La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro II

Capítulo XXX
Do el auctor prosigue su intento, persuadiendo a las princesas y grandes señoras trabajen por ser sabias como lo fueron las mugeres antiguas, lo qual prueba con muy notables hystorias.


Ésta, pues, fue la epístola que Pithágoras embió a su hermana Theoclea, por la qual se demuestra la profunda umildad dél y la alta eloqüencia della. Hiartus el griego, y aun Plutharco en el libro De regimiento de príncipes, dizen que Pithágoras tuvo no sólo a la hermana Theoclea, de la qual él aprendió tanta filosophía, mas aun tuvo una hija, la sabiduría de la qual sobrepujó a la tía y igualó con el padre. No menos paresce cosa increíble lo que dizen de la fija que lo que dizen de la tía, conviene a saber: que más holgavan en Athenas de oýrla a ella hablar en su casa, que no oýr a Pithágoras en la Academia. Y esto dévese creer por dezirlo auctores tan graves lo uno, y por ver lo que vemos cada día lo otro; porque al fin más vale un hombre el qual, si hablando de burlas en las burlas es gracioso, que no otro hombre, si hablando de veras, en las veras es pesado.

En muchas escrituras he hallado hablar de Pitágoras y de su hija, pero ninguno dize el nombre della, mas de quanto en una epístola de Fálaris el tirano hallé escrita esta palabra en que dize:

«Políchrata, fija que fue del filósofo Pitágoras, fue moça y muy sabia, y fue más hermosa que no rica, y fue tan acatada por la limpieza de su vida, y fue tan estimada por su alta eloqüencia, que valía más la palabra que ella [520] dezía hablando a la rueca, que no la philosophía que su padre leýa en la Academia. (Y dezía más.) No es pequeña lástima de verlo, y más lástima es de oýrlo, en que agora son las mugeres tan desonestas en el vivir y son tan maliciosas en el hablar, a que yo tengo más enbidia a la fama de una muger antigua que a la vida de todas las mugeres presentes; porque más vale una buena muger con una rueca hilando que no cien reynas malas con sus sceptros reynando.»

Por estas palabras que dize Phálaris el tyrano en su carta paresce que aquella hija de Pithágoras se llamava Políchrata. Avía, pues, Pithágoras compuesto muchos comentarios, assí suyos como agenos, tenía gran número de libros; y, como estuviesse en Metaponto, do finalmente murió, a la hora de la muerte mandó llamar a su hija Políchrata, y díxole estas palabras:

«Ya vees, hija Políchrata, cómo es llegada la hora en que se acaba mi vida. Diéronme los dioses el ser, y agora me lo quitan; diome naturaleza el nacer, y agora me da el morir; diome el cuerpo la tierra, y agora le tornará ceniza; diéronme los tristes hados pocos bienes, los quales fueron mezclados con muchos trabajos, de manera, hija mía, que de todo lo que tenía en este mundo ninguna cosa queda comigo; porque teniendo como lo tenía todo emprestado, agora que muero cada uno lleva lo que es suyo. Yo muero con alegría no porque quedas rica, sino porque quedas bien doctrinada, y en señal que te amo mucho mándote todos mis libros, en los quales hallarás el thesoro de mis trabajos, y séte dezir que lo que te mando es hazienda ganada con mi sudor proprio y no adquirida en perjuyzio ageno. Por el amor que te tengo, fija, te ruego, y por los immortales dioses te conjuro, que seas tal y tan buena, que, si los hados me quitaren la vida, a lo menos tú sustentes mi memoria; porque ya sabes tú lo que dixo Omero hablando de Achiles y de Pirro: que la buena vida del hijo vivo sustenta la fama del padre muerto.» [521]

Esto es lo que aquel filósofo dixo a su hija a la hora de la muerte, y, si no son éstas las palabras, a lo menos por otras palabras quiso dezir estas sentencias.

