La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes

Comiença el Prólogo
en el qual el auctor habla particularmente del libro que traduxo llamado Marco Aurelio, dirigido a la Sacra, Cessárea, Cathólica Magestad.


La mayor vanidad que hallo entre los hijos de vanidad es que, no contentos de ser vanos en la vida, procuran que aya memoria de sus vanidades después de la muerte; porque paresce a los hombres vanos y livianos que en la vida sirvieron al mundo con obras, desde la sepultura le ofrezcan a más no poder sus voluntades. Muchos de los del mundo están tan encarniçados en el mundo que si él los dexa a ellos de hecho, no dexan ellos a él con el desseo, porque yo juraré que juren los tales, que si el mundo pudiesse perpetuarles la vida, ellos le harían voto de permanecer para siempre en su locura. ¡O, quántos vanos ay en esta vida vana los quales ni se acuerdan de Dios para le servir, ni de la gloria para la cobdiciar, ni de los pobres para los remediar, ni de la vida para la emendar, ni de la conciencia para la alimpiar, sino que como unos animales brutos se van en pos de sus bestiales apetitos! El bruto animal enoja si le enojan; descansa si se cansa; duerme si lo ha gana y come si tiene necessidad; beve si ha sed, y, si no le constriñen, no trabaja, ni se da nada por la república; porque ni sabe seguir la razón, ni resistir a la sensualidad. Si todas las vezes que el hombre ha gana de comer come; y, si le enojan, se venga; y, si es tentado adultera; y, si ha sed, beve; y, si le toma sueño, duerme; al tal mejor lo podemos llamar animal criado en la montaña que no hombre nascido en la república, porque solo aquel con verdad se puede preciar de ser hombre que se va a la mano en las cosas de hombre.

Dexemos a los hombres vanos quando son vivos y entremos en cuenta con ellos después de muertos, a los quales osaremos dezir que quando andan en el mundo, siguen el mundo y viven en el mundo, no es de maravillar que se les apegue algo del mundo; mas, después que ya se les acabó su infelice y desaprovechada vida, ¿por qué quieren oler a la vanidad del mundo en la sepultura? Afrenta y vergüença es, para entre [34] hombres vergonçosos y coraçones generosos, que vean todos el fin de nuestra vida y ninguno jamás vea el fin de nuestra locura. No vemos, ni oýmos, ni leemos otra cosa más común, sino que los hombres que son más inútiles en la república, de más dañada y reprovada vida, aquéllos presumen de más honra quando viven y de dexar mayor memoria de sí quando mueren. ¿Qué ygual vanidad puede ser en el mundo que querer tener cuenta con el mundo, el qual no tiene cuenta con nadie, y de dexar de tener cuenta con Dios, el qual tiene cuenta con todos? ¿Qué ygual desatino puede caer en un hombre, el qual por mejorar su hazienda empeora cada día su ánima? Antigua pestilencia es ya en la naturaleza humana que muchos o los más de los hombres dexan muy atrás la emienda de su vida por poner adelante las cosas de su honra.

Suetonio Tranquillo, en el primero libro De los Césares, dize que Julio César estando en la Ulterior Hespaña, en la ciudad de Gades (que agora se llama Cáliz) vio en el templo esculpidos los triumphos de Alexandro Magno, lo qual por él visto, dio de lo íntimo del coraçón un gran suspiro, y preguntado por qué sospirava, respondió: «O, triste de mí, que en los treynta años de edad que yo tengo agora, ya tenía Alexandro sojuzgada toda la tierra y estava descansando en Babilonia; mas yo, siendo como soy romano, ni he hecho cosa porque merezca gloria en la vida, ni dexe fama después de mi muerte. Dión Griego, en el ii libro De audacia, dize que el noble Drusio Germánico tenía en costumbre de yr a visitar los sepulcros de todos los varones famosos que estavan enterrados en Italia, y esto hazía él todas las vezes que se avía de partir para la guerra, y preguntado por qué lo fazía, respondió: «Visito las sepulturas de Scipión y de otros semejantes muertos, delante los quales temblava toda la tierra quando eran vivos, porque mirando su felice fortuna cobro esfuerço y osadía.» E dixo más: «Gran ánimo pone a herir en los enemigos acordarse el hombre que ha de dexar de sí memoria en los siglos advenideros.» Cicerón dize en su Rhetórica, y aun Plinio haze dello mención en una epístola, que vino dende Thebas de Egypto un cavallero a Roma, no por más de por ver si eran verdad las grandes cosas que se dezían de Roma, y preguntado [35] por Mecenas qué era lo que sentía de los romanos y qué le parecía de Roma, respondió: «Más me contenta la memoria que oyo de los passados, que no la gloria que tienen los presentes, y la razón desto es que unos por passar a los vivos y otros por ygualar con los muertos hazen tan estrañas hazañas en la vida, que merecen renombres de inmortales después de muertos.» No poco se alegraron los romanos en oýr de boca de un estrangero tal palabra, con la qual a los passados loava y a los presentes engrandecía.

