Filosofía en español 
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Cuestiones proemiales

[ 277 ]

Folklore desde el materialismo filosófico

Ateniéndonos al proceder de Thoms y muchos de sus sucesores, podemos intentar introducir una distinción objetiva por medio de la cual mostrar no ya la “intención subjetiva” de su definición, sino de una posible re-definición del concepto objetivo que, además, se ajustaría mejor que cualquier otra al uso más habitual del término folklore [276]. No se trata, pues, de ofrecer una definición estipulativa, enteramente gratuita, del término folklore, sino de hacer evidente la disyuntiva siguiente: o el término folklore no se puede poner en correspondencia con ningún concepto objetivo claro y distinto [791], diferenciado de la cultura en absoluta generalidad, o bien se le puede poner en correspondencia con algún concepto objetivo, al menos en lo que se refiere al núcleo o primer analogado, y según una correspondencia que, de hecho, podrá verse realizada, al menos aproximativamente, por el uso efectivo del término en la gran mayoría de quienes lo emplean. Suponemos, en efecto, que el concepto de “sabiduría tradicional de un pueblo” ha de entenderse, no en relación a un “conjunto 0 de premisas”, sino en relación a unas premisas que establezcan la posibilidad de distinguir, en alguna cultura históricamente desarrollada (y desarrollada al nivel en el que se da ya la ciencia), dos estadios mejor o peor diferenciados:

(1) El estadio En(i), es decir, el estadio n de la cultura de un pueblo (i); estadio que puede ser homogéneo, en algunos aspectos, al de otros pueblos: En(j), En(k), etc.

(2) El estadio En+m(i) como estadio posterior, algunos dirían superior, pero que bastará entender como un orden distinto del En, aunque no sea más que porque en él, las culturas En(i), En(j), En(k) entran como unidades de un sistema más complejo.

Supuesta esta diferenciación, el concepto de Folklore se dibujaría en el contexto de la reconstrucción emic objetiva, desde un etic envolvente (por cuanto ahora las categorías etic se supone que se alimentan de un sustrato cultural común al de las formas reconstruidas), de determinados contenidos culturales En(k) desde En+m(k), de tal suerte que esta reconstrucción respeta de algún modo el orden emic que En(k) mantiene en relación con el orden En+m(k). Este respeto (que es etic) tiene mucho de la ficción que corresponde al Museo o incluso al Teatro (aunque el tipo de reproducción de que hablamos no sea la museística, ni la teatral, sino una suerte de combinación de ambas). Pues lo que se reconstruye, se reconstruye, no como perteneciente a la normatividad del presente En+m(k), pero sí como una normalización propia de un estadio anterior pero subsistente o recuperable. Cronológicamente se diría: “más antiguo”; pero esto es incorrecto, puesto que precisamente la reconstrucción confiere la actualidad de su reviviscencia, a la manera como en el Museo, el hacha paleolítica de silex recibe su coeficiente de actualidad de “contenidos de la vitrina”. Cuando se intenta diferenciar a los contenidos folklóricos de las estructuras del presente, diciendo que éstas son institucionales y aquéllos no, se dice algo erróneo, puesto que una ceremonia [249] folklórica es también una institución [vid., Gustavo Bueno, “Ensayo de una Teoría general de las Instituciones”, El Basilisco, segunda época, num. 37, 2007]; pero se dice con un fundamento, a saber, el que se apoya en la diferencia que media entre una institución del nivel En(k) y una institución del nivel En(k+1). Y cuando se subraya el carácter anónimo de los contenidos folklóricos (frente a las obras firmadas por artistas o sabios históricos), también se hablaría con un cierto fundamento: pues lo que se pone en el estadio En(k) es precisamente lo que se revive como anónimo, por ser propio de un pueblo en general, aunque, de hecho, los contenidos de esas formas folklóricas reconstruidas, tengan un autor actual conocido, pero cuyo conocimiento resulta irrelevante precisamente cuando la obra ha pasado al nivel folklórico (cabría citar como ejemplo los versos del Martín Fierro respecto del pueblo argentino).

De este modo, el folklore viene a ser un concepto intrínsecamente práctico que aparece en el “salto diferencial” entre una cultura presente y la cultura arcaica que desde el presente no se quiere perder (por motivos que ya no son científicos, sino políticos, económicos, etc.).

