Juana la Papisa
Ninguna persona medianamente instruida admite ya la fábula indecente y disparatada que supone que la Santa Sede fue ocupada por una mujer, que se llama Juana la Papisa. Suponen los autores de la leyenda, que era una joven de Maguncia, que, fingiéndose hombre, entró en el Monasterio de Fulda; pero desde allí se escapó con un amante y estudió en las Universidades, primero de París y luego de Atenas, haciendo admirables progresos. Pasado algún tiempo vino a Roma, en donde abrió una cátedra de filosofía y ciencias, con tanto éxito, que el clero y pueblo romano la eligieron para ocupar el Solio Pontificio a la muerte de León IV, hacia el año 855, y que tomó el nombre de Juan VIII. Ocupó la Santa Sede dos años y medio, y habiendo quedado embarazada, un día, dirigiéndose hacia San Juan de Letrán, en la procesión de letanías del día de San Marcos, de repente fue acometida de los dolores del parto, parió un niño y murió en el mismo sitio en medio de la calle, siendo enterrada allí mismo. Añaden que por esta razón los Papas evitan pasar por aquel sitio que fue testigo de aquella abominación.
Sin más que la relación del hecho, se conoce al punto la falsedad de esta leyenda, forjada por el odio contra los Papas.
Según parece, esta leyenda en su origen no fue otra cosa que un libelo satírico en que se quiso aludir a la flojedad y cobardía de un Pontífice, que apareciendo inferior a un eunuco, con nadie podía compararse mejor que con una mujer. Los inventores de esta fábula no están de acuerdo, ni sobre el nombre de la pretendida Papisa, ni sobre la patria, ni sobre el Papa a quien sucedió, y además se sabe que por espacio de tres siglos ningún escritor mencionó esta invención burlesca y absurda; así es que ya los mismos protestantes se han desengañado y han abandonado este cuento e impostura tan extravagante. Si la fábula hubiera tenido algún viso de verdad, era imposible que un hecho de tal trascendencia no hubiera sido referido por algún escritor de aquellos tiempos, ni aun siquiera por el mismo Focio, tan interesado en desacreditar a los Romanos Pontífices. El primero que se supone que refirió esta fábula fue Martín Polono, dominicano, que murió hacia el año 1278, o a lo sumo Mariano Scoto, escritor de fines del siglo XI o principios del XII. Es bien sabido que sus obras han sido interpoladas y no merecen crédito en esta parte, así como tampoco otros escritores que copiaron lo dicho por ellos. Y aún así, a lo sumo podría inferirse de sus obras que en sus días ya corría el cuento como un rumor o fama. La autoridad de Sigiberto de Gemblours, nada vale porque sus manuscritos fueron alterados por el protestante Enrique Stéfano, y efectivamente no se halla mención de la fábula de la Papisa en los manuscritos anteriores. Oton Frisingense, en su crónica nada prueba, porque refiere únicamente en una línea: Papisa Joanna non numeratur, cuyas palabras tienen los indicios de haber sido añadidas por algún copiante en los manuscritos, y bien examinadas hacen ver que no se cuenta entre los Papas legítimos la pretendida Papisa, porque su existencia era fabulosa.
Por el contrario, hay razones abundantes y clarísimas para demostrar históricamente que no ha existido la pretendida Papisa. Consta efectivamente que el Papa León IV tuvo por sucesor inmediato a Benedicto III. Además de los testimonios claros de escritores contemporáneos interesados en oscurecer la gloria de los Pontífices, hay monumentos que demuestran la sucesión no interrumpida entre estos dos Pontífices. El mismo Focio lo reconoce en varios de sus escritos, y especialmente en su libro de la procesión del Espíritu Santo. El escritor contemporáneo reconocía la sucesión inmediata de Benedicto III. Después de mencionar la muerte de León IV, que había permitido cantar el símbolo sin la partícula Filioque, añade que lo mismo hizo su sucesor Benedicto. Sed et mitis et mansuetus et asceticis certaminibus illustris, inclitus Benedictus, post eum in archieratico throno successor..., y en otro lugar añade: Leo et Benedictus magni deinceps romanæe Ecclesiæ antistites. Stiliano de Neocesárea, escritor contemporáneo, refiere la sucesión inmediata de León y Benedicto: Leone beatissimo Pontifice ex humanis sublato, illi (Phociani) rursum Benedicto Pontifici romano, qui Leoni succesit, molesti fuerunt (Epist. ad Steph.) Para omitir otros testimonios, el mismo Mariano Escoto, que según los adversarios es uno de los que refieren esta fábula, reconoce la sucesión inmediata de ambos Pontífices. Además, Benedicto XIV demuestra que sus obras fueron adulteradas por los herejes. El erudito Le Quien demuestra con muchas razones lo mismo, asegurando que halló una edición de esta crónica en la biblioteca del convento de Predicadores de París, en la cual nada absolutamente se contiene de la fábula de Juana la Papisa.