Toda aquella gentilidad antigua, como no tenían infierno ni esperavan paraýso, sacavan de la flaqueza fuerças, de la covardía coraçón, del temor esfuerço, del peligro ánimo, de los enemigos amigos, de la pobreza paciencia, de la malicia esperiencia; finalmente digo que su mismo querer negavan y el parecer de otros seguían sólo por dexar alguna memoria con los muertos y tener un poco de honra con los vivos. ¡O, quántos y quántos son los que se cometen a los baybenes de la fortuna no más de por dexar de sí alguna notable memoria! Traygamos a la memoria algún exemplo y verán ser verdad lo que digo. ¿Quién hizo al rey Nino inventar tantas guerras; a la reyna Semíramis hazer tantos edificios; a Ulixes, el griego, navegar tantas mares; a Alexandro Magno peragrar tantas tierras; a Hércules, el thebano, poner do puso sus colunas; a Gayo César, el romano, dar cincuenta y dos aplazadas batallas; a Ciro, rey de Persia, conquistar a las dos Asias; a Haníbal carthaginense hazer tan cruda guerra a Roma; a Pirro, rey de los epirotas, decender en Italia; a Athila, rey de los hunnos, a tomarse con toda Europa? Por cierto que no emprendieron ellos tan arduas cosas sólo por el dezir de los que entonces eran, sino porque dixéssemos lo que dezimos los que agora somos.

Siendo como somos hombres y hijos de hombres, no poco es de maravillar ver qué va de un hombre a otro y de un coraçón a otro, porque no vemos otra cosa cada día sino que si ay diez esforçados que buscan occasiones para hallar la muerte, ay diez mill covardes que no buscan sino regalos para alargar la vida. Ténganse por dicho los ambiciosos de honrra que el hombre que tuviere en mucho su fama, el tal ha de [36] tener en poco su vida, y el que por el contrario tuviere en mucho su vida, de éste ternemos en poco su fama. Los siros, los asirios, los babilonios, los griegos, los macedonios, los rodos, los thebanos, los romanos, los carthaginenses, los germanos, los hunnos y los hispanos: si los varones heroycos que se señalaron entre todos éstos, si no hundieran sus vidas en el crisol de los peligros, no sacaran tan inmortal memoria para los siglos advenideros. Sexto Cheronense, en el libro iii De gestis romanorum, dize que el famoso capitán Marco Marcello, el que fue el primero que vio las espaldas de Haníbal en el campo, preguntado por uno que por qué era tan denodado en romper las batallas y por qué era tan atrevido en dar los combates, respondióle él: «Amigo, yo soy romano y capitán de Roma, y conviene a mí poner cada día en peligro la vida, porque desta manera se perpetúa para siempre la fama.» Tornado otra vez a preguntar por qué con tanta ferocidad hería en los enemigos y después con tanta clemencia llorava con los vencidos, respondió: «El capitán que es capitán romano y no se precia de tyrano, con las manos ha de derramar sangre de sus enemigos y juntamente ha de derramar lágrimas de sus proprios ojos, porque más se ha de preciar de la clemencia que no loarse de la vitoria.» E dixo más Marco Marcello: «Quando el capitán romano estuviere en el campo, mire a los contrarios como a enemigos con esperança que los puede vencer; mas, después de vencidos, acuérdese que son hombres y puede él ser vencido; porque en ninguna cosa se muestra tan común la fortuna como es en las cosas de la guerra.» Fueron por cierto estas palabras dignas de tal varón. A buen seguro osaremos dezir que todos los que esto oyeren y leyeren loarán las palabras que este romano dixo, mas muy pocos serán los que imitarán las obras que hizo; porque para loar lo bueno ay muchos, mas para seguirlo ay muy pocos.

