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Artes liberales (sustantivas) / Artes serviles (alotéticas o adjetivas): reconstrucción de la oposición desde el eje radial
Podemos reconstruir el significado de la oposición artes liberales / artes serviles en el terreno de los objetos radiales, muy lejos del terreno de la subjetividad circular sociológica, sin ignorar que esta oposición se configura ante todo en el plano fenoménico, en un terreno sociológico circular [244]. Por ejemplo, en el terreno político en el que la oposición fue dibujada, en la época de las Cortes de Cádiz, cuando el término “serviles” (o “servilones”) designaba a los que seguían acatando, como súbditos, las instituciones del Antiguo Régimen, mientras que con el término “liberal”, que adquirió en Cádiz la acepción política que fue recogida ulteriormente en toda Europa y América, designaba aquellos individuos que querían dejar de ser súbditos para ser ciudadanos. Pero acaso estas connotaciones políticas (circulares) de la distinción entre serviles y liberales son, a su vez, un reflejo o refracción de otras distinciones no circulares sino radiales. Las artes serviles no serían originariamente tanto las artes practicadas por los siervos, sino que serían siervos quienes practicaban las artes serviles. Las artes liberales no serían, en su origen, las artes practicadas por los señores, sino que serían los señores libres aquellos que practicaban las artes liberales (y esto por razones que habrá que investigar en cada caso).
Una obra de arte, considerada desde el punto de vista objetivo, será servil, según esto, porque ella misma está subordinada enteramente a objetivos exteriores a ella misma; una obra de arte servil o útil no es, por tanto, en cuanto tal, una “obra de arte”, una obra sustantiva, puesto que no se enfrenta a nosotros, sino que es ella quien tiene que incorporarse a nuestra conducta o praxis, tanto si somos aristócratas como si somos plebeyos. La azada es obra de arte servil, y no sustantivo, porque ella aunque sea manejada por el dueño del huerto, solo cobra sentido subordinada al surco de la huerta que es trabajada (sea por el siervo, sea por el señor); fuera de esta red práctica de conexiones, la figura de la azada se desdibuja y resulta inteligible.
Pero una obra de arte liberal, en cuanto obra de arte sustantivo [648], es la que tiene capacidad de segregar al artista, y enfrentarse, como “extraña”, no solo a él, sino al grupo social al cual el artista pertenece, e incluso a todos los hombres de muy diversas culturas, en general. El principio Verum factum (“solamente entendemos aquello que hemos construido”) solo tendría aplicación, según esto, a las obras de arte servil. El Concierto para piano y orquesta nº 29 de Mozart es acaso tan enigmático como las morfologías fósiles de Burgess Shale, la Opabinia o la Hallucigenia, producidas en la llamada “revolución del Cámbrico”.
La sustantividad que atribuimos a las obras de arte liberal nos ofrece también un criterio para la evaluación discriminativa de las obras de arte. Por ejemplo, para discriminar el rango artístico en el que podremos poner un concierto de los Rolling Stones a diferencia de un concierto ofrecido por la Orquesta Filarmónica de Viena (siempre que no sea el “concierto servil” del Año Nuevo, es decir, al servicio de una fiesta en la que la autocomplacencia se regula con palmadas rítmicas). Los conciertos de los Rolling Stones, como los Conciertos del Año Nuevo de Viena, serían obras de arte servil, subordinadas a fines extramusicales tales como la danza, las contorsiones de los actores y de los oyentes, o los aplausos rítmicos del público en plena satisfacción y exaltación desarrollada en un proceso de “dinámica de grupo”, retransmitido por muchas cadenas de televisión de todo el mundo a fin de que la audiencia-videncia participe también, incluso con palmadas, en el homenaje que se hacen así mismos quienes disfrutan del estado de bienestar austriaco.
Asimismo, el criterio de sustantividad podrá servir para diferenciar el rango de una obra musical en la cual los “recursos del oficio” (los trucos armónicos, la distribución del volumen sonoro…) se manifiestan por encima de cualquier sustantividad musical y, por consiguiente, permiten apreciar en la obra “demasiado calculada” (algunos dicen, demasiado “pensada”) los componentes serviles que utilizó el compositor dirigidos a lograr impresionar al público, en lugar de enfrentar sustantivamente a ese público la obra, como realidad extraña o enigmática.
Por último, el criterio de sustantividad permite desenredarnos del prejuicio según el cual hay que distinguir, como si se tratase de una dicotomía, las artes bellas de las artes útiles. La belleza (es decir, los valores estéticos ligados a la sustantividad de la obra) puede estar presente tanto en una obra de arte producida por un arte clasificado como liberal, como en una obra de arte producida por un arte clasificado como servil (en el sentido objetivo), porque la sustantividad actualística puede formarse en la “corteza misma” de la obra servil. Un automóvil es, en principio, una obra objetiva servil; pero esto no excluye la posibilidad de que la propia línea de su carrocería pueda asumir el papel de una objetividad estéticamente sustantiva, de suerte que su morfología pueda ser considerada como una obra de arte liberal. Esto es lo que ocurre con la arquitectura. Por su esencia, la arquitectura entendida como edificación orientada hacia la formación de un vacío artificial o kenos, en el cual los hombres o los animales puedan entrar o salir, es propiamente una obra de arte servil; pero, en su evolución, la arquitectura [666] habrá ido convirtiéndose en una obra poética, obra de arte liberal y precisamente sobre todo desde el punto de vista de los que no entran en ella como habitantes, sino de quienes contemplan sus fachadas, sus columnatas o sus frontones.
{LFA 282-284}