donnell puede ventilar fácilmente las cuestiones del presupuesto que en todos los países y sobre todo en España son siempre difíciles, si no se oprime demasiado a los periódicos, y se hace del partido de la camarilla que rodea a la Reina, creemos que su ministerio sería estable. Los diferentes artículos que nuestro número contiene no nos permiten dar mayor extensión a esta Revista.

Eug. Guillemot.