Los hombres que tienen los coraçones muy inquietos y tienen los coraçones muy alterados, quando tuvieren embidia de los antiguos que alcançaron grandes triumphos, acuérdense qué peligros y trabajos passaron antes que se viessen en ellos, porque jamás ningún capitán triumphó en Roma sin que mil vezes primero no arriscasse la vida. Pienso que no [37] me engaño en esto que quiero dezir, y es que la cañada de la fama todos la dessean gustar, mas el peligro del huesso ninguno le quiere roer. Si con sólo los desseos se uviesse de comprar la honra, digo y afirmo que mayores los tiene un pobre page deste tiempo que no los tuvo el gran Scipión romano, porque no ay oy hombre en el mundo que por pobre que sea de hazienda no sea muy desseoso de honra. Qué cosa es ver a muchos cavalleros mancebos viciosos y vagamundos, los quales como oyen que es dada una famosa batalla y que otros de su edad y professión hizieron maravillas en ella, luego les toma dellos embidia, luego se les enciende la cólera, luego truecan por armas la ropa, luego les toma gana de yr a la guerra, luego hazen exercicios de cavallería; finalmente con aquel ímpetu juvenil al rey importunan por licencia para se yr y entre los parientes cohechan dineros para gastar. Después que son salidos de sus tierras y se hallan en tierras estrañas, como han en el campo malas noches y peores días; hora tocan al arma, hora les mandan ser centinela; quando tienen qué comer no tienen dó se alojar, quando viene una paga ya está ella y aun otra comida; con estos y con otros semejantes trabajos desmayan los pobres mancebos, mayormente acordándose de las salas regadas do sesteavan en verano y de las chimineas abrigadas do jugavan en invierno; porque la memoria de los plazeres passados mucho aumenta en los trabajos presentes. No obstante lo que primero les dixeron sus parientes y lo que allá les dizen sus amigos, determinan de dexar la guerra y bolverse cada uno a su casa, por manera que, si pidieron una vez licencia para se yr, embíanla a pedir diez vezes para se tornar y (lo que es peor de todo) que fueron cargados de dineros y buelven cargados de vicios.

Es mi fin de dezir todo esto para que vean los hombres cuerdos y esforçados qué manera tienen de ganar honra los vanos y livianos, la qual no se gana ojeando ventanas, sino guardando fronteras; no jugando por los tableros, sino peleando por los campos; no entrapado en seda, sino cargado de armas; no ruando con mulas polidas, sino descubriendo las peligrosas celadas; no durmiendo hasta medio día, sino trasnochando hasta la mañana; no alabándose de más galán, mas preciándose de [38] más esforçado; no banqueteando con sus amigos, sino haziendo entradas en sus enemigos. Ya que todas estas cosas un cavallero haga, no dexo de conocer que es vanidad y locura; mas, pues el mundo puso las cosas de la honra en este estilo y quiere que se alcancen por éste y no por otro camino, deven los cavalleros mancebos emplear allí sus fuerças con ánimo de hazer grandes hazañas. Porque, al fin al fin, quando la guerra es justa y se haze por defensión de la patria, más embidia se ha de tener al que muere en poder de enemigos, que no al que vive acompañado de vicios.

Gran afrenta y vergüença es de los cavalleros, los quales estándose ellos en su casa, oyen loar a los otros que están en la guerra, porque el cavallero mancebo y animoso no ha de tener por oficio oýr ni contar nuevas de otros, sino que otros cuenten las hazañas dél. ¡O, quántos y quántos ay oy en el mundo, los quales muy inflados de sobervia y no muy ricos de cordura, con sólo blasonar de la fama se les passa la vida sin fama! No sin causa digo que muchos blasonan de la fama y se les passa la vida sin fama, porque nuestros antepassados peleavan en el campo con las lanças, mas los mancebos pelean agora sobre mesa con las lenguas. Presupuesto que todos los hombres vanos dessean y aun procuran dexar de su vanidad memoria, tales cosas deven hazer en la vida mediante las quales fama gloriosa y no infamia vergonçosa se les siga después de la muerte; porque muchos de los passados dexaron de sí tal memoria, a los quales ternemos más compassión que embidia. A los que esto oyeren o leyeren pregunto si ternán embidia a Membroth, el primero tyrano; a Semíramis, que pecó con su fijo; a Anthénor, que vendió a Troya; a Medea, que mató a sus fijos; a Tarquino, que forçó a Lucrecia; a Bruto, que mató a César; a Sila, que derramó tanta sangre; a Cathilina, que tyranizó la patria; a Jugurta, que mató a sus hermanos; a Calígula, que estupró a sus hermanas; a Nero, que mató a su madre; a Helio Gábalo, que robó los templos; a Domiciano, que no sabía sino matar hombres por mano agena y caçar moscas con su mano propria. Pocos son los que he contado respecto de los que pudiera contar, de los quales digo y afirmo que yo siendo ellos no sé qué quisiera; pero, ellos siendo yo, [39] más pena me diera cobrar la infamia que cobraron que no perder la vida que perdieron.

