Filosofía en español 
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[ Respuesta a La Nación sobre la Biblioteca del hombre libre ]

La Nación del jueves último publicó la siguiente gacetilla:

«Tolerancia e ilustración. El aviso dirigido por la esperanza al clero contra la biblioteca del hombre libre, ha sido oído como era de esperar. Dos de nuestros corresponsales, uno de Cataluña y otro de la provincia de Salamanca, nos escriben que varios clérigos, por supuesto de los más ilustrados, han visto sus carteles como un endemoniado la cruz, y poco falta para que prediquen desde el púlpito contra las letras que componen el malhadado título

Nos congratulamos de que La Nación tenga formada tan ventajosa idea de nuestro ascendiente: pensando así el diario progresista da a entender que La Esperanza acostumbra expresarse conforme a las creencias, los principios y los deseos del clero español, y que, bajo este concepto, nos considera como fieles intérpretes de la doctrina de la Iglesia católica. Mas por muy halagüeño que sea para nosotros el juicio de La Nación, no podemos, en el punto de que ahora se trata, conformarnos con él; justos nosotros antes que todo, no debemos apropiarnos lo que no nos corresponde.

No nos corresponde, en efecto, la reprobación del prospecto anunciando la Biblioteca del hombre libre, porque ni los eclesiásticos de Cataluña y de Salamanca, ni los demás de España, necesitan de nuestro aviso para conocer lo que pueden prometerse de semejante publicación.

El título solo, a falta de otros datos, bastaría para hacer que cualquier persona no despreocupada entrase en sospechas acerca de las tendencias del proyecto. Hombre-libre, en el lenguaje revolucionario, significa el hombre que exagera los derechos a la libertad hasta los últimos limites que la coartan. Hombre-libre se dice el que profesa la supremacía del ser humano sobre todos los demás seres, su independencia absoluta de toda ley, de toda autoridad, y el derecho de cada hombre a hacer que prevalezca su voluntad sobre las voluntades creadas e increadas. Hombre-libre se llamaba el individuo de los clubs establecidos en Francia durante la monarquía de julio, y se llama aun el que pertenece a los de Londres y Jersey, a los de Alemania y de los Estados-Unidos. Sociedades del hombre-libre, en una palabra, se titulan esas de donde salen los asesinos de Luis Felipe, de Napoleón, y del Emperador de Austria; los de las Reinas de España y de Inglaterra, y recientemente los del Nuncio Apostólico en Cincinnati.

Sabiendo esto el clero español, ¿qué tendría de extraño que los eclesiásticos a que se refiere La Nación se alarmasen al leer en un cartel anunciada la Biblioteca del hombre libre? Nada; y mucho menos cuando en la redacción del anuncio no se ha cuidado bastante de destruir las sospechas que pudiera hacer concebir el título solo del proyecto.

Y ¿qué diremos si esos mismos eclesiásticos han podido recorrer el catálogo de las obras que se ofrecen? ¿Dejarán de haber observado la nota de prohibida que una gran parte de ellas trae? ¿Habrán podido desconocer la falta de otras que, como las de San Anselmo y las de Santo Tomás de Aquino, por lo mismo que son odiosas para los libre-pensadores, pueden justificar mejor que otra alguna el pensamiento de reunir enuna sola colección las producciones de todas las escuelas? Aun sin examinar el catálogo, con solo notar que el libro designado para abrir la marcha es el de Palabras de un creyente, del desdichado abate Lamennais, libro prohibido ya bajo el pontificado de Gregorio XVI, tendrían bastante esos varios clérigos para mirar con aversión la Biblioteca proyectada.

Por aquí puede ver La Nación que, aun sin el aviso de La Esperanza, lleva consigo el que dan los editores señales suficientes para excitar el desagrado del clero, no ya solamente de Salamanca y Cataluña, sino de toda España.

Y eso sin que los varios clérigos a que sus corresponsales aluden sean, o dejen de ser, ilustrados; porque no necesita grande ilustración un sacerdote para conocer por el lenguaje las opiniones y deseos del que habla. Alguna más ilustración es menester para graduar la de un eclesiástico, y, sin embargo, nuestro colega reconoce que la tienen los dos corresponsales a que se refiere, en el hecho de citar al inicio como un argumento decisivo de la poca capacidad de los eclesiásticos que no aplaudieron el cartel. Esta diferencia nos prueba, por una parte, la predilección con que el diario progresista mira al clero de España, y, por otra, lo que significa para nuestro colega una persona ilustrada. ¡Plegue a Dios que nuestro clero no lo sea nunca en el sentido que dan a esa cualidad los hombres-libre, y que por esta causa no merezca jamás las simpatías de La Nación!

Un artículo entero merecía el epígrafe que el defensor de la Biblioteca del hombre libre pone a su gacetilla. ¡Tolerancia e ilustración! ¿Por qué ha elegido esas dos voces? ¿Qué quiso significar con ellas?... Acerca de la ilustración acabamos de decir lo que basta para el caso a que la aplica el periódico ilustrado, y acerca de la tolerancia nos hemos explicado en otras ocasiones de manera que no sea difícil entender, cual es la que a los católicos pide el diario tolerante. ¡No permita el cielo que sean los españoles, en la materia de que ahora se trata, más tolerantes de lo que la Iglesia romana se ha mostrado en todo tiempo!