Filosofía en español 
Filosofía en español

Democracia y Corrupción

[ 761 ]

Ampliación analógica de la Idea ontológica de Corrupción del MF a la Sociedad política / Democrática

El materialismo filosófico [1] ofrece un esbozo de la ontología [758] implicada por la Idea general de Corrupción […] que, sin perjuicio de su generalidad, ha de ser capaz de situar a la corrupción democrática en el contexto general de las corrupciones políticas, institucionales y aun naturales (orgánicas e inorgánicas), que están, por otra parte, mutuamente involucradas.

[1] Los conceptos vulgares y las Ideas genéricas (filosófico-vulgares) [747] de corrupción [no] pueden ser tomadas {por su indeterminación, borrosidad, ilimitación} [748] como criterio de análisis cuando nos enfrentamos a las corrupciones que afectan a instituciones tan importantes como puedan serlo las de la sociedad política en general y las de la democracia en particular.

[2] ¿Qué podemos deducir {de las alternativas ontológicas acerca de la extensión del campo de valores de la corrupción [751]} que nos ofrecen las diferentes escuelas que hemos reseñado cuando debatimos sobre la corruptibilidad o incorruptibilidad de la democracia? Muy poco, porque los esquemas catastrofistas globales, según la doctrina estoica, aunque afectan también al dominio particular de las sociedades democráticas, lo hacen de un modo genérico, sin penetrar en la estructura específica de su corruptibilidad [765].

En cualquier caso, cuando debatimos sobre la corruptibilidad o incorruptibilidad de la democracia, y aunque no cabe poner entre paréntesis ninguna de las tres alternativas universales –(a), (b), (c)– de las que disponemos, refiriéndolas a cualquier sustrato particular (o al universo, en funciones de sustrato), se nos hará necesario atenernos a los sustratos específicos involucrados en las corrupciones democráticas, porque solo de este modo será posible formarse un juicio político proporcionado.

Y desde luego, no podríamos adherirnos a ninguna de estas tres escuelas.

[a] No a las del primer grupo {Parménides, etc.}, cuyas opiniones excluyen la posibilidad misma de pensar en la corrupción democrática {nada es corruptible, por tanto, tampoco la democracia}, porque nos resulta imposible reducir la corrupción a la condición de pura apariencia falaz [681], aun cuando quienes mantienen el carácter axiológico y subjetivo del juicio de corrupción así lo crean.

[b] Tampoco podemos adherirnos a las concepciones sobre la corrupción de Aristóteles y los peripatéticos {hay algo corruptible y algo incorruptible}, con las matizaciones que hemos sugerido.

[c] Más cerca nos encontraremos de los estoicos {todo es corruptible, por tanto, también la democracia}, pero siempre que tradujéramos el término ϕθορά, cuando se aplica a los cuerpos celestes, por transformación, y aun por destino [119], pero no por corrupción. En cambio, cuando lo referimos a los cuerpos terrestres, entre ellos a las sociedades democráticas, podremos casi siempre seguir traduciendo ϕθορά por corrupción.

Y entre los sustratos corruptibles de este mundo terrestre entorno, consideramos a las sociedades políticas, a las aristocracias, a las autarquías y también a las democracias. La democracia, en efecto, no es incorruptible ni es el fin de la Historia […] [645].

[3] El “principio de inercia ontológico” [752] está implícito en la concepción fundamentalista de la incorruptibilidad de la democracia [y] en la distinción {disyuntiva} entre las fuentes endógenas y las fuentes exógenas de la corrupción. El materialismo filosófico niega la distinción misma en cuanto distinción disyuntiva y los fundamentamos metafísicos que la sustentan [753].

La importancia de esta cuestión […] para el análisis de la corrupción política para el caso de las sociedades democráticas, es indiscutible. Si la corrupción de un sustrato ya consolidado se considerase como efecto derivado de causas exógenas o extrínsecas a ese sustrato, estamos presuponiendo de hecho que el sistema democrático es, en sí mismo, incorruptible, y que solo por la acción de agentes externos (tales como el fascismo, la derecha, la “reacción”…) podría la sociedad política ser desviada de su forma democrática natural, que es el propio fin de la historia política.

