La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro III

Capítulo L
De lo que el secretario Panucio dixo al Emperador Marco Aurelio a la hora de la muerte. Es por cierto plática digna de tener en la memoria y para leerla a los enfermos que están ya en la hora postrera.


¡O!, Marco, señor mío, ya no ay lengua que calle, ni ojos que dissimulen, ni coraçón que lo sufra, ni razón que lo permita; ca la sangre se me yela, los nervios se me secan, los poros se me abren, el ánima se me arranca y el espíritu se me desmaya. Y la causa de todo esto es ver que los sanos consejos que davas a los otros no los sabes o no los quieres tomar para ti. Véote, señor mío, morir, y muero por no te poder remediar; porque si los dioses pusiessen en almoneda tu vida, por sólo que te alargassen un día de vida, liberalmente daría yo toda mi vida. Si es verdadera o si es fingida la tristeza que en mí reyna, no es necessario que lo diga mi lengua, pues claramente lo conoscerás en mi cara; porque los ojos están hechos arroyos de lágrimas y el coraçón hecho un mar de pensamientos. Mucho siento carecer de tu compañía, mucho siento el daño que de tu muerte se seguirá a la república, mucho siento la soledad que quedará en tu casa, mucho siento perder lo que pierde oy Roma; pero lo que sobre todo más a mi coraçón atormenta es ver como te vi vivir como sabio y verte agora morir como simple.

Dime, yo te ruego, señor: ¿para qué los hombres deprenden a hablar griego, trabajan por entender el ebrayco, sudan en la lengua latina, gastan tanto tiempo en Grecia, mudan tantos maestros, rebuelven tan diversos libros y consumen en los estudios tantos dineros y años, si no es para saber passar la vida [899] con honra y tomar después la muerte con paciencia? El fin porque los hombres han de estudiar ha de ser para deprender bien a vivir; porque no ay otra tan verdadera sciencia como saber el hombre muy bien ordenar su vida. ¿Qué aprovecha saber yo mucho si de aquel saber yo no saco provecho? ¿Qué aprovecha saber hablar todas las lenguas estrañas si no refreno yo mi lengua de hablar en vidas agenas? ¿Qué aprovecha estudiar en muchos libros si no estudio para más de para engañar a mis próximos? ¿Qué aprovecha saber las propriedades de las estrellas y los cursos de los elementos si no me sé guardar de los vicios? Finalmente digo que aprovecha muy poco preciarse uno de ser maestro de sabios y que en secreto le motejen ser discípulo de locos. La summa de toda la philosophía consiste en servir a los dioses y no ofender a los hombres. Pregúntote, Sereníssimo Príncipe: ¿qué aprovecha al piloto saber el arte de marear y después perescer en la tormenta? ¿Qué aprovecha al esforçado capitán blasonar mucho de la guerra y después no saber dar la batalla? ¿Qué aprovecha a la guía enseñar a otros el atajo y después perder él el camino? Todo lo que digo por ti, señor, lo digo, ca ¿qué aprovecha que teniendo entera la vida sospiravas por la muerte, y agora que se te ofrece la muerte estás llorando por la vida? Una de las cosas en que los hombres prudentes muestran su prudencia es en saber amar y saber aborrescer; porque es muy gran poquedad, y aun aýna diría liviandad, amar oy aquello de que blasfemavan ayer, y blasfemar mañana de lo que adoravan oy.

¿Qué príncipe poderoso, ni qué plebeyo abatido uvo, ni pienso avrá en el mundo como tú, que en tan poco tuviesse la vida y tanto bien dixesse de la muerte? ¡Qué cosas escreví yo, siendo tu secretario, de mi propria mano a diversas provincias del mundo, do dezías tantos bienes de la muerte, a que me hazías algunas vezes aborrescer la vida! ¡Qué fue ver aquella carta que escreviste a la generosa Claudina, biuda romana, consolándola de la muerte que murió su marido en la guerra, a la qual ella respondió que dava por bienaventurada su pena por merescer que tú le escriviesses tal carta! ¡Qué tan lastimosas y (junto con esto) sabrosas cosas escreviste a Antígono [900] sobre la muerte del infante Veríssimo, tu muy querido hijo, la muerte del qual sentiste tanto, a que excediste los límites de philósopho, pero al fin con tu mucha cordura alançaste a tu sobrada tristeza! ¡Qué profundas sentencias, qué palabras tan bien ordenadas escreviste en aquel libro intitulado Remedio de tristes, el qual dende la guerra de Asia le embiaste a los senadores de Roma, y esto fue para consolarlos después de una grave pestilencia, y todo el Senado te respondió que no avía hecho tanto daño la pestilencia, quanto provecho después avía hecho tu doctrina! ¡Con qué nuevo género de consolación consolaste a Helio Fábato, el censor, quando se le ahogó su hijo en el río, en que me acuerdo que quando entraste en su casa le hallamos messando y quando nos despedimos le dexamos riendo! Gneo Rústico el bueno, acuérdome que, estando del último mal malo, yéndole tú a visitar dixístele tales cosas, que en el fervor de tus palabras a él se le arrasaron los ojos de lágrimas, y, preguntado por mí qué fuesse la causa de su lloro, dixo: «Hame dicho el Emperador, mi señor, tantos males de lo que pierdo y tantos bienes de lo que espero, que, si lloro, no lloro por la vida que se me acorta, sino por la muerte que se me alarga.» La persona que tú sobre todos más amaste fue Torquato, al qual obedecías como a padre y servías como a maestro; y, estando este tu fiel amigo muy al cabo para morir y muy desseoso de vivir, embiaste tú a ofrecer sacrificios a los dioses no para que le otorgassen la vida, sino para que le abreviassen la muerte. Estando, pues, yo desto espantado, y aun aýna diría escandalizado, queriendo tu nobleza satisfazer a mi ignorancia, me dexiste en secreto: «No te maravilles, Panucio, verme ofrescer por mis amigos sacrificios de muerte y no de vida; porque no ay cosa que el fiel amigo ha de dessear a su verdadero amigo como es verle salido de los muchos trabajos deste mundo.»

