Idea general y Ontología de la Corrupción
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Corrupciones endógenas / Corrupciones exógenas:
Teoría materialista de la causalidad
Para mantener la unidad del concepto (o de la idea) de corrupción, el único camino viable [es] negar la distinción entre corrupciones endógenas y corrupciones exógenas, en cuanto distinción disyuntiva. No se trataría, por tanto, de negar las fuentes endógenas o exógenas de la corrupción; al revés, comenzamos por reconocerlas, pero rechazando ante todo las tesis acerca del carácter exógeno puro y los fundamentos metafísicos que la sustentan, por ejemplo, cuando apelan al principio de “inercia ontológica” [752]. Y otro tanto diremos, mutatis mutandis, respecto de las fuentes exógenas.
Lo que nos obliga a redefinir las relaciones de causalidad, si es que mantenemos la idea de corrupción como efecto Y vinculado a la “fractura de la identidad” de un sustrato H por la acción de un determinante causal externo X, según la fórmula (no binaria) de la relación causal: Y=f(H,X).
La importancia de esta cuestión […] para el análisis de la corrupción política para el caso de las sociedades democráticas [761], es indiscutible. […]
Ahora bien, el planteamiento de la cuestión de la disyunción entre las fuentes endógenas y las exógenas cambia totalmente cuando consideramos a la corrupción como un efecto Y sobrevenido a un sustrato H (que ejerce el papel de causa intrínseca) sometida a la acción de una determinante causal X que ejerce el papel de causa extrínseca, pero no en el sentido disyuntivo que asume el concepto tradicional de la causa eficiente. Concepto que era muy próximo, por cierto, al concepto teológico de la causa eficiente creadora divina, que fue radicalizado por el ocasionalismo de Malebranche. […]
En la teoría materialista de la causalidad, que rechaza la posibilidad de una evacuación del contenido o materia (el sustrato) de la relación causal, la disyunción entre las causas intrínsecas y las extrínsecas impuesta por el principio de la inercia ontológica desaparece. La clave de esta teoría materialista estriba en la sustitución en el análisis de la causalidad del formato binario Y=f(X) por el formato, en principio ternario, del que ya hemos hablado Y=f(H,X) [749].
Lo que significa que la relación efecto / causa es vacía por sí misma, porque el efecto no se relaciona directamente con la causa (salvo en la causalidad creadora), sino a través de un sustrato H que desempeña el papel de un esquema material de identidad. Reiterando el ejemplo antes aducido, el efecto aceleración de una masa que se desplaza inercialmente no tiene que ver inicialmente con la fuerza que lo acelera, sino con la desviación del esquema material de identidad (aquí representado por la “tendencia inercial” de esa masa a mantener su movimiento en línea recta y velocidad uniforme).
Ahora bien, en la relación Y=f(H,X) el sustrato H se corresponde de algún modo con la causa material del hilemorfismo, pero no a título de materia prima, sino de materias segundas ya informadas según algún esquema materia de identidad; y el sustrato X se corresponde con las causas eficientes y formales, en su caso, pero no como puramente tales, puesto que la eficiencia causal X puede tener también componentes formales (de causas formales). Así, por ejemplo, en el proceso de sigilación (un proceso causal mediante el cual el cuño, aplicado a un material blando, imprime como efecto propio el sello en él), el material blando, la cera o el lacre, desempeña el papel de sustrato correspondiente a la causa material, pero el cuño es a la vez causa eficiente y causa formal del sello que va a ser grabado en el sustrato.
En cualquier caso, si prescindimos del hilemorfismo, la contribución que en la formación del efecto corresponde al sustrato H o al determinante causal X, no tiene por qué ser constante, aunque sí cabría hablar de una proporción inversa entre ambas contribuciones. Cuanta más contribución a la configuración del efecto reconozcamos al sustrato H, menor contribución a la conformación del efecto será preciso atribuir al determinante causal X. La tipología de las causas que Bergson propuso en su día (L’evolution creatrice, Alcan, París, 17.ª ed., pág. 79) basándose en la distinción entre cantidad y cualidad […] podría reconstruirse a partir de la teoría materialista (sin evacuación de la materia) de la relación causal.
Desde la concepción materialista de la causalidad, el sustrato [749] no tiene por qué reducirse a la condición de una sustancia hilemórfica, en la cual la forma sustancial única confiere la unidad o identidad del compuesto. Al sustrato no hay por qué atribuirle una única forma sustancial, puesto que él es el resultado de una multiplicidad de formas que, tras procesos muy diversos, han constituido un compuesto o totalidad atributiva más o menos estable y siempre dada en un contexto o entorno preciso.
En este punto se hace imprescindible la distinción entre las partes formales y las partes materiales [28] de un todo, para sustituir a la distinción del hilemorfismo entre materia y forma, como partes de un todo; un todo al que, por cierto, Aristóteles ni siquiera llamó holon, sino synolon [40], lo que equivalía a reconocer que la materia y la forma no son propiamente partes del todo (véase, Teoría del cierre categorial, tomo 2, Pentalfa, Oviedo, 1993, pág. 148). […]
De este modo, nos encontramos ya con los recursos mínimos para reformular la distinción entre dos tipos de transformaciones causales, la que se conocen respectivamente como destrucción (de un sustrato) y corrupción (de ese mismo sustrato) [754]