Pero, si atribuyéramos a la corrupción democrática fuentes necesariamente endógenas, ¿no estaríamos reconociendo su fragilidad, algo así como una artificiosidad incompatible con la profundidad que a la democracia atribuyen los propios demócratas militantes en el fundamentalismo? [763] Ellos presuponen que el sistema democrático tiene tan hondas raíces en la sociedad política que en el fondo ésta se identifica con la democracia misma. […]

[4] La Idea general (ontológica y metodológica) de corrupción {del materialismo filosófico} es una Idea que, por su generalidad, hay que aplicarla a todos los sustratos, naturales o culturales (y, en particular, a los sustratos constituidos en las sociedades políticas), delimitados en el universo corpóreo, en cuanto campo de la ontología especial [72]. […]

La Idea de corrupción que aquí presuponemos se atiene al análisis de los sustratos (desde los planetas hasta las repúblicas) en cuanto son entidades materiales, plurales, y no compuestos hilemórficos, desde la perspectiva pluralismo materialista [54]. […]

No cabe concebir un sustrato aislado […]. Cada sustrato está siempre […] en interacción o metabolismo con su medio, y de aquí el carácter no disyuntivo de la distinción entre las corrupciones endógenas y las exógenas. […] La corruptibilidad de los sustratos se deduce, por tanto, del pluralismo de sus partes y del pluralismo del entorno […]. Todo sustrato es corruptible y su corrupción procede, en cada caso, según la identidad del sustrato, de su propio interior o dintorno [90], en la medida en la cual en él confluyen continuamente múltiples sustratos incompatibles. […]

La Idea de sustrato tiene un carácter distributivo, lo que obliga a penetrar en las características específicas y singulares de cada sustrato, es decir, en su identidad, cuando tratamos de analizar sus procesos de corrupción. […] Lo decisivo será determinar en cada caso, o tipo de casos, los mecanismos internos y externos de las disritmias que dan lugar a la corrupción.

[5] Dado el supuesto de la corruptibilidad de todos los sustratos en general, y de todos los sustratos políticos en particular, el análisis de la corrupción se plantea ante todo en función de la estabilidad. Por así decirlo, el problema de la corrupción, si se quiere, el asombro ante la corrupción de algo que parecía eterno, se produce no ya a propósito de los fenómenos de corrupción, sino a propósito de los fenómenos de incorruptibilidad. No es la constatación o la denuncia de la corrupción política, cada vez más generalizada, la que se nos ofrece como un fenómeno anómalo y paradójico que, a lo sumo, podría ser explicado mediante la metáfora organicista de la enfermedad profunda, pero contagiosa, que puede llegar a socavar “los principios de solidaridad, igualdad, legalidad o confianza pública en la justicia” que se atribuyen ingenuamente, de modo idealista [844], a la estructura misma de las sociedades democráticas, y no a su ideología [876], y que impulsan a imponer como causa de esta enfermedad al crimen organizado.

Es como si un médico dijera, ante una epidemia de peste bubónica, que ella socavará los principios del metabolismo biológico y la confianza en el ambiente y en los alimentos que ordinariamente se han utilizado durante siglos, y que por tanto su causa es la criminalidad organizada del sistema formado por los bacilos de Yersin y las ratas que los transportan. […]

Metodológicamente, lo que habrá que explicar es por qué se mantienen durante siglos sistemas políticos [883] que son a todas luces corruptos, al menos en su superficie, aunque se presenten como si fueran incorruptibles en su sustancia. Y hasta qué punto los sistemas políticos de la democracia suelen concebirse a sí mismos como incorruptibles (o como si “debieran ser incorruptibles” en cuanto fin de la historia) [888], sin perjuicio de su incapacidad de dar cuenta de las corrupciones que aparecen en su curso de modo incesante, y que son cargadas en la cuenta de la falta de ética [762], y no a cuenta de causas ellas mismas políticas o económicas.

Dicho de otro modo: cuando nos enfrentamos con el análisis de la corrupción política, y en particular con el análisis de la corrupción democrática desde la perspectiva de la Idea materialista de Corrupción, es decir, cuando nos decidimos a hacer una “lectura” de las sociedades democráticas desde la Idea materialista de Corrupción, lo que se nos muestra como apariencia antes que como realidad es la incorruptibilidad de democracia, ya sea superficial, ya sea profunda; lo que constituye una apariencia para el materialismo no son tanto las corrupciones cotidianas (que siempre serán superficiales hasta que no se demuestren que afecten a su estructura profunda) si es que derivan de ciertos déficits corregibles [764] en cada caso, sino los supuestos casos de sistemas incorruptibles que permiten decir, con el fundamentalismo, que la democracia es la forma perfecta de la sociedad política, el fin de la historia, y que las llamadas corrupciones democráticas son en realidad resultados de la acción de principios antidemocráticos (herencia de las dictaduras o del “espíritu del capitalismo”, por ejemplo) que actúan desde el exterior o “infiltrados” en las sociedades democráticas; por tanto, que el remedio para combatir a las corrupciones en la democracia solo pueden consistir en más democracia [854] (que es lo que sostiene, por ejemplo, E. Garzón Valdés en la página 41 de la obra colectiva La corrupción política, editada por J. Laporta y S. Álvarez, Alianza, Madrid 1997). […]

