Carlos Marx, Obras escogidas, Barcelona 1938
Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo
por V. I. Lenin
[1913]{1}
La doctrina de Marx suscita en todo el mundo civilizado la mayor hostilidad y el mayor odio de toda la ciencia burguesa (tanto la oficial como la liberal), que ve en el marxismo algo así como una «secta nefasta». Y no hay por qué esperar otra actitud, pues en una sociedad erigida sobre la lucha de clases, no puede existir una ciencia «imparcial». De un modo o de otro, toda la ciencia oficial y liberal defiende la esclavitud asalariada, mientras que el marxismo ha declarado una guerra implacable a esta esclavitud. Esperar una ciencia imparcial en la sociedad de la esclavitud asalariada, sería la misma ingenuidad un poco necia que esperar que los fabricantes sean imparciales en cuanto a la conveniencia de aumentar los salarios de los obreros, disminuyendo las ganancias del capital.
Pero aún hay más. La historia de la filosofía y la historia de la ciencia social enseñan con toda claridad que en el marxismo no hay nada que se parezca al «sectarismo», en el sentido de una doctrina retraída, anquilosada, que ha surgido al margen de la gran ruta del desarrollo de la civilización mundial. Por el contrario, el genio de Marx está precisamente en haber dado soluciones a los problemas planteados antes de él por el pensamiento avanzado de la humanidad. Su doctrina surge como la continuación directa e inmediata de las doctrinas de los más grandes representantes de la filosofía, la Economía política y el socialismo.
La doctrina de Marx es omnipotente, porque es exacta. Es completa y armónica, da a los hombres una concepción del mundo íntegra, inconciliable con toda superstición, con toda reacción y con toda defensa de la opresión burguesa. Es la legítima heredera de lo [71] mejor que creó la humanidad en el siglo XIX, bajo la forma de la filosofía alemana, la Economía política inglesa y el socialismo francés.
Vamos a detenernos, brevemente, en estas tres fuentes y a la par partes integrantes del marxismo.
I
La filosofía del marxismo es el materialismo. A lo largo de toda la historia moderna de Europa, y especialmente a fines del siglo XVIII, en Francia, donde se libró la batalla decisiva contra toda la morralla medieval, contra la servidumbre en las instituciones y en las ideas, el materialismo se acreditó como la única filosofía consecuente, fiel a todas las teorías de las ciencias naturales, hostil a la superstición, a la beatería, &c. Por eso los enemigos de la democracia intentaban con todas sus fuerzas «refutar», minar, calumniar el materialismo, y defendían diversas formas del idealismo filosófico, que conduce siempre, de un modo o de otro, a la defensa o al apoyo de la religión.
Marx y Engels defendieron del modo más resuelto el materialismo filosófico y explicaron reiteradas veces cuán profundamente erróneo era todo lo que fuera desviarse de esta base. Donde con mayor claridad y detalle aparecen expuestas sus opiniones, es en las obras de Engels «Ludwig Feuerbach» y «Anti-Dühring», que –al igual que el «Manifiesto Comunista»– son libros que no deben faltar en las manos de ningún obrero consciente.
Pero Marx no se detuvo en el materialismo del siglo XVIII, sino que imprimió nuevo impulso a la filosofía. La enriqueció con las adquisiciones de la filosofía clásica alemana, especialmente del sistema de Hegel, que, a su vez, condujo al materialismo de Feuerbach. La más importante de estas adquisiciones es la dialéctica, es decir, la teoría del desarrollo en su forma más completa, más profunda y más libre de unilateralidad, la teoría de la relatividad del conocimiento humano, que nos da un reflejo de la materia en constante desarrollo. Los novísimos descubrimientos de las ciencias naturales –el radio, los electrones, la transformación de los elementos– han confirmado de un modo admirable el materialismo dialéctico de Marx contra las doctrinas de los filósofos burgueses, con su «nuevo» retorno al viejo y podrido idealismo.
