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Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro III

Capítulo XXXVI
Que sin comparación es muy mayor el trabajo de las mugeres biudas que no el de los hombres biudos, y que por esso deven los príncipes tener más compassión dellas que no dellos.


Compassión es de tener a un hombre generoso y valeroso quando le vemos triste, solo y biudo, en especial si con la muger que perdió estava a su contento casado; porque, si el tal no se ha de casar, él perdió su dulce compañía; y, si piensa de casarse, sea cierto que aciertan pocos en muger segunda. Muy gran desmando viene a la casa generosa morirse en ella la muger que la governava, porque luego el marido se descuyda, los hijos se desmandan, los criados emperezan, las criadas se desvergüençan, los amigos se olvidan, la casa se cae, la ropa se gasta y la hazienda se pierde; finalmente en casa del hombre biudo son muchos a hurtar y muy pocos a trabajar. Muy profundos y muy lastimosos son los pensamientos del hombre biudo; porque, si piensa de casarse, entristécese de dar a sus hijos madrasta; si no se piensa casar, siente pena en ver que le queda la jornada larga; por manera que el triste honbre suspira por la muger que perdió y llora la que ha de tomar.

Dado caso que esto sea verdad, mucho va de la biudez de las mugeres a la biudez de los hombres, lo qual está muy claro en que un hombre después de biudo lícitamente puede andar fuera de su casa, puede salir por los campos, puede hablar con sus vezinos, puede negociar por sus amigos, puede pleytear sus pleytos y aun puede conversar y se recrear en lugares honestos; porque comúnmente los hombres no son tan [820] estremados en sentir la muerte de sus mugeres, como las mugeres son estremadas en sentir la muerte de sus maridos. No se dize esto en disfavor de los hombres prudentes y cuerdos, a los quales vemos por la muerte de sus mugeres hechos sus ojos unos arroyos de lágrimas, sino por muchos otros hombres vanos y livianos, los quales, en passando los nueve días de las honras, los verán sin vergüença andar ogeando ventanas.

No es assí, por cierto, de las tristes mugeres, a las quales después de biudas no les es lícito andar fuera, ni salir de casa, ni hablar con los estraños, ni negociar con los suyos, ni conversar con los vezinos, ni pleytear con los deudores, sino que conforme a sus tristes estados se han de tapiar en sus casas y se han de encerrar en sus cámaras, do tienen por oficio de regar los estrados con lágrimas y romper los cielos con sospiros. ¡O, quán triste!, ¡o, quán enojoso!, ¡o, quán peligroso es el estado de las biudas!: en que si una biuda sale de su casa, la juzgan por deshonesta; si no quiere salir de casa, piérdesele su hazienda; si se ríe un poco, nótanla de liviana; si nunca se ríe, dizen que es ypócrita; si va a la iglesia, nótanla de andariega; si no va a la iglesia, dizen que es a su marido ingrata; si anda mal vestida, nótanla de estremada; si tiene la ropa limpia, dizen que se cansa ya de ser biuda; si es esquiva, nótanla de presumptuosa; si es conversable, luego es la sospecha en casa; finalmente digo que las desdichadas biudas hallan a mil que juzguen sus vidas y no hallan a uno que remedie sus penas.

Mucho pierde la muger que pierde al padre que le engendró, o a la madre que la parió, o a los hermanos que mucho amó, o a los amigos que conosció, o a la hazienda que allegó; pero digo y afirmo que no ay otra igual pérdida en el mundo con perder una muger a un buen marido, porque en las otras pérdidas no ay más de una pérdida sola, mas en ésta del marido se pierden todas las otras juntas. Después que una muger vee a su querido marido en la sepultura, querríale yo preguntar qué bien le puede quedar en su casa, pues sabemos todos que el marido (si era bueno) era sombra de sus trabajos, era el remedio de sus necessidades, era inventor de [821] sus plazeres, era el verdadero amor de sus entrañas, era el señor de su persona y era el gran ýdolo que ella adorava; finalmente era fiel mayordomo de su casa y buen padre de sus hijos y familia.

Quédele familia o no le quede familia; quédenle hijos o no le queden hijos; quédele hazienda o no le quede hazienda: en uno y en otro le queda trabajo a la triste biuda. Si por caso queda pobre y no le queda hazienda, piense cada uno qué tal puede ser su vida; porque la triste sinventura, o ha de aventurar la persona para ganarlo, o ha de perder la vergüença para pedirlo. Una muger de buena parte, una muger generosa, una muger delicada, una muger regalada, una muger bien afamada, una muger que ha de mantener hijos y familia; sobra de razón tiene para estar angustiada de ver que, si se ha de mantener con la aguja, aun no tiene para pan y agua; si lo ha de ganar con su cuerpo, pierde su alma; si lo ha de pedir a otros, házele vergüença; si ha de despedirlos de su casa, cae de su honra; si ha de cumplir el alma de su marido, ha de vender su ropa; y, si no quiere pagar las deudas, llévanla delante la justicia. Como naturalmente las mugeres sean tiernas, ¿qué coraçón les abastará para sufrir tantas afrentas y qué ojos se absternán de no derramar infinitas lágrimas?