Según dize el poeta mantuano, el rey Evandro fue padre del gigante Pallas, y fue muy amigo del rey Eneas, y jáctavase descender del linaje de los troyanos; y a esta causa, en el tiempo que el rey Eneas y el príncipe Turno traýan entre sí grandes guerras sobre quién casaría con la princesa Lavinia, la qual a la sazón era eredera de Italia, el rey Evandro ayudó a Eneas no sólo con la hazienda, mas aun embiándole a su proprio hijo en persona; porque los amigos por sus verdaderos amigos por voluntad han de derramar la sangre y sin demandarla han de gastar la hazienda. Este rey Evandro tuvo una muger tan docta, que paresce fábula dezir lo que dizen los griegos della, conviene a saber: de su eloqüencia y sabiduría, ca no faltó escriptor que se atrevió a dezir que si lo que escrivió esta muger de las guerras de Troya no fuera por embidia echado en el huego, el nombre de Omero quedara obscuro. La razón desto es porque esta muger fue en el tiempo de la destrución de Troya, y escrivió lo que escrivió como testigo de vista; pero Omero escrivió después de la destrución de Troya como afectado al príncipe Achiles, y como amigo de los griegos y enemigo de los troyanos; y a la verdad, quando el escritor se afectiona a escrivir de una persona, no es menos sino que ha de echar algún borrón en su escritura. Llámavase esta muger del rey Evandro Nicóstrata, aunque otros la llaman Carmenta, y esto por la gran eloqüencia que tuvo en el carmen y verso; porque dizen que tanta facilidad tenía ella en el metro como otros en la prosa. Los historiadores gentiles dizen que fue profetissa, en que profetizó la destrución de Troya xv años antes que fuesse; y dixo la venida de Eneas en Italia; y dixo las guerras que avrían sobre el casamiento de Aurio Lavinia; y dixo cómo Ascanio, fijo de Eneas, edificaría a Alba Longa; y dixo que de los reyes latinos decenderían los romanos; y dixo que mayor sería la vengança que tomaría Roma de Grecia que no la que Grecia tomó de Troya; y dixo que la mayor guerra que ternía Roma sería con los príncipes de África; finalmente dixo que Roma triunfaría de todos los [522] reynos de la tierra y al cabo de Roma triunfaría para siempre una gente incógnita. Según dize Eusebio Cesariense, estas escripturas tenían guardadas los romanos en el alto Capitolio como la religión christiana tiene al Sanctíssimo Sacramento.

El rey Darío, después que fue en la primera batalla vencido por Alexandro, antes que fuesse en la segunda batalla totalmente destruydo, trabajó y buscó muchos modos y maneras para que él y Alexandro fuessen amigos. Y a la verdad el rey Darío fue cuerdo en lo intentar y fue muy desdichado en no lo alcançar; porque más vale en los príncipes una paz honesta que no una victoria ensangrentada. Pusiéronse treguas de tres meses entre estos dos tan valerosos príncipes, y durante este tiempo los sacerdotes de los caldeos que tratavan las pazes dieron por medio que el Magno Alexandro se casasse con una hija del rey Darío y que Darío dotasse a su hija de mucha plata y oro, y que la mejorasse en la tercera parte del Imperio. Y a la verdad el medio que se tomava era muy bueno; porque entre los príncipes no ay cosa con que más aýna se atajan los enojos viejos que es con tomar entre sí parentescos nuevos. Escusóse, pues, deste casamiento el Magno Alexandro, diziendo que él no tenía edad más de xxiii años y que era muy moço aún para ser casado; porque era ley entre los macedonios que no se pudiesse casar la muger hasta los xxv y los hombres hasta los xxx años. La hija del rey Darío era hermosa, era rica, era generosa; pero faltávale lo mejor, ca no era sabia, y ésta fue la causa por que el Magno Alexandro no se casó con ella; porque en aquellos tiempos no se casavan las mugeres por ricas sino por sabias, y finalmente la muger que mejor avía estudiado aquélla alcançava más alto casamiento. Dize Annio Rústico y Quinto Severo que el Magno Alexandro, menospreciando la fija de Darío, después se casó con una muger que avía nombre Barsina, la qual era pobre y no muy hermosa, pero en las letras griegas y latinas era muy doctíssima. Y como los príncipes de Macedonia le retraxessen por qué menospreciando la rica se casó con la pobre, respondió: «Mirad, amigos, en los casamientos harto abasta que el marido sea rico y la muger que tomare sea sabia; porque el oficio del marido es ganar lo perdido y el oficio de la muger es conservar lo ganado.» [523]

