La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes

Comiença el Argumento
en el libro llamado Relox de príncipes, en el qual el auctor declara su intento, y de la manera que tiene de proceder en el libro.


Archiménides, aquel muy famoso philósopho al qual Marco Marcello por su sciencia le otorgó la vida y después por usar del arte mágica mereció perderla, preguntado qué cosa era tiempo, respondió: «El tiempo es un inventor de todas las cosas nuevas y un cierto registro de las cosas antiguas.» Y dixo más: «El tiempo es el que vee principiarse, y mediarse, y acabarse todas las cosas, y al fin el tiempo es el que a todas las cosas da fin.» No podemos negar a este philósopho ser muy verdadera la difinición que nos dio del tiempo, porque si los tiempos supiessen hablar, de muchas cosas que tenemos dubda, ellos nos las dirían como testigos de vista. Dado caso que todo se acaba, todo perece, sola una cosa ni perece ni se acaba, y ésta es la verdad, la qual entre todas las cosas es tan privilegiada, que ella del tiempo y no el tiempo della triumpha; porque según la sentencia divina, más fácil cosa sería el cielo y la tierra se acabar que no una verdad perecer. No ay cosa tan entera que no se disminuya, no ay cosa tan sana que no se estrague, no ay cosa tan rezia que no se quebrante, no ay cosa tan guardada que no se corrompa, no ay cosa tan fina que no falte; finalmente digo que sobre todas las cosas el tiempo tiene señorío si no es sobre la verdad, la qual a ninguno reconoce subjeción.

Las frutas de la primavera ni tienen fuerça para dar sustancia, ni dulçura perfeta para dar sabor; mas, passado el verano y en la otoñada resfriándose ya más el tiempo, todo lo que se come da más esfuerço y lo que se prueva tiene más gusto. Quiero por esta comparación dezir que en el principio que començó el mundo a tener sabios, quan estimados fueron los philósophos por sus muy corregidas costumbres, tanto merecieron ser reprehendidos por sus depravados entendimientos. Platón, en el ii De republica, dize que los antiguos philósophos assí griegos como egypcios y caldeos, los quales se remontaron [50] a especular los astros del cielo, y se subieron al monte Olimpo a contemplar las influencias de los planetas en la tierra, y començaron a mirar los movimientos de la tierra, osaréles dezir que más merescen perdón por su ignorancia que no gracias por su sabiduría. E dize más Platón: «Los philósophos que nos precedieron fueron los primeros que se dieron a buscar las verdades de los elementos del cielo y los primeros que sembraron errores en las cosas naturales de la tierra.» Homero en su Illíada conforme a lo de Platón dixo: «De los philósophos mis antepassados condeno lo que supieron y agradézcoles lo que dessearon saber.» Por cierto, dixo la verdad Homero y no dixo mal Platón, porque si en los primeros y muy antiquíssimos philósophos no reynara tanta ignorancia, no uviera tantas sectas en cada academia. Quien ha leýdo no los libros que ya perecieron, sino las opiniones que los muy antiguos philósophos tuvieron, no me negará que siendo la sciencia una la partieron en sectas diversas, es a saber: en cínicos, stoycos, peripatéticos, académicos, platónicos y epicúreos, los quales todos fueron tan contrarios unos de otros en las opiniones, quan diversos en las condiciones.

No quiero ni es razón que mi pluma se desmesure tanto en reprehender a los passados, que demos toda la gloria a solos los presentes, porque ni los unos lo supieron todo, ni los otros lo ignoraron todo. Si merece gualardón el que me enseña el camino por donde tengo de yr, no menos merece gracias el que me avisa a dó le puedo yo errar. La ignorantia de los antiguos no fue sino una guía para acertar nosotros, y porque ellos erraron entonces cúponos la suerte de acertar nosotros después. Para más gloria de los antiguos y para mayor confusión de los modernos, osaré dezir que, si los que somos agora fuéramos entonces, supiéramos menos que supieron, y si los que fueron entonces fueran agora, sabrían más que sabemos. Muy claro parece ser esto verdad, pues aquellos antiguos por ser virtuosos y estudiosos, de las veredas y sendas cerradas fizieron caminos, y nosotros por ser viciosos y ociosos los caminos que nos dexaron abiertos se nos han tornado prados cerrados. [51]

