La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro III

Capítulo XXXVII
De una carta que escrivió el Emperador Marco Aurelio a Lavinia romana, consolándola de la muerte de su marido. Es letra muy notable para consolación de las biudas, en especial las que son generosas señoras. Divide el auctor la carta en dos capítulos.


Marco del monte Celio, Emperador romano, cónsul primero, tribuno del pueblo, Pontífice Magno, destinado contra los dacos; a ti, la muy generosa matrona Lavinia romana, muger que fueste de mi Claudino el bueno, salud y consolación en los dioses consoladores te embía.

Según lo que meresce tu persona, y según lo que a tu marido yo devía, bien pienso que tu sospecha estará reñida con mi descuydo; porque a tus muy lastimosas llagas han acudido mis consolaciones muy perezosas. Acordándome de tu nobleza (que no puede faltar), y imaginando que te acordarás de mi voluntad (que siempre te desseó servir), soy cierto que, si me acusare tu sospecha, me defenderá tu cordura; porque (hablando la verdad) si soy el postrero en te consolar, fuy el primero en tus dolores sentir. Caso que la ignorancia sea un crudo verdugo de las virtudes y una espuela para todos los vicios, no menos acontesce a las vezes que el sobrado saber desassossiega a los sabios y escandaliza a los innocentes; porque, según vemos por experiencia, los hombres muy resabidos, éstos son los que caen en casos muy peligrosos. Muy mejor nos hallamos los latinos con la ignorancia de los vicios que no se hallaron los griegos con el conocimiento de las virtudes; y la razón desto es porque de las cosas que ignoramos, ni tenemos pena por las alcançar, ni menos tenemos dolor por las perder. [826] Ha sido mi intento de dezir esto porque he sabido lo que no quisiera saber, y he oýdo lo que no quisiera oýr, conviene a saber: que son acabados ya los días y trabajos de Claudino, tu marido, y comiençan agora de nuevo los de ti, Lavinia, su muger.

La muerte del buen Claudino, amigo mío y marido tuyo, días avía que yo la sabía, aunque la dissimulava; y por el dios Mars te juro que no era por no querer llorar a él, sino por no desconsolar a ti; porque me parescía que era suprema crueldad a la que estava lastimada con sola la absencia de tanto tiempo, por mi mano fuesse muerta con la muerte de tan desseado marido. Inhumana y injusta cosa era de quien yo recebí buenas obras, recibiesse de mí tan malas nuevas. Tenían los antiguos cartaginenses por ley que si al padre avían de dezir la muerte de su hijo, o al hijo avían de dezir la muerte de su padre, o a la muger avían de dezir la muerte del marido, o al marido la muerte de la muger, o por semejante avían de dezir otra triste y lamentable muerte a otro alguno; el que avía de traer la tal nueva, avía de ser uno de los que en la cárcel estavan condenados a perder la vida. Parescíales a los cartaginenses que el hombre que dezía a otro cómo su hermano, o pariente, o amigo se avía muerto, que luego le avían de matar, o él se avía de morir, o a lo menos no devía en su presencia jamás parescer. Si en este caso la ley de los cartaginenses era justa, por no caer en aquella pena justo fue que no te diesse yo tan mala nueva; porque todas las vezes que vemos al que nos dixo alguna cosa dessabrida, siempre con su vista se nos renueva la llaga.