Strabo, De situ orbis, dize que la quinta reyna de los lidos fue Mirthis, la qual en el cuerpo fue tan pequeña que parecía enana, y en el ánimo y sabiduría era tan alta que la llamavan la Gigantea; porque al hombre que tiene gran ánimo y pequeño cuerpo justamente le llaman gigante, y al hombre que tiene poco ánimo y tiene gran cuerpo de razón le han de llamar enano. Esta excellente reyna Mirthis, por aver sido muger cuerda quando casada, y aver sido muy honesta quando biuda, y sobre todo aver sido muy docta en la philosophía, los lidos, entre vii reyes que se jactan aver tenido muy gloriosos, a esta reyna Mirthis ponen en el cuento dellos; porque los antiguos tanta gloria davan a las mugeres doctas en las letras como davan a los hombres que eran diestros en las armas.

El poeta Cornificio, según dize Laercio, tuvo una hermana que se llamava Cornificia, la qual en las letras griegas y latinas no sólo fue docta, pero aun en componer metros y epigramas fue muy doctíssima. Cuentan desta muger lo que cuentan de pocos hombres, conviene a saber: que componía ella mejores versos y epigramas de súbito que no su hermano de espacio. Y esto no es muy increýble para que pongamos duda en ello; porque más presteza tiene la péñola de un juyzio vivo que no la lengua de un entendimiento flaco. Este poeta Cornificio residió en Roma mucho tiempo y fue siempre pobre y desfavorecido, aunque a la verdad él era muy más docto que otros, los quales estavan más favorecidos. Y esto cada día acontece en las cortes de los príncipes; porque allí no está la privança en que sean ydiotas o sabios, sino en que ayan ventura de ser a los príncipes aceptos. Dezía Aristóteles: «Ubi multum de intellectu, ibi parum de fortuna», en que quería sentir que los hombres que son de memoria y de entendimiento más ricos, aquéllos son de los bienes deste mundo más pobres.

Andando, pues, el poeta Cornificio por Roma muy pobre y muy desfavorescido, acaso por motejarle díxole un romano llamado Calphurnio: «Dime, Cornificio, ¿haste visto después que naciste algún día bienaventurado? Porque en xxv años que te conozco jamás te vi favorecido, y, si no me engaño, ha xv años que te conozco esse sayo.» Respondióle el pobre poeta [524] Cornificio: «Hágote saber, amigo, que no sé quál es mayor: la gran desaventura tuya o la mucha felicidad mía.» Tornóle a replicar el romano Calphurnio: «Dime, Cornificio, ¿cómo tú te puedes llamar bienaventurado, pues no tienes un pan que comer ni un sayo que vestir, y cómo dizes ser yo malaventurado, pues con sólo lo que sobra en mi casa te hartarías tú y toda tu familia?» A esto respondió el poeta Cornificio: «Quiero que sepas, amigo y vezino mío Calphurnio, que mi bienaventurança está no en que tengo poco, sino en que desseo menos de lo que tengo, y tu desaventura está no en que tienes mucho, sino en que tienes lo que tienes en poco. Y, si tú eres rico, es porque jamás dexiste verdad; y, si yo soy pobre, es porque jamás dixe mentira; porque a la verdad la casa llena de riquezas siempre la vemos vazía de verdades. E dígote más: que me llamo bienaventurado porque tengo una hermana que es la más estimada de Italia, y tú tienes una muger la más desonesta de Roma. Y, pues es assí, entre ti y mí no pongo otro juez sino a ti: ¿quál vale más: ser pobre como yo soy con honra, o ser rico y vivir como tú vives con infamia?» Esto fue lo que passó entre el romano Calfurnio y el poeta Cornificio.