Viniendo, pues, al propósito, no nos podemos quexar los que somos agora como se pudieran quexar muchos de los que fueron antes, pues la verdad, la qual dize Aulo Gelio ser hija del tiempo en este postrero tercio del mundo, nos aya declarado muy por estenso todos los errores de que nos hemos de guardar y todas las verdaderas doctrinas que hemos de seguir. ¿Qué ay ya que ver que no esté visto? ¿Qué ay ya que descubrir que no esté descubierto? ¿Qué ay ya que leer que no esté leýdo? ¿Qué ay ya que escrevir que no esté escripto? ¿Qué ay ya que saber que no esté sabido? Está oy la malicia humana tan experta, son los hombres ya tan ábiles, hanse adelgazado tanto los entendimientos, que nos falta muy poco que saber de lo bueno y nos perdemos por saber más de lo que es menester en lo malo. No puede nadie pretender ignorancia para escusarse de la culpa, pues todos saben, todos leen, todos aprenden; lo qual parece muy claro en la competencia de un labrador y un letrado, porque si van ambos a dos a pleyto, con tan gentil estilo dirá el labrador media dozena de malicias en el consejo como el letrado acotará dos o tres leyes del código. Si los hombres empleassen lo que saben en ser más honestos, más sabios, más pacientes, más piadosos, bien sería, mas ¡ay, dolor! que si saben, no es sino para dar más sutilmente a logro, para engañar a su vezino, para defender lo que tiene robado, para hazer un aventajado partido, para inventar un nuevo renuevo; finalmente digo que, si saben, no saben emendar sus vidas, sino aumentar sus faziendas. Si el demonio pudiesse como pueden los hombres dormir, seguramente se podía echar a dormir, porque si él vela para engañarnos, nosotros nos desvelamos para perdernos.

Dado caso que todo lo sobredicho es verdad, dexadas aparte las malicias, sino hablando de las sciencias, es tan poco lo que alcançamos y ay tanto que podríamos y devríamos saber, que lo mucho que sabemos es la menor parte de lo que ignoramos. Assí como en las cosas naturales según la variedad de los tiempos, assí fazen sus operaciones los elementos, por semejante en las dotrinas morales, según han sucedido las edades, assí se han descubierto las sciencias. No por cierto todas las frutas vienen juntas, sino que quando se acaban unas [52] comiençan a tomar sazón otras. Quiero dezir que ni todos los doctores entre los christianos, ni todos los philósophos entre los gentiles concurrieron en un tiempo, sino que, muertos unos buenos, les sucedieron otros mejores. Aquella Suprema Sabiduría, la qual todas las cosas mide por su justicia y las reparte según su bondad, no quiso que en un tiempo estuviesse el mundo poblado de sabios y en otro tiempo no fuessen sino todos simples, porque no cabía en razón que a unos cupiesse toda la fruta y a otros no les cupiesse más de la hoja.

Aquel antiquíssimo siglo de Saturno, que por otro nombre se llama el siglo dorado, fue por cierto muy estimado de los que le vieron, muy loado de los que dél escrivieron y muy desseado de los que dél no gozaron. Y es de saber que no fue dorado por los sabios que tuvo que le dorassen, sino porque carecía de hombres malos que le desdorassen, porque según nos enseña la esperiencia, de la poquedad o de la generosidad de sola una persona depende la fama o la infamia de toda una parentela. Llámase aquella edad dorada, que quiere dezir de oro; llámase esta nuestra edad edad férrea, que quiere dezir de hierro; y esta diferencia no nació de que entonces se falló el oro y después se descubrió el hierro, ni aun porque faltan en esta nuestra edad sabios, sino porque sobran en ella maliciosos. Confiesso una cosa, y pienso tener muchos que me favorezcan en ella, y es que jamás el mundo tuvo tantos que enseñassen virtudes y nunca uvo menos que se diessen a ellas. Phabormo, el philósopho maestro y amigo que fue de Aulo Gelio, dezía muchas vezes que por esso fueron tenidos en tanto los philósophos antiguos, porque avía muy pocos que enseñassen y muchos que deprendiessen. Lo contrario desto vemos agora, porque son ya infinitos los que tienen presumpción de ser maestros y son muy pocos los que tienen humildad para ser discípulos.