El criterio expuesto explicaría las dificultades que algunos advierten a propósito de la restricción del folklore a las “sociedades civilizadas” (si ponemos la civilización en el orden En+m(i)). Pues es evidente que el orden En(i) termina remitiéndonos a un plano en el que cabrá dibujar a los pueblos naturales, no “civilizados”, y en este sentido aparecen justificadas las propuestas ampliativas de W. Schmidt. Pero si introducimos la restricción propuesta por nosotros, advertiremos cómo el folklore incluye la presencia en la civilización de ciertas fases previas sobre las que ésta se asienta, un concepto relacional, por tanto, que se desdibujaría poniendo en el mismo plano la reconstrucción de cualquiera de los contenidos culturales de los pueblos.

Y es que la reconstrucción museístico-teatral de la sabiduría tradicional sólo es posible cuando va referida a ciertos contenidos culturales y no a todos. No es fácil determinar cuáles, pero me parece evidente que nadie consideraría como material folklórico una danza de pueblos “salvajes” (por más que en el contexto diplomático y turístico, las diferencias tiendan a desaparecer), o una batalla real entre tribus. Y todos ellos son, sin embargo, materiales etnológicos. Sugerir que el folklore se atiene a contenidos superestructurales [410] y no básicos (en el sentido marxista convencional) es sugerir demasiado, porque tampoco el Derecho o los rituales religiosos o chamánicos son propiamente folklóricos (nadie que vive las procesiones andaluzas de Semana Santa las considera folklóricas, puesto que son contenidos actuales y reales del culto a la Virgen María).

Por nuestra parte, proponemos el siguiente criterio: serían folklóricos aquellos materiales que puedan ser referidos a la conducta corpórea (β2) [227-232] de los individuos o grupos de individuos, a esa conducta que es la que resulta ser reproducible desde una praxis más compleja (por ejemplo, la del actor teatral). Por lo menos aquí podría ponerse el núcleo, o primer analogado, de los contenidos folklóricos. No serían, según este criterio, contenidos folklóricos, los sistemas antiguos, o arcaicos, o básicos [239-241], de tallado de hachas de silex, de caza al acoso, de cultivo de la tierra con arado romano, o una ceremonia religiosa. Pero sería folklórico un cuento (no ya tanto por su contenido literario, por cuanto tenga que ver con la conducta del narrar de un anciano), o una danza, o la lengua vernácula de las aldeas utilizada por el habitante de la ciudad, en funciones de Salicio o Nemoroso.

Según el criterio que estamos intentando delimitar, el núcleo, o primer analogado del folklore, en su sentido material u objetivo, sería el de la reconstrucción o mantenimiento de contenidos conceptuales β2 (principalmente ceremoniales) tomados desde una perspectiva emic, dados en los estratos antiguos o arcaicos de la cultura de un pueblo determinado, situado en un nivel En+m(k). En principio, estos contenidos podrían ser de cualquier género y condición. Sin embargo, la selección que de un modo más o menos convencional ha consolidado su camino (danza, leyendas, cuentos, cantos populares, juegos, costumbres) y sugiere que existen motivaciones ideológicas, políticas o económicas (más allá de las meramente estéticas o científicas) y que éstas tienen que ver con la voluntad de subrayar ciertos rasgos simbólicos (llamados a veces “señas de identidad”, como si la identidad [424] fuese algo metafísicamente subyacente y no más bien el mismo resultado del refuerzo, en el sentido de Skinner, folklórico) atribuidos al pueblo de referencia, en tanto mantiene una competencia con otros pueblos vecinos.

En cuanto al Folklore, en su sentido gnoseológico, es evidente que ahora la disciplina emic no puede ser ya el único criterio de reconstrucción y de interpretación; pues ahora ya no se tratará tanto del mantenimiento o reproducción de determinadas instituciones o ceremonias en el plano fenoménico, sino del análisis de las mismas, de su comparación con otras, y esto al margen del interés o desinterés por su perpetuación. Pero reiteramos la tesis de que la transición al terreno práctico (la voluntad de perpetuación de los contenidos seleccionados), es decir, en el lenguaje platónico, la conexión entre las esencias y los fenómenos, es una tarea que tiene que incorporar a estos fenómenos y, por tanto, al conflicto entre las diferentes perspectivas emic de los distintos pueblos y culturas. En consecuencia, no nos parece que pueda decirse que estamos ante procesos susceptibles de ser considerados como meramente científicos, en tanto que va resultando que la oposición emic/etic tiene lugar en el ámbito de la misma confluencia, muchas veces turbulenta, de las diferentes culturas, cuando éstas quieren mantenerse en pie de igualdad.

{N&E 112-116} /
BP16 / → BS37

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