Obras completas de Platón | Madrid 1871-1872 |
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Obras completas de Platón, tomo 4, Medina y Navarro, Madrid 1871, págs. 275-345 (argumento, por Azcárate: 277-282, Menon: 283-345).
Platón, en este pequeño diálogo, vuelve a una de sus cuestiones favoritas: si la virtud puede o no puede enseñarse. La respuesta sólo puede darla el que conozca la virtud en sí misma, porque nuestro espíritu se resiste a determinar con certidumbre ninguna de las propiedades de un ser, cuya naturaleza no le sea claramente conocida. Sócrates declara desde luego a Menon, que para él la naturaleza de la virtud es aún un misterio; y sobre este punto esencial reclama las luces de su interlocutor. Menon, cogido de sorpresa, se acoge a su vez a las lecciones de su maestro Gorgias de Leoncio, y sus respuestas no son, por lo pronto, otra cosa que las opiniones de este célebre sofista.
La primera es, que la virtud de un hombre, de una mujer, de un niño, de un anciano, consiste en el cumplimiento de ciertos deberes públicos y privados, que es fácil determinar. Aquí se descubre el error ordinario de los sofistas, o sea la confusión del ejemplo con la definición. Sócrates recuerda a Menon la distinción de lo particular y de lo general. Sin duda hay virtudes diversas según la edad y la condición de cada individuo; pero el punto en que todas estas virtudes coinciden, la esencia de la virtud, en una palabra, ¿cuál es? Esto es lo que hay necesidad de aclarar. ¿Será, por ejemplo, la posesión de ciertas cualidades morales, siempre las mismas en los diversos individuos, como la sabiduría y la justicia? ¿Cuál es en este caso la definición de la virtud? –Menon responde, que es la capacidad de mandar a los demás. –Esta definición, más extensa que la primera, no es más aceptable.
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