Por lo mucho en que fueron tenidos los philósophos antiguos se puede conocer en quán poco son tenidos los que agora son sabios, a muchos de los quales les fuera mejor no aver aprendido letras, según el poco provecho que dellas sacan y según la mucha afrenta que con ellas reciben. ¡Qué cosa fue ver a Homero entre los griegos, a Salomón entre los [53] hebreos, a Ligurgo entre los lacedemonios, a Phoroneo entre los griegos, a Prometheo entre los egyptios, a Livio entre los romanos, a Cicerón entre essos mesmos latinos, a Apolonio entre los indos, a Secundo entre los asirios! ¡O, quán felices fueron aquellos philósophos en venir como vinieron en aquellos tiempos, en los quales estava el mundo tan poblado de ydiotas y tan despoblado de sabios, que concurrían los hombres de diversos reynos, de remotas tierras, de estrañas naciones, no sólo a oýr sus doctrinas, mas aun a ver sus personas. El glorioso Hierónymo, en el prólogo de la Biblia, dize que en el tiempo que más Roma prosperava entonces Tito Livio sus Décadas escrivía, mas, esto no obstante, muchos más venían a Roma por hablar con Tito Livio que no por ver a Roma ni a su alto Capitolio. Marco Aurelio, escriviendo a Pulión, un su amigo, dize estas palabras: «Hágote saber, amigo, que a mí no me hizieron emperador por la sangre de mis antepassados, ni por el favor que tuve en los presentes, porque otros avía en Roma que eran de sangres más delicadas y que tenían en sus casas muy muchas riquezas. Puso en mí los ojos mi señor el Emperador Adriano, y escogióme por su yerno el Emperador Antonio, mi suegro, no más de porque vio en mí ser amigo de sabios y ser enemigo de simples.» Muy dichosa fue Roma en elegir emperador tan cuerdo, y no menos lo fue él en alcançar tal y tan grande imperio, no porque lo eredó de sus passados, sino por darse tanto a los estudios. Por cierto si fue dichosa aquella edad en gozar su persona, no menos lo será esta nuestra edad en gozar su doctrina.

Dize Salustio que se deve mucha gloria a los que famosas hazañas hizieron, y que no son dignos de menor fama los que en alto estilo las escrivieron. ¿Qué fuera del Magno Alexandro si no escriviera dél Quinto Curcio? ¿Qué fuera de Ulixes si no naciera Homero? ¿Qué fuera de Alcibíades si no le engrandeciera Xenophón? ¿Qué fuera de Ciro si no pusiera por memoria sus hazañas el philósopho Chilo? ¿Qué fuera de Pirro, rey de los epirotas, si no fuera por su coronista Hermicles? ¿Qué fuera del gran Scipión Africano si no fuera por las Décadas de Tito Livio? ¿Qué fuera de Trajano si no le fuera tan buen amigo el famoso [54] Plutharco? ¿Qué fuera de Nerva y Antonino Pío si no fiziera dellos memoria Phoción, el griego? ¿Qué supiéramos del gran ánimo de Julio César y de las grandezas de Pompeyo si no las escriviera Lucano? ¿Qué fuera de los doze Césares si Suetonio Tranquilo no hiziera el libro De Cesaribus? ¿Qué supiéramos de las antigüedades del pueblo hebreo si no fuera por el muy corregido Josepho? ¿Quién pudiera saber la venida de los longobardos en Italia si Paulo Diácono no la escriviera? ¿Qué supiéramos del ingresso y progresso y fin de los godos en España si el curioso Roderico no nos alumbrara? Por esto que hemos dicho pueden ver los lectores qué es lo que se deve a los historiadores, los quales a mi parecer dexaron de sí tan inmortal memoria por lo que escrivieron como aquellos príncipes por lo que hizieron.