¿Por qué piensas, Sereníssimo Príncipe, que te trayo todas estas cosas a la memoria, sino para dezirte que cómo es possible, yo que te vi tanto blasonar de la muerte, te vea agora con tan mala voluntad dexar la vida? Pues los dioses lo mandan, tu edad lo quiere, tu enfermedad lo causa, tu flaca naturaleza lo permite, la triste Roma lo meresce, la engañosa fortuna lo [901] consiente, en hado de nosotros cae que ayas de morir, ¿por qué por te morir te pones a suspirar? Los trabajos que de necessidad han de venir con esforçado coraçón se han de esperar. El coraçón mísero y flaco primero es caýdo que combatido, pero el coraçón denodado en lo más fuerte del peligro allí cobra más esfuerço. Un hombre eres tú que no dos, una muerte deves a los dioses que no dos; pues ¿por qué quieres, siendo uno, pagar por dos, y no más de por una vida quieres tomar dos muertes? Quiero dezir que antes que se acabe la vida te mueres tú de pura tristeza. Después de aver navegado y en la navegación passado tanto peligro, al tiempo que los dioses te aportan a puerto seguro ¿quieres engolfar otra vez en el piélago más peligroso? ¿Sales con victoria de la vida y quieres morir en el alcance de la muerte? ¿Sessenta y dos años peleaste en el campo sin bolver al mundo la cara y témesle agora, encastillado en la sepultura? ¿No te despeñaste del risco en que estavas enrriscado y tropieças agora por el camino seguro? ¿Conosces mejor el daño que ay en el largo vivir y pones agora dubda en el provecho que se sigue del bien morir? ¿Ha gran quantidad de años que a ti la muerte y la muerte a ti estáys desafiados como crudos enemigos, y agora al tiempo de echar mano a las armas quieres huyr y bolver las espaldas? ¿Sessenta y dos años ha que traes bandos con la fortuna y cierras los ojos al tiempo que has de triumphar della?

Por lo que te he dicho quiero dezir que, pues de voluntad no te vemos tomar la muerte presente, tenemos sospecha no aver sido buena tu vida passada; porque el hombre que no ha gana de yr a parescer delante los dioses justos, señal es que deve estar cargado de vicios. ¿Qué has, Sereníssimo Príncipe? ¿Por qué lloras como niño? ¿Por qué suspiras como desesperado? Si lloras porque mueres, a esto te respondo que no rieras tú tanto quando vivías; porque del demasiado reýr en la vida viene el mucho llorar en la muerte. Los exidos de la república ¿quién jamás los aproprió por su eredad propria? La alcavala del viento ¿quién será osado de assegurarla ser juro seguro? Quiero dezir que murieron, mueren y morirán todos, ¿y entre tantos muertos quieres tú vivir solo? ¿Quieres tú alcançar de los dioses aquello porque ellos son dioses, es a saber: [902] que te hagan immortal como a sí mismos? ¿Quieres tú solo tener por privilegio lo que los dioses tienen por naturaleza? Mi juventud pregunta a tu ancianidad: ¿quál es mejor o, por mejor dezir, quál es menos mal: bien morir o mal vivir? Bien vivir yo dubdo que alguno lo pueda alcançar, según los continuos y varios trabajos que cada día entre las manos solemos traer. Sufrir a la continua hambre, frío, sed, soledad, descontentos, disfavores, tentaciones, persecuciones, desdichas, sobresaltos y enfermedades: ésta no se puede llamar vida, sino una muerte prolixa. Con razón llamaremos a esta vida muerte, pues mil vezes estamos aborridos con la vida. Si un hombre anciano hiziesse alarde de su vida desde que salió de las entrañas de su madre hasta que entró en las entrañas de la tierra, y el cuerpo contasse allí todos los dolores que ha passado, y el coraçón descubriesse todos los golpes de fortuna que ha sufrido; imagino que los dioses se maravillassen y los hombres se espantassen de cuerpo que tal ha sufrido y de coraçón que tal ha dissimulado. Yo tengo por más cuerdos a los griegos, que lloran quando nascen los niños y ríen quando mueren los viejos, que no a los romanos, que cantan quando nascen los niños y lloran quando se mueren los viejos. Con mucha razón nos devemos reýr en la muerte de los viejos, pues mueren para reýr; y con mucha más razón emos de llorar quando nascen los niños, pues nascen para llorar. [903]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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Edición digital de las obras de
Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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