Democracia: Cuestiones proemiales
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Democracia y Aristocracia como conceptos operatorios
Manteniéndonos dentro de las fórmulas aristotélicas, la reconstrucción de los conceptos de democracia y de aristocracia, como conceptos operatorios, podría llevarse a cabo de este modo: supuesto que tanto en la democracia, como en la aristocracia, es una parte la que asume la dirección del todo social [557-563], y que esta parte, proyectada sobre la capa conjuntiva [588-600], es la “clase política”, la distinción entre aristocracia y democracia habría que ponerla en el mismo formato lógico o modo de construcción o generación de esa parte (“algunos”) en relación con el todo. La parte, como clase política, habría que verla como un subconjunto del todo; y esta parte, con respecto de la operación “selección generadora”:
(a) O bien es un subconjunto estable o cerrado dentro del conjunto total de la sociedad política, a la manera como el subconjunto [0, -1, +1] se dice estable, dentro del subconjunto de los números enteros con respecto a las operaciones adición y multiplicación.
(b) O bien es un subconjunto no cerrado, o abierto, como el subconjunto [0, 1] respecto de las operaciones antes citadas.
La aristocracia podría definirse operatoriamente como un método de selección de la clase gerencial (en un sentido que no ha de identificarse con el que Burnham dio a sus “clases gerenciales”) a partir de operaciones aplicadas por un subconjunto estable (por lo que los elegidos pueden estar dados fuera de la clase cerrada, como en el caso de la adopción del sucesor por el emperador); la democracia se redefinirá por el carácter abierto (en el límite total) del cuerpo electoral. Y así como la aristocracia podría designar a individuos exteriores a su clase, así la democracia podrá decidir que los elegidos, al menos algún tipo de ellos, constituyan un conjunto estable. Así, en las democracias monárquicas acutales, el rey, por decisión democrática, se selecciona dentro de una familia determinada (aristocrática); no se practica, pero sería análogamente defendible una democracia que asignase a otra familia distinta de la que provee de reyes, por ejemplo, a una determinada familia plebeya, la condición de proveedora de presidentes de la Cámara baja. El procedimiento del sorteo sería más democrático que otro cualquiera, supuesto un grado de desarrollo social y cultural tal en el que todos los miembros de la sociedad pudieran ser miembros competentes de la clase política (“En efecto, yo opino, al igual que todos los demás helenos, que los atenienses son sabios” –le dice irónicamente Sócrates a Protágoras, y añade poco después: “si hay que deliberar sobre la administración de la ciudad, se escucha tanto por igual el consejo de todo aquel que toma la palabra, ya sea carpintero, herrero o zapatero, comerciante o patrono de barco, rico o pobre, noble o vulgar”; Platón, Protágoras 319b y d). Este supuesto es utópico, pero, sin embargo, nos permite concluir que él está más próximo, al menos formalmente, a la esencia de las democracias que a la de las aristocracias.