Ahondando y desarrollando el materialismo filosófico, Marx lo llevó a término e hizo extensivo su conocimiento de la naturaleza al conocimiento de la sociedad humana. El materialismo histórico de Marx es una conquista formidable del pensamiento científico. [72] El caos y la arbitrariedad que imperaban en las opiniones sobre la historia y sobre la política, dejaron el puesto a una teoría científica asombrosamente completa y armónica, que revela cómo de un sistema de vida social se desarrolla, al crecer las fuerzas productivas, otro más alto, cómo de la servidumbre de la gleba, por ejemplo, nace el capitalismo.
Exactamente lo mismo que el conocimiento del hombre refleja la naturaleza que existe independientemente de él, es decir, la materia que se desarrolla, el conocimiento social del hombre (es decir, las diversas opiniones y doctrinas filosóficas, religiosas, políticas, &c.), reflejan el régimen económico de la sociedad. Las instituciones políticas son la superestructura que se levanta sobre la base económica. Y así vemos, por ejemplo, cuán diversas son las formas políticas de los Estados europeos modernos que sirven para reforzar la dominación de la burguesía sobre el proletariado.
La filosofía de Marx es el materialismo filosófico acabado, que ha dado a la humanidad, y en particular a la clase obrera, una formidable arma de conocimiento.
II
Reconociendo que el régimen económico es la base sobre la que se levanta la superestructura política. Marx dirigió, ante todo, su atención al estudio de este régimen económico. La obra principal de Marx, «El Capital», está consagrada al estudio del régimen económico de la sociedad moderna, es decir, de la sociedad capitalista.
La Economía política clásica anterior a Marx, se había formado en Inglaterra, el país capitalista más desarrollado. Adam Smith y David Ricardo, investigando el régimen económico, iniciaron la teoría del valor por el trabajo. Marx prosiguió su obra. Fundamentó con toda precisión y desarrolló consecuentemente esta teoría. Y puso de manifiesto que el valor de toda mercancía se determina por la cantidad de tiempo de trabajo socialmente necesario invertido en su producción.
Allí donde los economistas burgueses veían una relación entre cosas (cambio de unas mercancías por otras), Marx descubrió una relación entre personas. El cambio de mercancías expresa el lazo establecido entre los productores sueltos por mediación del mercado. El dinero indica que esta relación se hace más estrecha, uniendo inseparablemente en un todo la vida económica de los productores aislados. El capital indica que esta relación se desarrolla todavía más: la fuerza de trabajo del hombre se convierte en una mercancía. [73] El obrero asalariado vende su fuerza de trabajo al propietario de la tierra, de la fábrica, de los instrumentos de trabajo. El obrero emplea una parte de la jornada de trabajo en cubrir el coste de su sustento y el de su familia (salario); durante la otra parte de la jornada, trabaja gratis, creando para el capitalista la plusvalía, fuente de las ganancias y fuente de la riqueza de la clase capitalista.
La teoría de la plusvalía es la piedra angular de la teoría económica de Marx.
El capital creado por el trabajo del obrero oprime al obrero, arruinando al pequeño patrono y creando el ejército de los parados. En la industria, el triunfo de la gran producción salta enseguida a la vista, pero también en la agricultura nos encontramos con este mismo fenómeno: aumenta la superioridad de la gran agricultura capitalista, crece la aplicación de maquinaria, la hacienda campesina cae bajo el yugo del capital monetario, decae y se arruina bajo el peso de la técnica atrasada. En la agricultura, la decadencia de la pequeña producción reviste otras formas, pero esta decadencia es un hecho indiscutible.
Aplastando la pequeña producción, el capital conduce al aumento de la productividad del trabajo y a la creación de una situación de monopolio para los consorcios de los grandes capitalistas. La misma producción va haciéndose cada vez más social –cientos de miles y millones de obreros se articulan en un organismo económico con arreglo a un plan–, pero el producto del trabajo social se lo apropia un puñado de capitalistas. Crecen la anarquía de la producción, las crisis, una caza furiosa en torno a los mercados, la inseguridad de la existencia para las masas de la población.
