La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Menosprecio de corte y alabanza de aldea

Capítulo X
Que en las cortes de los príncipes ninguno puede vivir sin afeccionarse a unos y apasionarse con otros.


En la corte muchas cosas se compran, las cuales son para servir y no para fuera de allí las llevar. Parece esto ser verdad en que, llegando a la corte, ha de buscar ropa para la gente, pesebres para las bestias, tablas para las camas, mesas para aparadores, ollas para la cocina, cántaros para agua, espuertas para la despensa, encerados para las ventanas, platos para la mesa, esteras para el suelo, puertas para las cámaras, cerraduras para las arcas, jarras para beber y aun escobas para barrer.

En la corte muchas cosas hace un cortesano más porque las hacen otros que no porque las querría él hacer. ¡Oh!, pobre del cortesano, el cual banquetea por no ser hipócrita, juega por no ser mezquino, murmura por no ser extremado, sirve a las damas por no ser frío, acompaña a otros por no ser solitario, da a truhanes porque no digan mal de él, contenta a las enamoradas porque no le descubran, y aun anda enmascarado por no ser singular.

En la corte es necesario al que en ella morare que como ella está llena de pasiones y bandos, él se afeccione a unos y se apasione con otros, él siga a los amigos y persiga a los enemigos, él alabe a los suyos y meta hierro contra los extraños, él avise a los que quiere bien y espíe a los que desea mal, él gaste con los de su bando la hacienda y emplee contra los contrarios la vida, él loe a los de su parcialidad y oscurezca a los que quiere mal. Y todo esto ha de hacer por quien se lo tendrá en poco y se lo agradecerá mucho menos.

En la corte súfrese tener un amo, mas junto con esto ha de seguir a muchos señores. ¡Oh!, desventurado del cortesano, el cual, antes que comience a medrar ha de servir al príncipe, seguir a los privados, cohechar a los porteros, dar a los truhanes, quitar a todos la gorra, hacer a quien no lo merece reverencia, decir al oficial vuestra merced, aguardar que despierte el secretario, llamar a quien no llaman señoría, alzar al del Consejo el antepuerta, dar al que trata en palacio la silla, dejar al privado la cabecera de mesa; finalmente debe en la corte hacerse a las condiciones de todos y aun fingir parentesco con algunos privados.

En la corte, si es trabajoso el residir, es insufrible el negociar. ¡Oh!, qué lástima es ver a un pobre negociante, en especial si es un poco bisoño, el cual con el rey ha muy tarde audiencia, en casa del privado le cierran la puerta, en el consejo dilatan su justicia, los contadores nunca le libran, el arrendador no acepta su libranza, el pagador nunca viene, su memorial nunca se ve, si se ve algún sábado dicen que no hay lugar, si pide mercedes remítenle a consulta, si busca su provisión dicen que no ha firmado el Rey, si firma el Rey no la halla refrendada, si la va a refrendar remítenle al sello, despachada del sello ha de ir al registro, de manera que la rescata a trabajos y la compra por dineros.

En la corte, aunque no tenga uno enemigos, le desasosiegan los suyos propios. A las veces quiere uno estarse en su casa y su mujer le mata porque no va a visitar, los cuñados porque no pide algo para ellos, los amigos que se vaya a pasear, los parientes que se dé al valer, los tahúres que se retraigan a jugar, los golosos que se vaya a una huerta, y aun los livianos que vaya a ver a una hermosa.

En la corte, los que una vez se avezan a andar en ella son naturalmente enemigos de reposo y amigos de novedades. ¡Oh!, con cuánto desasosiego vive un cortesano, el cual, a manera de gitano, querría cada mes mudar lugar, tomar posada, conocer amigos, cortar ropas, renovar huéspedes, recibir criados, andar por ventas, llegarse a parcialidades, conocer nuevas conversaciones, sacar nuevas libreas, ver diversas tierras, emprender nuevos negocios y aun topar con nuevos amores.

He aquí, pues, los trabajos del cortesano; he aquí la vida del aldeano, la cual será de muchos leída, de muchos aprobada y de pocos escogida, porque las escrituras todos las leen, mas las costumbres ninguno las muda. Sea, pues, la conclusión de todo nuestro intento, que las cortes de los príncipes solamente son para dos géneros de gentes, es a saber: para privados que las disfrutan o para los mozos que no las sienten.

Los que son privados y tienen mano en los negocios, con verse tan ricos, tan acompañados, tan temidos y servidos, no es mucho que no sientan los trabajos cortesanos, pues apenas se acuerdan de quiénes son ellos mismos. El mucho tener, el mucho valer y el mucho poder hace a los hombres no se conocer. Los que tienen mucho y pueden mucho no es de maravillar que presuman mucho; mas, ¡ay, dolor!, que hay algunos oficiales en las cortes de los príncipes que tienen un girón de privanza y por otra parte les arrastra por el suelo la locura. A la hora que uno entra en casa del privado, acompaña al privado, habla al privado y tiene mano con el privado, a la hora se sueña él ser privado y aun se entona como privado. Gran bien hacen los príncipes en no revelar sus secretos sino a pocos y no se mostrar familiares sino a pocos; porque de otra manera habría muchos que mandasen y muy muchos que se quejasen. Para mí por creído tengo que los familiares y muy allegados de los reyes ni sienten los trabajos ni aun se gozan de la privanza; porque están sus casas tan llenas de negociantes, sus orejas tan llenas de mentiras, sus lenguas tan ocupadas en respuestas y sus corazones tan cargados de cuidados, que a la hora que son privados los vemos andar atónitos. Tienen tantos con quien cumplir, tantos a quien dar, tantos por quien hacer y aun tantos a quien satisfacer, que sin comparación los vemos muchas más veces quejarse que regalarse. Manden los que mandan cuanto quisieren, y priven los que privan cuanto mandaren, que al fin fin ni el vino que hierve se puede beber, ni la hacienda sin reposo se puede gozar. Los familiares y favorecidos en las cortes temen de condenarse por pecadores y temen de caer por ser privados; por manera que desde el punto que comenzaron a ser privados andan siempre asombrados.

Si los privados no sienten los trabajos, mucho menos los sienten los que son mancebos; porque los mozos, como andan embobecidos en los vicios, ni el disfavor les da pena ni aun sienten qué cosa es honra. Déjenle a un mancebo en la corte acostarse a la una, levantarse a las once, reír con las damas, comer en mesas diversas, jugar las fiestas, ruar las tardes, enmascararse las noches y hablar con alcahuetas, que en lo demás no se le da un maravedí porque el reino se revuelva ni se vaya a perder la república.


{Antonio de Guevara (1480-1545), Menosprecio de corte y alabanza de aldea (1539). Edición preparada por Emilio Blanco, a partir de la primera de Valladolid 1539, por Juan de Villaquirán.}

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