He querido contar la excellencia destas pocas mugeres antiguas, assí griegas como romanas, no para más de que sepan las princesas y grandes señoras quánto se davan antiguamente las mugeres a las sciencias, y en quánto fueron tenidas de los antiguos más porque eran sabias que no porque eran hermosas. Acordarse devrían las princesas y grandes señoras que, si ellas son mugeres, también lo fueron aquéllas; y, si ellas flacas, también lo fueron aquéllas; si ellas son casadas, también lo fueron aquéllas; si ellas son delicadas, también lo fueron aquéllas; y, si ellas son regaladas, también lo fueron aquéllas. Finalmente digo que no se deven escusar diziendo que las mugeres para deprender artes liberales son inábiles; porque a la verdad más abilidad tiene una muger para deprender sciencias que no tiene un páxaro para hablar en la jaula. A mi parecer, las princesas y grandes señoras no se deven preciar tener mejores cabellos que otras, mejores vestidos que otras, ni más thesoros que otras; dévense, pues, preciar no [525] que pueden más, sino que saben más. Hablando verdad, los cabellos ruvios, los vestidos ricos, los thesoros muchos y los palacios ricos, éstos y otros semejantes regalos no son guía de las virtudes, sino adalides de los vicios. ¡O!, quán generosa cosa sería en que las generosas señoras se preciassen no de lo que pueden, sino de lo que saben; porque mayor grandeza es saber enseñar a otros philósophos que poder mandar a cien cavalleros.

Afrenta es de escrevirlo, pero mayor lástima es de verlo, conviene a saber: leer lo que leemos de la sabiduría y grandeza de las matronas antiguas, y ver como vemos la poquedad de las señoras presentes, ca aquéllas competían sobre quién tenía más discípulos y éstas compiten sobre quién tiene más servidores; porque entre las damas aquélla se tiene por más abatida que de menos cavalleros es reqüestada. ¿Qué más diré en este caso, sino que aquéllas competían antiguamente sobre quién escrevía y componía mejores libros, y éstas compiten sobre quién tiene más y saca más ricos vestidos? Porque tanta eficacia ponen oy las damas de sacar una ropa con invención nueva, como ponían las antiguas en leer una lectión de alta philosophía. Competían aquellas mugeres antiguas sobre quál era más sabia; compiten agora éstas sobre quál es más fermosa; porque antes eligiría oy una dama tener blanca y ruvia la cara, que no que le diessen toda la eloqüencia de Grecia. Competían las mugeres antiguas sobre quál sabía más elegantemente enseñar. Competen agora sobre quál se sabe mejor vestir; porque oy entre las damas más honra hazen a una muger curiosamente vestida que no a una muger muy honesta. Finalmente, concluyo con esta palabra, y nótela el que leyere esta escritura, y es que antiguamente eran tales las mugeres que una mandava a todos, y oy son tales que de una tienen que dezir todos.

No quiero tampoco que por esta mi palabra sea osado ninguno generalmente poner en todas las señoras la lengua, que en este caso al inmortal Criador que me crió juro que ay oy tantas mugeres buenas y muy buenas en el mundo, que yo tengo más embidia a la vida que éstas hazen en secreto que no a todas las sciencias que leýan las antiguas en público; [526] porque mi pluma no se encruelesce sino contra aquellas señoras que en sólo vestir y parlar se les passa el día, y en leer en un libro no emplearán siquiera una hora. Para provar mi intento abastar devría lo sobredicho, pero porque vean las princesas y grandes señoras quánto les valdrá más el saber siquiera un poco que no el tener ni poder mucho, quiero traerles a la memoria lo que escrivió a sus hijos una muger romana, y verán en una muger quán eloqüente se mostró en el dezir y quán verdadera madre en el aconsejar; porque el fin de su carta es persuadir a sus hijos a los trabajos de la guerra no por más de por destetarlos de los plazeres de Roma. [527]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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