Poco aprovecha que esté el río lleno de peces y el monte lleno de caça si el que va allá no sabe caçar, ni sabe pescar. Quiero por esta comparación dezir que muy poco aprovecha que pongan a un hombre en grandes cosas si no sabe honrar y estimarse en ellas; porque para alcançar la honra es necessaria mucha prudencia y para conservarla mucha paciencia. Con muy gran tino, con muy gran cordura deven los hombres cuerdos emprender cosas graves y peligrosas, porque les hago saber que nunca se gana la honra sino do se suele cobrar la infamia. Viniendo, pues, al propósito, Sereníssimo Príncipe, dende agora juro y adevino que juraría Vuestra Magestad dessear más fama immortal para la muerte que qualquier reposo para esta vida; y desto no me maravillo, porque de las proezas de los buenos príncipes siempre ay que contar, y de los regalos de los malos príncipes nunca falta quien murmurar. Caso que Vuestro Imperial Estado sea mucho y Vuestra Cathólica Persona merezca más, yo, Señor, os miro con tales ojos, que son tan altos vuestros pensamientos para cosas altas dessear, y es tan animoso vuestro coraçón para las emprender, que Vuestra Magestad tiene en poco lo mucho que eredó de sus passados respecto de lo mucho más que entiende de ganar y dexar a sus erederos.

Preguntado un capitán de Julio César (según se cuenta en sus Comentarios) por qué en invierno trasnochava con tantas nieves y en el verano por qué caminava con tantos calores, respondió: «Yo quiero hazer lo que es en mi mano, después hagan los hados lo que es en la suya; porque en más es de tener el ánimo con que se da la batalla, que no la dicha de alcançar la victoria, pues lo uno da fortuna y lo otro guía ventura.» Palabras fueron éstas como de capitán romano y de hombre valeroso. El blasón que traéys, Señor, en torno de vuestra divisa, paréceme que dize Plus ultra, que quiere dezir «más adelante». Por cierto, animoso coraçón Vuestra Magestad en su cuerpo vidriado devría sentir quando por estas palabras, Plus ultra, a todos los passados os obligastes a passar. Pues no quesistes, Señor, correr a la pareja con muchos, sino [40] adelantaros a passar a todos, es razón que os pongamos delante a muchos príncipes que hizieron muchas proezas, en pos de los quales devéys encaminar vuestras pisadas. Los príncipes que dessean ser buenos, razón es que sepan qué príncipes fueron buenos, porque no todo lo que los maliciosos condenan es de desechar, ni todo lo que los mundanos alaban es de admitir.

¡O, de quántos príncipes leemos, a los quales tengo yo no poca compassión de ver quántas adulaciones oyeron sus orejas siendo vivos, y ver después qué blasfemias escrivieron dellos después de muertos! Los príncipes y grandes señores deven tener muy gran advertencia, no en lo que veen en su presencia, sino en lo que se haze en su absencia; no en lo que oyen, sino en lo que no querrían oýr; no en lo que les dizen, sino en lo que les querrían dezir; no en lo que les escriven quando vivos, sino en lo que dellos escrivirán después de muertos; no en los que les dizen lisonjas, sino en los que si osassen les dirían las verdades; porque muchas cosas se dexan de dezir no porque falta fidelidad en el vassallo, sino por ser algo sospechoso el señor. El animoso y curioso príncipe ni se ha de alterar con las verdades de que le avisan, ni se ha de dexar engañar con las lisonjas que le digan, sino fazer reflexión sobre sí, para ver si con la verdad le sirven o con la mentira le engañan; porque no ay tan gran testigo de la verdad o de la mentira como es la propia conciencia.