Espontáneamente confiesso, que ni por lo que he escripto, ni por lo que he traduzido, ni por lo que he compuesto, yo no merezco entre los grandes sabios ser computado; porque, sacadas aparte las divinas letras, no ay cosa en el mundo tan curiosamente escripta, que no tenga necessidad de censura y lima. Como digo lo uno, también quiero dezir lo otro, y es que assí como por mi voluntad yo renuncio la gloria que los buenos me quisieren dar por mi doctrina, por semejante no faltarán malos que contra mi voluntad pongan en ella la lengua. Los escriptores estudiosos en muy poco tenemos los trabajos que padecemos en el escrivir, con pensar que ha de aver mil embidiosos que nos han de calumniar. Ay oy muchos tan mal comedidos, o por mejor dezir tan embidiosos, que quando el auctor estava trabajando, ellos se andavan passeando; quando él velava, ellos dormían; quando él ayunava, ellos comían; quando él rebolvía los libros, ellos andavan rebueltos en vicios; y, esto no obstante, assí se ponen a juzgar y a pravar y a condenar la doctrina agena como si ellos tuviessen la auctoridad que tuvo Platón en Grecia o la eloqüencia que tuvo Cicerón en Roma. Quando se hallare uno ser en la lengua latina muy curioso, en el romance muy polido, en las historias muy fundado, en la lengua griega bien experto y en buscar y passar libros muy cuydadoso, deste tan heroyco varón no sólo admitiré que corrija mi obra, mas aun le rogaré [55] que debaxo de sus pies ponga mi doctrina; porque al hombre humilde y virtuoso ninguna afrenta le es ser corregido de un sabio. Mas pregunto agora yo qué paciencia basta para sufrirlo, o qué coraçón para dissimularlo, que se junten dos o tres o quatro después de comer sobremesa, y, tomando un libro entre manos, uno dize que es prolixo; otro dize que habla fuera de propósito; otro dize que es escuro; otro dize que tiene mal romance; otro dize que todo lo que dize es ficto; otro dize que no fabla provechoso; otro dize que es curioso; otro dize que es malicioso, por manera que a mejor librar la doctrina queda por sospechosa y el auctor no escapa sin mácula. Presupuesto que son tales los que lo dizen y adonde lo dizen, que es sobremesa, dignos son de perdonar, pues hablan no según los libros que avían leýdo, sino según los manjares que avían comido; porque muy poco sabe de burla el que no toma lo que se dize sobremesa de burla.

Muy antigua pestilencia es todas las obras virtuosas aver quien murmure dellas, y en esta regla no sólo entran los que las obran, mas aun los que las escriven, y parece esto ser verdad porque Sócrates fue reprehendido de Platón, Platón de Aristótiles, Aristótiles de Avenruyz, Secilio de Vulpicio, Lelio de Varrón, Marino de Tolomeo, Ennio de Oracio, Séneca de Aulo Gelio, Crastonestes de Estrabo, Thésalo de Galieno, Hermágoras de Cicerón, Cicerón de Salustio, Orígenes de Hierónimo, Hierónimo de Rufino, Rufino de Donato, Donato de Prósper, y Prósper de Lupo. Pues en estos varones tan heroycos y en sus obras cupo correpción, los quales fueron lumbre del mundo, no es por cierto mucho que quepa en mí, sabiendo como sé tan poco. Con mucha razón le han de notar de vano y acusar de liviano al hombre que aquello que un sabio escrivió sobre mucho estudio y acuerdo, no más de por leerlo una vez lo tiene en poco. Muchas vezes son reprehendidos los auctores y escriptores no de los que saben componer o traduzir escripturas, sino de los que no saben entendellas ni aun por ventura leerlas, porque a fin que las mugeres y hombres simples que están presentes los tengan por sabios, toman por partido de calunniar y dezir mal de aquella doctrina; porque piensen los otros que el que lo dize es un pozo de sciencia. [56] A Dios Nuestro Señor hago juez para que juzgue si fue buena o si fue vana mi intención de copilar esta obra, y junto con esto a los pies de todos los sabios y virtuosos pongo esta mi dotrina, para que ellos sean buenos protectores y defensores della; porque espero en mi Dios que si vinieren algunos que calunnien las palabras simples que dixe, no faltarán otros que tornen por la intención buena que tuve.