Después que murió Claudino tu marido, no he tenido una hora de descanso sólo de pensar quándo vernía a tu noticia tan triste y tan lastimosa nueva; pero ya que sé cómo lo sabes, tengo doblada la pena; porque agora siento su muerte, siento mi soledad, y siento tu desconsuelo, y siento el daño que de su muerte se le sigue al Imperio Romano. Tú perdiste un romano generoso en la sangre, moderado en las prosperidades, sufrido en las adversidades, animoso en los trabajos, solícito en los negocios, prudente en los consejos, fiel con sus amigos, astuto con sus enemigos, zeloso de la república y muy [827] honesto en su persona. Y, sobre todo, y de lo que más le tengo embidia, es que jamás a hombre escandalizó con su vida, ni lastimó con su lengua. Tantas y tan opulentas virtudes como éstas pocas vezes las emos visto en una persona acumuladas; porque (hablando la verdad) si por menudo se desaminassen las vidas de muchos los quales presumen de muy virtuosos, yo juro que hallassen más que reprehender que no que loar. Pues que perdiste tan buen marido y yo perdí tan fiel amigo, obligados somos tú de llorar tan gran pérdida y yo de sospirar por tan buena compañía; y esto no ha de ser por Claudino, el qual está ya descansado con los dioses, sino por nosotros, que quedamos en poder de tantos malos; porque los muertos descansan como en puerto seguro, pero nosotros aún navegamos por un piélago muy peligroso.

¡O, triste de ti, mi coraçón, y cómo te veo entre la yunque y el martillo!, conviene a saber: desacompañado de buenos y arrodeado de malos, por cuya ocasión muchas vezes me paro a pensar quál lloraré primero: los malos que son vivos, o los buenos que son muertos; porque al fin tanto nos lastima el mal que hallamos como el bien que perdemos. Muy gran pena es ver morir a los ombres buenos y virtuosos, pero yo por mayor pena tengo ver vivir a los malos y viciosos; pero, según dize el divino Platón, querer los dioses matar a los buenos que los sirven y dar larga vida a los malos que los ofenden es un tan profundo caso, que cada día le lloramos y jamás el secreto dél alcançamos. Dime, yo te ruego, Lavinia: ¿agora sabes tú que son de tan buena conversación los dioses a do ymos quando morimos, y son de tan mala intención los hombres con quien tratamos en quanto vivimos, que assí como los malos nascen para morir, assí los buenos mueren para vivir? Porque el hombre bueno, aunque muere, vive; y el hombre malo, aunque vive, muere.

Yo te juro por la madre Verecinta, y assí el dios Júpiter sea en mi guarda, que no lo digo fingido esto que quiero dezir; y es que, considerando el descanso que con los dioses tienen los muertos, y vistas las ansias y trabajos que acá tenemos los vivos, digo y afirmo otra vez que tienen ellos más compassión de nuestra vida que nosotros tenemos dolor de su muerte. [828] Aunque la muerte de los hombres fuesse como la muerte de los animales, conviene a saber: que ni oviesse furias que atormentassen a los malos, ni uviesse dioses que premiassen a los buenos, devríamos estar consolados de ver morir a nuestros amigos no por más de por verlos ya libres de tantos trabajos. El plazer que tiene el piloto de verse en puerto seguro, la gloria que tiene el capitán de ver el día de la victoria, el descanso que tiene el caminante de ver acabada la jornada, el contentamiento que tiene el artífice de ver en perfeción su obra: todo esto tienen los muertos en verse ya fuera desta mísera vida. Si los hombres nascieran para siempre vivir, muy justo sería llorarlos quando los vemos morir; pero, pues es verdad (como es verdad) que nascieron para morir y después de la muerte está su vida, diría yo que emos de llorar no a los que mueren presto, sino a los que viven mucho. Yo soy cierto que Claudino, tu marido, acordándose de lo que passó en esta vida y viendo el descanso que tiene en la otra, aunque los dioses le hiziessen emperador de Roma, él no saliesse ni por un día de la sepultura; porque, tornando al mundo, avía otra vez de morir; mas, estándose con los dioses, espera para siempre vivir.

