Filosofía en español 
Filosofía en español

Libertad

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Libertad personal / Error

Las personas libres pueden reconocer sus errores aun cuando no se arrepientan de ellos [303]. Los errores de los cuales estamos hablando son errores constitutivos de los propios planes y programas de la vida personal, no ya errores de ejecución con los cuales, todos los vivientes, y aún los autómatas, “cuentan también”. No sólo los hombres, también los animales rectifican sus errores de ejecución de programas. También los autómatas pueden “errar” y también se les puede dotar de dispositivos automáticos para rectificar su error. Se exige que los individuos tengan “profesionalidad”, que sean “profesionales”, es decir, que sean capaces de ejecutar sin errores los programas propuestos. Se trataría de eliminar los errores irreversibles, sobre todo aquéllos en los cuales “nos jugamos la vida” (ya sea la nuestra, ya sea la de los demás: es superficial distinguir estas dos situaciones). Son los errores que no pueden ser rectificados, por cuanto implican la desaparición irreversible de los individuos que los cometieron.

Los errores de los que hablamos se refieren sobre todo a errores en el contexto de programas (que tienen que ver con operaciones con cosas impersonales) más que a los errores en el contexto de planes (que tienen que ver con operaciones sobre otras personas): el “juego” entre planes de personas diferentes que se implican mutuamente plantea de otro modo la cuestión de los errores. Los errores a los que nos referimos, en cuanto puedan figurar como momentos de la libertad, no son tanto errores de ejecución de programas o de rutinas profesionales, cuanto errores de constitución de los propios programas o de los programas de los demás hombres. Sólo después de haber recorrido “caminos vitales” con los cuales no nos identificamos es posible encontrar “el camino propio”; sólo después de disparar el cañón con un proyectil que traza una trayectoria desviada de nuestro ulterior propósito podemos medir el ángulo de desviación y apuntar al objetivo deseado. La libertad, aunque no tiene por qué incluir el arrepentimiento de los caminos inicialmente recorridos, sí tiene que incluir el reconocimiento de que esos errores, que sólo pueden llamarse tales en función del camino final, fueron necesarios para fijar el propio camino. Pero no sólo en la constitución de los programas, sino también en la ejecución de los mismos cabe la libertad, precisamente cuando la ejecución puede volver a poner deliberadamente (por juego o por arte) en peligro la vida o el arte de las personas, en una suerte de “juegos de libertad”. Es el caso del juego del piloto de avión en una prueba acrobática, es el juego de un trapecista sin red, o el de un torero ante un toro “sin afeitar”, o el de un pianista que interpreta (y no improvisa) una obra clásica sin partitura. El trapecista con red acaso ejecuta sus pasos mejor que el que no tiene asegurada su caída, pero el dramatismo ha desaparecido. ¿Cabe decir entonces que estamos deseando el error, incluso el error mortal, en nombre de la libertad, a fin de que el arte pueda manifestarse realmente como lo que es? No necesariamente. También podría decirse que estamos esperando comprobar cómo el artista logra evitar el error, confiando generosamente en que su arte sea tan perfecto (por ello hay que descartar los juegos aleatorios) que ni siquiera pueda decirse que ni él, ni la vida del artista, en su caso, han sido puestos en peligro. De todos modos, reconocemos que el error (la posibilidad de error) figura aquí como un componente esencial de ese juego, de ese arte. En cualquier caso, estas formas de arte (o de juego) no se justifican apelando a la distinción, muy superficial, entre “errores que ponen en peligro la vida del artista” y “errores que ponen en peligro además la vida de otras personas”, presuponiendo que los primeros serían tolerables en nombre de la libertad, pero no los segundos. La generosidad [468] impide desear la muerte del artista, aunque sea en nombre de su libertad. {SV 253-255}

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