Declarándome más, digo que fueron muchos los que escrivieron de los tiempos deste Marco Aurelio, es a saber: Erdiano escrivió poco, Eutropio menos, Lampridio mucho menos y Julio Capitolino algo más. Es también de saber que los maestros que a Marco Aurelio enseñaron las sciencias fueron Junio Rústico, Cina Cathulo y Sexto Cheronense, sobrino que fue del gran Plutharco. Estos tres fueron los que principalmente como testigos de vista escrivieron todo lo más de su vida y doctrina. Muchos se espantan en oýr doctrina de Marco Aurelio, diziendo que cómo ha estado oculta hasta este tiempo, y que yo de mi cabeça la he inventado, y que jamás uvo Marco Aurelio en el mundo. No sé yo ya qué no osen dezir los que del número de los emperadores al buen Marco Aurelio osan quitar, pues es notorio a los que muy poco han leýdo que fue marido de Faustina, fue padre de Cómodo, fue hermano de Annio Vero, fue yerno de Antonino Pío, fue el decimoséptimo emperador romano. Los que dizen que yo solo compuse esta dotrina, por cierto yo les agradezco lo que dizen, aunque no la intención con que lo dizen; porque a ser verdad que tantas y tan graves sentencias aya yo puesto de mi cabeça, una famosa estatua me pusieran los antiguos en Roma. Vemos en nuestros tiempos lo que nunca vimos, oýmos lo que nunca oýmos, experimentamos no un nuevo mundo, y por otra parte maravillámonos que de nuevo se halle agora un libro. No porque yo en descubrir a Marco Aurelio aya sido cuydadoso y en traduzirle aya sido estudioso, es por cierto justo sea de los sabios notado ni de los embidiosos acusado; porque muchas vezes acontece en la caça que a manos del más pobre montero viene a morir el venado. La última cosa que los romanos conquistaron en España fue Cantabria, que era una ciudad en Navarra a ojo de Logroño, en un [57] alto puesta do ay agora un pago de viñas; y el Emperador Augusto, que la destruyó, hizo diez libros De Bello Cantábrico, do pone cosas assaz dignas de notar y no poco sabrosas de leer que le acontecieron en aquella conquista. Assí como a Marco Aurelio me truxeron de Florencia, assí este otro libro de la guerra de Cantabria me truxeron de Colonia. Si por caso tomasse trabajo de traduzir aquel libro, como son pocos los que le han visto, también dirían dél lo que dizen de Marco Aurelio; porque ay hombres tan largos en el hablar y tan cortos en el estudiar, que sin empacho o vergüença osan dezir que no ay libro oy en el mundo que ellos no ayan visto o leýdo.