Mucho te ruego, señora Lavinia, no rompas ya más los cielos con tantos sospiros, no riegues la tierra con tan lastimosas lágrimas, pues sabes que Claudino, tu marido, está en lugar do no tiene tristeza, sino alegría; do no tiene pena, sino descanso; do no llora, sino que ríe; do no sospira, sino que canta; do no tiene enojos, sino plazeres; do no teme ya muerte, sino que tiene perpetua la vida. Pues si esto es verdad, como es verdad, justo es que a la muger biuda se le alivie la congoxa con pensar que su marido ya no tiene pena. Muchas vezes me paro a pensar qué es lo que deven pensar las biudas quando se vieren congoxadas para sacudir de sí tristezas y congoxas, y hallo por mi cuenta que no deven pensar en la buena compañía passada, ni menos pensar en la triste soledad que tienen presente, ni tampoco deven pensar en cosa que les dio plazer en este mundo, sino acordarse del descanso que esperan advenidero; porque la verdadera biuda la conversación ha de tener con los vivos y sus finales desseos con los muertos. [829] Si hasta aquí penavas esperando a tu marido a que viniesse a tu casa, gózate agora que él te espera en la suya, en la qual yo te juro que seas tú mejor tratada de los dioses que no lo fue él acá de los hombres; porque en este mundo no sabemos qué cosa es gloria y allá no saben qué cosa es pena.

Licinio y Pósthumo, tus tíos, me han dicho que en el llorar eres muy estremada, y que no quieres admitir consolación alguna. En este caso yo no siento que hagas tú tanto sentimiento por Claudino, que parezca tú sola averle perdido; que, pues todos le gozamos en la vida, todos tenemos obligación de llorar en su muerte. Los coraçones tristes y lastimados no sienten en este mundo otro mayor dolor que es ver a otros que se alegran de sus dolores. Lo contrario desto es que el coraçón triste y lastimado no tiene otro mayor alivio ni descanso en los graves y crudos toques que le da la fortuna sino pensar que otros tienen pena de su pena. Quando yo estoy triste y desconsolado, gran consolación tengo de ver cabe mí a mi amigo, y que me dize mi coraçón que él siente lo que yo siento; por manera que todo lo que mi amigo llora con sus ojos y todo lo que siente de sus lástimas, assí como él lo carga sobre sus fuerças, assí lo descarga de mis entrañas.

Octavio Augusto Emperador, según dizen sus historias, halló a las riberas del Danubio una nación de gentes que tenían una costumbre tan estremada, que jamás fue vista de los ojos ni leýda en los libros, y era ésta. Juntávanse dos amigos y yvan a las aras de los templos, y allí se confederavan amigo con amigo, por manera que se casavan los coraçones como se casan la muger y el marido los cuerpos, jurando y prometiendo allí a los dioses de jamás llorar ni tomar pena por ningún infortunio que viniesse a su persona, sino que mi amigo avía de venir a llorar y remediar mis trabajos como si fuessen suyos, y yo avía de yr a llorar y remediar los suyos como si fuessen míos proprios. ¡O, siglo glorioso!, ¡o, edad bienaventurada!, ¡o, gente de eterna memoria!, en la qual eran los hombres tan columbinos y eran los amigos tan verdaderos, que, olvidando sus trabajos, lloravan los trabajos agenos. ¡O, Roma sin Roma!, ¡o, tiempo mal espendido!, ¡o, vida en nosotros mal empleada!, ¡o, descuydo que siempre está sin cuydado!, están [830] oy las entrañas tan desentrañadas en lo bueno y están los coraçones tan assentados en lo malo, que, olvidados ya los hombres ser honbres y tornados peores que fieros salvajes, yo afano por darte la muerte y tú mueres por quitarme la vida; tú lloras por verme reýr y yo río por verte llorar; yo procuro que tú no subas y tú penas porque yo no caygo; finalmente sin provecho ninguno nos perdemos y sin sacar interesse holgamos de nos acabar de perder. A ley de bueno te juro, señora Lavinia, que, si tu remedio estuviesse en mi mano como tu dolor está en mi coraçón, ni estaría yo lastimado con tu triste lloro, ni tú tan penada de la soledad de tu marido; pero ¡ay de mí! que tengo coraçón para sentirlo y no tengo fuerças para remediarlo. [831]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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Edición digital de las obras de
Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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