He dicho todo esto para que sepa Vuestra Magestad que no quiero hazeros servicio con aquello que ni queréys ni devéys ser servido, es a saber: mostrarme en esta scritura lisongero; porque muy injusto y aun inhonesto sería que adulaciones por oýdos de tan alto príncipe se osassen entrar y por boca de mí que predico las palabras divinas las viesse salir. En fe de sacerdote hablo, que quiero más ser menospreciado por dezir verdades que no ser honrado por dezir lisonjas, porque (hablando la verdad) en Vuestra Celsitud sería gran poquedad oýrlas y en mi poquedad sería gran sacrilegio inventarlas. Prosiguiendo, pues, el propósito, digo que loan mucho los historiadores a Ligurgo, que dio leyes a los lacedemonios; a Numa Pompilio, que honró los templos; a Marco Marcello, [41] que lloró por los que fueron dél vencidos; a Julio César, que perdonó a sus enemigos, a Octavio, por ser amado de sus pueblos; a Alexandre Magno, por hazer mercedes a todos; a Héctor, el troyano, por ser tan animoso en sus guerras; a Hércoles, el thebano, por emplear tan bien sus fuerças; a Ulixes, el griego, por aventurarse a tantos peligros; a Pirro, rey de los epirotas, por inventar tantos ingenios; a Cathulo Régulo, por sufrir tan crudos tormentos; al Emperador Thito, por ser padre de huérfanos; a Trajano, por hazer tan grandes edificios; al buen Marco Aurelio, porque supo más que todos.

Yo no digo, Cesárea Magestad, que un príncipe de los presentes esté obligado a cumular en sí las hazañas de todos los príncipes passados; mas también oso dezir que, como un príncipe seguir a todos en todo le sería impossible, por semejante no seguir a ninguno en ninguna cosa le sería infamia. No pedimos a los príncipes que hagan todo lo que pueden, sino que se esfuercen a hazer algo de lo que deven. Y no sin causa digo que hagan algo de lo que deven, porque si los príncipes se ocupassen en todo lo que son obligados, ningún tiempo les quedaría para ser viciosos. Dize Plinio en una epístola que el gran Cathón Censorino traýa un anillo en el dedo, en torno del qual traýa escriptas estas palabras: «Esto amicus unicus et inimicus nullius», que quieren dezir: «sey amigo de uno y enemigo de ninguno.» El que quisiere profundamente considerar estas palabras, hallará debaxo dellas muchas y muy graves sentencias. Aplicando esto, pues, a mi propósito, digo que el príncipe que quisiere governar bien su república, quiere conformar a todos en justicia, quiere tener la vida quieta, quiere alcançar con todos fama y quiere dexar de sí eterna memoria, deve abraçarse con las virtudes de uno y deve carecer de los vicios de todos. Alabo y mucho alabo que tengan los príncipes ánimo de ygualar y sobrepujar a muchos, mas aconséjoles que la maña y fuerças no la empleen sino en ymitar a uno; porque muchas vezes acontece que los hombres que con su vida piensan passar a muchos, las más vezes se mueren sin ygualar con ninguno. Por mucho que un hombre aya hecho y blasone más que ha de hazer, al fin al fin, [42] cada uno de los mortales no tiene más de un ser, un querer, un poder, un nacer, un vivir y un morir, por manera que pues no es más de uno, no deve presumir más de por uno.

De todos los buenos príncipes que arriba puse en el cartel de la justicia, el postrero que nombré fue a nuestro Marco Aurelio para que quedasse por mantenedor de la tela, porque dado caso que de muchos príncipes leemos notables cosas que hizieron, digo que son para las leer y saber, mas todo lo que dixo y hizo Marco Aurelio es digno de saberse y necessario de imitar. No digo que sigamos a este príncipe en los ritos gentílicos, sino en los actos virtuosos; no nos atengamos a lo que él creýa, sino abracémonos con lo bueno que hazía; porque comparados muchos christianos con algunos de los paganos, quanto los dexamos reçagados en las cosas de la fe, tanto nos passan delante en las obras de virtud.