Aumentando la relación de dependencia de los obreros respecto al capital, el régimen capitalista crea la gran potencia del trabajo unido.
Desde los primeros gérmenes de la Economía de mercancías, desde el simple cambio, Marx va siguiendo el desarrollo del capitalismo hasta sus formas más altas, hasta la gran producción.
Y la experiencia de todos los países capitalistas, así los viejos como los nuevos, revela palpablemente, con cada año que pasa, a un número cada vez mayor de obreros, la justeza de esta doctrina de Marx.
El capitalismo ha vencido en el mundo entero, pero esta victoria no es más que el preludio del triunfo del trabajo sobre el capital. [74]
III
Cuando se derrocó la servidumbre de la gleba y vio la luz del mundo la «libre» sociedad capitalista, se descubrió enseguida que esta libertad representaba un nuevo sistema de opresión y explotación de los trabajadores. Como reflejo de esta opresión y protesta contra ella, comenzaron inmediatamente a surgir diversas doctrinas socialistas. Pero este socialismo rudimentario era un socialismo utópico. Criticaba la sociedad capitalista, la condenaba, la maldecía, soñaba con su destrucción, fantaseaba acerca de un régimen mejor, quería convencer a los ricos de la inmoralidad de la explotación.
Pero el socialismo utópico no podía señalar una salida real. No sabía explicar la esencia de la esclavitud asalariada bajo el capitalismo, ni descubrir las leyes de su desarrollo, ni encontrar aquella fuerza social capaz de convertirse en la creadora de la nueva sociedad.
Entretanto, las revoluciones violentas que siguieron en toda Europa, y especialmente en Francia, a la caída del feudalismo, a la servidumbre de la gleba, ponían al desnudo cada vez más palpablemente, como base de todo el desarrollo y su fuerza motriz, la lucha de clases.
Ni un solo triunfo de la libertad política sobre la clase de los señores feudales fue arrancado sin una resistencia desesperada. Ni un solo país capitalista se formó sobre una base más o menos libre, más o menos democrática, sin una lucha a muerte entre las diversas clases de la sociedad capitalista.
El genio de Marx está en haber sabido deducir de aquí antes que nadie y llevar a cabo consecuentemente la conclusión implícita en la historia del mundo entero. Esta conclusión es la teoría de la lucha de clases.
Los hombres han sido siempre y siempre serán, en política, víctimas necias del engaño de los demás y del propio, mientras no aprendan a descubrir detrás de todas las frases, declaraciones y promesas morales, religiosas, políticas, sociales, los intereses de tales o cuales clases. Los partidarios de reformas y mejoras se verán siempre burlados por los defensores de lo viejo, mientras no comprendan que toda institución vieja, por bárbara y podrida que parezca, se sostiene por la fuerza de estas o aquellas clases dominantes. Y, para vencer la resistencia de estas clases, sólo hay un medio: encontrar en la misma sociedad que nos rodea, educar y organizar para la lucha a las fuerzas que pueden –y por su situación social, deben– formar la fuerza capaz de barrer lo viejo y crear lo nuevo.
Sólo el materialismo filosófico de Marx señaló al proletariado la [75] salida de la esclavitud espiritual en que han vegetado hasta hoy todas las clases oprimidas. Sólo la teoría económica de Marx ha explicado la situación real del proletariado bajo el régimen general del capitalismo.
En el mundo entero, desde América hasta el Japón y desde Suecia hasta el África del Sur, se multiplican las organizaciones independientes del proletariado. Este se educa y se instruye, librando su lucha de clases, se sustrae a los prejuicios de la sociedad burguesa, estrecha cada vez más su cohesión, aprende a medir el alcance de sus éxitos, templa sus fuerzas y crece arrolladoramente.
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{1} Este artículo de Lenin fue publicado en el núm. 3 de la revista rusa «Prosveschenie» («Cultura»), en marzo de 1913, con la firma de W. I. (N. del editor.)
(Carlos Marx, Obras escogidas, tomo I, Ediciones Europa-América, Barcelona 1938, páginas 70-75.)