Heme aprovechado en esta escriptura que es humana de lo que muchas vezes los doctores se aprovechan en la divina, en no traduzir palabra de palabra, sino sentencia de sentencia, porque los intérpretes no estamos obligados dar por medida las palabras, sino que abasta dar por peso las sentencias. Yo comencé a entender en esta obra en el año de mil y quinientos y deziocho, y hasta el año de veynte y quatro ninguno alcançó en qué yo estava ocupado; luego el siguiente año de veynte y quatro, como el libro que tenía yo muy secreto estuviesse divulgado, estando Su Magestad malo de la quartana me le pidió para passar tiempo y aliviar su calentura. Yo serví a Su Magestad entonces con Marco Aurelio, el qual aun no le tenía acabado ni corregido, y supliquéle humilmente que no pedía otra merced en pago de mi trabajo sino que a ninguno diesse lugar que en su Real Cámara trasladasse el libro; porque, en tanto que yo yva adelante con la obra y que no era mi fin de publicarla de la manera que entonces estava, si otra cosa fuesse, Su Majestad sería muy deservido y yo prejudicado. Mis pecados que lo uvieron de hazer, el libro fue hurtado y por manos de muy diversas personas traýdo y trasladado, y como unos a otros lo hurtavan y por manos de pajes le escrevían, como cada día crecían en él las faltas y no avía más de un original por do corregirlas, es verdad que me truxeron algunos a corregir que, si supieran hablar, ellos se quexaran más de los que los escrivieron, que no yo de los que le hurtaron. Añadiendo error sobre error, ya que yo andava al cabo [58] de mi obra y quería publicarla, remanece Marco Aurelio impresso en Sevilla, y en este caso yo pongo por juezes a los lectores entre mí y los impressores, para que vean si cabía en ley ni justicia un libro que estava a la Imperial Magestad dedicado, era el auctor niño, estava imperfecto, no venía corregido, que osasse ninguno imprimirlo ni publicarlo. No parando en esto el negocio, imprimiéronse otra vez en Portugal y luego en los reynos de Aragón; y si fue viciosa la impressión primera, no por cierto lo fueron menos la segunda y la tercera; por manera que lo que se escrive para el bien común de la república, cada uno lo quiere aplicar en provecho de su casa.

Otra cosa conteció con Marco Aurelio la qual he vergüença de la dezir, pero más la avían de tener los que la osaron hazer, y es que algunos se hazían auctores de la obra toda, otros en sus escripturas enxerían parte della como por suya propria, la qual parece en un libro impresso do el auctor puso la plática del Villano y en otro libro también impreso puso otro la habla que hizo Marco Aurelio a Faustina quando le pidió la llave. Pues estos ladrones han venido a mi noticia, bien pienso yo que se deve aver hurtado más hazienda de mi casa. En esto verán que Marco Aurelio no estava corregido, pues agora se le damos muy castigado; en esto verán que no estava acabado, pues agora sale perfecto; en esto verán que le faltava mucho, pues agora le verán añadido; en esto verán que no fue mi principal intento de traduzir a Marco Aurelio, sino hazer un Relox de príncipes por el qual se guiasse todo el pueblo Christiano.

Como la doctrina avía de ser para muchos, quíseme aprovechar de lo que escrivieron y dixeron muchos sabios, y desta manera procede la obra en que pongo uno o dos capítulos míos y luego pongo alguna epístola de Marco Aurelio o otra dotrina de algún antiguo. No se engañe el lector en pensar que lo uno y lo otro es del auctor, porque dado caso que el estilo del romance es mío, yo confiesso que todo lo más que se dize es ageno. Como los historiadores y doctores de que me aprovechava eran muchos y la doctrina que escrivía no más de una, no quiero negar que quitava algunas cosas inútiles y insípidas, y entretexía otras muy suaves y provechosas, [59] por manera que es menester muy delicado juyzio para hazer que lo que en una lengua era escoria, en la otra parezca oro.

Este Relox de príncipes se divide en tres libros: en el primero se trata que el príncipe sea buen christiano; en el segundo, cómo el príncipe se ha de aver con su muger y hijos; en el tercero, cómo ha de governar su persona y república. Començado tenía otro de cómo se avía de aver el príncipe en su Corte y Casa, sino que la sobrada importunidad de los amigos para que sacasse esto a luz me hizieron suspender la péñola. Como estoy tan ocupado en escrivir las Imperiales Corónicas, y junto con esto de predicar en la Capilla Real fiestas y quaresmas, y agora que sobrevino en hazerme Su Magestad Obispo y darme cargo de ánimas; dudo me quede lugar para que me ocupe en otras escripturas, mas por ésta yo prometo que en tanto que el Redemptor me diere vida, yo no dexe de escrivir para servicio de mi príncipe y de toda la república de España.


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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Edición digital de las obras de
Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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