Todos los notables príncipes en el tiempo antiguo tenían por su muy familiar amigo a algún philósopho, como fue Alexandre de Aristótiles, el rey Darío de Plotinio, Augusto de Pisto, Ponpeyo de Plauto, Thito de Plinio, Adriano de Secundo, Trajano de Plutharco, Antonino de Apolonio, Theodosio de Claudio, Severo de Fábato; finalmente digo que tenían los philósophos tanta autoridad en casa de los príncipes, que los fijos los reconocían por padres y los padres los reverenciavan como a maestros. Vivos eran todos estos sabios quando andavan en compañía de los príncipes, mas el buen Marco Aurelio, cuya doctrina yo presento a Vuestra Magestad, no es vivo sino muerto; mas ni por esso deve dexar de admitir su escriptura, dado caso que no tenga cabe sí a su persona, porque ya puede ser que nos aproveche más lo que éste escrivió con sus manos que todo lo que los otros dixeron quando eran vivos. Según cuenta Plutharco, en tiempo del Magno Alexandro era vivo Aristótiles y era muerto Homero; mas preguntemos cómo creýa al uno y cómo reverenciava al otro, porque, por cierto, la doctrina de Homero teniéndola en las manos se adormecía, otras vezes en despertando leýa en ella, y siempre en el seno o en la cabeça la tenía, la qual privança no tenía Aristótiles, el qual no todas las vezes era oýdo, y muy menos [43] creýdo, de manera que Alexandro tuvo a Homero por amigo y a Aristótiles por ayo.

Otros sabios no fueron más de simplemente philósophos, mas nuestro Marco Aurelio fue philósopho muy sabio y príncipe muy poderoso, y por esta cosa es razón que sea más creýdo que otro, porque como príncipe contará los trabajos y como philósopho dará los remedios. A este sabio philósopho y noble Emperador tome Vuestra Magestad por ayo en su mocedad, por padre en su governación, por adalid en sus guerras, por guión en sus jornadas, por amigo en sus trabajos, por exemplo en sus virtudes, por maestro en sus sciencias, por blanco en sus desseos y por competidor en sus hazañas.

La vida deste que fue gentil, y no la vida de otro que fuesse christiano, quise, Señor, escriviros, porque quanta gloria tuvo en este mundo este príncipe pagano por ser bueno, tanta pena terná Vuestra Magestad en el otro si fuere malo. Tomé también motivo de escrevir deste Emperador Marco Aurelio, a causa que su naturaleza fue de España, como se toca en el i capítulo de la presente obra; porque me parecía a mí que, teniendo yo príncipe tan excellentíssimo a quien loar y de quien escrevir, natural de mi patria, que no era razón fuesse yo a loar a los príncipes de Grecia. El Emperador Trajano, y el Emperador Marco Aurelio, y el Emperador Theodosio fueron naturales de España, de manera que tenemos tres emperadores ya muertos y Vuestra Magestad que es el quarto, y vivo, y plega al Rey del Cielo que tan bien y tan largos tiempos viva él en la religión christiana como estos príncipes vivieron en su seta gentílica. Ved, Sereníssimo Príncipe, la vida deste príncipe y veréys quán claro fue en su juyzio, quán recto en su justicia, quán recatado en su vida, quán agradecido a sus amigos, quán sufrido en los trabajos, quán dissimulado con los enemigos, quán severo con los tiranos, quán pacífico con los pacíficos, quán amigo de sabios, quán émulo de simples, quán venturoso en sus guerras, quán amigable en las pazes y, sobre todo, quán alto en sus palabras y quán profundo en sus sentencias.

Muchas vezes me paro a pensar si la Magestad Eterna que dio a los príncipes magestad temporal, si como os hizo mayores [44] que a todos en todas las grandezas, por ventura si os esentó más que a nosotros de las flaquezas umanas. A esto se responde que no, por cierto. Veo que, como soys unos de los hijos deste siglo, no podéys vivir sino a la manera del siglo; veo que, como andáys en el mundo, no podéys saber sino cosas del mundo; veo que, viviendo en la carne, no podéys sino estar subjectos a las miserias della; veo que, por mucho que alarguéys la vida, al fin al fin avéys de anochecer en la sepultura; veo que vuestro trabajo es immenso y veo que por vuestras puertas jamás entra descanso; veo que en invierno avéys frío, veo que en verano tenéys calor; veo que os fatiga la hambre, veo que os aquexa la sed; veo que os dexan los amigos, veo que tenéys enemigos; veo que tenéys tristeza, veo que carecéys de alegría; veo que estáys enfermos, veo que no soys bien servidos; veo que tenéys mucho y veo que os falta mucho. Finalmente digo: ¿qué queremos más ver, pues a un príncipe le vemos morir? ¡O!, príncipes y grandes señores, pues en la muerte avéys de venir a manos de gusanos, ¿por qué en la vida no os subjectáys a tomar buenos consejos?