[6] La cuestión, desde el punto de vista político, no hay que ponerla, por tanto, en la constatación del hecho de la corrupción universal, ni siquiera en la predicción de que este sustrato se corromperá alguna vez, apoyándonos en causas universales.

La cuestión hay que ponerla en la determinación de las duraciones de la subsistencia de algún sustrato corruptible en cuanto a tal (sin perjuicio de las corrupciones de partes suyas implicadas).

La corrupción constatada en las democracias (o en las aristocracias, o en las tiranías) puede mantenerse en alguna de sus partes, y la corrupción de estas partes puede a veces frenar la corrupción de las partes o del todo (a la manera, según hemos dicho, como la corrupción “calentamiento global” puede frenar paradójicamente la corrupción “oscurecimiento global” [758] y alterar los planteamientos y medidas propuestas por la conferencia de Kioto).

Con esto, estamos diciendo que lo verdaderamente significativo, con serlo mucho, no es tanto la constatación de los hechos de la corrupción, sino la determinación de sus causas, y no solo generalísimas (en cuanto corrupciones ontológicas), sino genéricas, específicas o singulares [766-767].

En efecto, cada sistema de unidades corruptibles tiene sus ritmos propios y sus corrupciones características según su naturaleza, según causas adecuadas.

[7] Hemos considerado la implicación entre la idea de Corrupción y la perspectiva práctica, antropocéntrica (β-operatoria), y la dificultad de mantener la idea de Corrupción desde una perspectiva puramente objetiva (especulativa, se dice a veces), anantrópica (propia de las disciplinas α-operatorias) [756].

Esta cuestión está implicada con la confusión […] entre el sentido débil o neutro en el que se toma a veces el término “corrupción” y su sentido fuerte [751]. […] A nuestro entender, la diferencia [entre ambos sentidos] del término “corrupción” es esencial, y no solamente una cuestión de matices.

Por de pronto, la distinción tiene que ver con la media entre los llamados juicios de realidad (o de existencia) y los juicios de valor (o juicios axiológicos). Supuesta esta distinción, la pregunta que se nos presenta ahora es la siguiente: el juicio sobre la corrupción de un sustrato dado, ¿puede ser dirimido en términos de un juicio de realidad, o implica siempre el ejercicio de un juicio axiológico, de un juicio de valor? Si se prefiere: ¿implica la “puesta en valor” (Wertsetzung) de un proceso en marcha objetivo y neutro de corrupción?

A nadie se le ocultará que la idea de corrupción, aplicada a un sustrato (como pueda serlo la democracia), asumirá un sesgo totalmente diferente si se le trata como referida a un proceso objetivo, desligado de cualquier sujeto operatorio humano, o bien como referida a un proceso práctico en el cual los sujetos humanos (o algunos determinados) se encontrasen comprometidos. Para algunos, esto equivaldría a negar la posibilidad de una filosofía puramente especulativa de la corrupción, porque cuando hablamos de corrupción de cualquier tipo que fuese estaríamos ya asumiendo una posición práctica y partidista que solo podríamos asumir desde “dentro de la caverna”. […]

Pero quien reconozca la importancia filosófica del análisis de la democracia desde la idea de corrupción no retrocederá ante el partidismo que dicho análisis arrastra. […]

[8] Nuestra perspectiva filosófica nos permite hablar de la corrupción desde un punto de vista no partidista-parlamentario […]. No pretendemos, sin embargo, situarnos en una perspectiva neutral no partidista; nuestra perspectiva es también partidista, pero el partido que tomamos es el de la Nación política española [774].

{FD 72, 28-29, 54-55, 56-57, 107-113, 372, 66, 45-46, 367-368 /
FD 25-113, 367-396 / → EFE / → PCDRE: OC2 / → ENM / → ZPA}

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