Por último, el Cardenal Garampio, en su disertación sobre una medalla de Benedicto III, demuestra que este sucedió inmediatamente a León IV como lo refiere Anastasio Bibliotecario y el escritor de los Anales Bertinianos, que vivió en la misma época. Habiendo muerto León IV en 16 de Julio del año 855, y el Emperador Lotario que se menciona en la medalla citada, en Setiembre del mismo año, es evidente que fue acuñada antes del mes de Octubre, cuando ya era Pontífice Benedicto III, y por consiguiente no queda lugar para intercalar entre estos dos Pontífices la pretendida Juana, por lo cual el erudito Palma, en sus Prelecciones de historia eclesiástica, dice que los eruditos creen comúnmente que se hallan corrompidos los códices de Anastasio el Bibliotecario, y añade que constan tan claras las señales de esta corrupción, que es superfluo insistir en demostrarla. Por otra parte, se cita una Bula de Benedicto III, que existe en la Abadía de Corbia, y está fechada en las nonas de Octubre del año 855, en la cual se conceden varios privilegios a esta célebre Abadía.
Finalmente, es preciso insistir en el argumento del silencio general de los escritores de la época, que nada dicen de la fábula de que tratamos. No es un argumento meramente negativo, sino que presenta una fuerza invencible. Es imposible que amigos y adversarios dejaran de mencionar este hecho, porque sobre él no cabe olvido ni indiferencia. No lo primero, porque muchos escritores de aquella época refieren los hechos más minuciosos de los Papas, y no es creíble que hubieran omitido este. Precisamente en la época en que se supone la fábula de la Papisa Juana, hubo algunos Legados pontificios en Constantinopla, como Rodoaldo, Obispo de Porto, y Zacarías de Anagni, vendidos al oro del Emperador Miguel y del César Bardas, que aunque debían hallarse resentidos contra el Papa por haberlos excomulgado, sin embargo nada dicen de esta fábula, por más que si hubiera sido verdad habrían vivido en Roma durante el Pontificado que se atribuye a la Papisa, y acaso asistirían a la famosa procesión en que se dice que tuvo lugar el parto y muerte de la Juana. Al mismo tiempo, y poco después otros Embajadores, vinieron de Constantinopla a Roma, y tampoco dijeron palabra de este hecho, aunque les interesaba rebuscar noticias para denigrar a la Iglesia Romana. Añadimos que no cabía indiferencia respecto a este hecho, porque se trataba de un acontecimiento raro, insólito y digno de llamar la atención, no solo de los que se proponían dar noticias de los Papas de entonces, sino hasta de los más indiferentes. El erudito catedrático de la Universidad de Sevilla, D. Francisco Mateos Gago, ha demostrado la falsedad de esta leyenda, en su obra Juana la Papisa, y además ha cubierto de ridículo a sus autores y patrocinadores.
Concluyamos, pues, por no hacer demasiado largo este artículo: 1.°, que la leyenda de la Papisa Juana no se puede demostrar como un hecho histórico: 2.°, que por el contrario se puede demostrar históricamente que no ha existido tal Papisa; y 3.°, que el todo no es más que una sátira que en el siglo más bárbaro, oscuro e ignorante de la crítica, se tomó por un hecho histórico.