Los príncipes y grandes señores, si por ventura hazéys algún yerro, no se os osa dar por ello castigo, de do se sigue que tenéys mucha necessidad de aviso y consejo; porque el caminante que de principio se desvía del camino, quanto más anduviere yrá más errado. Si yerra el pueblo deve ser castigado, y si yerra el príncipe deve ser avisado y como el príncipe quiere que reciba de su mano el pueblo el castigo, también es justo que el príncipe reciba con paciencia de su pueblo el aviso. Porque el bien del uno, como depende del bien del otro, téngase por dicho que, si el príncipe va errado, nunca yrá el pueblo camino derecho. Si Vuestra Magestad quiere castigar a su pueblo con palabra, mándeles que lean la presente obra, y si él quisiere servir a Vuestra Celsitud con algún aviso, suplíquenle que lea este libro, porque en él se hallará lo de que ellos se han de emendar y todo lo que, Señor, avéys de hazer.

Si es inútil o si es provechosa la presente escriptura, no quiero que lo blasone mi pluma, sino que lo confiessen los que leyeren en la obra, porque los auctores tenemos el trabajo [45] de componer y traduzir, y otros para sí usurpan la autoridad de nos sentenciar. Desde que nací hasta agora, assí en el mundo de do fui como en la religión a do me acogí, todo lo más de mis años he ocupado en leer y estudiar libros divinos y humanos, aunque confiesso mi flaqueza de no aver leýdo tanto quanto pudiera, ni he estudiado tanto quanto deviera. Mas, con todo esso, de todo lo que he leýdo ninguna cosa tanto me ha espantado como es la doctrina de Marco Aurelio, por ver que en la boca de un pagano pusiesse Dios tan gran thesoro. Todo lo más que él escrivió fue en griego, y también escrivió muchas cosas en latín; saqué pues del griego con favor de mis amigos, de latín en romance con mis sudores proprios. Sienta pues cada uno qué se sentiría sacarle de griego en latín, de latín en romance, y de romance grossero ponerlo en suave estilo; porque no se puede llamar generoso combite do los manjares no son preciosos y do las salsas no son muy sabrosas. En traduzir las sentencias, en ordenar las palabras, en examinar los romances, en castigar y tantear las síllabas, quántos sudores se ayan sufrido en el enojoso verano, quántos fríos en el enojoso invierno; quánta abstinencia aviendo de comer, quánto trasnochar aviendo de dormir; quánto cuydado estando descuydado, júzguelo el que lo esperimentare si a mí no me creyere.

La intención de mis trabajosos trabajos ofrezco a la Magestad Divina, y a Vuestra Magestad de rodillas presento la presente obra. Yo pido a mi Dios, Sereníssimo Príncipe, que la doctrina deste libro haga tanto provecho en vuestra vida y república quanto daño me ha causado en la salud corporal de mi persona. He querido ofrecer a Vuestra Majestad como a mi Soberano Señor la suma de mis vigilias, y si por caso tuviéredes en poco mis trabajos, ni por esso dexaré de serviros, porque para mí no es pequeño premio quererme tener por su criado. En pago de mi trabajo y en remuneración de mi buen desseo, no suplico a Vuestra Majestad, sino que la rudeza de mi ingenio, la baxeza de mi estilo, la cortedad de mis palabras, el mal ordimbre de mis sentencias y la poquedad de mi eloqüencia, no sea ocasión de tener en poco tan excellente obra; porque no es razón que un muy preciado cavallo abaxe [46] de su estima, aunque el cavallero no sepa en él passar la carrera. Yo he hecho lo que pude, Vuestra Magestad haga lo que deve, dando a la presente obra gravedad y a mí su intérprete auctoridad. No digo más sino la divina clemencia que dio a la Sacra, Cessárea, Cathólica Magestad tal ser y poder en la tierra, le dé la fruición de su essencia divina en la gloria. Amén. Amén. Amén.


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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