Si por caso le queda fazienda a la triste biuda, no pocas çoçobras le quedan con ella, en que tiene trabajo de grangearla, tiene muchos gastos en sustentarla, tiene muchos pleytos en defenderla, tiene muchos trabajos en aumentarla, y al fin tiene muchos enojos en repartirla; porque todos sus hijos y erederos más se ocupan en pensar cómo la han de eredar que no en la manera que la han de servir. Quando llegué a este passo, no poco espacio tuve suspensa mi pluma en ver si tocaría o no tocaría esta tecla, es a saber: que muchas vezes las pobres biudas ponen en público la demanda de su hazienda, y los juezes de secreto pídenles la possessión de su persona, por manera que primero se haze justicia de su honra que no se averigüe el derecho de su justicia. Si por caso a la muger biuda no le queda fijo, no por esso queda sin trabajo: lo uno en que queda la sinventura muy sola, lo otro que los parientes del marido la despojan de la hazienda; porque en [822] este caso son a las vezes los erederos tan descomedidos, que por una capa raýda o por una arca quebrada hazen a la triste biuda una afrenta.

Si por caso a las tristes biudas les quedan hijos, allí digo yo que les quedan los trabajos doblados, ca, si los tales son pequeños, passan mucho peligro en criarlos, por manera que todas las horas y momentos viven las madres con sobresaltos de sólo pensar en la vida y salud de sus niños. Si por caso los hijos que les quedan son grandes, no por cierto los trabajos que con ellos les quedan son pequeños, en que por la mayor parte salen o sobervios, o desobedientes, o maliciosos, o perezosos, o adúlteros, o golosos, o blasfemos, o tahúres, o reboltosos, o mentirosos, o locos, o bovos, o resabidos, o enfermizos; por manera que la vida de las tristes madres es llorar la muerte de los padres y remediar los desatinos de los hijos.

Si es grande el trabajo que les queda a las madres con los hijos, digo que es intolerable el que les queda con las hijas; porque, si la hija es aguda, piensa que se le ha de perder; si es simple, piensa que se la han de engañar; si es fermosa, harto tiene que la guardar; si es fea, no la puede casar; si es bien acondicionada, no la querría de sí apartar; si es malacondicionada, no la puede sufrir; si es recogida, no tiene con qué la remediar; si es dissoluta, no la osa castigar; finalmente si la saca fuera, teme que se la infamen; si la dexa en casa, ha miedo que se la hurten. ¿Qué hará la triste biuda viéndose cargada de hijas y rodeada de hijos, los quales son ya de tal edad, que es tiempo de remediarlos y no tiene aún para mantenerlos? Ya que remedien algún hijo y casen alguna hija, ¿es verdad que por esso saldrá la triste biuda de congoxa? Digo que no, por cierto, sino que por muy bien que escoja personas ricas y dispuestas no podrán escapar, sino que el día que hinchen sus casas de nueras y yernos, aquel día cargan sus coraçones de penas y cuydados.

¡O!, pobres biudas, no vos engañéys y imaginéys que en tener ya a vuestros hijos casados y vuestras hijas remediadas, que dende en adelante viviréys más alegres y contentas; porque, dexado aparte lo que le pidirán los nietos y lo que le hurtarán [823] los yernos, al tiempo que la vieja piensa estar más segura, los moços le pornán pleyto sobre la hazienda. ¿Qué nuera ay en esta vida la qual de coraçón ame a su suegra, y qué yerno ay en el mundo que no deseredara a su suegro? Cayga una pobre biuda mala, la qual tenga un yerno o una nuera en casa. Tómenles juramento destas dos cosas quál dellas querría más: curar a su suegra con esperança de sanarla, o yr a enterrarla con esperança de eredarla. Yo juro que jurassen los tales holgarían más dar un ducado al cura por la sepultura, que no dar un real al boticario por la purga. Séneca, en una epístola, dize que naturalmente los suegros aman a las nueras y los yernos son amados de las suegras; y por contrario dizen que las suegras naturalmente aborrescen a las nueras y los suegros naturalmente aborrescen a los yernos. Mas esta regla no la tengo yo por general, porque nueras ay que merescen ser adoradas y yernos ay que son dignos de ser muy quistos.

Otro trabajo les suele venir a las biudas, y es que, quando a una triste biuda le queda un solo hijo, al qual ella tiene en lugar de padre, en lugar de hermano, en lugar de hijo, en lugar de marido; y, quando no se cata, delante sus ojos le vee muerto; y, como tenía la vida del hijo a lágrimas pesada, no puede (aunque quiere) tomar la muerte en paciencia, por manera que si del innocente hijo entierran el cuerpo muerto, de la triste madre entierran el coraçón vivo. Dexemos aparte quando los hijos mueren, y preguntemos a las madres qué es lo que sienten quando ellos enferman, y respondernos han que todas las vezes que les enferman los hijos se les renueva la muerte de sus maridos, imaginando que será de los unos lo que fue de los otros. Y (hablando la verdad) no es de maravillar que ellas se teman, porque más peligro tiene una viña quando está en cierne que no quando tiene ya la uva madura.

Suele recrecer a las biudas otro trabajo, el qual entre los trabajos no es el más pequeño, es a saber: el descuydo de los amigos de su marido y la ingratitud de los que allí se uvieron criado y conversado, los quales todos, después que le llevaron a la sepultura, nunca más entraron por las puertas de su casa si no es a pedir servicios viejos o a levantar pleytos nuevos. He [824] querido contar o, por mejor dezir, brevemente tocar los trabajos de las mugeres biudas con fin de persuadir a los príncipes que las remedien, y para amonestar a los juezes que las oyan, y rogar a todos los virtuosos que las consuelen; porque es en sí la obra tan divina, que más meresce cada uno en remediar los trabajos de una sola que no yo en escrevir las angustias de todas ellas juntas. [825]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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